El Papa vuelve a reclamar la paz en Palestina e Israel Francisco, en la audiencia: "A veces los cristianos no difunden la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado"
Sexta catequesis del Papa sobre el Espíritu Santo, en esta ocasión, sobre el bautismo de Jesús, en su segunda audiencia general tras la reanudación de su actividad tras la pausa veraniega de Francisco, de nuevo en el Aula Pablo VI, donde explicó la simbología de la unción con aceite perfumado
"Sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no difunden la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado. No lo olvidemos nunca, el pecado nos aleja de Jesús -improvisó el papa- y no olviden que el diablo a menudo entra por los bolsillos. Pero esto no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo"
Sexta catequesis del Papa sobre el Espíritu Santo, en esta ocasión, sobre el bautismo de Jesús, en su segunda audiencia general tras la reanudación de su actividad tras la pausa veraniega de Francisco, de nuevo en el Aula Pablo VI, donde explicó la simbología de la unción con aceite perfumado.
En este sentido, el Papa señaló que "sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no difunden la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado. No lo olvidemos nunca, el pecado nos aleja de Jesús -improvisó el papa- y no olviden que el diablo a menudo entra por los bolsillos. Pero esto no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo".
"La fragancia de Cristo -prosiguió el Papa- emana de los 'frutos del Espíritu', que son «amor, alegría, paz, magnanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22). Si nos esforzamos por cultivar estos frutos, entonces, sin que seamos conscientes de ello, alguien sentirá algo de la fragancia del Espíritu de Cristo a nuestro alrededor".
"Es hermoso encontrar a una persona buena, a una persona que no es envidiosa", volvió a improvisar el Papa.
A la hora de los saludos, Francisco, dirigiéndose a los peregrinos polacos, afirmó que "nuestro mundo, marcado por guerras y divisiones, necesita más que nunca los frutos del Espíritu Santo", por lo que los animó a que cada uno de ellos "lleve el amor, la paz y la bondad a la vida cotidiana y que sus oraciones concedan al mundo el don de la tan deseada paz".
También tuvo palabras para los catequistas, cuya jornada se celebra hoy, señalando que "en algunos lugares son los primeros en llevar la Palabra", y finalmente pidió que "no olvidemos a la martirizada Ucrania, no nos olvidemos de Myanmar ni a los países que están en guerra. Y no olvidemos Palestina, Israel... Que allí llegue la paz", concluyó el Papa.
Texto de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre el Espíritu Santo que viene sobre Jesús en el bautismo en el Jordán y se difunde desde él en su cuerpo, que es la Iglesia. En el Evangelio de Marcos se describe así la escena del bautismo de Jesús: «En aquellos días, Jesús vino de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y en seguida, al salir del agua, vio los cielos abiertos y al Espíritu que descendía hacia él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo: 'Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia'» (Mc 1,9-11).
Toda la Trinidad se reunió en aquel momento a orillas del Jordán. Está el Padre que se hace presente con su voz; está el Espíritu Santo que desciende sobre Jesús en forma de paloma; y está aquel a quien el Padre proclama como su Hijo amado. Es un momento fundamental de la Revelación y de la historia de la salvación.
¿Qué sucedió en el bautismo de Jesús que fue tan importante para que todos los evangelistas lo relaten? La respuesta la encontramos en las palabras que Jesús pronuncia poco después en la sinagoga de Nazaret, con clara referencia al acontecimiento del Jordán: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido» (Lc 4,18).
En el Jordán, Dios Padre “ungió con el Espíritu Santo”, es decir, ungió a Jesús como Rey, Profeta y Sacerdote. De hecho, los reyes, profetas y sacerdotes eran ungidos con aceite perfumado en el Antiguo Testamento. En el caso de Cristo, en lugar del aceite físico, está el aceite espiritual que es el Espíritu Santo, en lugar del símbolo está la realidad.
Jesús estaba lleno del Espíritu Santo desde el primer momento de su Encarnación.
Aquella, sin embargo, era una “gracia personal”, incomunicable; ahora, en cambio, recibe la plenitud del don del Espíritu para su misión que, como cabeza, comunicará a su cuerpo que es la Iglesia. Por eso la Iglesia es el nuevo “pueblo real, profético y sacerdotal”. El término hebreo “Mesías” y el correspondiente griego “Cristo”, ambos referidos a Jesús, significan “ungido”. Nuestro mismo nombre de “cristianos” será explicado por los Padres en el sentido literal de “ungidos a imitación de Cristo”[1].
Hay un salmo en la Biblia que habla de un aceite perfumado que se derramaba sobre la cabeza del sumo sacerdote Aarón y descendía hasta el borde de su manto (cf. Sal 133,2). Esta imagen poética, utilizada para describir la felicidad de vivir juntos como hermanos, se ha convertido en una realidad espiritual y mística en Cristo y en la Iglesia. Cristo es la cabeza, nuestro Sumo Sacerdote, el Espíritu Santo es el óleo perfumado y la Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que se difunde.
Hemos visto por qué el Espíritu Santo, en la Biblia, está simbolizado por el viento y, de hecho, toma de él su propio nombre, Ruah. También vale la pena preguntarse por qué está simbolizado por el aceite, y qué lección práctica podemos extraer de este símbolo. En la Misa del Jueves Santo, al consagrar el óleo llamado “Crisma”, el obispo, refiriéndose a los que recibirán la unción en el Bautismo y la Confirmación, dice: «Que esta unción los penetre y santifique, para que, liberados de su corrupción nativa y consagrados como templo de su gloria, difundan la fragancia de una vida santa». Es una aplicación que se remonta a San Pablo, que escribe a los Corintios: «Porque somos ante Dios el olor de Cristo» (2 Co 2,15).
Sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no difunden la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado. Pero esto no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo.
La fragancia de Cristo emana de los “frutos del Espíritu”, que son «amor, alegría, paz, magnanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22). Si nos esforzamos por cultivar estos frutos, entonces, sin que seamos conscientes de ello, alguien sentirá algo de la fragancia del Espíritu de Cristo a nuestro alrededor.
[1] Cf. San Cirilo de JERUSALÉN, Catequesis mistagógica, III,1.
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