Un santo para cada día: 4 de julio Santa Isabel de Portugal (La Reina Pacificadora que se interponía entre los ejércitos vestida de campesina)
Mujer paciente, humilde, caritativa y forjadora de paz. Es una de las más grandes mujeres de la Edad Media. Es abogada para los países y territorios donde haya guerras civiles y conflictos internos
| Francisca Abad Martín
Mujer paciente, humilde, caritativa y forjadora de paz. Es una de las más grandes mujeres de la Edad Media. Es abogada para los países y territorios donde haya guerras civiles y conflictos internos.
Nace el 4 de enero de 1271 en Zaragoza, hija de Pedro III de Aragón y Constanza II de Sicilia. Dicen sus biógrafos que la formidable santidad que demostró a lo largo de su vida fue debida en gran parte a la esmerada educación que recibió en los primeros años. Desde su niñez era muy culta y devota; sabía latín y conocía de memoria muchos salmos. Dicen que era dulce y bondadosa y disfrutaba leyendo vidas de santos.
Prometida desde los 10 años con Dionisio I de Portugal, se casa el 24 de junio de 1288. Pasan varios años sin descendencia hasta que nacen sus dos hijos: el infante Alfonso (futuro Alfonso IV de Portugal) y la infanta Constanza de Portugal, desposada después con Fernando IV de Castilla y madre y regente de Alfonso XI de Castilla.
Su esposo era de carácter violento y amante de las mujeres, con las que tuvo varios hijos bastardos. A pesar de que no era muy católico, admiraba y respetaba a su esposa y la dejaba practicar sus devociones de forma libre, sin que por lo general tuvieran problemas en este sentido. Sin embargo, cuentan algunos biógrafos, que ella llevaba un día envueltas en la saya monedas del Tesoro Real para repartirlas entre los pobres. Su esposo, que la espiaba, le preguntó qué llevaba envuelto y ella dijo que rosas y al desplegar la saya cayeron al suelo no otra cosa sino rosas. Hay un cuadro famoso de Zurbarán que representa este momento. Algo parecido se cuenta también de otras santas, como por ejemplo Santa Casilda.
La vida de Isabel en palacio era sencilla y devota. Se levantaba pronto, oraba con los salmos, asistía a misa y luego repartía limosnas y ropas entre los necesitados, ropas que ella misma confeccionaba junto con sus damas. Tuvo una intensa vida espiritual, bajo la dirección del mercedario Fray Serra. Su caridad llegó incluso a educar a algunos de los bastardos de su esposo.
Su hijo Alfonso odiaba a su padre, por sus infidelidades hacia su madre y porque había pretendido que la Santa Sede reconociera como heredero al mayor de sus bastardos, llamado también Alfonso. Tenía un carácter violento y agresivo como su padre. Varias veces se enfrentaron ambos en el campo de batalla. Cuando se enteraba Isabel se dirigía allí, vestida como una campesina y colocándose entre ambos, lograba que se reconciliaran.
En 1325 enviudó de su esposo, al que había cuidado con una dedicación y una paciencia asombrosas hasta el final. Después ingresó en un Convento de Clarisas, que ella misma había fundado y recibe el hábito, pero sin votos, para poder estar pendiente de algún suceso que precisara de su presencia. También había fundado hospitales y escuelas para los niños pobres, pero no habían acabado sus problemas, porque ahora el enfrentamiento era entre su hijo, Alfonso IV de Portugal y su nieto Alfonso XI de Castilla, el hijo de Constanza, logrando una vez más poner paz entre ambos.
Sale de nuevo para hacer una peregrinación a Santiago de Compostela y a su regreso, ya anciana y cansada, fallece el 4 de julio de 1336, a los 65 años, en el Castillo de Estremoz (Portugal). Es sepultada en el Convento de las Clarisas. Años después, al abrir su sepulcro, encontraron su cuerpo incorrupto. Fue beatificada por León X el 15 de abril de 1516 y canonizada por Urbano VIII el 25 de mayo de 1625.
Reflexión desde el contexto actual:
Esta gran mujer nos da un ejemplo de fortaleza y paciencia para resolver todos los conflictos familiares, a los que tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida. Consciente de que la paz social comienza a construirse en el interior de las familias, sabiendo manejar los hilos de forma prudente e inteligente, acertadamente elige cual debe ser el campo de batalla y cuáles son los recursos de que una mujer debe servirse para lograr sus propósitos sin caer en el enfrentamiento violento presidido por la visceralidad, haciendo buen uso de la cordura y la prudencia , sabiendo dónde, cuándo y cómo hacer frente a las desavenencias familiares, que tantas víctimas están causando desgraciadamente en nuestra sociedad.