Ser Profeta, Testigo de la verdad.

Domingo Catorce Año Ordinario B. 07.07.2018.

Ezequiel 2,2-5.
2 Cor. 12,7-10.
Marcos 6, 1-6.

"Me dijo: "Hijo de hombre, te envío a los hijos de Israel, a un pueblo de rebeldes, rebelados contra mí. Ellos y sus padres han pecado contra mí hasta este mismo día. Hombres de cabeza y corazón endurecidos son aquellos a lo que te envío. Les dirás: Así habla el Señor Yavé.
Puede ser que no te escuchen, pues son una raza de rebeldes, pero, en todo caso, sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta".


Este domingo se nos habla de los profetas, testigos de la verdad.
Dios manda a su profeta a hablar la verdad de Dios.
Hoy día, en los tiempos difíciles que viven los hijos de la Iglesia, es una urgencia la necesidad de hombres y mujeres que sean testigos de la verdad.
Si los chilenos, incluso gente de Iglesia, escuchan o no escuchan la verdad, no es lo más importante. Decir o proclamar la verdad es un valor en sí mismo.
El cristiano está urgido por Dios a decir y a dar testimonio de la verdad a pesar de los resultados. El Evangelio de hoy deja muy en claro esta necesidad, no obstante las dificultades de la hora presente.
Jesús, acompañado de sus discípulos, "cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga...".
Y la gente
"no creían en él".


Jesús les dijo:

"A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, en su parentela y en su familia". Y no pudo hacer allí ningún milagro. A lo más, sanó unos pocos enfermos, con una imposición de las manos; pero se admiraba al verlos tan ajenos a la fe".

Lo que pasó a Jesús se repite hoy en los días que vivimos.
Los cristianos de Iglesia, aunque estemos viviendo una crisis, tenemos que dar testimonio de cómo Cristo nos ha ido liberando y cómo puede liberar a otros. Se encontrarán con gente muy indiferente ante la verdad. Hay gente, que hoy día, no quiere saber de estas cosas ni quieren saber de la religión ni de la Iglesia. Por eso, he visto, en estos días, hijos de la Iglesia de Jesús, tristes y desanimados.
Pero hay que tener paciencia y constancia en la misión profética de ser testigos de la verdad.
Hay cristianos que quisieran que todos pensaran como ellos. Hoy no basta hablar para que todos se conviertan. Eso sería demasiado fácil. Si al mismo Jesús lo rechazaron en su "propia tierra". Él no convenció a todos, como lo demuestra el Evangelio de Hoy. También en la Biblia existe la queja de los profetas porque encontraron pueblos de "cabeza dura" que no quisieron entender y no les hicieron caso.

Esta "dureza de corazón" puede causar hasta tristeza, como la he visto en muchos hijos de la Iglesia, que salen entusiasmados de sus grupos y comunidades, de los grupos de oración y de los grupos carismáticos y de su experiencia de oración. Es cierto y un hecho de nuestra realidad cristiana cierta crítica hacia estos grupos, pues están muy comprometidos en la oración, pero no están dentro de los problemas ni se interesan tanto en las cosas de la sociedad. Podría decirse que no son una Iglesia "en salida" y en misión de compromiso de evangelización al mundo. Se les critica que piensan salvar el mundo y nuestra sociedad con la sola alabanza a Dios. Entonces, si las cosas son así, no se puede esperar que sean escuchados y que sean como los profetas rechazados. Si todos fueran así, ¿que sucedería con una sociedad abandonada a sí misma? Se corre el grave peligro de caer en un individualismo propio de una Iglesia encerrada o centrada en sí misma. Ese individualismo propio de una época de competencia en el "tener" y no en el "ser" que siempre tenemos que condenar, llamando a una fraternidad propia de los hijos de Dios y, por lo tanto de hijos de la Iglesia.
Tendríamos que decir que un cristiano, hijo de la Iglesia, es realmente comunitario y hermano cuando se reúne con otros a compartir los problemas, las responsabilidades, los compromisos en su barrio y en la sociedad. Esto es propio del Evangelio y del Vaticano II, que muchos cristianos, principalmente cierta jerarquía, ha involucionado y restaurado desde la década del 70 hasta hoy día.

Hay que decir no a todo tipo de individualismo tanto en el mundo como en nuestra Iglesia. Debería ser la característica de todo grupo de Iglesia y de la Iglesia toda. Dios no se queda contento con las alabanzas, cantos y oraciones. La alabanza debe ser la vida nuestra en relación a nuestros hermanos, buscando la justicia y la hermandad en un mundo dividido por la lucha del "tener", que hace la división egoísta, postergando y marginando a los pobres, hijos de Dios, que deben ser hermanos, comunitarios y de participación: que deben ser Iglesia con nosotros: "Iglesia pobre y para los pobres".
Todo esto es una tarea eclesial urgente que recuperará la credibilidad en esta Iglesia.

Los hijos de la Iglesia que se quedan en la sola oración son los que han llegado a creer que la oración es una muestra de que Dios es primero que nada, y que antes que nada debemos servirlo a Él. Esto es verdad. Dios va por encima de todas las cosas, pero no hay que olvidar que a Dios se alaba, se ora y se sirve aceptando su voluntad, y que esta voluntad se manifiesta en las circunstancias de la vida: la familia, el trabajo, la comunidad, la sociedad, hacia la cual hay deberes sociales y políticos.
Hoy veo a una Iglesia : a nosotros, haciendo, en la práctica, una separación entre la vida de la Iglesia, una separación de sus miembros con lo social. Hay laicos que están solo en la Iglesia, cumpliendo cargos pastorales, evadiendo las responsabilidades sociales para hacer mundo más justo y fraterno, con la excusa de servir a Dios:

"Aun cuando muchas veces la oración surge por necesidades meramente personales y se expresa en fórmulas tradicionales no asimiladas, no puede desconocerse que la vocación del cristiano debe llevarlo al compromiso moral, social y evangelizador". (Puebla 909).

"Para que constituya un elemento eficaz de evangelización la piedad popular necesita de una constante purificación y clarificación y llevar no sólo a la pertenencia a la Iglesia, sino también a la vivencia cristiana y al compromiso con los hermanos". (Puebla 937).

Hoy Jesús nos habla de los profetas. Y los profetas son aquellos que saben ver la voluntad de Dios en las situaciones prácticas de la vida.

En fin, las faltas y fallas de algunos miembros de la Iglesia, son propias de cualquier grupo humano que se equivoca.
Pero hay que seguir adelante. Nada, ni siquiera los pecados de algunos hermanos e hijos de la Iglesia pueden hacernos detener. Y esto lo digo viviendo la situación difícil de mi Iglesia chilena. Hay que seguir adelante, sabiendo que en la vida de la Iglesia también "se arregla la carga en el camino...". Más aún, cuando sabemos que la Iglesia es de Jesús y que Él "estará con ella hasta la consumación de los siglos".


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
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