Un santo para cada día: 18 de junio Sta. Isabel de Schönau (Mística que supo lo que es vivir una intensa noche oscura del alma)
En todas las épocas de la historia han existido esas mujeres recias, con temperamento, seguras de sí mismas, ejemplo de entereza y uno de estos ejemplos lo encontramos en Isabel de Schönau que nos hace recordar a Hildegarda, ambas visionarias, ambas escritoras. Mujeres enérgicas que parecían enviadas por Dios para fustigar los vicios y corrupciones de su tiempo. La vida de Isabel fue una vida de luchas contantes y de turbulencias que la pusieron al borde de la desesperación, una larga noche oscura del alma que duró hasta poco antes de morir, en que se sintió abandonada de Dios, pero ella era mujer fuerte que con la gracia de Dios pudo salir victoriosa de una situación interior angustiosa.
Vino al mundo en el año 1129 procedente de una familia relevante apellidada Hartwig, afincada en la diócesis de Tréveris, en Alemania. Su educación tiene lugar en el monasterio mixto de Schönau (Bonn), para profesar como benedictina a la edad de 18 años. Allí permanecería, sin moverse, entregada a una vida de oración y penitencia, volcada por entero en el ministerio monacal. De complexión más bien frágil castigaba su cuerpo hasta el extremo de poner en peligro su salud, por lo que su amiga Hildegarda en una de sus cartas, la recomienda prudencia. En el periodo que va del 1147 al 1152 Isabel atraviesa un periodo crítico acosada por enfermedades, ansiedades, depresiones y a partir de aquí comienza a tener visiones sobrenaturales y experimentar vivencias místicas, que solían coincidir con la celebración de algún acto litúrgico, tal como ella misma nos relata, cumpliendo así el mandato del abad Hildelin, sin que faltara la colaboración en esta misión de un hermano suyo sacerdote llamado Egbert.
Así fue como surgieron los libros de “Visiones” que se le atribuyen. El primero de todos se titula “Los caminos de Dios “. En él se vierten exhortaciones y advertencias a los clérigos y a los laicos, amenazas también, contra los sacerdotes y monjes indignos, contra los obispos y superiores que no cumplen con su sagrado deber. Es un libro que según los estudiosos del tema está inspirado en el libro de su amiga y confidente Hildegarda titulado “Scivias”. A modo de ejemplo traemos aquí un párrafo suyo que nos muestra el rigor a la hora de recriminar a clérigos y monjes “Ay de vosotros, hipócritas, que escondéis el oro y la plata, esto es la palabra de Dios, más preciosa que todas las riquezas del mundo, a fin de aparecer religiosos e inocentes delante de los hombres y estáis en vuestro interior llenos de engaño e inmundicia. Y osáis entrar en el Santo de los Santos para comunicar con Dios en sus altares”. También ella temblaba porque se consideraba indigna. Sus obras se encuentran en el volumen 195.º de la Patrologia Latina, a la espera de que sean analizadas y estudiadas convenientemente, para poder emitir un juicio certero y bien fundado sobre todo cuanto en ellas se nos dice, pues existen opiniones diversas sobre la genuinidad de las mismas.
Isabel no solamente se dedicó a meditar y a escribir; los últimos años de su vida tuvo que emplearse a fondo en una misión embarazosa y de gran responsabilidad, como fue la de dirigir la abadía de Schönau. En el año 1157 se convirtió en abadesa de las monjas bajo la supervisión del abad Hildelin. Cargo nada fácil de llevar a cabo en una Comunidad integrada por hombres y mujeres. Conociendo la estricta observancia y lo rigurosa que era para sí misma en la vida monacal, algo debieron de ver las hermana en esta mujer que la buscaron para desempeñar este puesto y es que sin duda Isabel poseía un buen juicio y estaba dotada de cualidades de mando. Siete años estuvo ostentando este cargo, hasta que después de haber servido a la Comunidad y haber encontrado en el último tramo de su vida el reposo necesario para su atormentado espíritu, moría Isabel un 18 de junio de 1164 a los treinta y ocho años de edad.
Reflexión desde el contexto actual:
Isabel fue, sin duda una mujer temerosa de Dios y de su justicia, pero para animarnos a nosotros también, nos dejó esta consoladora visión. Un día pudo observar cómo en un plato de la balanza se ponía el libro donde estaban escritas las obras buenas y en el otro las obras malas, ella se turbó al ver que éstas pesaban más, pero el ángel bueno tomó una hostia y la puso en el platillo de las obras buenas y al punto la balanza se inclinó del otro lado de modo irresistible. Siempre nos quedará el consuelo de que Dios es como un padre que sabe perdonar como nadie y como nadie conoce el barro de que estamos hechos.