Un santo para cada día: 20 de diciembre Santo Domingo de Silos (Restaurador de uno de los más bellos monasterios románicos)
Monje benedictino, restaurador del monasterio de Silos según los cánones del arte románico. Amante de la paz y de la concordia, pero capaz de enfrentarse al poder real cuando se trataba de defender los derechos de la Iglesia
| Francisca Abad Martín
Monje benedictino, restaurador del monasterio de Silos según los cánones del arte románico. Amante de la paz y de la concordia, pero capaz de enfrentarse al poder real cuando se trataba de defender los derechos de la Iglesia.
Conocemos su vida a través de lo narrado por un monje contemporáneo llamado Grimaldo y también por el hermoso poema de Gonzalo de Berceo. Nació a comienzos del segundo milenio (probablemente en el año 1000) en un pueblo de la Rioja llamado Cañas, próximo a Nájera, que entonces pertenecía al reino de Navarra. Sus padres se llamaban Juan Manso y Toda. En su infancia pastoreó los ganados de la familia y cuentan que muchas veces repartía entre los niños más pobres la merienda que su madre le ponía en el morral.
Como era de temperamento apacible y mostraba inclinación al estudio, le quitaron del pastoreo y le pusieron a estudiar. Fueron tales sus progresos, que pronto le ordenó sacerdote el obispo, pero él se veía indigno de tal honor y al cabo de un año y medio decidió retirarse a un lugar solitario para después de un tiempo incorporarse al monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla. Poco después, el abad de San Millán de la Cogolla le encomendaría la reconstrucción de un pequeño monasterio, el priorato de Santa María, que estaba próximo a su pueblo natal de Cañas.
Después de dos años, una vez terminada la reconstrucción, llamaron al obispo para que bendijera la restauración y consagrara la iglesia, lo que fue motivo de una celebración. Entre los que preparaban las viandas para obsequiar al obispo, había dos mujeres, una más joven y otra mayor. Eran la madre y la hermana de Domingo. El obispo debió pensar que había de por medio una historia un poco oscura y se marchó sin atenerse a razones. Fue preciso que mediara un milagro que le revelara la verdad y regresó a pedir perdón por haber tenido un mal pensamiento.
Domingo regresó a San Millán y el abad le nombró prior. Un día se presentó el rey don García de Navarra, dispuesto a llevarse los tesoros de la iglesia. Nadie se atrevía a enfrentarse a él y entonces lo hizo Domingo, parándole los pies. Este monarca era de los que no soportaba que nadie le humillara públicamente, por lo que Domingo fue desterrado a Castilla, donde reinaba don Fernando, quien en 1042 le encomendó la restauración del monasterio de Silos, que amenazaba ruina. Como restaurador su obra fue grandiosa y gigantesca. El románico adquiere toda su plenitud y todo su esplendor, creando en su claustro una de las obras más insignes de la cristiandad. A los 10 años había cambiado de nombre y el monasterio en lugar de llamarse de San Sebastián de Silos, pasó a llamarse de Santo Domingo de Silos, como ahora lo conocemos.
Fueron muchos los milagros que Dios obró por mediación del abad de Silos, conversiones y curaciones portentosas. Cumplida su misión en este mundo falleció el 20 de diciembre de 1073 y fue enterrado en el claustro. Su sepulcro se convirtió pronto en lugar de peregrinación. Entre los peregrinos famosos podemos citar a la madre de Santo Domingo de Guzmán, la beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo de Guzmán, quien puso el nombre a su hijo en honor al abad de Silos.
Reflexión desde el contexto actual:
Domingo de Silos pasa por ser un personaje emblemático de la Edad Media, cuyo memorial histórico ha llegado hasta nuestros días íntimamente ligada al majestuoso monasterio románico, hecho con bloques graníticos amasados con tesón y con plegarias y que llegó a ser modelo ejemplar de las abadías de su tiempo. En esas torres que apuntan al cielo y en esos claustros donde se respira silencio y recogimiento podemos encontrar el espíritu de Domingo, que nos habla a través de los siglos. Sobre la maravilla artística tallada en piedra se ha escrito mucho, falta por desentrañar todavía los secretos del alma encerrada en estos muros, donde trabajaron insignes copistas y miniaturistas y donde durante siglos se han ido fraguando los ideales místicos del que fuera su primer abad.