Un santo para cada día: 6 de agosto Los santos Justo y Pastor ( Dos chiquillos patronos de Alcalá de Henares)
| Francisca Abad Martin
“Dejad que los niños vengan a mí y no les estorbéis, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 13-15)
Bien se les podría aplicar a estos dos hermanos de Alcalá de Henares, las palabras de Jesús. Eran tiempos difíciles. Después de 40 años de una relativa paz para los cristianos, se había levantado la “veda” contra ellos. Diocleciano, que en un principio se mostró relativamente “tolerante” con el cristianismo, cambió su actitud, debido seguramente a la influencia de aquellos que compartían con él el gobierno de su inmenso imperio, sus hombres de confianza se mostraron intolerantes con los cristianos, por lo que se vio presionado a firmar el terrible decreto. El edicto de la persecución resonó por calles y plazas. ¡Cuántos cristianos fueron torturados y vilmente asesinados en ese tiempo!...
Pero no de todas las víctimas hay constancia, unos porque no eran personas relevantes, otros porque las actas de su martirio desaparecieron, casual o intencionadamente. Así pasa con la historia de estos dos hermanitos, Justo y Pastor, de los que apenas tenemos noticia hasta el siglo IV. Disponemos lo que nos ha trasmitido el poeta Prudencio, quien recoge la tradición oral que ya existía desde su martirio, que debió ocurrir hacia el año 304. También Eusebio de Cesarea, que falleció en el 339, en su “historia de la Iglesia” habla de las terribles persecuciones de Diocleciano y dirige su atención hacia muchos de estos mártires.
Las actas del martirio tampoco son auténticas, pues trasmitidas de forma oral, fueron redactadas en época visigoda. Según estas actas, los dos hermanitos, Justo y Pastor, que debían tener unos 9 y 7 años, respectivamente, tal como se desprende de un himno litúrgico que reza así: “Justo apenas contaba siete años; Pastor había cumplido los nueve”. Vivían en la ciudad de Complutum, la actual Alcalá de Henares. El comisario imperial, el prefecto Daciano, hombre cruel, responsable ya de haber dado muerte a otros mártires conocidos, como Vicente el diácono zaragozano, Engracia de Zaragoza, Eulalia de Mérida, Emeterio y Celedonio en Calahorra y otros muchos, había llegado a Complutum y con él traía el edicto del emperador.
Probablemente irían camino de la Escuela, cuando oyeron al pregonero y con la intrepidez y la valentía que da a veces la ingenuidad infantil, irían directos, como todos los mártires, a recriminarle su conducta y claro, ya se sabe, quien se muestra disconforme con las decisiones del que manda acaba pagándolo. Hace falta ser cruel y sanguinario para ensañarse con unos niños de tan corta edad, pero la gracia y la fuerza de Dios, que no entiende de edades, ni de clases sociales, ni de razas, les sostuvo y les concedió el valor que necesitaban y que ellos entre sí mutuamente se trasmitían tal como recogen las actas del martirio. Y claro, pasó lo que tenía que pasar, la espada del verdugo segó esas tiernas cabecitas dando lugar a una tétrica escena, que seguramente acompañaría al tirano durante toda su vida.
La tradición de Alcalá ha transmitido la noticia de que fueron ejecutados fuera de la ciudad, cosa muy verosímil, pues lo natural es que el tirano tuviera miedo de las iras del pueblo y procurara que el crimen pasara inadvertido. El hallazgo de los cuerpos es atribuido al obispo Asturio, quien iluminado por Dios, habría dado con el lugar de su primitiva sepultura y él mandó edificar la primera basílica en honor de los mártires. A este obispo, venerado como santo, se le atribuye la Misa y el Oficio de los dos niños mártires. Asturio ya no volvió a su diócesis, sino que allí se quedó y allí quiso ser enterrado. Con ello consiguió que Alcalá de Henares se convirtiera en diócesis, de la que él mismo sería el primer obispo. Como es natural para esta ciudad tener como patronos a estos dos santos es considerado como un gran honor. En uno de sus poemas, Prudencio se refiere a ellos con estas palabras: “Siempre será una gloria para Alcalá el llevar en su regazo la sangre de Justo con la de Pastor, dos sepulcros iguales donde se contiene el don de ambos: sus preciosos miembros.”
Reflexión desde el contexto actual: La inocencia de los niños está ahí para lavar la iniquidad y perversión de los mayores. Son ellos los que nos regalan la alegría más pura del presente y la esperanza más sólida del futuro. ¿Habrá algún crimen tan siniestro sobre la tierra que no pueda ser borrado por la sangre pura e inmaculada de estos niños que voluntariamente se inmolaron? Ante los héroes y los mártires todos los hombres y mujeres sean de la condición que sean sentimos una admiración incontenible, pero si la gesta heroica tiene como protagonistas a unos valerosos infantes entonces más que de admiración habría que hablar de estupefacción.