Un santo para cada día: 25 de noviembre Santa Catalina de Alejandría (Virgen, mártir y prestigiosa filósofa)
| Francisca Abad Martín
Abanderada de la lucha ideológica entre el paganismo y el cristianismo, Catalina defiende en público la doctrina que profesa. Estaba bien preparada en filosofía y en teología para hacer frente a todos los falsos argumentos que pudieran esgrimirse. Paladín y defensora sería también de los derechos de las mujeres, pidiendo que ellas fueran respetadas lo mismo que los hombres.
Es lástima que, de muchos grandes personajes, como son estos mártires, apenas tengamos noticias de su vida. Suele suceder con la mayoría. Algunos emperadores romanos se cebaron con ellos y la Iglesia celebra y ensalza a estos santos, casi anónimos, que vivieron durante los primeros siglos y, sin embargo, a pesar de haber escasas noticias de su paso por la tierra, han dejado una honda huella en la memoria de los cristianos. Son venerados y recordados, aunque se tengan pocas noticias suyas. En honor de muchos de ellos se han levantado iglesias y monumentos y su nombre se les impone a los niños al nacer, para que su memoria no quede en el olvido.
Durante el gobierno de Diocleciano, fueron muchos cristianos los que cayeron, como Catalina de Alejandría, allá por el siglo IV, quien una vez recibido el bautismo entró a formar parte de la incipiente familia cristiana; parece ser que pertenecía a una familia noble, pues había sido educada en las mejores escuelas de filosofía y teología, cosa que no era frecuente en esos tiempos, sobre todo tratándose de una mujer. Su vida se parece mucho a la de Hipatia, también de Alejandría, con la que compartió su osadía de querer saber cada vez más. En el caso de Catalina no estamos seguros de la fecha exacta de su nacimiento, pero a lo largo de los siglos la leyenda se ha encargado de rellenar piadosamente las lagunas que dejó la historia. Según la tradición parece ser que fue el año 285 cuando vino al mundo. Los datos de su vida están recogidos por Santiago de Vorágine del siglo XIII en la “Leyenda Dorada”.
Sabemos que Alejandría era la ciudad de las escuelas y de los pensadores, en el Didascáleo enseñaron maestros de la talla de Tertuliano, Orígenes, Lactancio, etc; foco principal de la ciencia y del comercio de todo el Mediterráneo; por esta razón fue muy conocida y codiciada, también por su posición estratégica. Egipto había pasado entonces a ser una provincia más del poderoso imperio romano y Máximo Daia gobernaba en Siria y Egipto, como representante de Diocleciano. El carácter de su persecución se distingue sobre todo por los ultrajes hechos a las mujeres.
Catalina pudo haber pasado inadvertida entre la multitud de los letrados de la ciudad, pero probablemente su corazón ardiente la había traicionado, como en el caso de otras muchas mártires y no pudo soportar tantas infamias y vejaciones contra las mujeres, porque el gobernador alardeaba de sus conquistas y humillaciones a las que con frecuencia las sometía.
Informada Catalina de que el emperador había convocado a los ciudadanos para rendir culto a los ídolos bajo serias amenazas, irritada se presentó ante él para increparle y echarle en cara sus crímenes y demostrarle la falsedad de la religión pagana. Después de haberle probado suficientemente la existencia de un Dios, le dijo que lo que tenía que hacer era creer en Él y dejarse de falaces idolatrías. La poderosa dialéctica de la filósofa alejandrina puso en evidencia la estulticia del gobernador, quien pudo salir del paso aplazando la discusión para otro momento, pero él prefirió ordenar la entrada en prisión de su interlocutora, dando así satisfacción a su orgullo herido y ganando tiempo para que los letrados, filósofos y retóricos a sus órdenes, pudieran rebatir convenientemente a esta mujer tan perspicaz, sin embargo, sucedió todo lo contrario de lo que el gobernador había previsto. Lejos de que sus sabios convencieran a la ilustrada cristiana, fue ella la que les convenció a ellos, con el consiguiente enfado del administrador romano, quien les amenazó con castigarles duramente. Fracasado este primer intento se recurrió al halago y a la promesa de que sería convertida en la primera dama; en vista de que ello tampoco dio resultado, se dio orden de que fuera torturada y encarcelada, privada de todo alimento, con la esperanza de que cuando él regresara de un viaje, Catalina hubiera dejado de existir, pero no fue así, quienes la visitaban podían constatar con asombro que ella no desfallecía y que el calabozo donde estaba encerrada no estaba a oscuras sino radiante de luz . Cuando regresó el gobernador y supo lo sucedido se enfadó contra quienes la habían ayudado a mantenerse viva, pero ella le aseguró que habían sido seres sobrenaturales quienes la habían protegido. La furia del gobernador se desató y pensó que una rueda dentada sería el castigo justo para esta insolente cristiana, pero Catalina saldría ilesa también de esta prueba, al quedar dañado el artilugio, por lo que el instinto brutal y ciego del gobernador se desorbitaría aún más, ante la inmunidad de Catalina, hasta que de un hachazo en la cabeza terminaron con la vida de esta sabia y valerosa joven cristiana. Con su muerte heroica, Catalina volvía a vencer y obtenía en recompensa la palma del martirio. Sus restos se guardan y se veneran en el Monte Sinaí. Tanto Oriente como Occidente invocan su valiosa protección. Ensalzada por panegiristas y predicadores como Bossuett, cantada por poetas, inspiradora de artistas, llegó a ser entre los santos de los más venerados del calendario cristiano.
Reflexión desde el contexto actual:
Esto de la defensa de los derechos y la dignidad de la mujer, tan necesario en nuestros días, no es cosa de ahora, sino que viene de muy lejos y la prueba la tenemos en Catalina de Alejandría, que luchó denodadamente por defender el prestigio de las mujeres, tanto a nivel general como a nivel personal, hasta el punto de llegar a exponer su propia vida. El que esta inquietud por revalorizar a la mujer fuera sentida en tiempos pasados, no cabe la menor duda; otra cosa es que existieran unas fuerzas de opresión que hacían poco menos que imposible cualquier tipo de reivindicación femenina en el terreno de la práctica. A pesar de todo, los sentimientos a favor de la dignidad de la mujer estaban ahí y posiblemente más auténticos de los que se puedan tener hoy día.