Jesús es nuestro Camino de la alegría pascual.
Domingo Tercero de Pascua. Año C. 10.04.2016.
(Juan 21, 1-19).
Tal vez, nos encontramos, en la más bella estación de nuestra vía de la alegría pascual.
"Después nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se manifestó como sigue: Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Contestaron: "Vamos también nosotros contigo". Pero aquella noche no pescaron nada".
En esas circunstancias de la vida de los discípulos:
"Al amanecer Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Él".
Cristo se les aparece, va a su encuentro y se hace presente, vivo y resucitado.
A los discípulos les sucede lo mismo que a nosotros, hoy día, con respecto a nuestra relación con Cristo vivo. Se trata de lo mismo: la cercanía de Jesús, su encuentro con nuestros problemas y soledades, y nuestra incapacidad de reconocerlo presente en nuestra vida de todos los días.
Jesús se encontró con sus discípulos en todos los momentos y lugares en los que se creían solos, abandonados, perdidos, y Jesús, como siempre, como un gran Maestro, los va conduciendo hacia la fe, la esperanza y el amor; hacia la confianza, convenciéndolos, con paciencia, de su presencia y despertando en ellos la alegría de su Resurrección. Él no estaba muerto; Él estaba vivo y los acompañaba en su caminar, en su gozo y esperanza, en sus lágrimas y angustias... porque el gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias... de ellos, eran también de Jesús. (Gaudiun et Spes).
"Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo de comer? Le contestaron: "Nada".
Esta es la misma respuesta nuestra en circunstancias problemáticas de nuestras vidas. Así, Jesús, también nos encuentra a nosotros, en nuestros desencantos, desánimos y sentimientos. Así, encontró llorando a Magdalena, como a muchos, en sus fracasos y en días sin esperanzas.
Jesús encuentra a sus discípulos en: ¡Una noche entera sin pescar nada!
¡Una noche entera sin pescar nada!
Y nosotros, muchas veces: ¡Una vida sin hacer nada! Una vida sin logros; muchas veces sin rumbo; negativa porque no hemos "pescado" nada.
¡Cuánto necesitamos de la fe y de la certeza de que no estamos solos! En cuanto hay un dolor, una soledad nuestra, allí se hace presente Cristo. Él viene a nuestro auxilio; se apresura a socorrernos. ¡No estamos solos! ¡Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros!.
Una noche entera, y los discípulos, pescadores, sin pescar nada.
"Jesús les dijo: "Echen la red a la derecha y encontrarán pesca". Echaron la red , y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces.
Entonces, el discípulo a quien amaba Jesús dijo:"¡Es el Señor!"
Tenemos que fijarnos que ni siquiera la voz del Señor y su orden de "echar la red", ni siquiera la pesca milagrosa producida, gracias a Jesús, lograron despertar de su falta de confianza a los apóstoles, que estaban tan ocupados con sus asuntos: la red y su trabajo de pescadores frustrados.
Solamente Juan, el amigo de Jesús, el que tenía más experiencia y más espiritualidad de Cristo, sintió en su interior la misma emoción que tenía de amistad con Jesús antes de su muerte. Sintió que Jesús estaba vivo y que todo recomenzaba como antes. Y esta experiencia de vida interior le aseguraba que se trataba de una presencia y de una compañía de Jesús hacia ellos; por eso, gritó a Pedro: "¡Es el Señor!". No le cabía ninguna duda: ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser nadie más que Él!
También, para nosotros, en medio de todos nuestros afanes diarios; en medio de desafíos y problemas de nuestras vidas de hoy, necesitamos de un hombre de Dios, de un amigo, de un consejero, que nos acompañe en nuestro caminar cristiano. Lo necesitamos, especialmente en nuestros momentos sombríos, llenos de dificultades, en nuestros momentos de falta de fe, esperanza y amor. En nuestra vida de hoy, tan impersonal y de tanto individualismo, necesitamos el calor de un amigo: hombre o mujer de Dios, que nos acompañe, nos anime y, sobre todo, nos muestre a Jesús: "¡Es el Señor!"
Antes se hablaba de tener un Director Espiritual. Ahora, se habla más bien, de alguien que nos acompañe en el seguimiento de Cristo. Se habla de un hombre: varón o mujer de Dios. No se trata de alguien que sólo haga muchas cosas por Dios, ni de alguien que sólo hable mucho de Dios. No. Se trata de alguien que se ha entregado como propiedad y pertenencia de Dios. ¡Qué falta nos hacen los verdaderos hombres de Dios! (Cuando digo "hombre", lo digo como en el Génesis: "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y los creó varón y mujer". Hombre: igual: varón y mujer).
"Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan."
Era Jesús quien lo había preparado, esperándolos con amor y servicio.
"Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar."
"Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena... y a pesar de que hubiera tantos (153), no se rompió la red".
¡Cristo ha resucitado! ¡Ha hecho la pesca milagrosa! ¡Les ha preparado la comida!
Los apóstoles habían trabajado toda la noche sin pescar nada; por la mañana, cansados y ciertamente hambrientos, se encuentran con el que vive; Él ha sido muy humano, humilde y servicial; se encuentran con el que les había dicho: "estoy en medio de vosotros como uno que sirve... no he venido a ser servido sino que he venido a servir".
Y Jesús, lo que dice lo hace. No es un demagogo que habla y promete muchas cosas, para después, no hacer nada ni cumplir sus promesas. Jesús los esperaba con un desayuno preparado por Él. Es su servicio de amor. Jesús actúa con consecuencia. Cumple con lo que ha dicho. Es una persona de palabra y de honor.
Esto lo digo aquí, porque ya en Chile están, mucho antes de elecciones, políticos autoproclamándose como candidatos presidenciales, prometiendo muchas cosas para conquistar los votos de la ciudadanía. Promesas, que hasta hoy, poco o nada se cumplen. En la última elección, hubo un 70% de abstención. El pueblo no está votando o sufragando. La gente le ha mandado un recado a la clase política. Ya no les cree. Se sienten traicionados por los políticos. Les están diciendo: ¡Basta, no más mentiras! Pido y exijo que se escuche el clamor de un pueblo que demanda. "Ese clamor pudo haber sido leve al comienzo. Se ha tornado fuerte e impetuoso. Y ahora amenazante." (Medellín y Puebla).
Creo que siempre será así, mientras no haya voluntad de pasar de la ilegitimidad institucional a una legitimidad avalada por una Nueva Constitución.
Sigamos con el camino de la alegría de Jesús Resucitado.
La aparición de Cristo a su apóstoles en la orilla de la playa, con una comida preparada con amor, humildad y servicio, es también, para nosotros un motivo y un camino para mostrar a los hombres de nuestro tiempo, la presencia viva de Jesús resucitado.
La prueba más clara que podemos dar de Cristo resucitado, a nuestros hermanos, es demostrando su mucho amor y servicio humilde, preparando, nosotros y cada uno, una buena comida a nuestra gente: cociendo y fraccionando el pan, y esto no tiene un sólo sentido literal, sino un profundo sentido de fraternidad y de justicia; de verdad y de vida. Significa salir de los signos de muerte que hay, pasando a signos de vida, resurrección y liberación.
También, entonces, Cristo se dio a conocer en la fracción del pan. Pero esta vez, ¡no sólo lo ha partido, sino que hasta lo ha cocido! ¡El Dios hecho Hombre les ha preparado el desayuno a estos hambrientos pescadores!
En mis trabajos pastorales con los pobres, con cuánto amor y servicio, he sido convidado a alimentarme, ya sea a desayunar, a almorzar o a tomar un tecito, compartiendo con los pobres, el alimento preparado por ellos mismos; me he sentado a su mesa, y he tenido imborrables convivencias con ellos. Ellos han sido, para mí, un testimonio de vida, han sido Cristo compartiendo su vida y vida en abundancia. ¡Es un testimonio de que Cristo está vivo en ellos!
¡Atención, todos los que se ponen a cocinar! ¡Atención, todos los que realizan trabajos y tareas que consideran profanas! Esas mismas obras y acciones son santificadas por el amor con que las realizan por los demás; esas obras y acciones son de Jesús. "Donde hay amor, Jesús, ahí está".
Yo no veo nada de profano y material en todo eso. Ahí se está viviendo una vida de amor y de entrega. Ahí se está al servicio uno del otro. Y en un hogar lleno de este amor, a la manera de Jesús, ahí está Cristo resucitado en medio de ese hogar, como uno que sirve. Todo es una excelente aparición y presencia del Cristo vivo, que se aproxima nuevamente como el Buen Samaritano. Y lo hace a través del amor y servicio fraterno.
Para amar hay que aproximarse. Para amar a los que hemos hecho cercanos, nuestro prójimo, se necesita nada menos que un milagro, un sacramento, una gracia. Nosotros tenemos que hacernos alimentar por Cristo, para que podamos ir a darle a nuestros hermanos; para que los demás puedan venir a comer nuestro "pan", el pan de nuestro corazón, ese pan fraccionado, que se parte con el amor de Cristo en nosotros.
Dios se revela a los demás por medio del amor que ellos reciben de los hermanos, y a través de nosotros, cuando nos hacemos sus hermanos. El que vive una vida de amor, no puede quejarse de que no conoce a Dios. "Donde hay amor, Dios ahí está".
"Entonces Jesús les dijo: "Vengan a desayunar". Ninguno de los apóstoles se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor".
Los apóstoles están asombrados y paralizados por la emoción, y también con cierta incertidumbre, pero ninguno se atrevía a preguntarle quién era. En el fondo, ellos sabían que era el Señor, que tenía que ser Él, que no podía ser nadie más que Él. Están convencidos de que es Jesús, independientemente de lo que están viendo, o mejor dicho de lo que no están viendo, porque Jesús Resucitado ya no era igual como antes lo habían conocido.
Yo creo, que a pesar de esa convicción interior, sus sentidos temen ser engañados. Sus ojos ven a alguien, que visualmente no se parece al Jesús de antes. Su interior, al revés, tiene un convencimiento total de que es Cristo mismo. Creo, que los apóstoles, en ese instante, desearían una confirmación, una palabra del mismo Jesús: ¡Sí, soy yo!
A los sentidos les gustaría oír y tocar, como Tomás, para poder convertirse, también ellos, a los pies de esta radiante y vital presencia de su amado Señor.
Pero el alma segura y llena de vida interior, y en la posesión de la certeza, les dice que no necesitan de ninguna palabra de confirmación de parte de Jesús.
Si hubiesen exigido que Dios cambiase, no hubieran tenido nunca que creer con un gran acto de fe.
Nosotros, a veces, queremos exigir ver y tocar a Jesús. Se trata de una búsqueda de solos sentidos. No se trata de eso. Ése no es el camino. Más bien, se trata de un cambio de actitud nuestra. Tenemos, con fe, humildad y pobreza de corazón, aceptar nosotros de ver a Jesús, tal como Él quiere manifestarse hoy y cada día de nuestras vidas. Se necesita aceptar el silencio de amor nuestro y aceptar a Dios en su silencio de amor. Esto del silencio de amor lo tocaremos en otra oportunidad, tal vez, cuando hablemos más de la oración.
Hoy día, caer en la tentación de la duda acerca de la presencia viva del resucitado, es como estar exigiéndole que nos presente su carnet de identidad. Sería exigir milagro osadamente. No olvidemos: "Bienaventurados los que sin ver creen".
Cada uno de nosotros, debe tener, para Jesús y su manifestación de hoy resucitado, el mismo respeto y amor, y sobre todo fe, como uno la tiene con su vecino. Cada uno está tan cerca de Dios como lo está de su vecino. Porque Jesús es tu vecino, y es Él a quien le das de comer en tu hermano y próximo.
Esto es una realidad. La podremos verificar en Juicio Final:
"Estuve con hambre... con sed... sin vivienda... sin abrigo... enfermo... en la cárcel... y tú actuaste conmigo, en todas esas situaciones, con un gran amor y servicio liberador. Por eso, ven a gozar del Reino que te tengo preparado. ¿Cuando, Señor, estuviste y te encontraste en esa situaciones? Cuando lo hiciste con el más pequeño (pobre) de mi hermanos, conmigo lo hiciste".
Porque amaste, porque te fraccionaste en amor compartido, en amor de pan de vida con mis hermanos, conmigo lo hiciste, nos dirá Jesús, en el encuentro de vida eterna.
Entonces, muy queridos amigos, Jesús resucitado, se manifiesta en el amor comprometido, hoy día, en los tiempos que vivimos: en el compromiso de amor, especialmente con los más pobres.
¿Estoy dispuesto a comenzar a amar como Cristo? ¿Hoy, a la manera de Cristo, puedo prender fuego y cocinar el alimento de vida para mis hermanos?
Como siempre, esta aparición y esta comida-desayuno termina con una misión.
"Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le preguntó por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro volvió a contestar: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Cuida mis ovejas".
Insistió Jesús por tercera vez: "Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero". Entonces Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Si me amas, pues bien, ocúpate de los otros. ¡Vete a mis hermanos! ¡Empieza a ser otro yo! Yo quiero ser en ti más amante que amado: "Yo no he venido a ser servido, sino a servir".
No a ser amado, sino a amar. Por eso déjame penetrar en ti, unirme a ti, para que pueda hacer en ti lo que sé hacer: amar a los demás. ¡Empieza a ser otro yo: ama y sirve! ¡Porque Yo soy el Amor!
Jesús resucitado entrega a los cristianos, en la persona de Pedro, la exigencia y el don del apostolado y de la misión.
Porque la misión, el apostolado, la evangelización, comunicar a los hombres esta Buena Nueva de Cristo resucitado, que nos ha liberado, es una gracia, un don de Jesús que nos llama, nos encuentra y nos envía.
Una llamada, un encuentro con Cristo, un envío. Esto es lo que sucede entre Cristo resucitado y Pedro, en el diálogo final de su aparición en el lago de Tiberíades.
Pedro recibe sobre sus hombros la responsabilidad de la Iglesia. Es el primer Papa. Pedro queda convertido en servidor de los miembros de Cristo. ¡Siervo de los siervos de Dios! Tendrá que ser el primero en reconocerlo en el más pequeño y en el más pobre de los suyos.
El nuevo Papa Francisco I, entendiendo bien el envío, la misión, el servicio, la evangelización y el apostolado, nos ha despertado la esperanza con sus gestos, con sus actitudes, con su humildad y actitud de servicio y amor a los demás. Él, especialmente ha dicho: "Quiero una Iglesia pobre y para los pobres".
Yo lo apoyo y me comprometo a ayudarlo en la misión de Iglesia, que en su persona, Jesús nos ha entregado a los miembros de su Cuerpo: Iglesia y Pueblo de Dios.
Algunos, pareciera, que en una campaña concertada, lo han tratado de desprestigiar, con algunos supuestos problemas, tenidos por él, en el pasado de dictadura argentina.
Al respecto, suponiendo que eso fuera cierto, no podemos pensar que el pasado es permanente y perpetuo. Sabemos, por experiencia, que todos y cada uno de nosotros, ha tenido la posibilidad de la conversión y el perdón salvador de Cristo. Es la experiencia de Pedro en esta estación del camino de la alegría. No se puede uno quedar sólo en el camino de cruz y muerte. Hay que "pasar" de muerte a vida. Este camino de la alegría, de la resurrección y de la victoria que vence al pecado y la muerte, es lo que estamos y debemos celebrar para que nuestra fe sea completa.
Para comprender mejor todo, sigamos contemplando a Jesús en su encuentro con Pedro. Nos damos cuenta, que Pedro, precisamente por su pecado: había negado nada más y nada menos, que al mismo Jesús.
Pedro no estaba en buena forma para comprometerse una vez más, y esta vez decisivamente, con la llamada de Jesús a seguirlo como evangelizador. Ya varias veces antes había proclamado al Señor su lealtad y fidelidad; tres años antes, en ese mismo lago, había dejado sus barcas y sus redes para seguir a Jesús y hacerse "pescador de hombres".
Pero en todo ese tiempo había experimentado su debilidad, sus fracasos, su poca fe y su dureza para entender el Evangelio, la cruz y la resurrección. Había terminado negando al Maestro. Todo esto lo había puesto en crisis; ahora su inseguridad en sí mismo y en sus posibilidades, se revela en el diálogo que sostiene con Jesús; no se atreve a asegurar, como lo había hecho antes de la Pasión, que él lo ama más que los demás.
Pero a Jesús todo esto parece no importarle, en el momento de hacerle entrega de la gracia del amor y del servicio a los demás; de la entrega del apostolado y de la misión evangelizadora, y en él, a la Iglesia. A Jesús le interesa principalmente una cosa: "¿Me amas más que éstos?"."Entonces sígueme... y apacienta mis ovejas y corderos ".
Nosotros los cristianos, que también hemos encontrado al Señor y hemos recibido su llamada a seguirlo en la evangelización, en la misión de amor y servicio, no somos mejores, ni estamos en condiciones superiores a Pedro y Francisco I para comprometernos con Jesús en esta misión. Somos débiles, inconstantes y, a veces, poco auténticos. Nuestra fe es escasa, y a menudo está en crisis. Estamos apegados a muchas cosas; no somos ni desinteresados ni pobres. Y sobre todo, somos egoístas; no sabemos amar.
Por nuestro bautismo en el Espíritu Santo y más tarde por nuestra Confirmación, hemos sido consagrados para la misión evangelizadora, que implica amor y servicio. Y tenemos que renovarlo muchas veces en la vida, como nos lo recuerda este Evangelio que estamos comentando. Este Evangelio nos recuerda que nuestra renovación no es sólo un recuerdo de una historia nuestra pasada, sino una nueva llamada, "hoy", a cada uno de nosotros. La llamada y nuestra aceptación renovada a seguir a Jesús evangelizador, se reduce y se resuelve en una sola cosa: "¿Me amas?"...Entonces sígueme".
La fuente de la misión evangelizadora y del apostolado es el amor al Señor. De ahí obtiene su impulso, su fidelidad y su eficacia. En la medida que amemos a Jesús, Él nos hará su instrumento, a pesar de nuestras fallas y pecados. Es la lógica de Jesús. Porque en nuestra debilidad se muestra la fuerza del Señor.
Ya sabemos, la única condición es que lo amemos de verdad, también en su victoria, en su resurrección y vida. Que así sea.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
P. S. Les debo una explicación, las citas hechas en este escrito no son textuales. Son citas que están en mi vida interior. He hablado desde lo que hay en mi corazón.
(Juan 21, 1-19).
Tal vez, nos encontramos, en la más bella estación de nuestra vía de la alegría pascual.
"Después nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se manifestó como sigue: Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Contestaron: "Vamos también nosotros contigo". Pero aquella noche no pescaron nada".
En esas circunstancias de la vida de los discípulos:
"Al amanecer Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Él".
Cristo se les aparece, va a su encuentro y se hace presente, vivo y resucitado.
A los discípulos les sucede lo mismo que a nosotros, hoy día, con respecto a nuestra relación con Cristo vivo. Se trata de lo mismo: la cercanía de Jesús, su encuentro con nuestros problemas y soledades, y nuestra incapacidad de reconocerlo presente en nuestra vida de todos los días.
Jesús se encontró con sus discípulos en todos los momentos y lugares en los que se creían solos, abandonados, perdidos, y Jesús, como siempre, como un gran Maestro, los va conduciendo hacia la fe, la esperanza y el amor; hacia la confianza, convenciéndolos, con paciencia, de su presencia y despertando en ellos la alegría de su Resurrección. Él no estaba muerto; Él estaba vivo y los acompañaba en su caminar, en su gozo y esperanza, en sus lágrimas y angustias... porque el gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias... de ellos, eran también de Jesús. (Gaudiun et Spes).
"Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo de comer? Le contestaron: "Nada".
Esta es la misma respuesta nuestra en circunstancias problemáticas de nuestras vidas. Así, Jesús, también nos encuentra a nosotros, en nuestros desencantos, desánimos y sentimientos. Así, encontró llorando a Magdalena, como a muchos, en sus fracasos y en días sin esperanzas.
Jesús encuentra a sus discípulos en: ¡Una noche entera sin pescar nada!
¡Una noche entera sin pescar nada!
Y nosotros, muchas veces: ¡Una vida sin hacer nada! Una vida sin logros; muchas veces sin rumbo; negativa porque no hemos "pescado" nada.
¡Cuánto necesitamos de la fe y de la certeza de que no estamos solos! En cuanto hay un dolor, una soledad nuestra, allí se hace presente Cristo. Él viene a nuestro auxilio; se apresura a socorrernos. ¡No estamos solos! ¡Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros!.
Una noche entera, y los discípulos, pescadores, sin pescar nada.
"Jesús les dijo: "Echen la red a la derecha y encontrarán pesca". Echaron la red , y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces.
Entonces, el discípulo a quien amaba Jesús dijo:"¡Es el Señor!"
Tenemos que fijarnos que ni siquiera la voz del Señor y su orden de "echar la red", ni siquiera la pesca milagrosa producida, gracias a Jesús, lograron despertar de su falta de confianza a los apóstoles, que estaban tan ocupados con sus asuntos: la red y su trabajo de pescadores frustrados.
Solamente Juan, el amigo de Jesús, el que tenía más experiencia y más espiritualidad de Cristo, sintió en su interior la misma emoción que tenía de amistad con Jesús antes de su muerte. Sintió que Jesús estaba vivo y que todo recomenzaba como antes. Y esta experiencia de vida interior le aseguraba que se trataba de una presencia y de una compañía de Jesús hacia ellos; por eso, gritó a Pedro: "¡Es el Señor!". No le cabía ninguna duda: ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser nadie más que Él!
También, para nosotros, en medio de todos nuestros afanes diarios; en medio de desafíos y problemas de nuestras vidas de hoy, necesitamos de un hombre de Dios, de un amigo, de un consejero, que nos acompañe en nuestro caminar cristiano. Lo necesitamos, especialmente en nuestros momentos sombríos, llenos de dificultades, en nuestros momentos de falta de fe, esperanza y amor. En nuestra vida de hoy, tan impersonal y de tanto individualismo, necesitamos el calor de un amigo: hombre o mujer de Dios, que nos acompañe, nos anime y, sobre todo, nos muestre a Jesús: "¡Es el Señor!"
Antes se hablaba de tener un Director Espiritual. Ahora, se habla más bien, de alguien que nos acompañe en el seguimiento de Cristo. Se habla de un hombre: varón o mujer de Dios. No se trata de alguien que sólo haga muchas cosas por Dios, ni de alguien que sólo hable mucho de Dios. No. Se trata de alguien que se ha entregado como propiedad y pertenencia de Dios. ¡Qué falta nos hacen los verdaderos hombres de Dios! (Cuando digo "hombre", lo digo como en el Génesis: "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y los creó varón y mujer". Hombre: igual: varón y mujer).
"Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan."
Era Jesús quien lo había preparado, esperándolos con amor y servicio.
"Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar."
"Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena... y a pesar de que hubiera tantos (153), no se rompió la red".
¡Cristo ha resucitado! ¡Ha hecho la pesca milagrosa! ¡Les ha preparado la comida!
Los apóstoles habían trabajado toda la noche sin pescar nada; por la mañana, cansados y ciertamente hambrientos, se encuentran con el que vive; Él ha sido muy humano, humilde y servicial; se encuentran con el que les había dicho: "estoy en medio de vosotros como uno que sirve... no he venido a ser servido sino que he venido a servir".
Y Jesús, lo que dice lo hace. No es un demagogo que habla y promete muchas cosas, para después, no hacer nada ni cumplir sus promesas. Jesús los esperaba con un desayuno preparado por Él. Es su servicio de amor. Jesús actúa con consecuencia. Cumple con lo que ha dicho. Es una persona de palabra y de honor.
Esto lo digo aquí, porque ya en Chile están, mucho antes de elecciones, políticos autoproclamándose como candidatos presidenciales, prometiendo muchas cosas para conquistar los votos de la ciudadanía. Promesas, que hasta hoy, poco o nada se cumplen. En la última elección, hubo un 70% de abstención. El pueblo no está votando o sufragando. La gente le ha mandado un recado a la clase política. Ya no les cree. Se sienten traicionados por los políticos. Les están diciendo: ¡Basta, no más mentiras! Pido y exijo que se escuche el clamor de un pueblo que demanda. "Ese clamor pudo haber sido leve al comienzo. Se ha tornado fuerte e impetuoso. Y ahora amenazante." (Medellín y Puebla).
Creo que siempre será así, mientras no haya voluntad de pasar de la ilegitimidad institucional a una legitimidad avalada por una Nueva Constitución.
Sigamos con el camino de la alegría de Jesús Resucitado.
La aparición de Cristo a su apóstoles en la orilla de la playa, con una comida preparada con amor, humildad y servicio, es también, para nosotros un motivo y un camino para mostrar a los hombres de nuestro tiempo, la presencia viva de Jesús resucitado.
La prueba más clara que podemos dar de Cristo resucitado, a nuestros hermanos, es demostrando su mucho amor y servicio humilde, preparando, nosotros y cada uno, una buena comida a nuestra gente: cociendo y fraccionando el pan, y esto no tiene un sólo sentido literal, sino un profundo sentido de fraternidad y de justicia; de verdad y de vida. Significa salir de los signos de muerte que hay, pasando a signos de vida, resurrección y liberación.
También, entonces, Cristo se dio a conocer en la fracción del pan. Pero esta vez, ¡no sólo lo ha partido, sino que hasta lo ha cocido! ¡El Dios hecho Hombre les ha preparado el desayuno a estos hambrientos pescadores!
En mis trabajos pastorales con los pobres, con cuánto amor y servicio, he sido convidado a alimentarme, ya sea a desayunar, a almorzar o a tomar un tecito, compartiendo con los pobres, el alimento preparado por ellos mismos; me he sentado a su mesa, y he tenido imborrables convivencias con ellos. Ellos han sido, para mí, un testimonio de vida, han sido Cristo compartiendo su vida y vida en abundancia. ¡Es un testimonio de que Cristo está vivo en ellos!
¡Atención, todos los que se ponen a cocinar! ¡Atención, todos los que realizan trabajos y tareas que consideran profanas! Esas mismas obras y acciones son santificadas por el amor con que las realizan por los demás; esas obras y acciones son de Jesús. "Donde hay amor, Jesús, ahí está".
Yo no veo nada de profano y material en todo eso. Ahí se está viviendo una vida de amor y de entrega. Ahí se está al servicio uno del otro. Y en un hogar lleno de este amor, a la manera de Jesús, ahí está Cristo resucitado en medio de ese hogar, como uno que sirve. Todo es una excelente aparición y presencia del Cristo vivo, que se aproxima nuevamente como el Buen Samaritano. Y lo hace a través del amor y servicio fraterno.
Para amar hay que aproximarse. Para amar a los que hemos hecho cercanos, nuestro prójimo, se necesita nada menos que un milagro, un sacramento, una gracia. Nosotros tenemos que hacernos alimentar por Cristo, para que podamos ir a darle a nuestros hermanos; para que los demás puedan venir a comer nuestro "pan", el pan de nuestro corazón, ese pan fraccionado, que se parte con el amor de Cristo en nosotros.
Dios se revela a los demás por medio del amor que ellos reciben de los hermanos, y a través de nosotros, cuando nos hacemos sus hermanos. El que vive una vida de amor, no puede quejarse de que no conoce a Dios. "Donde hay amor, Dios ahí está".
"Entonces Jesús les dijo: "Vengan a desayunar". Ninguno de los apóstoles se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor".
Los apóstoles están asombrados y paralizados por la emoción, y también con cierta incertidumbre, pero ninguno se atrevía a preguntarle quién era. En el fondo, ellos sabían que era el Señor, que tenía que ser Él, que no podía ser nadie más que Él. Están convencidos de que es Jesús, independientemente de lo que están viendo, o mejor dicho de lo que no están viendo, porque Jesús Resucitado ya no era igual como antes lo habían conocido.
Yo creo, que a pesar de esa convicción interior, sus sentidos temen ser engañados. Sus ojos ven a alguien, que visualmente no se parece al Jesús de antes. Su interior, al revés, tiene un convencimiento total de que es Cristo mismo. Creo, que los apóstoles, en ese instante, desearían una confirmación, una palabra del mismo Jesús: ¡Sí, soy yo!
A los sentidos les gustaría oír y tocar, como Tomás, para poder convertirse, también ellos, a los pies de esta radiante y vital presencia de su amado Señor.
Pero el alma segura y llena de vida interior, y en la posesión de la certeza, les dice que no necesitan de ninguna palabra de confirmación de parte de Jesús.
Si hubiesen exigido que Dios cambiase, no hubieran tenido nunca que creer con un gran acto de fe.
Nosotros, a veces, queremos exigir ver y tocar a Jesús. Se trata de una búsqueda de solos sentidos. No se trata de eso. Ése no es el camino. Más bien, se trata de un cambio de actitud nuestra. Tenemos, con fe, humildad y pobreza de corazón, aceptar nosotros de ver a Jesús, tal como Él quiere manifestarse hoy y cada día de nuestras vidas. Se necesita aceptar el silencio de amor nuestro y aceptar a Dios en su silencio de amor. Esto del silencio de amor lo tocaremos en otra oportunidad, tal vez, cuando hablemos más de la oración.
Hoy día, caer en la tentación de la duda acerca de la presencia viva del resucitado, es como estar exigiéndole que nos presente su carnet de identidad. Sería exigir milagro osadamente. No olvidemos: "Bienaventurados los que sin ver creen".
Cada uno de nosotros, debe tener, para Jesús y su manifestación de hoy resucitado, el mismo respeto y amor, y sobre todo fe, como uno la tiene con su vecino. Cada uno está tan cerca de Dios como lo está de su vecino. Porque Jesús es tu vecino, y es Él a quien le das de comer en tu hermano y próximo.
Esto es una realidad. La podremos verificar en Juicio Final:
"Estuve con hambre... con sed... sin vivienda... sin abrigo... enfermo... en la cárcel... y tú actuaste conmigo, en todas esas situaciones, con un gran amor y servicio liberador. Por eso, ven a gozar del Reino que te tengo preparado. ¿Cuando, Señor, estuviste y te encontraste en esa situaciones? Cuando lo hiciste con el más pequeño (pobre) de mi hermanos, conmigo lo hiciste".
Porque amaste, porque te fraccionaste en amor compartido, en amor de pan de vida con mis hermanos, conmigo lo hiciste, nos dirá Jesús, en el encuentro de vida eterna.
Entonces, muy queridos amigos, Jesús resucitado, se manifiesta en el amor comprometido, hoy día, en los tiempos que vivimos: en el compromiso de amor, especialmente con los más pobres.
¿Estoy dispuesto a comenzar a amar como Cristo? ¿Hoy, a la manera de Cristo, puedo prender fuego y cocinar el alimento de vida para mis hermanos?
Como siempre, esta aparición y esta comida-desayuno termina con una misión.
"Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le preguntó por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro volvió a contestar: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Cuida mis ovejas".
Insistió Jesús por tercera vez: "Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero". Entonces Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Si me amas, pues bien, ocúpate de los otros. ¡Vete a mis hermanos! ¡Empieza a ser otro yo! Yo quiero ser en ti más amante que amado: "Yo no he venido a ser servido, sino a servir".
No a ser amado, sino a amar. Por eso déjame penetrar en ti, unirme a ti, para que pueda hacer en ti lo que sé hacer: amar a los demás. ¡Empieza a ser otro yo: ama y sirve! ¡Porque Yo soy el Amor!
Jesús resucitado entrega a los cristianos, en la persona de Pedro, la exigencia y el don del apostolado y de la misión.
Porque la misión, el apostolado, la evangelización, comunicar a los hombres esta Buena Nueva de Cristo resucitado, que nos ha liberado, es una gracia, un don de Jesús que nos llama, nos encuentra y nos envía.
Una llamada, un encuentro con Cristo, un envío. Esto es lo que sucede entre Cristo resucitado y Pedro, en el diálogo final de su aparición en el lago de Tiberíades.
Pedro recibe sobre sus hombros la responsabilidad de la Iglesia. Es el primer Papa. Pedro queda convertido en servidor de los miembros de Cristo. ¡Siervo de los siervos de Dios! Tendrá que ser el primero en reconocerlo en el más pequeño y en el más pobre de los suyos.
El nuevo Papa Francisco I, entendiendo bien el envío, la misión, el servicio, la evangelización y el apostolado, nos ha despertado la esperanza con sus gestos, con sus actitudes, con su humildad y actitud de servicio y amor a los demás. Él, especialmente ha dicho: "Quiero una Iglesia pobre y para los pobres".
Yo lo apoyo y me comprometo a ayudarlo en la misión de Iglesia, que en su persona, Jesús nos ha entregado a los miembros de su Cuerpo: Iglesia y Pueblo de Dios.
Algunos, pareciera, que en una campaña concertada, lo han tratado de desprestigiar, con algunos supuestos problemas, tenidos por él, en el pasado de dictadura argentina.
Al respecto, suponiendo que eso fuera cierto, no podemos pensar que el pasado es permanente y perpetuo. Sabemos, por experiencia, que todos y cada uno de nosotros, ha tenido la posibilidad de la conversión y el perdón salvador de Cristo. Es la experiencia de Pedro en esta estación del camino de la alegría. No se puede uno quedar sólo en el camino de cruz y muerte. Hay que "pasar" de muerte a vida. Este camino de la alegría, de la resurrección y de la victoria que vence al pecado y la muerte, es lo que estamos y debemos celebrar para que nuestra fe sea completa.
Para comprender mejor todo, sigamos contemplando a Jesús en su encuentro con Pedro. Nos damos cuenta, que Pedro, precisamente por su pecado: había negado nada más y nada menos, que al mismo Jesús.
Pedro no estaba en buena forma para comprometerse una vez más, y esta vez decisivamente, con la llamada de Jesús a seguirlo como evangelizador. Ya varias veces antes había proclamado al Señor su lealtad y fidelidad; tres años antes, en ese mismo lago, había dejado sus barcas y sus redes para seguir a Jesús y hacerse "pescador de hombres".
Pero en todo ese tiempo había experimentado su debilidad, sus fracasos, su poca fe y su dureza para entender el Evangelio, la cruz y la resurrección. Había terminado negando al Maestro. Todo esto lo había puesto en crisis; ahora su inseguridad en sí mismo y en sus posibilidades, se revela en el diálogo que sostiene con Jesús; no se atreve a asegurar, como lo había hecho antes de la Pasión, que él lo ama más que los demás.
Pero a Jesús todo esto parece no importarle, en el momento de hacerle entrega de la gracia del amor y del servicio a los demás; de la entrega del apostolado y de la misión evangelizadora, y en él, a la Iglesia. A Jesús le interesa principalmente una cosa: "¿Me amas más que éstos?"."Entonces sígueme... y apacienta mis ovejas y corderos ".
Nosotros los cristianos, que también hemos encontrado al Señor y hemos recibido su llamada a seguirlo en la evangelización, en la misión de amor y servicio, no somos mejores, ni estamos en condiciones superiores a Pedro y Francisco I para comprometernos con Jesús en esta misión. Somos débiles, inconstantes y, a veces, poco auténticos. Nuestra fe es escasa, y a menudo está en crisis. Estamos apegados a muchas cosas; no somos ni desinteresados ni pobres. Y sobre todo, somos egoístas; no sabemos amar.
Por nuestro bautismo en el Espíritu Santo y más tarde por nuestra Confirmación, hemos sido consagrados para la misión evangelizadora, que implica amor y servicio. Y tenemos que renovarlo muchas veces en la vida, como nos lo recuerda este Evangelio que estamos comentando. Este Evangelio nos recuerda que nuestra renovación no es sólo un recuerdo de una historia nuestra pasada, sino una nueva llamada, "hoy", a cada uno de nosotros. La llamada y nuestra aceptación renovada a seguir a Jesús evangelizador, se reduce y se resuelve en una sola cosa: "¿Me amas?"...Entonces sígueme".
La fuente de la misión evangelizadora y del apostolado es el amor al Señor. De ahí obtiene su impulso, su fidelidad y su eficacia. En la medida que amemos a Jesús, Él nos hará su instrumento, a pesar de nuestras fallas y pecados. Es la lógica de Jesús. Porque en nuestra debilidad se muestra la fuerza del Señor.
Ya sabemos, la única condición es que lo amemos de verdad, también en su victoria, en su resurrección y vida. Que así sea.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
P. S. Les debo una explicación, las citas hechas en este escrito no son textuales. Son citas que están en mi vida interior. He hablado desde lo que hay en mi corazón.