Un santo para cada día: 19 de marzo San José (Patrono de la Iglesia universal)
Apenas se le cita en los Evangelios, solo Mateo y Lucas se limitan a mencionarle, como de pasada, dando una especie de pinceladas sueltas y solo cuando es estrictamente necesario. Siempre callado, siempre silencioso, pero precisamente en ese profundo silencio radica toda su grandeza
| Francisca Abad Martín
Normalmente cuando nos ponemos a escribir sobre la vida de los santos, solemos, por lo general, tener tantos datos sobre ellos que nuestro mayor problema es organizarlos cronológicamente, citar las obras que realizaron, los libros o tratados que escribieron, o los discursos que pronunciaron. Lo curioso de San José es que teniendo tan pocos datos sobre él, se puedan decir tantas cosas… porque el paso de San José por este mundo no fue precisamente para ocupar un puesto de relumbrón, sino para echarse a un lado, dejando el protagonismo a aquellos a quienes Dios le había encomendado su custodia y su protección.
Apenas se le cita en los Evangelios, solo Mateo y Lucas se limitan a mencionarle, como de pasada, dando una especie de pinceladas sueltas y solo cuando es estrictamente necesario. Siempre callado, siempre silencioso, pero precisamente en ese profundo silencio radica toda su grandeza; es como un abismo profundo, donde no alcanzas a ver el final; un mar sosegado y sereno, que sobrecoge por su inmensa grandeza y no es precisamente porque en su vida no hubiera dudas, vacilaciones o sobresaltos.
Dicen que el oro solo se purifica en el crisol, así en la vida de San José fueron duras las pruebas por las que tuvo que pasar: sus dudas sobre la integridad de María, que un ángel en sueños supo despejar, la angustia de tener que cobijarse en una humilde cueva, cuando Jesús estaba a punto de nacer, la incertidumbre de un viaje lleno de peligros, como emigrantes, a un país desconocido, por salvar la vida del Niño, la preocupación de encontrarle cuando se queda en el Templo de Jerusalén y sobre todo, la gran responsabilidad de ganar día a día el sustento en Nazaret con su humilde trabajo como artesano, para que a su familia no le faltara lo imprescindible para vivir.
Aunque a San José se le conoce popularmente como carpintero, es seguro que su trabajo implicaría no solo trabajar la madera, sino que abarcaría una serie de actividades relacionadas con la construcción, tales como albañilería, enlosado, pintura, etc. que serían realizadas por él y otros familiares, no solo en Nazaret, sino en otras aldeas y ciudades cercanas, como Caná, Séforis, etc., pues de la carpintería y solo en una aldea tan pequeña como Nazaret, no habrían podido sobrevivir. Probablemente se le definiría mejor como “artesano” cuya palabra tiene un sentido más amplio que el de simple carpintero.
No sabemos su lugar de nacimiento, ni sabemos nada sobre su infancia o juventud, solo que procedía del linaje de David, al igual que María, pero cuando realmente la vida de José adquiere rasgos cada vez más definidos, es desde el momento en que Dios le asigna una importante misión: ser custodio de la Familia Sagrada.
En el ocultamiento de su vida radica precisamente su mayor grandeza, una oscuridad fecunda en tesoros de humildad, de abnegación, de sacrificio, capaz de custodiar en silencio los más ricos tesoros que Dios le había confiado: Jesús y María.
Más de una vez, aserrando sus maderas, meditaría sobre la trascendencia de esa gran misión. ¡Qué gran responsabilidad, educar a quien estaba muy por encima de él! Sin embargo, aceptó humildemente esta misión. Ante los ojos del mundo Jesús era “el hijo del carpintero”. Su vida era tan sencilla y normal que nadie podía sospechar toda la grandeza que se ocultaba detrás. ¿Qué pasaría por su cabeza al tener que moverse en un archipiélago de misterios incomprensibles para él?
Tampoco sabemos cuándo terminó su vida, los Evangelios no nos dicen nada al respecto, pero es de suponer que sucedería antes de la vida pública de Jesús, ya que después no se le vuelve a mencionar. ¡Dichosa su muerte en brazos de Jesús y de María! Por eso a San José se le da el apelativo de “Abogado de la buena muerte”. Nuestra gran Santa Teresa de Jesús le tenía grandísima devoción y le encomendaba todas sus obras.
Reflexión desde el contexto actual:
El mayor elogio que se puede hacer de San José es el que hace San Mateo en su Evangelio, cuando dice de él que “era un hombre justo”. No podemos tener mejor modelo, después de Jesús y María, porque “justo” es sinónimo de “santo integral”. Él ha sido y seguirá siendo, un gran modelo en todo y para todos. Con su humildad, silencio y modestia nos habla calladamente de la forma más elocuente que un hombre puede hacerlo.