Un santo para cada día: 7 de marzo Santas Perpetua y Felicidad (Fortísimas y intrépidas mártires)
Estas dos mujeres no dudaron en sacrificar su juventud y los goces de un hogar, por permanecer fieles a la Religión y a Jesucristo
| Francisca Abad Martín
Los nombres de estas dos Santas figuraban en el antiguo Canon de la Misa. Fueron martirizadas en el Anfiteatro de Cartago el 17 de marzo del año 203. En tiempos de San Dámaso aparece su fiesta el 7 de marzo. Después se pierde su memoria, que fue restaurada a principios del siglo XX por San Pío X, pero como el 7 de marzo estaba ocupado por la fiesta de Santo Tomás de Aquino, se tuvo que colocar el día 6. Ahora bien, una vez que fue trasladada la fiesta de Santo Tomás al 28 de enero, entonces la de estas Santas vuelven a recuperar su día en el Santoral que en un principio habían tenido.
Para empezar, hemos de decir que, con motivo de unas excavaciones realizadas cerca de Túnez, donde estaba la antigua Cartago, aparecieron los restos de una basílica paleocristiana y allí un epitafio dedicado a estas célebres mártires. De su martirio sí hay testimonio en las actas auténticas, uno de los documentos más realistas y emotivos que se conocen.
Según el edicto del emperador Septimio Severo, promulgado el año 202, que había prohibido toda propaganda cristiana, los seguidores de Cristo debían morir. Al año siguiente en Cartago fueron apresados varios cristianos, entre ellos estaban Perpetua, noble dama de exquisita formación, de 22 años, casada y con un bebé de pocos meses, con ella también apresaron a varios esclavos de su casa, entre ellos a la joven Felicidad (o Felicitas) embarazada de 8 meses. Todos temían que por su estado no pudiera soportar los tormentos del martirio y todos pedían que pudiera dar a luz antes de que llegara ese momento, porque según la ley no se podía matar a una embarazada. Dios escuchó sus ruegos y Felicidad se puso de parto antes de ese día, dando a luz a una niña, de la que se hizo cargo una hermana suya, que también era cristiana, pero estaba en libertad.
A Perpetua la habían separado de su bebé, que aún mamaba y ella temía que pudiera morir de hambre. Por fin, tras algunas gestiones y algunos sobornos consiguió que le trajeran al niño para poder seguir amamantándolo. Después, cuando ella murió, lo criaron otros familiares.
Gracias a una especie de diario que Perpetua iba escribiendo cada día, hemos podido conocer todos los pormenores de su prisión y de su martirio, así como los intentos de su padre, que no era cristiano, para disuadirla de su obstinación, valiéndose de toda suerte de artimañas. Ella misma nos lo cuenta en su diario íntimo. “Hija mía, ten compasión de mis canas; ten compasión de tu padre, si es que merezco de ti el nombre de padre. Y, pues, he hecho con el trabajo de estas manos que llegases hasta la flor de la edad, e incluso te he mejorado sobre todos tus hermanos, no seas al fin mi baldón a los ojos de los hombres. Mira a tu madre, mira a tus hermanos, mira a tu madre y a tu tía materna, mira a tu hijito que no podrá sobrevivir a tu muerte” Pero estas enternecedoras palabras en manera alguna la hicieron cambiar su decisión y Perpetua se mantuvo fiel a Cristo hasta el final.
Lo ocurrido el día del sacrificio, se lo debemos a un autor anónimo que lo refiere así: “Como en viaje al cielo, alegres, con los rostros bañados de satisfacción. Perpetua marcha llena de majestad, como matrona de Cristo, resplandeciente el semblante. Cerca Felicitas, jubilosa por haber dado ya a luz”.
Los demás cristianos habrían de morir despedazados por las garras y los dientes de las fieras, pero a Perpetua y a Felicidad las envolvieron en unas redes y las expusieron a las embestidas de una vaca. Ellas se abrazaron y se dieron el beso de la paz. Al final el verdugo tuvo que decapitarlas. Las actas de su martirio son uno de los documentos más hermosos de la antigüedad cristiana. San Agustín afirma que el relato de su martirio se leía frecuentemente en las Iglesias y reuniones cristianas. Sus vidas fueron objeto incluso de dos novelas.
Reflexión desde el contexto actual:
Estas dos mujeres no dudaron en sacrificar su juventud y los goces de un hogar, por permanecer fieles a la Religión y a Jesucristo. Tal como dijera Tertuliano contemporáneo suyo “Estos maravillosos ejemplos sirven para la edificación de la iglesia”; pero los tiempos parecen haber cambiado mucho y los cristianos de hoy somos poco exigentes con nosotros mismos y con nuestros deberes más sagrados, se nos ha ido pegando el polvo del camino y apenas nos distinguimos de los demás. ¿Estaríamos dispuestos a soportar por Cristo un martirio, aunque fuera incruento? .