Un santo para cada día: 18 de agosto Santa Helena, emperatriz madre (Pieza fundamental en el naciente cristianismo. Defensora y devota de los Santos Lugares)
Fue la artífice y promotora de la implantación del cristianismo en el Imperio Romano, después de tantas persecuciones, a veces tan cruentas
| Francisca Abad Martín
Fue la artífice y promotora de la implantación del cristianismo en el Imperio Romano, después de tantas persecuciones, a veces tan cruentas.
Se cree que nació en un pobre cortijo en Nicomedia (Anatolia), posiblemente en el 248 o 249. San Ambrosio, que vivió poco después que Santa Helena, dice que durante su adolescencia y juventud vivió trabajando en el mesón de su padre, lo mismo limpiaba las dependencias que atendía a los caminantes que pasaban por allí. Ella era pagana, pero convivía con amigas que eran cristianas, con las que se llevaba bien y la horrorizaban las torturas a las que los emperadores sometían a los cristianos.
Parece ser que era muy bella y de esa hermosura se debió de prendar un día Constancio, el valeroso general, prefecto del pretorio, durante el gobierno de Maximiano, el caso es que acabaron desposándose. Fruto de esta unión nació su hijo Constantino, futuro emperador de Roma, que nació en Naissus (Dardania) el 27 de febrero del 274, cuando Helena tendría unos 25 años.
Diocleciano y Maximiano compartían el gobierno con el título de “augustos” y decidieron tener cada uno un “césar” que colaborara con ellos en el gobierno y administración de sus Estados. Diocleciano eligió a Galerio y Maximiano a Constancio, pero la condición que se le impuso a Constancio fue que repudiara a Helena, para unirse con Teodora, hermana de Maximiano, para que existiera un parentesco entre los augustos y sus césares. Constancio tuvo entonces que elegir y prevaleció su ambición, colocándole por encima del amor a Helena. El hijo, Constantino, quedaba en el palacio, para ser educado convenientemente.
El 25 de julio del 306 muere Constancio en brazos de su hijo y entonces éste no sueña más que con poder reunirse con su madre. Quiere compartir su vida con ella. En el trascurso de la batalla mantenida entre su hijo y Majencio Augusto en Puente Milvio, va a tener lugar un suceso milagroso que contribuirá a que Constantino se convierta al cristianismo. Estando Constantino con sus ejércitos, a eso del atardecer, vieron en el cielo una cruz luminosa y una inscripción que decía: “Con este signo vencerás”. Todos se espantaron, pero Constantino mandó que fabricaran un signo como el que habían visto en el cielo, al que llamaron “Lábaro” y al volver de nuevo a la batalla obtuvieron una aplastante victoria. Después de esto, Constantino promulga el Edicto de Milán, firmado por él en el 313, el cual suponía el cese de las persecuciones a los cristianos y su religión quedaba oficializada en el Imperio.
Ya, dueño de Roma, entra triunfal en la Ciudad Eterna como único emperador. Era el 28 de octubre del 313. Su madre recibe el bautismo y comienza a influir en el ánimo del hijo. Constantino traslada su sede a Bizancio, que desde entonces se llamará Constantinopla (la actual Estambul). Siendo Helena de avanzada edad siente el deseo de conocer los Santos Lugares, donde se desarrolló la vida de Jesús. Viaja hasta Jerusalén y empieza a hacer averiguaciones sobre el paradero de la Cruz de Jesús. Un judío le dice que la habían echado a un pozo, junto con las de los dos ladrones y que después lo cegaron con piedras y tierra.
Comienzan a hacer excavaciones y efectivamente encuentran las tres cruces, pero ¿cómo averiguar cuál era la de Jesús? Al Santo obispo Macario se le ocurre aplicar las tres cruces a una moribunda y al aplicarle la tercera se incorpora la enferma, abre los ojos y dice que está curada. La dividen en tres partes, una queda en Jerusalén, otra va a Constantinopla y la tercera a Roma. Con el transcurrir de los siglos fueron dividiéndose en muchos fragmentos que ahora están repartidos por todo el mundo.
Helena, cumplida su misión en este mundo, fallece en brazos de su hijo en el 329. Sus restos fueron trasladados a Roma.
Reflexiones desde el contexto actual:
Al hablar de la cristianización de Roma es de justicia hablar de Flavia Julia Helena, más conocida como Elena de Constantinopla o simplemente Santa Elena. Sin su intervención, seguramente la conversión de su hijo Constantino no hubiera tenido lugar, por lo que el Edicto de Milán no se hubiera promulgado y el resultado final para la difusión del cristianismo en el Imperio Romano no hubiera sido el mismo. No solamente esto, justo es reconocer también a Santa Elena sus desvelos por recuperar y poner a buen recaudo las reliquias más sagradas de la historia del cristianismo, principalmente las relacionadas con la Pasión de Cristo, la vera cruz, corona de espinas, titulus crucis, sagrada túnica, escalera santa, etc, que tanta devoción, fervor y piedad suscitaron en los tiempos pasados y que aún en nuestros días siguen venerándose con fervor.