Un santo para cada día: 9 de julio Santa Verónica Giuliani (Mística capuchina, en su tiempo, tomada por bruja)
En 1727, una apoplejía la postró en el lecho, falleciendo un mes después, el día 9 de julio de 1727, a los 67 años. Había destacado por su intensa vida de oración y contemplación. Fue beatificada por Pio VII el 17 de junio de 1804 y canonizada por Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839. Desde 1978 hay propuestas para nombrarla “Doctora de la Iglesia
| Francisca Abad Martín
Es una de las almas más extraordinarias que han florecido en la Iglesia Católica. Su vocación era el amor que sentía hacia Dios, para poder expiar el desamor de los hombres.
Úrsula Giuliani, que así se llamaba antes de profesar, nació en Mercatello, ciudad del antiguo ducado de Urbino (Italia) el 27 de diciembre de 1660. Su padre, Francisco Giuliani, aficionado a las vanidades y pasatiempos mundanos, abandonó durante largos años las prácticas cristianas. Su hija Úrsula, que lo amaba tiernamente, consiguió con el tiempo que volviera al buen camino.
De niña ya rezaba mucho y era muy devota de los santos, cuyas biografías leía ávidamente y en su deseo de imitarlos, hacía cosas que hoy nos parecerían exageradas e incomprensibles, tales como coger brasas ardientes con las manos, o poner los dedos en una puerta cuando se estaba cerrando. Sabido es que las cosas más extrañas hechas con la buena intención de agradar a Dios son aceptadas por Él con complacencia. Hasta los 10 años no pudo recibir la Primera Comunión. Fue en 1670 en Picacenza y sintió tal ardor en su corazón, que llegó a preguntar a sus hermanas mayores cuánto duraban los “efectos”.
Muy pronto empezó a tener claro que quería consagrarse a Dios y a los 17 años ingresó en el monasterio de monjas Clarisas Capuchinas de Cita di Castello, cambiando su nombre por el de Verónica, debido a la gran devoción que sentía por la Pasión de Cristo. Después de profesar pasó por todos los oficios y cargos del convento.
Por espacio de 22 años fue Maestra de Novicias y después asumió el cargo de Abadesa. Cuando la eligieron para este cargo mandó que en el sillón abacial colocaran una imagen de la Santísima Virgen y puso en sus manos las llaves, la Regla y el Sello del monasterio, rogándole que fuera Ella la única abadesa de la casa. Esa ceremonia la repetía todas las noches. Algo similar hizo la Santa abulense en el Monasterio de la Encarnación, en Ávila.
Hasta aquí no hay nada extraño, parece la biografía de cualquier religiosa, pero lo extraordinario fueron sus éxtasis, visiones y estigmas, que sufrió durante casi toda su vida. Conocemos su maravillosa trayectoria espiritual a través de su autobiografía, una especie de “diario”, que comienza a escribir el día 13 de diciembre de 1693, cuando tenía 33 años, por consejo de su confesor. El diario de Santa Verónica no es más que un recuento inacabado de virtudes, de vencimientos, de martirios y de favores celestiales. Su vida transcurre más en el Cielo que en la tierra. Es tanto el amor que tiene a Dios, que solo quiere sufrir para agradecer su inmenso amor y para expiar los pecados de los hombres.
Se le aparecieron varias veces el Señor y su Santísima Madre y el 5 de abril de 1697, Viernes Santo, siendo maestra de novicias, se imprimieron los estigmas de Cristo en sus manos, pies y costado. Se le llegaron a practicar exorcismos y el obispo la tachó de “bruja”, pero el 3 de junio de 1703 se le devolvió su cargo.
En 1727, una apoplejía la postró en el lecho, falleciendo un mes después, el día 9 de julio de 1727, a los 67 años. Había destacado por su intensa vida de oración y contemplación. Fue beatificada por Pio VII el 17 de junio de 1804 y canonizada por Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839. Desde 1978 hay propuestas para nombrarla “Doctora de la Iglesia”
Reflexión desde el contexto actual:
Resulta extraño y difícil en nuestros días comprender las extremas penitencias y las voluntarias experiencias de dolor, en la vida de algunos santos, porque el hedonismo en que se halla sumergido el hombre de hoy, le impide percibir el fuerte lenguaje de la Teología de la Cruz y no nos deja ver lo que se esconde dentro del corazón. ¿Acaso no nos emociona y nos llena de ternura, que nuestros hijos o nietos pequeños se sacrifiquen y se esfuercen para hacernos un regalo de cumpleaños, aunque el trabajo realizado no sea totalmente de nuestro agrado?