Un santo para cada día: 27 de julio San Pantaleón (Patrón de médicos y enfermos que todos los años, por esta fecha, nos sorprende con un inexplicable prodigio.)
De Pantaleón nos ha llegado información a través de un antiguo manuscrito que se encuentra en un museo británico. Sobre él sabemos que nació hacia el año 275 en la ciudad turca de Nicomedia, en este tiempo bajo la dominación del Imperio Romano. Perteneciente a una familia bien acomodada, tuvo la suerte de recibir una educación esmerada. Su padre se llamaba Eustorgio, médico de profesión, que llegó a ostentar el honroso título de senador romano, habiéndose educado en el paganismo; en cambio su madre llamada Eucuba era una convencida cristiana, que se encargó de educar convenientemente a su hijo en la fe de Jesucristo.
La corta vida de Pantaleón, que seguramente no llegó a los 30 años, va a estar llena de vicisitudes. Según parece, en un momento de su existencia no pudo soportar las presiones del ambiente que le rodeaba y apostató de su fe, pero que pasado un tiempo volvería a recuperarla, gracias a la intervención de un sacerdote amigo de su madre, llamado Hermolao.
En medio de esta crisis religiosa el joven Pantaleón pudo realizar provechosamente los estudios de filosofía, retórica y posteriormente de medicina, llegando a ser médico de la corte, si bien lo que a él más le llenaba, era poder curar a los pobres y necesitados, gratuitamente y de forma desinteresada, movido exclusivamente por amor al prójimo y a Jesucristo. No solamente esto, su talante de hombre caritativo le llevó a repartir todos sus bienes entre los pobres, lo que hacía honor a su nombre, que en griego significa “el que se compadece de todos”. Entregado a su profesión médica fue logrando, con la ayuda del cielo, resultados sorprendentes dentro de su humanitario ministerio, lo que suscitó envidias entre sus colegas, que elevaron sus quejas hasta la corte acusándole de hechicero y embaucador. Ello significaría el inicio de un proceso que acabaría con su vida. Una vez informado el fanático emperador Maximiano de su condición de cristiano, trató de disuadirle para que abandonara su fe en Jesucristo, pero todos los intentos por parte de la corte fueron en vano. Esta vez Pantaleón se iba a mostrar fuerte como una roca, sin que se le pasara por la mente volver a las andadas. Muy a pesar suyo, convencido el emperador de que nada se podía hacer para salvar a su protegido, dio orden de que fuera ajusticiado, por lo que le ataron a un olivo seco según unos, a una higuera seca según otros, cortándole la cabeza; el caso es que en este justo momento del viejo tronco comenzaron a nacer tiernos brotes. Este hecho fue motivo para que unas piadosas mujeres, que se encontraban allí, recogieran en trapos la sangre vertida por el mártir cristiano y así comenzaba una apasionante historia que duraría hasta nuestros días, convirtiendo a este mártir cristiano en uno de los santos más populares.
Sabido es que, todos los años por esta fecha, asistimos al precioso regalo de ver como una porción de sangre coagulada, al aproximarse la fecha del 27 de Julio se va tornando de color rojizo, licuándose hasta tomar el aspecto de la sangre en estado natural. La reliquia en cuestión se nos muestra introducida en una ampolla de cristal, que, desde su fundación, se halla depositada en el Monasterio de la Encarnación (Madrid), próximo a la plaza de Oriente, procedente de un depósito original que se encuentra en la catedral de Ravello (Italia), siendo donado por el virrey de Nápoles, Juan de Zúñiga.
No estamos hablando de leyendas, ni de tradiciones de tiempos pasados, sino de un hecho que está ahí, que es de nuestros días y que cualquiera puede constatarlo. El acontecimiento viene repitiéndose ante la admiración de expertos biólogos, médicos y científicos, que no encuentran explicación a este hecho tan sorprendente y si bien se han lanzado hipótesis explicativas, la verdad es que ninguna de ellas ha resultado hasta el momento convincente. La iglesia por su parte tampoco es que se haya pronunciado de forma taxativa, a lo más, allá por el 28 de enero de 1724, con el arzobispo de Santiago de Compostela y juez ordinario inquisidor, se inició un proceso que, tras la declaración de varios testigos fidedignos, que habían constatado el hecho durante varios años, éste fue declarado como posible milagro, tal como consta en el manuscrito que se conserva en el convento fechado el 30 de agosto de 1729, donde puede leerse lo siguiente: “Su señoría, señor juez, declara y confiesa haberla visto líquida y fluida dicho día de San Pantaleón, veintisiete de julio, y después de su festividad condensada y dura, todo repetidas veces, en el tiempo de diez años. Y conformándose con el parecer de los expresados teólogos, canonistas y médicos, lo tienen y veneran por prodigio y maravilla, alabando a Dios Nuestro Señor por las obras de sus santos”. Pienso que no hacen falta mayores comentarios.
Reflexión desde el contexto actual:
El pragmatismo de nuestro mundo que pide signos y señales, que solo acepta lo que se ve y lo que se palpa ¿qué dice ante un fenómeno sorprendente, verificado y verificable, como el de la sangre de S. Pantaleón? ¿Cómo enjuiciar un hecho que se encarama por encima de la ciencia? Negarlo no puede porque ahí está, explicarlo tampoco, porque rebasa las leyes científicas en las que nos apoyamos. Lo lógico sería que aún los más agnósticos tomaran nota y se mostraran más receptivos a la existencia de un orden supra-racional, pero mucho me temo que se contentarán con decir que hechos como el de S. Pantaleón serán explicados convenientemente cuando la ciencia haya adquirido un mayor nivel de desarrollo y con esta escapatoria se quedarán tan satisfechos.