Un santo para cada día: 2 de agosto Sta. Juana de Aza (Madre de Sto. Domingo de Guzmán)
Desde hace mucho tiempo que en la ribera del Duero se venía hablando de una mujer, ilustre por su cuna, querida por sus limosnas, admirada por su piedad, rica en virtudes, honesta, compasiva y prudente, a la que todo el mundo desde mediados del siglo XII veneraba en la ermita de Uclés como una santa y de ella se acordaban las gentes de la comarca cuando la sequía agostaba los campos, los insectos ponían en peligro las cosechas y las plantaciones o cuando cualquier otra desgracia venía a visitarles y lo hacían porque sabían que ella siempre estaba dispuesta para socorrer a sus paisanos.
Descendiente era aquella mujer de una generación de cristianos viejos fundadores de pueblos, que a base de tesón y esfuerzo lograron convertir los páramos y territorios agrestes en lugares habitables para sus moradores. Los señores de la villa de Aza, García Garcés y Sancha Bermúdez de Trastámara fueron sus padres. El Castillo de Aza donde naciera Juana Garcés hacia el año 1140, se levantaba erguido en un paraje recio cerca de Aranda de Duero (Burgos), convertido en una reliquia hecha piedra de esos antepasados, a los que sus agradecidos sucesores rendían memoria. En este Castillo, morada de nobles castellanos, pasaría sus días de infancia esta niñita alegre, dócil, tierna, juguetona y aquí se forjaría también la joven soñadora, pensando en tener hijos y formar una familia cristiana.
De Aza salió Juana Garcés con veinte años para casarse con D. Felix, descendiente de la familia noble de los Guzmán y pasar a compartir con su esposo el Señorío de Caleruega, de quien Dante habla en estos términos: “¡Feliz Calaruega! En ella se escuchaba el suave murmullo de la brisa entre las flores nuevas del jardín de Europa. A lo lejos, las olas rompían sobre la playa y, más allá, el sol naufragaba cada atardecer”. En Caleruega habrá de vivir el matrimonio y allí habrán de nacer tres vástagos del seno de esta “Mater admirabilis et bonorum memoria digna”. Antonio, Manes y Domingo, que sería el benjamín.
Durante el tiempo que duró la gestación de su último hijo, la joven madre tuvo oscuras premoniciones, que no acababa de entender y que la tenían preocupada. Un día según su biógrafo nos cuenta, tuvo un sueño en el que pudo ver dentro de su vientre a un cachorro con una tea en la boca, que al salir fuera de sus entrañas incendiaba al mundo con un fuego purificador. Turbada y perpleja decidió visitar al santo de su devoción, Santo Domingo de Silos, allí fue al convento que lleva su nombre y que dista de Caleruega unas 5 leguas. Una vez dentro implora al santo de su devoción, quien después de muchos ruegos hace saber a Juana que ese hijo que espera será felizmente alumbrado y será un ejemplo de santidad, ella en agradecimiento por el consuelo recibido le encomienda bajo su protección y promete que ha de llevar su mismo nombre.
Reconfortada Juana, llega a su casa a la espera de que se produjera el alumbramiento de su tercer hijo. Todo iba a suceder con normalidad, hasta el día del bautismo en que sobre la frente del bautizando apareció una estrella como señal de que este niño estaba predestinado a ser una luz que sacaría a los hombres de las tinieblas; se volvía a repetir el mismo mensaje del cachorro con una tea incendiando al mundo. No volvió a haber ningún otro acontecimiento extraordinario más que reseñar, solo que el pequeño Domingo pasó a ser objeto de predilección para una madre profundamente preocupada por su educación cristiana No fue mucho el tiempo que Domingo permaneció en casa, pero sí el suficiente para que la palabra y sobre todo el ejemplo de una madre tan santa como ella, dejara una huella profunda en quien con el tiempo habría de ser uno de los grandes fundadores y reformadores que ha dado la Iglesia.
Juana Garcés ha pasado a la historia, no solo por ser la madre de Sto. Domingo de Guzmán, sino también porque fue un ejemplo vivo de caridad cristiana. La señora de Caleruega fue compasiva con todos los que se acercaron a su puerta, con el enfermo y el anciano que no tenían fuerzas ya para trabajar la tierra, con el artesano que le faltaba trabajo, ayudaba al huérfano y a las viudas desamparadas, a los transeúntes y peregrinos, siempre tenía algo que dar a todos como remedio a su necesidad y lo supo hacer con humildad y cariño.
Probablemente acabaría sus días en Caleruega hacia el 1204, siendo enterrada en un sepulcro en esta misma localidad, donde se puede leer “Esta capilla se construyó para la sepultura de Santa Juana, madre de Santo Domingo”, siendo en Peñafiel donde actualmente se encuentran sus restos.
Reflexión desde el contexto actual:
Juana de Aza fue una mujer íntegra y cabal, fiel a su vocación; llegó a ser un modelo de madre, de esposa y de ama de casa. Se sintió realizada como persona y no necesitó más de lo que tuvo para llegar a ser lo que en realidad fue. Esta mujer fuerte, dueña de sí misma y poseída por la libertad y belleza interior de los hijos de Dios, viene a decirnos hoy que para ser persona en el sentido profundo de la palabra basta con ser fiel a sí mismo y quiso serlo en la forma y manera que ella entendió la identidad femenina y por tal se hizo acreedora de estas sublimes palabras que aparecen en los Proverbios: “Una mujer fuerte ¿quién la encontrará? Vale mucho más que las perlas. En ella confía el corazón de su marido y no le faltará ganancia. Le procurará bien y no mal todos los días de su vida”.