Un santo para cada día: 10 de mayo San Juan de Ávila (El gran apóstol de Andalucía)
Sus restos reposan en la Basílica de la Encarnación de Montilla, siendo beatificado por León XIII el 15 de abril de 1894 y canonizado por Pablo VI en 1970. Desde 1946 es Patrón del Clero español y Benedicto XVI lo proclamó Doctor de la Iglesia, a petición de la Conferencia Episcopal Española
| Francisca Abad Martín
A finales del siglo XV viene al mundo un hombre providencial dotado de las más excelentes cualidades: Escritor prolífico, excelente orador, sacerdote intachable, incansable peregrino de la Palabra de Dios, que habría de llegar a ser el Patrón del Clero español y Doctor de la Iglesia.
Se llamaba Juan de Ávila y había nacido el 6 de enero de 1499, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), hijo de Alfonso de Ávila y de Catalina Gijón. Su padre poseía unas minas de plata en Sierra Morena que le proporcionaban bastantes ingresos, lo cual le permitió mandar a su hijo a estudiar Derecho a Salamanca, pero al joven esto no le gustaba y a los 4 años lo deja y regresa al hogar y allí en una cueva de la casa, se dedica a la oración y a la penitencia. Esta cueva, convertida en capilla, conserva todavía algunas reliquias del santo.
Por consejo de un P. franciscano marcha después a Alcalá de Henares, a estudiar Teología. Allí mantiene contactos con grandes figuras de la Iglesia, como Domingo de Soto o Francisco de Osuna y probablemente con Ignacio de Loyola. Ordenado sacerdote a los 25 años, regresa a su pueblo a celebrar su primera Misa, ofreciéndola por sus padres, ya fallecidos. Después vende todos sus bienes y los reparte entre los pobres, para dedicarse después a su tarea evangelizadora.
Su primera intención es irse de misionero a lo que ahora es México, pero el arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, le hace desistir de esta idea, al señalarle la prioridad que tenía Andalucía de ser evangelizada por misioneros como él, que fueran por los pueblos y ciudades convirtiendo a las gentes.
En Andalucía pasaría el resto de su vida, adquiriendo gran fama como predicador y como santo, por eso pasa por ser “el apóstol de Andalucía” y como nunca faltan enemigos, fue denunciado, por envidias, a la Inquisición y estuvo encarcelado 2 años en Sevilla. Escribió muchas obras, dedicadas a la Eucaristía, al sacerdocio y a la Virgen, pero una de las más conocidas es “Audi filia”, un excelente compendio de la vida espiritual. De ella llegó a decir el Cardenal Astorga, Arzobispo de Toledo, que con esta obra había convertido más almas que letras tenía. Muy alabada también por Felipe II, quien decía que esta obra no debía faltar nunca en El Escorial.
En 1535 marcha a Córdoba y allí tiene la gran suerte de conocer a Fray Luis de Granada. Se entrega de lleno a la predicación y se le unen varios sacerdotes jóvenes, que ven en él al guía y maestro perfecto y con ellos organiza una especie de “congregación”, sin votos ni ataduras de ningún tipo, pero viviendo en “comunidad”, apoyándose mutuamente y teniendo a Juan de Ávila como director. Nuestro santo daba mucha importancia a la preparación intelectual de los sacerdotes, sin embargo, decía que más prefería ver sus rodillas desgastadas por las muchas horas de oración, que sus ojos desgastados por las horas de estudio.
Funda Seminarios y Colegios y organiza la Universidad de Baeza. A sus discípulos los envía de dos en dos, a predicar por los pueblos, viviendo de la caridad de las gentes de los pueblos por donde pasaban. Ayudó a la fundación de la Compañía de Jesús y se carteó con Ignacio de Loyola, siendo consultado también por Teresa de Jesús. Enfermó en 1554, pero aun siguió activo durante otros 15 años, para fallecer el 1559 en Montilla (Córdoba), a los 70 años de edad.
Sus restos reposan en la Basílica de la Encarnación de Montilla, siendo beatificado por León XIII el 15 de abril de 1894 y canonizado por Pablo VI en 1970. Desde 1946 es Patrón del Clero español y Benedicto XVI lo proclamó Doctor de la Iglesia, a petición de la Conferencia Episcopal Española.
Reflexión desde el contexto actual:
Partimos del hecho de que el sacerdocio no es una “profesión” sino una “vocación”. Así fue entendido de forma admirable por Juan de Ávila ¡Cuánta falta hacen hoy en día sacerdotes como él, que además de saber predicar la palabra de Dios, sepan ante todo y sobre todo, ser hombres de oración y de intensa interioridad! A través de su vida se pueden ver reflejadas las enseñanzas del evangelio, por eso su apostolado fue fructífero, pues como dice el refrán: “las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra”.