Un santo para cada día: 30 de diciembre Santa Judit ( La heroína que salvó a Israel)
Hay que confiar en Dios aun cuando pensemos que todo está perdido
Dejando aparte el tema de la historicidad del libro de Judit, vamos a limitarnos a trazar la semblanza de esta famosa heroína y lo que representó para el pueblo de Israel, siguiendo fielmente el relato que este libro nos ofrece. Los hebreos a su regreso del exilio se ven amenazados por Holofernes, general de Nabucodonosor, rey de los asirios. Aquior intentó disuadirle, pero lo que consiguió fue caer en desgracia y ser entregado a los israelitas para que ellos decidieran su suerte. Ya en Bedulia, Aquior informa a los jueces y los jefes de la ciudad de los planes que sobre ellos tiene el general Holofernes, quien si dilación alguna se puso en pie de guerra cubriendo el valle de Bedulia con un número incalculable de tropas que atemorizaron a los israelitas. La primera operación militar fue inspeccionar el terreno, los accesos a la ciudad y los manantiales suministradores de agua. Realizada la inspección comienza el asedio, que consistiría en cortar todos los suministros hasta hacer perecer a sus habitantes a causa del hambre y la sed.
Después de varios días de asedio, las reservas de agua y alimento comenzaron a faltar y los efectos en la población comenzaron a sentirse. Los niños se desmayaban, las mujeres y jóvenes desfallecían, el pueblo acongojado pensaba que todo era un castigo de Dios, por lo que pidieron al sacerdote Ocias que se rindiera y entregara la Ciudad a Holofernes para salvar sus vidas. Ocias les responde que aguanten cinco días más y si en estos días, Dios no se apiada de ellos hará aso que se le pide. Y es en este crítico momento es cuando entra en escena Judit una viuda virtuosa y temerosa de Dios, de aspecto gracioso y muy bella, que reprende a los jueces y al sacerdote Ocias, diciéndoles que a Dios no se le puede poner a prueba y que hay que seguir confiando hasta que sea El quien decida cual habrá de ser el momento de socorrer a su pueblo. Ante la desesperación de todos, ahí está la valiente heroína que trata de darles ánimos y convencerles que Dios habrá de salvar a su pueblo por intervención suya. No les queda otra salida que confiar en lo que ella les dice.
No revela a nadie su estrategia, simplemente les pide que accedan a lo que ella les dice y llegada la noche, le abran las puertas para que pueda salir junto con su doncella. Después de haber orado a Dios y suplicado su ayuda, bajó a sus aposentos, se bañó, se perfumó y ayudada por su doncella se vistió con sus mejores trajes, engalanándose con sus joyas más preciadas. Por todo equipaje llevaba unas alforjas con algunos suministros. Tal como estaba previsto los guardianes abrieron las puertas y vieron como las dos mujeres se ausentaban.
Cuando estaban próximas al campamento enemigo fueron detenidos por los centinelas de Holofernes, que las condujeron hasta su presencia. Éste las acogió con benevolencia y agrado. Judit pidió que se les permitiera quedarse unos días allí, en el campamento y se dieran las órdenes oportunas a sus soldados para que las dejaran salir un rato por las noches para hacer oración. Las palabras de Judit llegan a convencer a Holofernes de que es una aliada de fiar y que le ha de servir de mucha utilidad. La sagaz heroína había conseguido lo más difícil, cual era ganar la confianza del general y a partir de aquí poder avanzar en su estrategia. Ganada la confianza del rey fue considerada como uno de los suyos y se le preparó una tienda donde poder alojarse.
Holofernes que había quedado enamorado, quiso celebrar un banquete entre sus íntimos encargando a su eunuco de convencer a su huésped para que asistiera a la fiesta. Judit recibió la invitación y aceptó encantada. Esplendorosa Judit se presentó al convite y el corazón del general ardía en deseos de seducirla, sintiéndose feliz al lado suyo sin dejar de comer y beber. Cuando el había terminado, todos se fueron a dormir quedando los dos solos en la tienda. Holofernes no se podía tener en pie por los efectos del alcohol, mientras la doncella estaba esperando fuera según su señora la había ordenado. Se acercaba el momento supremo en que Judit iba a poner en práctica su plan. Rogó a Dios para que le diera fuerzas, tomó el alfanje y dirigiéndose al lecho donde yacía tendido el general asirio, sujeto la cabeza por los cabellos y le asestó dos tajos quedando desprendida ésta del cuerpo, envolvió el cuerpo como pudo con la ropa de la cama y dándose prisa salió fuera donde le esperaba la doncella, a quien entregó la cabeza que fue introducida en la alforja, emprendiendo su regreso a Betulia.
Una vez allí todos salieron a recibirla y ella les contó lo sucedido y sacando la cabeza de la alforja para que la vieran les dijo: “Aquí está la cabeza de Holofernes general del ejército asirio”. Todos locos de alegría junto con Ocias no se cansaban de dar gracias a Dios y bendecir a Judit que acababa de salvar a su pueblo. La cabeza de Holofernes fue colocada en la muralla y los asiros, cuando constataron que era la de su jefe, huyeron despavoridos, dejando el campamento con todos sus tesoros y bienes que pasaron a manos de los israelitas. El Sumo Sacerdote Joaquin y los Consejeros residentes en Jerusalén vinieron a felicitar a Judit entonando himnos en su honor: “ Tu eres la Gloria de Jerusalén/ tú la gloria de Israel/ Tú el orgullo de nuestra raza /Has realizado esto con tu mano/ has hecho gran bien a Israel”. Las fiestas continuaron en Jerusalén adorando a Dios y ofreciéndole holocaustos. Pasadas las cuales Judit regresó a Betulia, gozando del favor del pueblo, dio libertad a su doncella y ella permaneció viuda a pesar de que fueron muchos los que quisieron casarse con ella. En Betulia pasaría el resto de su vida hasta acabar sus días a la edad de 105 años.
Reflexión desde el contexto actual:
La finalidad que se desprende del libro de Judit es clara: Hay que confiar en Dios aun cuando pensemos que todo está perdido. Nunca como en esta ocasión tiene sentido la frase, según la cual: “un santo de rodillas tiene más fuerza que un ejército en pie de guerra”. Hay que saber esperar; esperar siempre en el Señor. Si echamos la vista a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que el drama de nuestro mundo descreído, no es tanto la falta de fe cuanto la falta de esperanza.