Un santo para cada día: 13 de mayo San Leandro (El alma del tercer Concilio de Toledo)
| Francisca Abad Martín
Considerado uno de los Padres de la Iglesia y fundador de la Escuela Teológica de Sevilla. Consiguió la conversión de Recaredo y la unificación de la España visigoda bajo el catolicismo.
Leandro nació en Cartagena, hacia el año 534. Su padre, Severiano, fue un noble hispanorromano y su madre, Teodorica, era visigoda. Fue hermano de San Isidoro, también obispo de Sevilla, de San Fulgencio, obispo de Écija y de Santa Florentina, abadesa benedictina, ¡vaya familia! Se les conoce como “Los cuatro santos de Cartagena”. Abrazó pronto la vida religiosa en un monasterio de benedictinos, del que llegó a ser abad. Allí se educó también su hermano Isidoro.
Leovigildo había establecido la capital en Toledo y a su hijo Hermenegildo le dejó el gobierno de la Bética, estableciendo la capital en Sevilla. Este rey había sido educado en el arrianismo, pero conoce a Leandro, que ya era obispo de Sevilla, con el que traba amistad. Hermenegildo, debido a la influencia de San Leandro y también por la de su esposa Ingundia, que era cristiana, abjura del arrianismo y es bautizado por el obispo hispalense. La persecución arriana de Leovigildo obliga a Leandro a abandonar su iglesia metropolitana y su patria.
Marcha a Constantinopla a implorar socorro y allí conoce a Gregorio, el magistrado romano, que después sería el Papa San Gregorio Magno y entre los dos se establece una entrañable amistad, que seguirá de por vida. Nombrado Gregorio pontífice, se apresura a enviar a su amigo Leandro el palio arzobispal. Cuando Recaredo se sienta en el trono, Leandro puede volver a su diócesis. El rey convoca el histórico III Concilio de Toledo, donde abjura de la herejía arriana, hace profesión de fe y declara que el pueblo visigodo queda unificado bajo el cristianismo. Manda que todos los súbditos sean instruidos en la ortodoxia de la fe católica. El alma de aquel Concilio fue Leandro y ésta fue su mayor gloria. La legislación visigoda desde entonces estuvo totalmente impregnada de cristianismo.
El Arzobispo de Sevilla consagraría el resto de su vida a edificar a su pueblo en la práctica de la virtud, con el ejemplo de su vida, con el ardor de su palabra y con las obras ascéticas y teológicas que escribió, tales como “El estudio de las Sagradas Escrituras”, ”Obligaciones Pastorales” y “Penitencias y ayunos”. En la realización de su ingente labor contó con dos fuertes apoyos, por una parte, Recaredo desde su corte en Toledo y por otra el Papa San Gregorio desde Roma, el cual, en prueba de su amistad, le dedica otras obras suyas “Los comentarios sobre Job” y “El libro de la Regla Pastoral”. La correspondencia entre ambos fue fecunda y entrañable. Se conservan muchas cartas.
Los últimos años de su vida, retirado de la política fueron los más fecundos, desde el aspecto como escritor. Afligido por la enfermedad de la gota, la misma que castigó a su amigo el Papa Gregorio, moría probablemente el mismo año que Recaredo, en el 610, dejando un gran recuerdo entre todos sus contemporáneos. Le sucedió en la silla episcopal su hermano San Isidoro.
Reflexión desde el contexto actual:
Cuando el poder civil y el religioso chocan de plano, porque sus planteamientos e ideas son dispares, no caben más que dos posturas, doblegarse y tragar con todo, o como hizo San Leandro, defender sus ideas hasta las últimas consecuencias, exponiéndose al destierro, o incluso a la muerte, tal como lo exige una conciencia integra. Los politiqueos, que todo lo subordinan a los intereses y oportunismos, se avienen mal con las aspiraciones cristianas.