"La JMJ ha mostrado a todos que otro mundo es posible", señala en su primera audiencia tras la pausa veraniega Francisco en la audiencia: "¿Escucharán los 'grandes de la tierra' el mensaje de los jóvenes en la JMJ de Lisboa?"
"Mientras que en Ucrania y en otros lugares del mundo se combate, y mientras en ciertas salas escondidas se planifica la guerra -¡esto es horrible, se planifica la guerra, enfatizó improvisando!-, la JMJ ha mostrado a todos que otro mundo es posible"
"Un pueblo diferente, que no tiene un territorio, no tiene una lengua, no tiene una nacionalidad, sino que es enviado a anunciar a todos los pueblos el alegre Evangelio de Cristo"
"No eran unas vacaciones, un viaje turístico, y tampoco un evento espiritual fin en sí mismo; la JMJ es un encuentro con Cristo vivo a través de la Iglesia, un encuentro que hace crecer en la fe y donde muchos descubren la llamada de Dios: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio", señaló Francisco en su catequesis
"No eran unas vacaciones, un viaje turístico, y tampoco un evento espiritual fin en sí mismo; la JMJ es un encuentro con Cristo vivo a través de la Iglesia, un encuentro que hace crecer en la fe y donde muchos descubren la llamada de Dios: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio", señaló Francisco en su catequesis
"Mientras que en Ucrania y en otros lugares del mundo se combate, y mientras en ciertas salas escondidas se planifica la guerra -¡esto es horrible, se planifica la guerra, enfatizó improvisando!-, la JMJ ha mostrado a todos que otro mundo es posible: un mundo de hermanos y hermanas, donde las banderas de todos los pueblos ondean juntas, una junto a la otra, ¡sin odio, sin miedo, sin cierres, sin armas! El mensaje de los jóvenes ha sido claro: ¿lo escucharán los 'grandes de la tierra' este entusiasmo juvenil que quiere paz? Es una parábola para nuestro tiempo, y todavía hoy Jesús dice: '¡El que tenga oídos, que oiga! ¡El que tenga ojos, que vea!'. Esperemos que todo el mundo escuche este deseo de los jóvenes".
Una aula Pablo VI repleta de fieles y peregrinos para asistir a la audiencia general tras la pausa veraniega de julio del papa Francisco, se encontró de nuevo con un mensaje contundente del papa Francisco dirigido a la comunidad internacional tras su regreso de la JMJ de Lisboa, donde ya expuso, en su discurso a las autoridades del país, los peligros que se ciernen sobre el mundo a causa de la guerra y os conflictos crecientes. Y lo repitió en esa nueva audiencia, la primera del nuevo curso
"No eran unas vacaciones, un viaje turístico, y tampoco un evento espiritual fin en sí mismo; la JMJ es un encuentro con Cristo vivo a través de la Iglesia, un encuentro que hace crecer en la fe y donde muchos descubren la llamada de Dios: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio", señaló Francisco en su catequesis.
"Para todos y para cada uno es la alegría de descubrirse llamados, por gracia, a formar parte del Pueblo de Dios, un pueblo diferente, que no tiene un territorio, no tiene una lengua, no tiene una nacionalidad, sino que es enviado a anunciar a todos los pueblos el alegre Evangelio de Cristo: que Dios es Padre y ama a todos sus hijos", indicó el Papa.
"Mi visita a Portugal -prosiguió Francisco-, con motivo de la JMJ, se benefició de su ambiente festivo, de la ola de jóvenes que invadió pacíficamente el país y su hermosa capital. Doy gracias a Dios por ello, pensando especialmente en la Iglesia local que, a cambio del gran esfuerzo realizado por la organización y la acogida, recibirá nuevas energías para continuar su camino, para echar de nuevo las redes con pasión apostólica".
"Portugal, como toda Europa y el mundo entero, necesita esperanza, una esperanza sólida, fiable; y esta no viene de una juventud cualquiera, sino de la juventud animada por el Evangelio, por los jóvenes que han encontrado a Cristo y lo siguen", enfatizó el Papa, quien agradeció nuevamente la acogida y la organización, tanto de las autoridades civiles como las eclesiales.
En su saludo a los peregrinos polacos, Francisco recordó la peregrinación de estos católicos a lo largo de este mes a los diferentes santuarios marianos, por lo que les confió un deseo: "El deseo de la paz en el mundo, especialmente para la querida y atormentada Ucrania", un deseo este -y ruego- que el Papa suele pedirle siempre a los procedentes de Polonia, país que comparte frontera con Ucrania y que desde un primer momento se volcó en la acogida de los refugiados que huían del país invadido por Rusia.
TEXTO DE LA AUDIENCIA GENERAL
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En los días pasados he ido a Portugal para participar en la 37ª Jornada Mundial de la Juventud; y, en tal ocasión, he podido también encontrar a las autoridades del país y a la Iglesia local, como también hacer una breve peregrinación a Fátima.
La JMJ de Lisboa, celebrada después de la pandemia, ha sido sentida por todos como don de Dios, el cual siempre abre nuevos horizontes. El Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo Resucitado, ha vuelto a poner en movimiento los corazones y los pasos de los jóvenes del mundo por los caminos del Evangelio, y esto es fuente de esperanza para la familia humana.
Como bien sabemos, la pandemia ha tenido un fuerte impacto en los comportamientos sociales: el aislamiento a menudo ha degenerado en encierro, y los jóvenes se han visto particularmente afectados por él. Con esta Jornada Mundial de la Juventud, Dios ha dado un “empujón” en sentido contrario: esta ha marcado un nuevo inicio de la gran peregrinación de los jóvenes a través de los continentes, en nombre de Jesucristo. Y no es casualidad que haya sido en Lisboa, ciudad que se asoma al océano, ciudad símbolo de las grandes exploraciones por mar, del deseo humano de ir más allá, de descubrir nuevos mundos.... Todo esto es sinónimo de juventud, pero no es descontado, porque sin un empujón interior también el joven se cierra y se para.
Y entonces en la JMJ el Evangelio propuso a los jóvenes el modelo de la Virgen María. En su momento más crítico, María no se encierra en sí misma, sino que movida por Dios-Amor «se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39) – este era el lema del evento de Lisboa. Era una joven mujer, pequeña y humilde, pero Dios le dio la valentía de decir “sí” a su llamada y ponerse toda ella al servicio de su diseño de salvación. Así María todavía hoy, en el tercer milenio, guía la peregrinación de los jóvenes tras las huellas de Jesús. Como hizo hace un siglo precisamente en Portugal, en Fátima, cuando se dirigió a tres niños encomendándoles un mensaje de fe y de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Por esto, durante la JMJ, volví a Fátima, lugar de las apariciones, y junto a algunos jóvenes enfermos recé para que Dios sane al mundo de las enfermedades del alma: la soberbia, la mentira, la enemistad, la violencia. Y hemos renovado nuestra consagración, de Europa, del mundo al Corazón Inmaculado de María.
Los jóvenes del mundo acudieron a Lisboa numerosos y con gran entusiasmo. Como en cada JMJ, muchos de ellos han vivido experiencias de amistad y fraternidad en las parroquias y en las familias en muchas partes de Portugal; y después se reunieron en Lisboa para los eventos culminantes: la ceremonia de acogida, la Vigilia y la Misa final. No eran unas vacaciones, un viaje turístico, y tampoco un evento espiritual fin en sí mismo; la JMJ es un encuentro con Cristo vivo a través de la Iglesia, un encuentro que hace crecer en la fe y donde muchos descubren la llamada de Dios: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio. Para todos y para cada uno es la alegría de descubrirse llamados, por gracia, a formar parte del Pueblo de Dios, un pueblo diferente, que no tiene un territorio, no tiene una lengua, no tiene una nacionalidad, sino que es enviado a anunciar a todos los pueblos el alegre Evangelio de Cristo: que Dios es Padre y ama a todos sus hijos.
Mi visita a Portugal, con motivo de la JMJ, se benefició de su ambiente festivo, de la ola de jóvenes que invadió pacíficamente el país y su hermosa capital. Doy gracias a Dios por ello, pensando especialmente en la Iglesia local que, a cambio del gran esfuerzo realizado por la organización y la acogida, recibirá nuevas energías para continuar su camino, para echar de nuevo las redes con pasión apostólica. Los jóvenes en Portugal son ya hoy una presencia vital, y ahora, después de esta “transfusión” recibida por las Iglesias de todo el mundo, lo serán todavía más. Y esto será sano para todo el cuerpo social: como dice el Evangelio, será levadura que hace crecer todo el conjunto (cfr Mt 13,33). Portugal, como toda Europa y el mundo entero, necesita esperanza, una esperanza sólida, fiable; y esta no viene de una juventud cualquiera, sino de la juventud animada por el Evangelio, por los jóvenes que han encontrado a Cristo y lo siguen. Porque es Jesucristo, solo Él, que renueva el mundo renovando el corazón del hombre.
Mientras que en Ucrania y en otros lugares del mundo se combate, y mientras en ciertas salas escondidas se planifica la guerra, la JMJ ha mostrado a todos que otro mundo es posible: un mundo de hermanos y hermanas, donde las banderas de todos los pueblos ondean juntas, una junto a la otra, ¡sin odio, sin miedo, sin cierres, sin armas! El mensaje de los jóvenes ha sido claro: ¿lo escucharán los “grandes de la tierra”? Es una parábola para nuestro tiempo, y todavía hoy Jesús dice: “¡El que tenga oídos, que oiga! ¡El que tenga ojos, que vea!”.
Expreso nuevamente mi gratitud al presidente de la República y a las otras autoridades civiles; al patriarca de Lisboa, al presidente de la Conferencia Episcopal y al obispo coordinador de la JMJ, a todos los colaboradores y voluntarios. ¡Gracias a todos! Por intercesión de la Virgen María, el Señor bendiga a los jóvenes del mundo entero y bendiga al pueblo portugués.