Un santo para cada día: 4 de mayo San José María Rubio (El P. Rubio, apóstol contemporáneo de Madrid)
En vida se le atribuyeron bilocaciones, curaciones, profecías y videncia, pero lo que predomina en él es el testimonio de su palabra y de su ejemplo. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985 y canonizado en Madrid, por el mismo Papa, el 4 de mayo de 2003
| Francisca Abad Martín
Comenzamos con unas palabras del P. Rubio, donde queda reflejado lo que era un día normal en su fructuosa e intensa vida y que bien pudieran servir como carta de presentación: “He madrugado para que me dé tiempo a rezar tranquilo. Quiero estar un rato con el Amigo Jesucristo antes de empezar el día, hay muchas historias que necesitan de su bendición. Pronto he recibido la visita de varias personas. Primero, un miembro de la “Guardia de Honor” que quería consejo para organizar el día del Sagrado Corazón porque se esperan unas 4.000 personas. Luego he quedado a tomar un café con una mujer miembro de las “Marías de los Sagrarios”, que me ha pedido que les diera los Ejercicios Espirituales a un grupo este verano.
Salí de allí a celebrar la Eucaristía en el convento de las religiosas Bernardas. Al terminar dediqué la mayor parte del día a lo que más me gusta: patearme el barrio madrileño de la Ventilla echando una mano y algo más si es posible para atender a tanta familia pobre y a personas con necesidad material y, sobre todo, espiritual… He llegado tarde a nuestra comunidad, pero me ha dado tiempo para cenar con los compañeros y celebrar el cumpleaños de José María, un gran tipo. Sólo me queda darte las gracias a ti, Señor, porque me has llevado en volandas todo el día. Ya sabes que voy lento y detrás, pero voy. Por eso, cuando me preguntan siempre les digo: “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace.”
Así vivía su entrega y dedicación este ejemplar sacerdote, nacido en Dalías (Almería) un 22 de julio de 1864, hijo de Francisco Rubio Maldonado y Mercedes Peralta González. Su primera infancia transcurrió apaciblemente en su pueblo natal, hasta que, cumplidos los 11 años, un tío suyo, llamado también José María Rubio, que era canónigo de la Catedral de Almería, se lo lleva con él para que estudie bachillerato y al cabo de un año, viendo que era un muchacho piadoso y espabilado, le propone ingresar en el Seminario Diocesano para que estudie la carrera sacerdotal. Allí estudió Filosofía y Teología y posteriormente se trasladó al de Granada, donde acabó de completar los estudios eclesiásticos.
Uno de sus profesores, llamado D. Joaquín Torres Asencio, que era también canónigo de la Catedral, decide apadrinarle y cuando él gana por oposición la canonjía para la Catedral de Madrid decide llevarle consigo, para que termine su licenciatura en Teología en el Seminario de Madrid. A los 23 años es ordenado sacerdote, oficiando su primera Misa en el altar de la Virgen del Buen Suceso, en la Catedral de San Isidro.
Una vez ordenado comienza a trabajar en pueblos de Madrid, como coadjutor en Chinchón y también capellán de las clarisas y después como párroco en Estremera. Ya en la capital fue destinado como capellán de las religiosas Bernardas, en la Iglesia del Sacramento, que entonces pertenecía a la desaparecida parroquia de la Almudena. La Iglesia del Sacramento, al desaparecer el convento, fue reconvertida en Catedral Castrense.
Comienza a destacar por su incansable labor en los suburbios y en las zonas más pobres de Madrid. Hombre de carácter retraído y sencillo, de una gran caridad, destacó por su extrema austeridad y su entrega incondicional a todo aquel que reclamara su ayuda. Abusando de esta disponibilidad, un día quisieron gastarle una pesada broma, diciéndole que un moribundo reclamaba su asistencia espiritual en un domicilio particular, que en realidad era un prostíbulo. Uno de esos amigotes se metió en la cama, haciéndose pasar por el moribundo, con la intención de sacarle una foto dentro del prostíbulo, pero cual no sería la sorpresa de todos cuando al acercarse a él, el P. Rubio pudo constatar que estaba realmente muerto. Fue tal el impacto y la impresión de todos que decidieron cambiar radicalmente de vida, incluso alguno de ellos se hizo sacerdote, como es el caso del que fuera posteriormente el famoso y popular el Padre Venancio Marcos.
Confesor asiduo e incansable, dicen que, en su confesionario las colas eran interminables y aunque no era un gran orador, sus sermones cautivaban y movían los corazones. Entre sus labores pastorales hemos de destacar también el haber retomado la obra de las “Marías de los sagrarios”, iniciada por el santo obispo de Palencia D. Manuel González y haber organizado varias asociaciones, como la llamada “Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús”, consiguiendo que en mayo de 1919 el rey Alfonso XII presidiera la ceremonia de consagración del Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles.
Desde muy jovencito él había deseado ingresar en la Compañía de Jesús, pero su protector, D. Joaquín Torres Asensio, no era partidario, en primer lugar, porque no quería renunciar a su compañía, lo mismo que había pasado con sus padres, pero al fallecer éste después de 20 años de convivencia, pidió su ingreso. Él siempre se había considerado “Jesuita de afición”, pero aceptaba la voluntad de Dios. Su lema era “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Una vez pronunciados sus votos, después del año de noviciado, fue destinado a Madrid, en cuya casa profesa de la calle Flor Baja residió el resto de su vida.
Cuando vieron que su delicada salud anunciaba un próximo desenlace, lo llevaron al noviciado de Aranjuez, donde falleció, sentado en una butaca, el 2 de mayo de 1929, a los 65 años, después de haber roto en pedazos sus apuntes espirituales, que pidió fueran quemados. Solo sobrevivieron los apuntes que había ido tomando, junto con sus reflexiones personales, de una peregrinación que hizo a Tierra Santa en 1904 y que fueron publicados posteriormente en un libro con el título “Notas de un peregrino a Tierra Santa”. A su muerte el arzobispo de Madrid Leopoldo Eijo y Garay lo calificó de “Apóstol de Madrid” y le puso como modelo para el clero. Su cuerpo, en un principio, fue enterrado en Aranjuez y posteriormente trasladado al claustro de la iglesia de los jesuitas en la calle Serrano de Madrid.
En vida se le atribuyeron bilocaciones, curaciones, profecías y videncia, pero lo que predomina en él es el testimonio de su palabra y de su ejemplo. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985 y canonizado en Madrid, por el mismo Papa, el 4 de mayo de 2003.
Reflexión desde el contexto actual:
Tardará en borrarse de la memoria de los madrileños, la presencia de este hombre bueno, que se dejó la piel sirviendo a los demás. Cualquiera que traspase el umbral de la puerta principal de la hoy conocida como la Catedral Castrense de Madrid, podrá ver en uno de los laterales, nada más entrar, el confesionario donde el padre Rubio pasaba horas interminables, dispensando el perdón y la gracia de Dios y no solo esto, sino devolviendo la paz a las conciencias y regalando a manos llenas los sabios consejos, que servían, tanto para progresar en la vida espiritual. como para conducirse prudentemente en la vida práctica. ¿Quién ha dicho que la confesión solo sirve para “descargar el saco”? Otra pregunta más ¿por qué los confesonarios hoy están vacíos y con el padre Rubio se formaban colas kilométricas? A lo mejor es que necesitamos confesores como él.