Un santo para cada día: 8 de marzo San Juan de Dios: protector de los enfermos
Los últimos años de su vida, hasta su fallecimiento el 8 de marzo del año 1550, a los 50 años, los pasó atendiendo en el hospital fundado por él, a enfermos, tullidos, leprosos, tiñosos. etc. Llegó incluso a entrevistarse con el mismo Rey Felipe II
| Francisca Abad
Juan Ciudad y Duarte nació en Montemayor el Nuevo (Portugal) en 1495. Era hijo de un humilde artesano, honrado pero pobre. A los 8 años salió de la casa paterna y andando, andando, entró en el Reino de Castilla. No tuvo, como Santa Teresa, un tío que le hiciera entrar en razón y le devolviera a su hogar.
Llegó a Oropesa y allí se puso a servir en la casa de un rico propietario en calidad de pastorcillo. El pastorcillo se convirtió en rabadán, el rabadán en administrador y éste en hombre de confianza del señor. Su hija se enamoró de él y el padre estaba conforme con la boda, pero Dios tenía otros planes para Juan.
Un día Juan se marcha de la casa y se alista en el tercio que reunía el Conde de Oropesa para luchar contra los franceses. Hace la guerra en Navarra y asiste al sitio de Fuenterrabía. Por un incidente es condenado a muerte, pero tiene la suerte de que el superior se compadece de él y consigue que solo sea expulsado del ejército. Regresa a Oropesa, pero poco después vuelve a alistarse en las compañías que van a pelear contra el turco en el centro de Europa.
Terminada la campaña hace la peregrinación a Santiago de Compostela y después vuelve a su pueblo natal. Sus padres ya han fallecido y solo un pariente lejano le ofrece hospitalidad, cariño y dinero, pero él lo rechaza todo y llevado por su espíritu aventurero vuelve por tercera vez a España. Se hace ganadero en Sevilla, pasa a África y lo vemos de albañil en Ceuta. Regresa de nuevo a la Península y en Gibraltar, Algeciras y otras ciudades andaluzas va por las calles vendiendo libros y estampas y con lo que saca, logra no solo sobrevivir sino también ayudar a los necesitados, por los que ya empieza a sentir una cierta inclinación, pero es a los 42 años cuando en Granada hay un suceso que cambiará definitivamente el rumbo de su vida. Predicaba por entonces allí San Juan de Ávila, que estaba haciendo una gira apostólica por toda Andalucía con fines evangelizadores.
En cierta ocasión oyó predicar a San Juan de Ávila, el cual hizo tan encendido panegírico de la vida del S Sebastián, que sus palabras le llegaron a lo profundo de su corazón y arrepentido de sus muchos pecados, decidió cambiar radicalmente de vida. Se confesó entre lágrimas de arrepentimiento y repartiendo entre los pobres sus escasas pertenencias, se vistió pobremente y se marchó por las calles gritando: “¡Misericordia, Señor!”. Quienes lo veían se reían de él y le tomaban por loco, tanto que llegaron a denunciarlo y le llevaron a un manicomio, pensando que era peligroso.
Los últimos años de su vida, hasta su fallecimiento el 8 de marzo del año 1550, a los 50 años, los pasó atendiendo en el hospital fundado por él, a enfermos, tullidos, leprosos, tiñosos. etc. Llegó incluso a entrevistarse con el mismo Rey Felipe II. Pedía limosna para sus pobres, llevaba a hombros a los enfermos más repugnantes y cambiaba frecuentemente las ropas que llevaba puestas por los harapos de los indigentes.
Este comportamiento llegó a oídos del Obispo, quien enterado de ello, le obligó por obediencia a vestir un hábito pardo y un escapulario bendecidos por él, cambiándole el nombre por el de Juan de Dios. Así nació la nueva Orden de los Hermanos Hospitalarios, consagrada al cuidado de los enfermos y los locos.
San Juan de Dios fue un Santo extraordinario, comparable con San Francisco de Asís. Ninguno de los dos fue sacerdote. Fue beatificado por Urbano VIII el 21 de septiembre de 1630 y canonizado por Inocencio XII el 15 de julio de 1691.
Reflexión desde el contexto actual:
No hace falta ensalzar la gran obra humanitaria y benefactora de S. Juan de Dios, incluso en nuestros tiempos actuales, porque todo el mundo la conoce Lo que sí sería bueno resaltar y dar a conocer es que este hombre fue un cristiano católico y gracias a ello pudo hacer lo que hizo y dejarnos en herencia lo que nos dejó