Jesús me ama.Yo lo amo a Él y confío en su amor que perdona.
Domingo Once Año Ordinario C. 12.06.2016.
(Lucas 7,36-8,3).
El Evangelio de hoy nos muestra dos actitudes, dos modos de ver la espiritualidad cristiana o la santidad, también dos modos de relacionarse con Dios. Y para entender esto tenemos que contemplar tanto a Simón, el fariseo como a la mujer llamada Magdalena.
Simón el fariseo muestra la "santidad legalista", que Jesús ha denunciado en varias ocasiones. Para el fariseo, la mujer era una pecadora, y no tenía ningún derecho a acercarse a Jesús, y era escandaloso para el fariseo, que esta Magdalena se haya no sólo acercado a Jesús, sino también se haya atrevido a perfumar y besar los pies del Señor. En su concepción, Jesús actuaba o hacía mal en aceptar a la mujer pecadora. Para Simón, el fariseo, la espiritualidad y la santidad se centraba en "cumplir" leyes y mandatos, en amontonar y acumular méritos personales. Y Magdalena, mujer pecadora, no cumplía leyes, y no tenía méritos personales a su haber; más bien tenía una vida pecaminosa.
Hoy, también, nos encontramos con ciertas personas que se agrupan, formando grupos y movimientos de espiritualidad, que acumulan méritos personales, los cuales los van anotando en una tarjeta, como quienes acumulan "capital de gracia". Ellos dan cuentas de sus "capitales de gracia" acumulados: oraciones, rosarios, comuniones, confesiones, misas y otras acciones piadosas. Yo creo, que tal vez, sin darse cuenta están influidos por la economía capitalista reinante en Chile. Y estos grupos o movimientos, también, acumulando sus capitales de gracia, se encierran y más aún, al igual que el "capitalismo salvaje" no "chorrean" nunca hacia los hermanos, especialmente hacia los más pobres, que no pertenecen al grupo o movimiento. Falta un compartir, evangelizando y haciendo apostolado hacia sus hermanos de afuera del grupo. Lamentablemente esta concepción espiritual y de santidad coincide con una Iglesia que ha involucionado y restaurado con respecto al Vaticano II. Este Concilio: "Primavera de la Iglesia", se guardó o se estacionó en un "invierno" de puertas adentro, con poco sentido misionero hacia el mundo y hacia las fronteras pastorales. Así, como los involucionistas, muchos católicos: sacerdotes, religiosa, laicos y una jerarquía con "olor al maligno", como lo dijo Pablo VI, al ver estos problemas de divisiones y de competencias para acumular poder para sí, y no para distribuir en el mundo el Evangelio. Se encierran con la práctica de cumplir por cumplir actos de piedad, que por supuesto no son malos en sí mismos, pero que llevan a una competencia de acumular "capital de gracia", también poderes, y sobre todo a encerrarse sin sentido misionero hacia otros que no pertenecen a esta espiritualidad. Recuerdo que se nos mandó a evangelizar el mundo, no sólo como maestros, sino también como discípulos, porque en el mundo, al igual que el Evangelio de Jesús caminando sobre aguas bravas y peligrosas, a las cuales temieron los apóstoles, por ejemplo, Pedro que quiso caminar, pero que comenzó a hundirse con mucho miedo. Hay gente de Iglesia que teme abrirse al mundo y a la pastoral de las fronteras, incluso, he escuchado a varios sacerdotes, laicos y Jerarquía, que no le gustan las comunidades cristianas y han terminado con ellas, temiendo que, a través de ellas, compuestas por laicos misioneros y comprometidos en la evangelización del barrio, de la sociedad y del mundo, se pueda infiltrar a la Iglesia el secularismo del mundo. Esto me choca mucho, porque soy del clero secular, formado para ir al "saeculum" a comprometerme en una evangelización en el mundo, en la sociedad. Lo que más sorprende es un desprecio al mundo pecador. Eso no es de Jesús y eso no es propio de la Iglesia y de ningún grupo de espiritualidad cristiana.
Veamos la actitud de Magdalena, que Jesús hace suya. Para esta mujer, despreciada por los fariseos, "lo principal era el amor al Señor, al cual se había convertido, y que ella pensaba que Él cubriría la muchedumbre de sus pecados. Ella se sintió impulsada por este amor eficaz; en adelante no volvió a pecar, así era de eficaz en ella ese amor. Lo que importaba era que "Jesús la amaba y ella amaba a Jesús y confiaba en el amor de Él que la perdonaba".
Por eso, ella se acercó confiada a Jesús, confiando más en la fuerza de su amor, que en su mala reputación y en la multitud de sus pecados:
"Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor".
El cristiano va del amor a la conversión y al cumplimiento con Cristo y los hermanos. Tiene una orientación integral de nuestra vida hacia Dios y los demás. Y estos dos amores unidos son más importantes que todas las perfecciones legalistas y éticas desconectadas de esta orientación de amor.
Pues, esta actitud de amor cristiano no sería posible sin un profundo convencimiento más radical: que "Jesús me ama y nos ama". Que Él nos amó primero. Que la espiritualidad cristiana no es tanto nuestro esfuerzo personal por buscar a Jesús, como creer y aceptar que Dios nos busca y nos ama, aunque tengamos pecados:
"No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados; en esto está el amor... . Nosotros hemos encontrado el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en su amor". (1 Juan 4, 10-16).
Ésta era la fe y la convicción de Magdalena, que la hizo acercarse, no obstante su pecado, confiadamente a Jesús: "Jesús me ama y yo lo amo a Él, y confío que Él me perdonará por su amor hacia mí".
Esta convicción del amor de Jesús hacia el pecador, hace que éste, como la Magdalena, se hagan fieles en el seguimiento de la persona de Cristo. Más que los méritos personales y que una vida legalista, de cumplir y de cumplir, y de prácticas rigoristas de piedad, lo que importa es el amor. Esto nos hace fieles en el seguimiento de Cristo, dejando atrás nuestras faltas y cobardías, que cada día de nuestra vida se interponen en este seguimiento. La base de todo: de nuestra liberación y de nuestra paz está en creer que lo único que importa en forma inmutables es el amor de Dios por nosotros pecadores:
"Tu fe te ha salvado, vete en paz".
Lo malo que puede haber en nosotros, aún los pecados, los debemos convertir en un gran y nuevo salto de fe en el amor. Incluso debemos aceptarnos como somos, con todas nuestras fragilidades y debilidades, y esperarlo todo de Dios:
"En todas estas pruebas somos vencedores por el que nos amó". (San Pablo).
La santidad cristiana santidad no está en tal cosa o en tal práctica de piedad, ni tampoco en la carencia de faltas y defectos. Todo se basa en una disposición del corazón que nos hace humildes y pobres de espíritu; pequeños delante de Dios; con mucha conciencia de nuestras debilidades y confiando hasta el arrojo y audacia, Como Magdalena, en la bondad y amor de Dios. En fin, lo que importa es el amor.
No olvidemos, en esto que hemos dicho, a dos grandes mujeres:
"María dijo entonces:
Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva, porque quiso mirar la condición humilde de su esclava, en adelante todos los hombres dirán que soy feliz.
En verdad el Todopoderoso hizo grandes cosas por mí, reconozcan que Santo es su Nombre que sus favores alcanzan a todos los que le temen y prosiguen en sus hijos.
Su brazo llevó a cabo hechos heroicos, arruinó a los soberbios con sus maquinaciones.
Sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes; repletó a los hambrientos de todo lo que es bueno y despidió vacíos a los ricos.
De la mano tomó a Israel, su siervo, demostrándole así su misericordia".
Y esta Santa María Virgen, recociéndose que era pequeña y que Dios, precisamente, se había fijado en ella por su pequeñez y pobreza de corazón, haciendo en ellas maravillas, fue a visitar, a misionar y a anunciar a su prima Isabel, como servidora del Señor:
"Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz. "¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor".
María Magdalena, la mujer del Evangelio de hoy:
"Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete espíritus malos... . Jesús le dijo: "María". Entonces ella se dio vuelta y le dijo "Rabboní", que significa "maestro mío". Suéltame, le dijo Jesús, pues aún no he vuelto donde mi Padre. Anda a decirles a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes; donde mi Dios, que es Dios de ustedes".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: "He visto al Señor y me ha dicho tales y tales cosas". (Marcos 16,9. Juan 20,16-18).
El Señor, a la pecadora que la perdonó por amor: a la Magdalena que por amor a Jesús, superó cualquier obstáculo para llegar a Él, como la discriminación y el rechazo de muchos fariseos legalistas; a la mujer que había contemplado y entrado en comunión con Él porque lo amaba, y lo veía de cerca, a esa mujer el Señor la hizo la primera mujer apóstol; le enseñó una manera nueva de comulgarlo y contemplarlo. Le dijo:
"Vete a los demás; vete a los hermanos".
La envía en misión y en apostolado. La envía, al contrario de los que se encierran para acumular "capital de gracia", capital que no "chorrea" amor hacia los demás que están en el barrio, en la sociedad, en el país, en el mundo, especialmente a los más pobres y sufridos; a aquellos que están en las fronteras. La envía: Vete a comunicar y a comulgar a los demás. Vete a llevarles tu gozo. Vete a llevarles lo que has recibido por mi amor y que lo has hecho cundir y crecer con tu amor. Vete a encontrarme bajo una forma en la que ya no faltaré jamás: mis hermanos, el mundo de los míos y de los que están en los confines de la tierra.
"Y María Magdalena se fue a anunciar a los discípulos: he visto al Señor. Y he aquí lo que me ha dicho".
¿No les parece para meditar el hecho de que la única misión y la única orden indiscutible de Cristo a la contemplativa Magdalena haya sido ésta: "Vete a mis hermanos"?
Como Magdalena, también nosotros, tenemos que aprender a reconocer a Jesús en la calma, en medio de una buena oración, con una adoración amorosa. Pero apenas lo hayamos reconocido, apenas empecemos a sentirnos tan a gusto a su lado que ya no quisiéramos otra cosa más que estar junto a Él, entonces nos dirá que vayamos, que misionemos y que evangelicemos a los demás, comunicándoles a Jesús liberador integral "de todo el hombre y de todos los hombres". Y será entonces cuando habremos hecho su voluntad y no la nuestra.
"Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dime dónde lo han puesto y yo iré a buscarlo". "Vete a mis hermanos".
Jesús me ama. Yo lo amo a Él y confío en su amor que perdona, haciéndome su discípulo, su evangelizador, misionero y apóstol, comprometido por amor a Él en la causa del Reino. Entonces, al terminar tenemos que decir: "Lo que importa es el amor": Ser amado por Jesús. Amar yo a Jesús. Y ser perdonado por su amor. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
(Lucas 7,36-8,3).
El Evangelio de hoy nos muestra dos actitudes, dos modos de ver la espiritualidad cristiana o la santidad, también dos modos de relacionarse con Dios. Y para entender esto tenemos que contemplar tanto a Simón, el fariseo como a la mujer llamada Magdalena.
Simón el fariseo muestra la "santidad legalista", que Jesús ha denunciado en varias ocasiones. Para el fariseo, la mujer era una pecadora, y no tenía ningún derecho a acercarse a Jesús, y era escandaloso para el fariseo, que esta Magdalena se haya no sólo acercado a Jesús, sino también se haya atrevido a perfumar y besar los pies del Señor. En su concepción, Jesús actuaba o hacía mal en aceptar a la mujer pecadora. Para Simón, el fariseo, la espiritualidad y la santidad se centraba en "cumplir" leyes y mandatos, en amontonar y acumular méritos personales. Y Magdalena, mujer pecadora, no cumplía leyes, y no tenía méritos personales a su haber; más bien tenía una vida pecaminosa.
Hoy, también, nos encontramos con ciertas personas que se agrupan, formando grupos y movimientos de espiritualidad, que acumulan méritos personales, los cuales los van anotando en una tarjeta, como quienes acumulan "capital de gracia". Ellos dan cuentas de sus "capitales de gracia" acumulados: oraciones, rosarios, comuniones, confesiones, misas y otras acciones piadosas. Yo creo, que tal vez, sin darse cuenta están influidos por la economía capitalista reinante en Chile. Y estos grupos o movimientos, también, acumulando sus capitales de gracia, se encierran y más aún, al igual que el "capitalismo salvaje" no "chorrean" nunca hacia los hermanos, especialmente hacia los más pobres, que no pertenecen al grupo o movimiento. Falta un compartir, evangelizando y haciendo apostolado hacia sus hermanos de afuera del grupo. Lamentablemente esta concepción espiritual y de santidad coincide con una Iglesia que ha involucionado y restaurado con respecto al Vaticano II. Este Concilio: "Primavera de la Iglesia", se guardó o se estacionó en un "invierno" de puertas adentro, con poco sentido misionero hacia el mundo y hacia las fronteras pastorales. Así, como los involucionistas, muchos católicos: sacerdotes, religiosa, laicos y una jerarquía con "olor al maligno", como lo dijo Pablo VI, al ver estos problemas de divisiones y de competencias para acumular poder para sí, y no para distribuir en el mundo el Evangelio. Se encierran con la práctica de cumplir por cumplir actos de piedad, que por supuesto no son malos en sí mismos, pero que llevan a una competencia de acumular "capital de gracia", también poderes, y sobre todo a encerrarse sin sentido misionero hacia otros que no pertenecen a esta espiritualidad. Recuerdo que se nos mandó a evangelizar el mundo, no sólo como maestros, sino también como discípulos, porque en el mundo, al igual que el Evangelio de Jesús caminando sobre aguas bravas y peligrosas, a las cuales temieron los apóstoles, por ejemplo, Pedro que quiso caminar, pero que comenzó a hundirse con mucho miedo. Hay gente de Iglesia que teme abrirse al mundo y a la pastoral de las fronteras, incluso, he escuchado a varios sacerdotes, laicos y Jerarquía, que no le gustan las comunidades cristianas y han terminado con ellas, temiendo que, a través de ellas, compuestas por laicos misioneros y comprometidos en la evangelización del barrio, de la sociedad y del mundo, se pueda infiltrar a la Iglesia el secularismo del mundo. Esto me choca mucho, porque soy del clero secular, formado para ir al "saeculum" a comprometerme en una evangelización en el mundo, en la sociedad. Lo que más sorprende es un desprecio al mundo pecador. Eso no es de Jesús y eso no es propio de la Iglesia y de ningún grupo de espiritualidad cristiana.
Veamos la actitud de Magdalena, que Jesús hace suya. Para esta mujer, despreciada por los fariseos, "lo principal era el amor al Señor, al cual se había convertido, y que ella pensaba que Él cubriría la muchedumbre de sus pecados. Ella se sintió impulsada por este amor eficaz; en adelante no volvió a pecar, así era de eficaz en ella ese amor. Lo que importaba era que "Jesús la amaba y ella amaba a Jesús y confiaba en el amor de Él que la perdonaba".
Por eso, ella se acercó confiada a Jesús, confiando más en la fuerza de su amor, que en su mala reputación y en la multitud de sus pecados:
"Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor".
El cristiano va del amor a la conversión y al cumplimiento con Cristo y los hermanos. Tiene una orientación integral de nuestra vida hacia Dios y los demás. Y estos dos amores unidos son más importantes que todas las perfecciones legalistas y éticas desconectadas de esta orientación de amor.
Pues, esta actitud de amor cristiano no sería posible sin un profundo convencimiento más radical: que "Jesús me ama y nos ama". Que Él nos amó primero. Que la espiritualidad cristiana no es tanto nuestro esfuerzo personal por buscar a Jesús, como creer y aceptar que Dios nos busca y nos ama, aunque tengamos pecados:
"No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados; en esto está el amor... . Nosotros hemos encontrado el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en su amor". (1 Juan 4, 10-16).
Ésta era la fe y la convicción de Magdalena, que la hizo acercarse, no obstante su pecado, confiadamente a Jesús: "Jesús me ama y yo lo amo a Él, y confío que Él me perdonará por su amor hacia mí".
Esta convicción del amor de Jesús hacia el pecador, hace que éste, como la Magdalena, se hagan fieles en el seguimiento de la persona de Cristo. Más que los méritos personales y que una vida legalista, de cumplir y de cumplir, y de prácticas rigoristas de piedad, lo que importa es el amor. Esto nos hace fieles en el seguimiento de Cristo, dejando atrás nuestras faltas y cobardías, que cada día de nuestra vida se interponen en este seguimiento. La base de todo: de nuestra liberación y de nuestra paz está en creer que lo único que importa en forma inmutables es el amor de Dios por nosotros pecadores:
"Tu fe te ha salvado, vete en paz".
Lo malo que puede haber en nosotros, aún los pecados, los debemos convertir en un gran y nuevo salto de fe en el amor. Incluso debemos aceptarnos como somos, con todas nuestras fragilidades y debilidades, y esperarlo todo de Dios:
"En todas estas pruebas somos vencedores por el que nos amó". (San Pablo).
La santidad cristiana santidad no está en tal cosa o en tal práctica de piedad, ni tampoco en la carencia de faltas y defectos. Todo se basa en una disposición del corazón que nos hace humildes y pobres de espíritu; pequeños delante de Dios; con mucha conciencia de nuestras debilidades y confiando hasta el arrojo y audacia, Como Magdalena, en la bondad y amor de Dios. En fin, lo que importa es el amor.
No olvidemos, en esto que hemos dicho, a dos grandes mujeres:
"María dijo entonces:
Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva, porque quiso mirar la condición humilde de su esclava, en adelante todos los hombres dirán que soy feliz.
En verdad el Todopoderoso hizo grandes cosas por mí, reconozcan que Santo es su Nombre que sus favores alcanzan a todos los que le temen y prosiguen en sus hijos.
Su brazo llevó a cabo hechos heroicos, arruinó a los soberbios con sus maquinaciones.
Sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes; repletó a los hambrientos de todo lo que es bueno y despidió vacíos a los ricos.
De la mano tomó a Israel, su siervo, demostrándole así su misericordia".
Y esta Santa María Virgen, recociéndose que era pequeña y que Dios, precisamente, se había fijado en ella por su pequeñez y pobreza de corazón, haciendo en ellas maravillas, fue a visitar, a misionar y a anunciar a su prima Isabel, como servidora del Señor:
"Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz. "¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor".
María Magdalena, la mujer del Evangelio de hoy:
"Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete espíritus malos... . Jesús le dijo: "María". Entonces ella se dio vuelta y le dijo "Rabboní", que significa "maestro mío". Suéltame, le dijo Jesús, pues aún no he vuelto donde mi Padre. Anda a decirles a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes; donde mi Dios, que es Dios de ustedes".
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: "He visto al Señor y me ha dicho tales y tales cosas". (Marcos 16,9. Juan 20,16-18).
El Señor, a la pecadora que la perdonó por amor: a la Magdalena que por amor a Jesús, superó cualquier obstáculo para llegar a Él, como la discriminación y el rechazo de muchos fariseos legalistas; a la mujer que había contemplado y entrado en comunión con Él porque lo amaba, y lo veía de cerca, a esa mujer el Señor la hizo la primera mujer apóstol; le enseñó una manera nueva de comulgarlo y contemplarlo. Le dijo:
"Vete a los demás; vete a los hermanos".
La envía en misión y en apostolado. La envía, al contrario de los que se encierran para acumular "capital de gracia", capital que no "chorrea" amor hacia los demás que están en el barrio, en la sociedad, en el país, en el mundo, especialmente a los más pobres y sufridos; a aquellos que están en las fronteras. La envía: Vete a comunicar y a comulgar a los demás. Vete a llevarles tu gozo. Vete a llevarles lo que has recibido por mi amor y que lo has hecho cundir y crecer con tu amor. Vete a encontrarme bajo una forma en la que ya no faltaré jamás: mis hermanos, el mundo de los míos y de los que están en los confines de la tierra.
"Y María Magdalena se fue a anunciar a los discípulos: he visto al Señor. Y he aquí lo que me ha dicho".
¿No les parece para meditar el hecho de que la única misión y la única orden indiscutible de Cristo a la contemplativa Magdalena haya sido ésta: "Vete a mis hermanos"?
Como Magdalena, también nosotros, tenemos que aprender a reconocer a Jesús en la calma, en medio de una buena oración, con una adoración amorosa. Pero apenas lo hayamos reconocido, apenas empecemos a sentirnos tan a gusto a su lado que ya no quisiéramos otra cosa más que estar junto a Él, entonces nos dirá que vayamos, que misionemos y que evangelicemos a los demás, comunicándoles a Jesús liberador integral "de todo el hombre y de todos los hombres". Y será entonces cuando habremos hecho su voluntad y no la nuestra.
"Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dime dónde lo han puesto y yo iré a buscarlo". "Vete a mis hermanos".
Jesús me ama. Yo lo amo a Él y confío en su amor que perdona, haciéndome su discípulo, su evangelizador, misionero y apóstol, comprometido por amor a Él en la causa del Reino. Entonces, al terminar tenemos que decir: "Lo que importa es el amor": Ser amado por Jesús. Amar yo a Jesús. Y ser perdonado por su amor. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+