En oración del Evangelio Jesús se nos va "transfigurando".
DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA AÑO B: 25.02.2018
Mateo 17, 1-9.
Marcos 9, 1-10.
Lucas 9, 28-36.
Lucas 22, 39-46.
Juan 12, 23-36.
Introducción:
Hago una introducción, al comenzar este escrito, porque, en primer lugar, quiero advertirles que he querido reponer un escrito anterior sobre el Evangelio de la Transfiguración del Señor, pero ahora con una insistencia en la importancia de la lectura del Evangelio. No se trata de una lectura como quien lee cualquier libro de biblioteca. Quiero instarlos a tomar el Evangelio, como un encuentro íntimo, con la persona de Jesús. Quiero motivarlos a hacer oración, meditación y ojalá contemplación de la persona de Jesús en su Evangelio, haciéndolo, desde ya, en cuaresma, y no sólo en cuaresma. Por eso al comienzo,debajo del título de la domínica de cuaresma, les doy algunas citas del Evangelio, para que puedan intentar ese encuentro personal con Jesús, orando, meditando y contemplando a Jesús, que es el Evangelio: una persona, "Alguien" y no "algo".Tomen el Evangelio no sólo como un libro, sino que al tomarlo,"toquen" al Señor y entren en contacto íntimo con él.
Para darme a entender, en mi ánimo de motivarlos a la oración del Evangelio, quiero ejemplificarlo con el hecho evangélico de la mujer que sufría por mucho tiempo de una enfermedad de un flujo de sangre. (Lucas 8,40-48; Marcos 5, 24-34;Mateo 9, 19-22).Cito estos evangelios, no textualmente, sino con corazón y mente impregnada de Cristo.
Así como esta mujer, que "tocó" a Jesús, en medio de una multitud que apretujaba al Señor, tenemos que tomar el Evangelio de hoy, y meditarlo en oración. Al tomar el Evangelio, háganlo con fe y esperanza, no tomando un libro cualquiera, sino hacerlo con fe y esperanza, "tocando" a Jesús con amor. De esta manera lo hizo la mujer,lo que a su vez,hizo sentir a Jesús que lo han "tocado" de un modo especial, no obstante que muchos lo tocaban y lo apretujaban:
"Jesús preguntó: ¿Quién me tocó el manto? Como todos decían: Yo no, Pedro y sus compañeros le contestaron: Cuando ves a esa gente que te aprieta, ¿cómo puedes preguntar quién te tocó? Jesús replicó: Alguien me tocó; yo sentí que una fuerza salió de mí. Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién era la que lo había tocado. Al verse descubierta, la mujer se presentó muy temerosa y, echándose a sus pies, contó delante de todos por qué razón ella lo había tocado y cómo había quedado instantáneamente sana. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz".
Jesús hace notar que alguien lo ha "tocado" de una manera especial, porque de él salió una fuerza o virtud. Era la mujer de las hemorragias que lo había "tocado" con mucha fe. Ella, a pesar de la multitud que apretaba y tocaba al Señor por todos lados, se había acercado a Jesús, con fe y esperanza y amor.
"La mujer pensaba: Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa sanaré.
Y así fue. Quedó sana. Al momento de "tocar" al Señor, con fe, esperanza y amor, cesó su hemorragia.
Jesús, ante la humildad, pobreza de espíritu, pero grandeza de corazón y alma de la mujer, que reconoce que ella lo "tocó" y sanó, reacciona en forma especial, igual que cuándo se sintió "tocado" por ella:
"Hija tu fe te ha salvado; vete en paz".
Creo, que muchos, no tocan de verdad, el Evangelio, lo manejan y lo recorren superficialmente, y lo más triste que tienen, es que es posible leer el Evangelio más de cien veces sin que nos levantemos de nuestra rutina espiritual. ¡Peor todavía! Sucede mayoritariamente, que cuanto más lo leemos, mejor dormimos:
"Pedro y sus compañeros se vieron invadidos por el sueño".(cfr. Transfiguración por Lucas 9,32).
Así pasó, también, en el Monte de los Olivos:
"Volvió donde sus discípulos y los halló dormidos. ¿De modo que no pudieron permanecer despiertos conmigo ni una hora? (Mateo 26,40).
Sucede que lo que mejor creemos conocer, no acabamos de conocerlo del todo. Es la obra destructora de la rutina. Lo que destruye la fe y desmejora la Iglesia, no son sólo las crisis y otras razones, sino sencillamente la rutina de los cristianos. Creo que eso sucede con el Evangelio. Incluso, hay cristianos que no lo han leído nunca, que no sienten ganas de leerlo y, a lo mejor, no lo leerán jamás. A veces pienso, que cuando lleguemos a la presencia del Señor y veamos su acogida tan cariñosa, alegre y alentadora, sentiremos algo extraño y diremos:¡Pero, Señor, si te hubiéramos conocido así antes! ¡Si hubiéramos sabido antes, que tú, Señor, eras tan maravilloso! Pero Cristo nos contestará: ¿No han leído nunca el Evangelio? ¿No lo han orado nunca? ¿Tan ocupados estaban que no han tenido tiempo de leerlo, meditarlo y contemplarlo?
Y yo pregunto: ¿Qué significa para nosotros este Evangelio de la Transfiguración?
Tal vez, pasará como en el caso de la multitud, que tocaba al Señor, que lo apretujaban. Ninguno curó. Sólo una mujer que le "toca" con fe, esperanza y amor, queda transformada, renovada y curada. Muchos toman el Evangelio en sus manos, muchos lo usan y lo manejan, pero lo recorren superficialmente. Pocos se alimentan del Evangelio. Pocos cambian, pocos han hecho un acto de fe. Otros creen, que lo que nos cuenta el Evangelio, sucedió solamente hace dos mil años, lo toman como si fuera un libro de historia, le conceden crédito como a cualquier libro serio de historia.
¿Y qué significa leer y orar el Evangelio con fe hoy día?
El Evangelio es mucho más que una historia: es una profecía, una revelación y una "transfiguración". El Evangelio nos muestra a Jesús y lo que está sucediendo ahora, lo que sucederá siempre, en cada uno y en la sociedad.
El Evangelio es una luz para nuestra vida y para la vida toda. Es una experiencia maravillosa de que Jesús, también para nosotros, se ha hecho carne: se ha hecho Hombre y habita entre nosotros.
El Evangelio es Jesús: el Hijo de Dios que viene a vivir entre los hombres y mujeres. Y el Dios hecho Hombre vive siempre entre nosotros, sus discípulos:
"Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin".
Jesús es siempre el mismo: amante, bondadoso y misericordioso. Siempre nos habla, y también nos "toca", nos corrige y nos llama.
El Evangelio nos manifiesta lo que ha de pasar siempre: cómo se porta Jesús con nosotros, y cómo nos comportamos nosotros con él, cómo nos trata y cómo lo tratamos nosotros a él.
El Evangelio nos muestra, que nosotros en él, estamos profetizados y predichos; también es una denuncia acerca de nuestra vida personal y social. Hay que abrir el Evangelio con una actitud de escucha y oración:
"Habla Señor, que tu siervo escucha". "Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad". "Espero confiado en el Señor, cierto estoy de su Palabra".
Y como Nuestra Madre:
"He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra".
Les recomiendo abrir el Evangelio y se verán ustedes mismos en él; nos daremos cuenta de lo que estamos haciendo y actuando en nuestra vida. El Evangelio es Jesús, porque está presente y vivo hoy, y que nos está interpelando.
Si abrimos el Evangelio como la mujer enferma, Jesús se sentirá"tocado" por nosotros, y nos dirá cómo estamos haciendo y viviendo. Ojalá no nos diga:
"Perdónalos, que no saben lo que hacen".
A veces, no sabemos lo que hacemos, pero podríamos saberlo. Poseemos una revelación, una transfiguración: ¡Es el Evangelio! ¡Es Jesús! ¡ Déjense revelar y "transfigurar" por el Evangelio! Sólo cuando "toquemos" y nos hayamos visto en el Evangelio, en Jesús, y también "tocado" por él, empezará a hablarnos la Palabra, el Verbo Encarnado.
El Evangelio es un espejo. Ciertamente sabemos cómo se usa un espejo. Así, también en la oración, meditación y contemplación del Evangelio, del Verbo Encarnado, de Jesús, el Dios hecho Hombre: ¡Hay que mirarse dentro del Evangelio como en un espejo! ¡Hay que mirar y "tocar" a Jesús! Y saldrá de él una fuerza especial y una virtud que nos sanará y nos hará crecer en
"Edad y gracia delante de Dios y de los hombres".
Ojalá, en este tiempo de cuaresma, comencemos un intento serio de diálogo y oración con Jesús, en el Evangelio. ¡Será una "Transfiguración"! y no podremos seguir viviendo igual que siempre. Se acabará la rutina cristiana.
Lo que menos quiero, para todos los que intenten y comiencen esta aventura de oración del Evangelio, es que lo hagan no mirándose como en un espejo, o que no usen esta oración evangélica como un espejo personal.
Me acuerdo de Clodoveo, aquel militar, que cuando leía la pasión y muerte de Jesús, lloraba y protestaba diciendo: "Si yo hubiera estado allí con mis soldados, las cosas no hubieran sucedido así. Yo no lo habría permitido y lo habría impedido con mis soldados". Sin embargo, su vida no era así. Con sus soldados reprimía a sus hermanos; los detenía y los torturaba; los degollaba y asesinaba; más encima, maltrataba y despojaba a las viudas y a los hijos huérfanos. Pero cuando le ponían delante de sus ojos el espejo del Evangelio, no se miraba a sí mismo, y así no podía reconocerse en su comportamiento, en sus violaciones a los derechos humanos de sus hermanos; menos se encontraba con Jesús vivo, cercano a él y mostrándole:
"Lo que haces con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo haces".
Clodoveo, como muchos, no se miraba el mismo en el espejo del Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesús, sólo miraba a los demás. Era como muchos cristianos que usan y toman el Evangelio, indignándose de los pecados ajenos, también reclamando, porque los otros, a quienes Jesús les habla en el Evangelio, no lo escuchan ni lo reconocen, incluso llegan a decir: ¿cómo es posible que sean tan duros e insensibles de corazón?
¿Y cómo estamos por casa? Esto debieran preguntarse, hoy día en Chile, algunos políticos golpistas, que reclaman tanto y con insistencia, la extradición de Francia y justicia con respecto al chileno Palma Salamanca que asesinó a Jaime Guzmán, ideólogo de dictadura y de lo institucional ilegítimo de Chile. Es cierto que nadie ni nada puede justificar el hacer justicia con mano propia. Palma Salamanca hizo mal matando a Jaime Guzmán. Pero los que reclaman su presencia en Chile para que se haga justicia, no se miran en el espejo, no se miran a sí mismos: "Miran la paja en ojo ajeno", pero no tienen conciencia de que ellos participaron en una cruel dictadura, siendo "in causa" criminales de tantos hermanos chilenos asesinados y algunos desaparecidos hasta hoy, habiendo todavía una grave impunidad. La Verdad y la Justicia debe cumplirse en ambos casos.
Y me pregunto, tomando el Evangelio de la parábola del sembrador: ¿Cuál será la buena tierra que recibe bien la semilla y la hace germinar? ¿Cuál será el terreno en que la Palabra, el Evangelio de Jesús dará fruto?
Y me respondo: la buena tierra, son aquellos, que se han visto y se han reconocido en el espejo de la Palabra de Dios. Son los que acogen la Palabra como una revelación, como una "Transfiguración", como un encuentro íntimo y personal con Jesús que nos interpela personalmente. Son los que han "tocado" y se han dejado "tocar" por el Señor. Allí, la semilla de la Palabra va penetrando profundamente, madurando, germinando, y sobre todo, produciendo frutos abundantes. La oración de la Palabra no es sólo una revelación, que nos hace exclamar:
"¡Qué bueno es estarnos aquí, hagamos tres tiendas!".
No, la Palabra de Dios es operante, ilumina, nos muestra el "Camino" que recorrer, y nos transforma.
No hay Evangelio de la "Transfiguración" si no nos transformamos nosotros. Orar la "Transfiguración" significa que debe tener la eficacia sacramental de la Palabra de Dios, del Verbo: Jesús, que es "tocado", por todos y cada uno de nosotros, con fe, esperanza y amor, y que somos "tocados" por él, haciéndonos hombres y mujeres sanados y transformados por él.
Hasta aquí llega la "introducción". Perdonen por lo largo de ella. Pero debo reconocer, con humildad, que me faltan las palabras precisas y sintéticas, para explicar lo maravilloso del Evangelio, del encuentro de oración con Jesús a través de la Palabra. "Palabra" con mayúscula, porque se trata de Jesús vivo en medio de nuestras vidas. El Evangelio es Jesús que nos habla y se nos "Transfigura" hoy para nosotros y en nuestros tiempos.
También aclaro, que no estoy pretendiendo hacer una homilía dominical. Tal vez con mucha pretensión, busco hacer un "documento" de reflexión, estudio, meditación y crecimiento cristiano para mis hermanos.
Ahora sigo directamente con el Evangelio de la Transfiguración del Señor, antes tratado, y ahora un poco re-"tocado".
Llama la atención la semejanza entre el Evangelio de Jesús del "Monte de la Transfiguración" y el Evangelio de Jesús del "Monte de su agonía". En ambos casos, Jesús aparece subiendo a orar:
"Jesús llevó consigo a Pedro , a Santiago y a Juan, y subió a un cerro a orar". (Lucas 9, 29).
"Entonces Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al cerro de los Olivos; y lo siguieron también sus discípulos. Cuando llegaron al lugar, les dijo: Oren, para que no caigan en tentación. Después se alejó de ellos como a la distancia a la que uno tira una piedra y, doblando las rodillas, oraba. (Lucas 22, 41).
Jesús, en las dos ocasiones, cambia su aspecto:
"Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y fulgurante". (Lucas 9, 29).
"Entró en agonía y oraba con más insistencia, tirándose en el suelo hasta tocar su cara, hizo esta oración: Padre, si es posible, aleja de mí esta copa. Sin embargo, que se cumpla no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres y su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre que caían hasta el suelo". (Lucas 22, 44).
Y en esas circunstancias necesitaba de la compañía solidaria de los suyos, y los instaba a hacer la mejor compañía en esos momentos de gran dolor:
"Les dijo: Oren para que no caigan en tentación".
Bien sabemos cómo fue la compañía de sus amigos. Fue muy semejante, al encuentro y compañía rutinaria y somnolienta, de muchos de nosotros, hoy día, con el Evangelio.
"Jesús, después de orar, se levantó y fue hacia donde estaban los discípulos y los halló dormidos, vencidos por la tristeza".
Y esto a pesar de haberles rogado:
"Siento en mi alma una tristeza mortal. Quédense aquí y permanezcan despiertos orando".
"Simón, ¿duermes? No pudiste estar despierto ni una hora. Estén despiertos y oren,para que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil. De nuevo se apartó por segunda vez a orar. Volvió de nuevo y los encontró dormidos. No podían resistir el sueño y no supieron qué contestarle. ¿Cómo pueden dormir? Levántense y oren para que no caigan en tentación".
En los dos relatos ( en "Transfiguración" como en su "Agonía"), Jesús tiene una visión, más bien, una aparición. En el primero:
"Dos hombres , que eran Moisés y Elías, conversaban con él". (Lucas 9, 30-31).
También:
"Estaba todavía hablando cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra. Al quedar envueltos en la nube se atemorizaron, pero de la nube salió una voz que decía:
"Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo". (Lucas 9, 34-36).
Y en el segundo relato:
"Entonces se le apareció un ángel del cielo que venía a animarlo". (Lucas 22, 43).
Y en ambos casos se habla de su pasión:
"Y le hablaban de su partida que debía cumplirse en Jerusalén". (Lucas 9, 31).
"Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba. Sin embargo, que no se haga mi voluntad sino la tuya". (Lucas 22, 42).
La Cruz, Pasión, Muerte y Resurrección están presentes en la vida de Jesús. Él sabe, como algo propio de su misión, que no hay victoria, ni gloria, ni resurrección, sin Cruz y Muerte.
Éste, también, debe ser el camino cuaresmal del cristiano. Lleva implícito la renuncia, el sacrificio y la cruz. Es un esfuerzo por dejar el pecado y superar las tentaciones. Es una renuncia de uno mismo.
Por otro lado, renuncia de uno mismo, que también es algo propio del ser humano, en su vida familiar, en su vida social y de trabajo y en la búsqueda de un desarrollo personal. Creo que podemos afirmar que la cruz es la condición humana.
Para el cristiano, la renuncia y el sacrificio tiene un sentido liberador, para crecer en el amor. Pero, por sobre todo, tiene una fuerza y un impulso por la presencia de Cristo en él, presencia y fuerza, también por la oración del Evangelio. (Es mi experiencia de oración.). Esto le permite al cristiano sobrellevar esta tarea con esperanza.
Esta presencia debe ser una realidad en nuestra vida cristiana. Esto lo digo no en forma excluyente, sólo es, porque hoy estoy insistiendo en el Evangelio orado; por eso, no recalco la importancia de esta presencia de Jesús en uno, en otras cosas, tan importantes para nuestra vida cristiana, largas de enumerar, y que son tan importantes como lo es la oración. Por tanto mi ánimo no es excluyente, sino más bien pedagógico en cuanto a la oración del Evangelio.
"Además, Jesús tiene claro que no sólo se trata de liberar a los hombres del pecado y sus dolorosas consecuencias. Él sabe bien lo que hoy tanto se calla en América Latina: que se debe liberar el dolor por el dolor, esto es, asumiendo la Cruz y convirtiéndola en fuente de vida pascual". (Puebla 278).
Cristo hace un alto en el camino apostólico y se va al monte con Pedro, Santiago y Juan. Busca la oración en el monte. Ya estaba viviendo dificultades serias con la autoridad. Su misión no era aceptada por los poderes. Cristo se encontraba en una disyuntiva: o él daba marcha atrás o cumplía la voluntad de su Padre. Por supuesto que Jesús no se echaba para atrás y cumplía fielmente la voluntad del Padre:
"No busco mi voluntad, sino la de Aquel que me envió". (Juan 5, 30).
Se venía entonces sobre él la Cruz. También, junto a la tentación de renuncia a su misión, estaba la tentación de los que lo asediaban para que fuera un mesías lleno de poder temporal, honores y gloria, sin sufrimientos y no un mesías por el camino del siervo de Yahvé que es crucificado. Es, en estos momentos difíciles, que Jesús ora, y nos hace orar, tanto en la "Transfiguración" como en el "Huerto de los Olivos". (Lucas 22, 41-43).
En la "Transfiguración", Jesús se hizo ver por tres de sus discípulos, porque las cosas, en este punto de la vida de los apóstoles andaban mal, la situación se tornaba pesada y Jesús quería darles una esperanza concreta. Quería decirles: no se desanimen, venceremos.
Jesús cambia de aspecto. Se "transfigura glorioso", como ciertamente le gustaría a los discípulos y al pueblo que fuera siempre. Es ahí donde aparece conversando con Moisés y Elías, los grandes del Antiguo Testamento. La conversación versa sobre la Pasión y Muerte. Y esto porque Jesús era realmente el mesías glorioso, prometido en Antiguo Testamento y esperado por el pueblo. Pero queda claro el camino. Era un camino vía gloria, que pasa por el sufrimiento, por la Cruz y por su Muerte.
La reacción de los discípulos, hasta ese momento, era la misma del Huerto: se habían dormidos:
"Pedro y sus compañeros se sintieron invadidos por el sueño". (Lucas 9,32).
No les agrada que se hable de un futuro de Cruz. Lo que ellos quieren es permanecer en ese momento de gloria, y bien encumbrados, proponiendo hacer tres tiendas para quedarse allí.
Pero también, es de verdad, interpretar su reacción como la de unos hombres, que habían renunciado a todo y se habían entregado sin descanso, tomando la cruz de cada día, siguiendo al Maestro en los trabajos fatigosos del Reino. Al ver a Jesús glorioso y en plenitud, su impresión fue tan fuerte y reveladora, que les hizo olvidar su trabajo evangélico y pastoral. Quedaron asombrados, contemplando y descansando en el Señor transfigurado.Fue para ellos un encuentro personal e íntimo: una verdadera oración: de escucha personal a Jesús, y en Jesús glorificado, que les adelantaba el fin y la meta de gloria para ellos, y para todos los que lo siguieran, cumpliendo la voluntad de Jesús, el Hijo Amado, el Elegido, que es también la voluntad del Padre, encarnada en su Hijo hecho Hombre. Es una oración de "Transfiguración" que los alienta y les asegura, después de la Cruz y Muerte, la gloria y la victoria final. Es, también, una oración de escucha a Jesús, que los fortifica en su misión, y que es entendida al oír la voz que sale de la nube y que les indica un camino de oración con Jesús:"Camino" a la gloria final:
"Éste es mi Hijo amado: a él han de escuchar". "Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo". (Marcos 9,7;Lucas 9,35).
Ellos escuchan la voz del Padre que sale de una nube y repito ahora con evangelista Mateo:
"Éste es mi Hijo el Amado; éste es mi Elegido; a él han de escuchar". (Mateo 17, 5).
Jesús queda solo con sus discípulos; queda claro para ellos: Jesús es la Palabra de Dios. A Él tienen que escuchar. Y yo, digo hoy: a Él debemos escuchar en la oración del Evangelio, a Jesús.
Todo fue rápido. Jesús los hace aterrizar. Hay que continuar el apostolado, duro y difícil de esos días; hay que volver a enfrentar los riesgos de la ciudad, agoreros de Cruz y Muerte de Jesús. Pero están cambiados los discípulos. No será lo mismo de ahora en adelante. La gloria de Jesús los ha "despertado". Más aún, saliendo los discípulos de su sueño, han aprendido a unirse con Jesús en la acción. Es la oración de la acción; la acción y la misión se convierten en una permanente oración de unión con Cristo, el Misionero, el Enviado por el Padre. Misión viene del latín Missio- Mittere= Misionero= Enviado= Misionar=Enviar.
En Chile, nuestro santo Alberto Hurtado Cruchaga, dio un gran testimonio de convertir su acción, su envío y su misión, en oración. Es algo difícil de hacer y de alcanzar. No en vano lo consiguió, entre nosotros, un santo, como el Padre Hurtado.
"A él han de escuchar".
No se trata de escuchar nuevas leyes, sino de escuchar al que revelará al Padre y moverá a los hombres a reconciliarse con Dios y entre ellos. Se trata de escuchar a Jesús.
Los discípulos estaban sumergidos en el misterio de Dios. Se ha entreabierto su cortina: Es el deseo del Señor, que sus discípulos entiendan, que Él se está acercando a su resurrección. Quedaba poco tiempo para que Jesús fuera clavado en la Cruz. Pero también, poco tiempo faltaba, para que el Padre le comunique la gloria que se merece. La nube de la "Transfiguración", la ropa resplandeciente con su rostro son signos exteriores que les indican, a los Apóstoles, algo del misterio de Jesús glorificado, y también, para el día que ellos resuciten, como Cristo, de entre los muertos, llenos de su fuerza y vida divina, que nos asegura la resurrección para todos los hermanos cristianos: para usted hermano que lee este escrito con espíritu de oración.
¡Alabado sea Jesús! ¡Por siempre sea alabado!
Ésta es la respuesta del Padre a los discípulos que esperaban otro tipo de Reino: una edad de oro y un mundo de justicia bajado del cielo milagrosamente a la tierra. No, Dios no nos prepara un paraíso en la tierra, sino solamente una construcción y adelanto del Reino instaurado por Cristo. Tarea urgente nuestra: construir Reino desde aquí y ahora, para llegar al Reino pleno y definitivo.
Sí, el Padre nos propone más bien sufrir con su Hijo para ser transformados y liberados de una forma todavía para nosotros misteriosa: a través de sufrimientos y humillaciones, es decir, pasando por la Cruz.
En esta "Transfiguración" los discípulos descubren algo que es muy importante para la vida de los cristianos. Se trata de la experiencia de una oración contemplativa. Contemplar , conocer y amar a Jesús por sí mismo, capaz de dar sentido a una vida, que quiere tomar en serio y radicalmente su seguimiento. Quedarse en silencio interior y exterior, fijando todo nuestro entendimiento y ser, en la persona de Jesús. A veces meditamos, a veces pedimos, suplicamos y hablamos mucho. Ahora se trata de guardar silencio y poner toda nuestra atención, para contemplar, conocer y amar a la persona de Jesús, por ser Él quien es, por sí mismo.
Esta experiencia, a veces no nos resulta. Nos distraemos y pareciera que no sacáramos nada y hubiéramos perdido el tiempo. No inquietarse. No se trata de "sacar algo". No se trata de "ganar tiempo". Eso no es lo esencial y suena a egoísmo. Lo importante es que sea una espera expectante de amor a Jesús. Habrá una "Transfiguración", una iniciativa de amor de Jesús hacia quien lo espera, mirando quién es Jesús, qué hace; qué dice y cuáles son sus gestos y palabras; contemplando su manera de ser y su estilo de vida; viendo su relación con el Padre y con los hombres y mujeres. Se trata de una espera de amor. Jesús está contento de que le entreguemos nuestro tiempo. No se fija si cada uno está "ganando tiempo".
A él le gusta que "perdamos nuestro tiempo" en Él. Nos dice: "Ámame como tú eres", y no te preocupes de "sacar algo". Acuérdate de que yo soy "Alguien". Y un día, más temprano que tarde, con paciencia y esperanza nuestra, Dios se nos mostrará y se nos manifestará en su grandeza. Hay que acordarse de la Palabra,de Jesús:
"Y verás cosas mayores, Felipe".
A veces, hacemos esfuerzos y méritos personales. Vamos en son de conquista. Eso se relaciona más bien con méritos y virtudes personales.
Es la "Espiritualidad desde arriba". Que, a veces, es peligrosa. Se cae en rigideces, rigorismos y orgullos personales; en ponerse una escalera, en que uno va subiendo de escalón en escalón con su sola fuerza. De pronto, uno llega a comprender que no tiene más fuerzas personales. Ahí, se debe reconocer con humildad, que uno es una creatura y que Dios es Dios, y que tenemos necesidad de Dios. La "Espiritualidad desde arriba" es también peligrosa porque nos puede llevar a centrarnos en nosotros mismos y en nuestros solos esfuerzos y méritos personales, y no en Jesús. En esta "Espiritualidad desde arriba vale nuestro interés y esfuerzo, siempre necesario. Pero hay que estar atento a los peligros que se pueden producir, y que de hecho, se producen, para pérdida de nuestra paz y vida interior.
Recomiendo la "Espiritualidad desde abajo", como lo he dicho anteriormente. La de un corazón humilde y un alma de pobre. Que reconoce sus miserias y limitaciones. Que se pone en espera ante Jesús; que se reconoce pequeño y que deja que los brazos de Jesús se alarguen hasta el fondo de nuestras miserias humanas, y como un ascensor nos tire para arriba.
Abandonarse y anonadarse. Sobre todo comenzar la "Espiritualidad desde abajo" con un:
"Espero confiado en el Señor, cierto estoy de su Palabra". "Habla, Señor, que tu siervo escucha". "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". "He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según su Palabra".
Y guardar silencio, en una espera de amor.
Perdonen que sea reiterativo. Pero quiero servir a mis hermanos, después de más de 55 años de sacerdocio y pastor del clero secular o diocesano, enviados por Jesús y su Iglesia al "saeculum" al siglo, al mundo todo y a todos los hombres y mujeres, para evangelizar el mundo todo y a todos, y ser evangelizados por el mundo todo y por todos, sin muros y con mucho horizonte. Soy diferente al clero regular o religioso, muy loable también, que sigue la "regula", la regla de su padre fundador, en Cristo. Son de Congregación religiosa, para la mayor gloria de Dios. Son mis hermanos, diferentes, pero unos, en la Iglesia, porque somos del mismo Cuerpo, cuya Cabeza está coronada de espinas, lo cual repercute necesariamente en todos los cristianos, sean éstos: sacerdotes regulares o seculares, y le da sentido a nuestros problemas y sufrimientos.
Pero Jesús, al mismo tiempo, no acepta que nos instalemos en su compañía, como un vulgar sibarita, consumista y acumulador de "capital de gracia". No, Jesús y su Iglesia nos envían a prolongar y a entregar, encarnando esta experiencia de Dios en el compromiso con el otro, sobre todo con los pobres, y construyendo Reino. Es decir, los de Jesús y su Iglesia están para misionar y evangelizar a los pobres, y desde los pobres, a todo y a todos. Si vivimos centrados en nosotros mismos y en la Iglesia misma, en lo que se llama "eclesiocentrismo", ya no somos la Iglesia de Jesús. Siempre existirá esta tentación que se debe rechazar con energía y valor. (Para no alargar todavía más: recomiendo leer personalmente Puebla 726, 932, 727).
La Iglesia, en esta cuaresma, nos recuerda lo inevitable de la cruz en nuestra vida. Nos recuerda la fuente de nuestra fidelidad y de nuestra esperanza: la experiencia personal, viva y exigente de Jesús.
En nuestras crisis, oscuridades y frustraciones, sólo esta experiencia personal de Jesús, es capaz de "transfigurar" nuestro sacrificio y renuncia en esperanza y en fidelidad, sosteniendo a la causa del Evangelio y de la liberación de nuestros hermanos. Yo agregaría: sosteniendo y sacando adelante a un Pueblo de Dios en crisis. No sólo por pecados de abusos sexuales y problemas de pedofilia, sino también por problemas de falta de pobreza, divisiones y luchas internas de poder y gobierno de nuestra Iglesia; habiendo también otros problemas, resaltando entre ellos el intento sistemático, y vigente hasta hoy, de involucionar y restaurar a la Iglesia con respecto a Vaticano II.
La no puesta en práctica, del Concilio Vaticano II, concebido por obra del Espíritu Santo, convierte a hermanos detractores en gente al borde del "pecado contra el Espíritu Santo", pecado que no se perdonará ni en esta vida ni en la otra. Eso es triste y preocupante. Dios no lo quiera que suceda. Tenemos plena confianza que Jesús no abandona a su Iglesia:
"Que estará con ella hasta la consumación de los siglos".
Confiamos en el Papa Francisco I, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, quienes con el compromiso verdadero de todos y cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia: Pueblo de Dios, guiados por el Espíritu Santo, pasando por la Cruz, negándose y muriendo a sí mismos, encontrarán, caminos de vida y resurrección, cada vez que existan estas dificultades y problemas:
"Anunciamos tu Muerte. Proclamamos tu Resurrección. ¡Ven Señor, Jesús!
Tal vez repitiéndome: todo esto exige en cada miembro del Cuerpo de Cristo, cuya Cabeza, como decía, está coronada de espinas, que uno sea un contemplativo en el sentido más puro del término, es decir, alguien que en su experiencia de fe y de su amor, tenga un convencimiento vivo de la presencia de un Dios que lo ama a él, a través de las crucifixiones de la vida. Que cuando haya una frustración, la relación con el Señor pueda devolverle la esperanza y la vida de plenitud. Que la oración y experiencia contemplativa, sea la fuente radical de sus compromisos con respecto al mundo, a Jesús, al Reino, con sus hermanos, con la Iglesia, y que nos lleve a todos, conociendo y contemplando la "Transfiguración del Señor", a la gloria y la meta final: al Reino, y a vivir, en la Comunión de los Santos, para alabar, adorar, amar y gozar eternamente de la presencia de nuestro único Dios y Señor de la Vida. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
Mateo 17, 1-9.
Marcos 9, 1-10.
Lucas 9, 28-36.
Lucas 22, 39-46.
Juan 12, 23-36.
Introducción:
Hago una introducción, al comenzar este escrito, porque, en primer lugar, quiero advertirles que he querido reponer un escrito anterior sobre el Evangelio de la Transfiguración del Señor, pero ahora con una insistencia en la importancia de la lectura del Evangelio. No se trata de una lectura como quien lee cualquier libro de biblioteca. Quiero instarlos a tomar el Evangelio, como un encuentro íntimo, con la persona de Jesús. Quiero motivarlos a hacer oración, meditación y ojalá contemplación de la persona de Jesús en su Evangelio, haciéndolo, desde ya, en cuaresma, y no sólo en cuaresma. Por eso al comienzo,debajo del título de la domínica de cuaresma, les doy algunas citas del Evangelio, para que puedan intentar ese encuentro personal con Jesús, orando, meditando y contemplando a Jesús, que es el Evangelio: una persona, "Alguien" y no "algo".Tomen el Evangelio no sólo como un libro, sino que al tomarlo,"toquen" al Señor y entren en contacto íntimo con él.
Para darme a entender, en mi ánimo de motivarlos a la oración del Evangelio, quiero ejemplificarlo con el hecho evangélico de la mujer que sufría por mucho tiempo de una enfermedad de un flujo de sangre. (Lucas 8,40-48; Marcos 5, 24-34;Mateo 9, 19-22).Cito estos evangelios, no textualmente, sino con corazón y mente impregnada de Cristo.
Así como esta mujer, que "tocó" a Jesús, en medio de una multitud que apretujaba al Señor, tenemos que tomar el Evangelio de hoy, y meditarlo en oración. Al tomar el Evangelio, háganlo con fe y esperanza, no tomando un libro cualquiera, sino hacerlo con fe y esperanza, "tocando" a Jesús con amor. De esta manera lo hizo la mujer,lo que a su vez,hizo sentir a Jesús que lo han "tocado" de un modo especial, no obstante que muchos lo tocaban y lo apretujaban:
"Jesús preguntó: ¿Quién me tocó el manto? Como todos decían: Yo no, Pedro y sus compañeros le contestaron: Cuando ves a esa gente que te aprieta, ¿cómo puedes preguntar quién te tocó? Jesús replicó: Alguien me tocó; yo sentí que una fuerza salió de mí. Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién era la que lo había tocado. Al verse descubierta, la mujer se presentó muy temerosa y, echándose a sus pies, contó delante de todos por qué razón ella lo había tocado y cómo había quedado instantáneamente sana. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz".
Jesús hace notar que alguien lo ha "tocado" de una manera especial, porque de él salió una fuerza o virtud. Era la mujer de las hemorragias que lo había "tocado" con mucha fe. Ella, a pesar de la multitud que apretaba y tocaba al Señor por todos lados, se había acercado a Jesús, con fe y esperanza y amor.
"La mujer pensaba: Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa sanaré.
Y así fue. Quedó sana. Al momento de "tocar" al Señor, con fe, esperanza y amor, cesó su hemorragia.
Jesús, ante la humildad, pobreza de espíritu, pero grandeza de corazón y alma de la mujer, que reconoce que ella lo "tocó" y sanó, reacciona en forma especial, igual que cuándo se sintió "tocado" por ella:
"Hija tu fe te ha salvado; vete en paz".
Creo, que muchos, no tocan de verdad, el Evangelio, lo manejan y lo recorren superficialmente, y lo más triste que tienen, es que es posible leer el Evangelio más de cien veces sin que nos levantemos de nuestra rutina espiritual. ¡Peor todavía! Sucede mayoritariamente, que cuanto más lo leemos, mejor dormimos:
"Pedro y sus compañeros se vieron invadidos por el sueño".(cfr. Transfiguración por Lucas 9,32).
Así pasó, también, en el Monte de los Olivos:
"Volvió donde sus discípulos y los halló dormidos. ¿De modo que no pudieron permanecer despiertos conmigo ni una hora? (Mateo 26,40).
Sucede que lo que mejor creemos conocer, no acabamos de conocerlo del todo. Es la obra destructora de la rutina. Lo que destruye la fe y desmejora la Iglesia, no son sólo las crisis y otras razones, sino sencillamente la rutina de los cristianos. Creo que eso sucede con el Evangelio. Incluso, hay cristianos que no lo han leído nunca, que no sienten ganas de leerlo y, a lo mejor, no lo leerán jamás. A veces pienso, que cuando lleguemos a la presencia del Señor y veamos su acogida tan cariñosa, alegre y alentadora, sentiremos algo extraño y diremos:¡Pero, Señor, si te hubiéramos conocido así antes! ¡Si hubiéramos sabido antes, que tú, Señor, eras tan maravilloso! Pero Cristo nos contestará: ¿No han leído nunca el Evangelio? ¿No lo han orado nunca? ¿Tan ocupados estaban que no han tenido tiempo de leerlo, meditarlo y contemplarlo?
Y yo pregunto: ¿Qué significa para nosotros este Evangelio de la Transfiguración?
Tal vez, pasará como en el caso de la multitud, que tocaba al Señor, que lo apretujaban. Ninguno curó. Sólo una mujer que le "toca" con fe, esperanza y amor, queda transformada, renovada y curada. Muchos toman el Evangelio en sus manos, muchos lo usan y lo manejan, pero lo recorren superficialmente. Pocos se alimentan del Evangelio. Pocos cambian, pocos han hecho un acto de fe. Otros creen, que lo que nos cuenta el Evangelio, sucedió solamente hace dos mil años, lo toman como si fuera un libro de historia, le conceden crédito como a cualquier libro serio de historia.
¿Y qué significa leer y orar el Evangelio con fe hoy día?
El Evangelio es mucho más que una historia: es una profecía, una revelación y una "transfiguración". El Evangelio nos muestra a Jesús y lo que está sucediendo ahora, lo que sucederá siempre, en cada uno y en la sociedad.
El Evangelio es una luz para nuestra vida y para la vida toda. Es una experiencia maravillosa de que Jesús, también para nosotros, se ha hecho carne: se ha hecho Hombre y habita entre nosotros.
El Evangelio es Jesús: el Hijo de Dios que viene a vivir entre los hombres y mujeres. Y el Dios hecho Hombre vive siempre entre nosotros, sus discípulos:
"Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin".
Jesús es siempre el mismo: amante, bondadoso y misericordioso. Siempre nos habla, y también nos "toca", nos corrige y nos llama.
El Evangelio nos manifiesta lo que ha de pasar siempre: cómo se porta Jesús con nosotros, y cómo nos comportamos nosotros con él, cómo nos trata y cómo lo tratamos nosotros a él.
El Evangelio nos muestra, que nosotros en él, estamos profetizados y predichos; también es una denuncia acerca de nuestra vida personal y social. Hay que abrir el Evangelio con una actitud de escucha y oración:
"Habla Señor, que tu siervo escucha". "Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad". "Espero confiado en el Señor, cierto estoy de su Palabra".
Y como Nuestra Madre:
"He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra".
Les recomiendo abrir el Evangelio y se verán ustedes mismos en él; nos daremos cuenta de lo que estamos haciendo y actuando en nuestra vida. El Evangelio es Jesús, porque está presente y vivo hoy, y que nos está interpelando.
Si abrimos el Evangelio como la mujer enferma, Jesús se sentirá"tocado" por nosotros, y nos dirá cómo estamos haciendo y viviendo. Ojalá no nos diga:
"Perdónalos, que no saben lo que hacen".
A veces, no sabemos lo que hacemos, pero podríamos saberlo. Poseemos una revelación, una transfiguración: ¡Es el Evangelio! ¡Es Jesús! ¡ Déjense revelar y "transfigurar" por el Evangelio! Sólo cuando "toquemos" y nos hayamos visto en el Evangelio, en Jesús, y también "tocado" por él, empezará a hablarnos la Palabra, el Verbo Encarnado.
El Evangelio es un espejo. Ciertamente sabemos cómo se usa un espejo. Así, también en la oración, meditación y contemplación del Evangelio, del Verbo Encarnado, de Jesús, el Dios hecho Hombre: ¡Hay que mirarse dentro del Evangelio como en un espejo! ¡Hay que mirar y "tocar" a Jesús! Y saldrá de él una fuerza especial y una virtud que nos sanará y nos hará crecer en
"Edad y gracia delante de Dios y de los hombres".
Ojalá, en este tiempo de cuaresma, comencemos un intento serio de diálogo y oración con Jesús, en el Evangelio. ¡Será una "Transfiguración"! y no podremos seguir viviendo igual que siempre. Se acabará la rutina cristiana.
Lo que menos quiero, para todos los que intenten y comiencen esta aventura de oración del Evangelio, es que lo hagan no mirándose como en un espejo, o que no usen esta oración evangélica como un espejo personal.
Me acuerdo de Clodoveo, aquel militar, que cuando leía la pasión y muerte de Jesús, lloraba y protestaba diciendo: "Si yo hubiera estado allí con mis soldados, las cosas no hubieran sucedido así. Yo no lo habría permitido y lo habría impedido con mis soldados". Sin embargo, su vida no era así. Con sus soldados reprimía a sus hermanos; los detenía y los torturaba; los degollaba y asesinaba; más encima, maltrataba y despojaba a las viudas y a los hijos huérfanos. Pero cuando le ponían delante de sus ojos el espejo del Evangelio, no se miraba a sí mismo, y así no podía reconocerse en su comportamiento, en sus violaciones a los derechos humanos de sus hermanos; menos se encontraba con Jesús vivo, cercano a él y mostrándole:
"Lo que haces con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo haces".
Clodoveo, como muchos, no se miraba el mismo en el espejo del Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesús, sólo miraba a los demás. Era como muchos cristianos que usan y toman el Evangelio, indignándose de los pecados ajenos, también reclamando, porque los otros, a quienes Jesús les habla en el Evangelio, no lo escuchan ni lo reconocen, incluso llegan a decir: ¿cómo es posible que sean tan duros e insensibles de corazón?
¿Y cómo estamos por casa? Esto debieran preguntarse, hoy día en Chile, algunos políticos golpistas, que reclaman tanto y con insistencia, la extradición de Francia y justicia con respecto al chileno Palma Salamanca que asesinó a Jaime Guzmán, ideólogo de dictadura y de lo institucional ilegítimo de Chile. Es cierto que nadie ni nada puede justificar el hacer justicia con mano propia. Palma Salamanca hizo mal matando a Jaime Guzmán. Pero los que reclaman su presencia en Chile para que se haga justicia, no se miran en el espejo, no se miran a sí mismos: "Miran la paja en ojo ajeno", pero no tienen conciencia de que ellos participaron en una cruel dictadura, siendo "in causa" criminales de tantos hermanos chilenos asesinados y algunos desaparecidos hasta hoy, habiendo todavía una grave impunidad. La Verdad y la Justicia debe cumplirse en ambos casos.
Y me pregunto, tomando el Evangelio de la parábola del sembrador: ¿Cuál será la buena tierra que recibe bien la semilla y la hace germinar? ¿Cuál será el terreno en que la Palabra, el Evangelio de Jesús dará fruto?
Y me respondo: la buena tierra, son aquellos, que se han visto y se han reconocido en el espejo de la Palabra de Dios. Son los que acogen la Palabra como una revelación, como una "Transfiguración", como un encuentro íntimo y personal con Jesús que nos interpela personalmente. Son los que han "tocado" y se han dejado "tocar" por el Señor. Allí, la semilla de la Palabra va penetrando profundamente, madurando, germinando, y sobre todo, produciendo frutos abundantes. La oración de la Palabra no es sólo una revelación, que nos hace exclamar:
"¡Qué bueno es estarnos aquí, hagamos tres tiendas!".
No, la Palabra de Dios es operante, ilumina, nos muestra el "Camino" que recorrer, y nos transforma.
No hay Evangelio de la "Transfiguración" si no nos transformamos nosotros. Orar la "Transfiguración" significa que debe tener la eficacia sacramental de la Palabra de Dios, del Verbo: Jesús, que es "tocado", por todos y cada uno de nosotros, con fe, esperanza y amor, y que somos "tocados" por él, haciéndonos hombres y mujeres sanados y transformados por él.
Hasta aquí llega la "introducción". Perdonen por lo largo de ella. Pero debo reconocer, con humildad, que me faltan las palabras precisas y sintéticas, para explicar lo maravilloso del Evangelio, del encuentro de oración con Jesús a través de la Palabra. "Palabra" con mayúscula, porque se trata de Jesús vivo en medio de nuestras vidas. El Evangelio es Jesús que nos habla y se nos "Transfigura" hoy para nosotros y en nuestros tiempos.
También aclaro, que no estoy pretendiendo hacer una homilía dominical. Tal vez con mucha pretensión, busco hacer un "documento" de reflexión, estudio, meditación y crecimiento cristiano para mis hermanos.
Ahora sigo directamente con el Evangelio de la Transfiguración del Señor, antes tratado, y ahora un poco re-"tocado".
Llama la atención la semejanza entre el Evangelio de Jesús del "Monte de la Transfiguración" y el Evangelio de Jesús del "Monte de su agonía". En ambos casos, Jesús aparece subiendo a orar:
"Jesús llevó consigo a Pedro , a Santiago y a Juan, y subió a un cerro a orar". (Lucas 9, 29).
"Entonces Jesús salió y se fue, como era su costumbre, al cerro de los Olivos; y lo siguieron también sus discípulos. Cuando llegaron al lugar, les dijo: Oren, para que no caigan en tentación. Después se alejó de ellos como a la distancia a la que uno tira una piedra y, doblando las rodillas, oraba. (Lucas 22, 41).
Jesús, en las dos ocasiones, cambia su aspecto:
"Y mientras estaba orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y fulgurante". (Lucas 9, 29).
"Entró en agonía y oraba con más insistencia, tirándose en el suelo hasta tocar su cara, hizo esta oración: Padre, si es posible, aleja de mí esta copa. Sin embargo, que se cumpla no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres y su sudor se convirtió en grandes gotas de sangre que caían hasta el suelo". (Lucas 22, 44).
Y en esas circunstancias necesitaba de la compañía solidaria de los suyos, y los instaba a hacer la mejor compañía en esos momentos de gran dolor:
"Les dijo: Oren para que no caigan en tentación".
Bien sabemos cómo fue la compañía de sus amigos. Fue muy semejante, al encuentro y compañía rutinaria y somnolienta, de muchos de nosotros, hoy día, con el Evangelio.
"Jesús, después de orar, se levantó y fue hacia donde estaban los discípulos y los halló dormidos, vencidos por la tristeza".
Y esto a pesar de haberles rogado:
"Siento en mi alma una tristeza mortal. Quédense aquí y permanezcan despiertos orando".
"Simón, ¿duermes? No pudiste estar despierto ni una hora. Estén despiertos y oren,para que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil. De nuevo se apartó por segunda vez a orar. Volvió de nuevo y los encontró dormidos. No podían resistir el sueño y no supieron qué contestarle. ¿Cómo pueden dormir? Levántense y oren para que no caigan en tentación".
En los dos relatos ( en "Transfiguración" como en su "Agonía"), Jesús tiene una visión, más bien, una aparición. En el primero:
"Dos hombres , que eran Moisés y Elías, conversaban con él". (Lucas 9, 30-31).
También:
"Estaba todavía hablando cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra. Al quedar envueltos en la nube se atemorizaron, pero de la nube salió una voz que decía:
"Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo". (Lucas 9, 34-36).
Y en el segundo relato:
"Entonces se le apareció un ángel del cielo que venía a animarlo". (Lucas 22, 43).
Y en ambos casos se habla de su pasión:
"Y le hablaban de su partida que debía cumplirse en Jerusalén". (Lucas 9, 31).
"Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba. Sin embargo, que no se haga mi voluntad sino la tuya". (Lucas 22, 42).
La Cruz, Pasión, Muerte y Resurrección están presentes en la vida de Jesús. Él sabe, como algo propio de su misión, que no hay victoria, ni gloria, ni resurrección, sin Cruz y Muerte.
Éste, también, debe ser el camino cuaresmal del cristiano. Lleva implícito la renuncia, el sacrificio y la cruz. Es un esfuerzo por dejar el pecado y superar las tentaciones. Es una renuncia de uno mismo.
Por otro lado, renuncia de uno mismo, que también es algo propio del ser humano, en su vida familiar, en su vida social y de trabajo y en la búsqueda de un desarrollo personal. Creo que podemos afirmar que la cruz es la condición humana.
Para el cristiano, la renuncia y el sacrificio tiene un sentido liberador, para crecer en el amor. Pero, por sobre todo, tiene una fuerza y un impulso por la presencia de Cristo en él, presencia y fuerza, también por la oración del Evangelio. (Es mi experiencia de oración.). Esto le permite al cristiano sobrellevar esta tarea con esperanza.
Esta presencia debe ser una realidad en nuestra vida cristiana. Esto lo digo no en forma excluyente, sólo es, porque hoy estoy insistiendo en el Evangelio orado; por eso, no recalco la importancia de esta presencia de Jesús en uno, en otras cosas, tan importantes para nuestra vida cristiana, largas de enumerar, y que son tan importantes como lo es la oración. Por tanto mi ánimo no es excluyente, sino más bien pedagógico en cuanto a la oración del Evangelio.
"Además, Jesús tiene claro que no sólo se trata de liberar a los hombres del pecado y sus dolorosas consecuencias. Él sabe bien lo que hoy tanto se calla en América Latina: que se debe liberar el dolor por el dolor, esto es, asumiendo la Cruz y convirtiéndola en fuente de vida pascual". (Puebla 278).
Cristo hace un alto en el camino apostólico y se va al monte con Pedro, Santiago y Juan. Busca la oración en el monte. Ya estaba viviendo dificultades serias con la autoridad. Su misión no era aceptada por los poderes. Cristo se encontraba en una disyuntiva: o él daba marcha atrás o cumplía la voluntad de su Padre. Por supuesto que Jesús no se echaba para atrás y cumplía fielmente la voluntad del Padre:
"No busco mi voluntad, sino la de Aquel que me envió". (Juan 5, 30).
Se venía entonces sobre él la Cruz. También, junto a la tentación de renuncia a su misión, estaba la tentación de los que lo asediaban para que fuera un mesías lleno de poder temporal, honores y gloria, sin sufrimientos y no un mesías por el camino del siervo de Yahvé que es crucificado. Es, en estos momentos difíciles, que Jesús ora, y nos hace orar, tanto en la "Transfiguración" como en el "Huerto de los Olivos". (Lucas 22, 41-43).
En la "Transfiguración", Jesús se hizo ver por tres de sus discípulos, porque las cosas, en este punto de la vida de los apóstoles andaban mal, la situación se tornaba pesada y Jesús quería darles una esperanza concreta. Quería decirles: no se desanimen, venceremos.
Jesús cambia de aspecto. Se "transfigura glorioso", como ciertamente le gustaría a los discípulos y al pueblo que fuera siempre. Es ahí donde aparece conversando con Moisés y Elías, los grandes del Antiguo Testamento. La conversación versa sobre la Pasión y Muerte. Y esto porque Jesús era realmente el mesías glorioso, prometido en Antiguo Testamento y esperado por el pueblo. Pero queda claro el camino. Era un camino vía gloria, que pasa por el sufrimiento, por la Cruz y por su Muerte.
La reacción de los discípulos, hasta ese momento, era la misma del Huerto: se habían dormidos:
"Pedro y sus compañeros se sintieron invadidos por el sueño". (Lucas 9,32).
No les agrada que se hable de un futuro de Cruz. Lo que ellos quieren es permanecer en ese momento de gloria, y bien encumbrados, proponiendo hacer tres tiendas para quedarse allí.
Pero también, es de verdad, interpretar su reacción como la de unos hombres, que habían renunciado a todo y se habían entregado sin descanso, tomando la cruz de cada día, siguiendo al Maestro en los trabajos fatigosos del Reino. Al ver a Jesús glorioso y en plenitud, su impresión fue tan fuerte y reveladora, que les hizo olvidar su trabajo evangélico y pastoral. Quedaron asombrados, contemplando y descansando en el Señor transfigurado.Fue para ellos un encuentro personal e íntimo: una verdadera oración: de escucha personal a Jesús, y en Jesús glorificado, que les adelantaba el fin y la meta de gloria para ellos, y para todos los que lo siguieran, cumpliendo la voluntad de Jesús, el Hijo Amado, el Elegido, que es también la voluntad del Padre, encarnada en su Hijo hecho Hombre. Es una oración de "Transfiguración" que los alienta y les asegura, después de la Cruz y Muerte, la gloria y la victoria final. Es, también, una oración de escucha a Jesús, que los fortifica en su misión, y que es entendida al oír la voz que sale de la nube y que les indica un camino de oración con Jesús:"Camino" a la gloria final:
"Éste es mi Hijo amado: a él han de escuchar". "Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo". (Marcos 9,7;Lucas 9,35).
Ellos escuchan la voz del Padre que sale de una nube y repito ahora con evangelista Mateo:
"Éste es mi Hijo el Amado; éste es mi Elegido; a él han de escuchar". (Mateo 17, 5).
Jesús queda solo con sus discípulos; queda claro para ellos: Jesús es la Palabra de Dios. A Él tienen que escuchar. Y yo, digo hoy: a Él debemos escuchar en la oración del Evangelio, a Jesús.
Todo fue rápido. Jesús los hace aterrizar. Hay que continuar el apostolado, duro y difícil de esos días; hay que volver a enfrentar los riesgos de la ciudad, agoreros de Cruz y Muerte de Jesús. Pero están cambiados los discípulos. No será lo mismo de ahora en adelante. La gloria de Jesús los ha "despertado". Más aún, saliendo los discípulos de su sueño, han aprendido a unirse con Jesús en la acción. Es la oración de la acción; la acción y la misión se convierten en una permanente oración de unión con Cristo, el Misionero, el Enviado por el Padre. Misión viene del latín Missio- Mittere= Misionero= Enviado= Misionar=Enviar.
En Chile, nuestro santo Alberto Hurtado Cruchaga, dio un gran testimonio de convertir su acción, su envío y su misión, en oración. Es algo difícil de hacer y de alcanzar. No en vano lo consiguió, entre nosotros, un santo, como el Padre Hurtado.
"A él han de escuchar".
No se trata de escuchar nuevas leyes, sino de escuchar al que revelará al Padre y moverá a los hombres a reconciliarse con Dios y entre ellos. Se trata de escuchar a Jesús.
Los discípulos estaban sumergidos en el misterio de Dios. Se ha entreabierto su cortina: Es el deseo del Señor, que sus discípulos entiendan, que Él se está acercando a su resurrección. Quedaba poco tiempo para que Jesús fuera clavado en la Cruz. Pero también, poco tiempo faltaba, para que el Padre le comunique la gloria que se merece. La nube de la "Transfiguración", la ropa resplandeciente con su rostro son signos exteriores que les indican, a los Apóstoles, algo del misterio de Jesús glorificado, y también, para el día que ellos resuciten, como Cristo, de entre los muertos, llenos de su fuerza y vida divina, que nos asegura la resurrección para todos los hermanos cristianos: para usted hermano que lee este escrito con espíritu de oración.
¡Alabado sea Jesús! ¡Por siempre sea alabado!
Ésta es la respuesta del Padre a los discípulos que esperaban otro tipo de Reino: una edad de oro y un mundo de justicia bajado del cielo milagrosamente a la tierra. No, Dios no nos prepara un paraíso en la tierra, sino solamente una construcción y adelanto del Reino instaurado por Cristo. Tarea urgente nuestra: construir Reino desde aquí y ahora, para llegar al Reino pleno y definitivo.
Sí, el Padre nos propone más bien sufrir con su Hijo para ser transformados y liberados de una forma todavía para nosotros misteriosa: a través de sufrimientos y humillaciones, es decir, pasando por la Cruz.
En esta "Transfiguración" los discípulos descubren algo que es muy importante para la vida de los cristianos. Se trata de la experiencia de una oración contemplativa. Contemplar , conocer y amar a Jesús por sí mismo, capaz de dar sentido a una vida, que quiere tomar en serio y radicalmente su seguimiento. Quedarse en silencio interior y exterior, fijando todo nuestro entendimiento y ser, en la persona de Jesús. A veces meditamos, a veces pedimos, suplicamos y hablamos mucho. Ahora se trata de guardar silencio y poner toda nuestra atención, para contemplar, conocer y amar a la persona de Jesús, por ser Él quien es, por sí mismo.
Esta experiencia, a veces no nos resulta. Nos distraemos y pareciera que no sacáramos nada y hubiéramos perdido el tiempo. No inquietarse. No se trata de "sacar algo". No se trata de "ganar tiempo". Eso no es lo esencial y suena a egoísmo. Lo importante es que sea una espera expectante de amor a Jesús. Habrá una "Transfiguración", una iniciativa de amor de Jesús hacia quien lo espera, mirando quién es Jesús, qué hace; qué dice y cuáles son sus gestos y palabras; contemplando su manera de ser y su estilo de vida; viendo su relación con el Padre y con los hombres y mujeres. Se trata de una espera de amor. Jesús está contento de que le entreguemos nuestro tiempo. No se fija si cada uno está "ganando tiempo".
A él le gusta que "perdamos nuestro tiempo" en Él. Nos dice: "Ámame como tú eres", y no te preocupes de "sacar algo". Acuérdate de que yo soy "Alguien". Y un día, más temprano que tarde, con paciencia y esperanza nuestra, Dios se nos mostrará y se nos manifestará en su grandeza. Hay que acordarse de la Palabra,de Jesús:
"Y verás cosas mayores, Felipe".
A veces, hacemos esfuerzos y méritos personales. Vamos en son de conquista. Eso se relaciona más bien con méritos y virtudes personales.
Es la "Espiritualidad desde arriba". Que, a veces, es peligrosa. Se cae en rigideces, rigorismos y orgullos personales; en ponerse una escalera, en que uno va subiendo de escalón en escalón con su sola fuerza. De pronto, uno llega a comprender que no tiene más fuerzas personales. Ahí, se debe reconocer con humildad, que uno es una creatura y que Dios es Dios, y que tenemos necesidad de Dios. La "Espiritualidad desde arriba" es también peligrosa porque nos puede llevar a centrarnos en nosotros mismos y en nuestros solos esfuerzos y méritos personales, y no en Jesús. En esta "Espiritualidad desde arriba vale nuestro interés y esfuerzo, siempre necesario. Pero hay que estar atento a los peligros que se pueden producir, y que de hecho, se producen, para pérdida de nuestra paz y vida interior.
Recomiendo la "Espiritualidad desde abajo", como lo he dicho anteriormente. La de un corazón humilde y un alma de pobre. Que reconoce sus miserias y limitaciones. Que se pone en espera ante Jesús; que se reconoce pequeño y que deja que los brazos de Jesús se alarguen hasta el fondo de nuestras miserias humanas, y como un ascensor nos tire para arriba.
Abandonarse y anonadarse. Sobre todo comenzar la "Espiritualidad desde abajo" con un:
"Espero confiado en el Señor, cierto estoy de su Palabra". "Habla, Señor, que tu siervo escucha". "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". "He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según su Palabra".
Y guardar silencio, en una espera de amor.
Perdonen que sea reiterativo. Pero quiero servir a mis hermanos, después de más de 55 años de sacerdocio y pastor del clero secular o diocesano, enviados por Jesús y su Iglesia al "saeculum" al siglo, al mundo todo y a todos los hombres y mujeres, para evangelizar el mundo todo y a todos, y ser evangelizados por el mundo todo y por todos, sin muros y con mucho horizonte. Soy diferente al clero regular o religioso, muy loable también, que sigue la "regula", la regla de su padre fundador, en Cristo. Son de Congregación religiosa, para la mayor gloria de Dios. Son mis hermanos, diferentes, pero unos, en la Iglesia, porque somos del mismo Cuerpo, cuya Cabeza está coronada de espinas, lo cual repercute necesariamente en todos los cristianos, sean éstos: sacerdotes regulares o seculares, y le da sentido a nuestros problemas y sufrimientos.
Pero Jesús, al mismo tiempo, no acepta que nos instalemos en su compañía, como un vulgar sibarita, consumista y acumulador de "capital de gracia". No, Jesús y su Iglesia nos envían a prolongar y a entregar, encarnando esta experiencia de Dios en el compromiso con el otro, sobre todo con los pobres, y construyendo Reino. Es decir, los de Jesús y su Iglesia están para misionar y evangelizar a los pobres, y desde los pobres, a todo y a todos. Si vivimos centrados en nosotros mismos y en la Iglesia misma, en lo que se llama "eclesiocentrismo", ya no somos la Iglesia de Jesús. Siempre existirá esta tentación que se debe rechazar con energía y valor. (Para no alargar todavía más: recomiendo leer personalmente Puebla 726, 932, 727).
La Iglesia, en esta cuaresma, nos recuerda lo inevitable de la cruz en nuestra vida. Nos recuerda la fuente de nuestra fidelidad y de nuestra esperanza: la experiencia personal, viva y exigente de Jesús.
En nuestras crisis, oscuridades y frustraciones, sólo esta experiencia personal de Jesús, es capaz de "transfigurar" nuestro sacrificio y renuncia en esperanza y en fidelidad, sosteniendo a la causa del Evangelio y de la liberación de nuestros hermanos. Yo agregaría: sosteniendo y sacando adelante a un Pueblo de Dios en crisis. No sólo por pecados de abusos sexuales y problemas de pedofilia, sino también por problemas de falta de pobreza, divisiones y luchas internas de poder y gobierno de nuestra Iglesia; habiendo también otros problemas, resaltando entre ellos el intento sistemático, y vigente hasta hoy, de involucionar y restaurar a la Iglesia con respecto a Vaticano II.
La no puesta en práctica, del Concilio Vaticano II, concebido por obra del Espíritu Santo, convierte a hermanos detractores en gente al borde del "pecado contra el Espíritu Santo", pecado que no se perdonará ni en esta vida ni en la otra. Eso es triste y preocupante. Dios no lo quiera que suceda. Tenemos plena confianza que Jesús no abandona a su Iglesia:
"Que estará con ella hasta la consumación de los siglos".
Confiamos en el Papa Francisco I, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, quienes con el compromiso verdadero de todos y cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia: Pueblo de Dios, guiados por el Espíritu Santo, pasando por la Cruz, negándose y muriendo a sí mismos, encontrarán, caminos de vida y resurrección, cada vez que existan estas dificultades y problemas:
"Anunciamos tu Muerte. Proclamamos tu Resurrección. ¡Ven Señor, Jesús!
Tal vez repitiéndome: todo esto exige en cada miembro del Cuerpo de Cristo, cuya Cabeza, como decía, está coronada de espinas, que uno sea un contemplativo en el sentido más puro del término, es decir, alguien que en su experiencia de fe y de su amor, tenga un convencimiento vivo de la presencia de un Dios que lo ama a él, a través de las crucifixiones de la vida. Que cuando haya una frustración, la relación con el Señor pueda devolverle la esperanza y la vida de plenitud. Que la oración y experiencia contemplativa, sea la fuente radical de sus compromisos con respecto al mundo, a Jesús, al Reino, con sus hermanos, con la Iglesia, y que nos lleve a todos, conociendo y contemplando la "Transfiguración del Señor", a la gloria y la meta final: al Reino, y a vivir, en la Comunión de los Santos, para alabar, adorar, amar y gozar eternamente de la presencia de nuestro único Dios y Señor de la Vida. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+