El Papa pide que no se olvide a Haití, donde siguen "los crímenes y secuestros por bandas armadas" "Todavía estoy un poco resfriado": Francisco declina leer la catequesis de la audiencia general
La envidia y la vanagloria. Esos fueron los dos "vicios capitales" a los que dedicó el Papa su audiencia general de este miércoles, 28 de febrero, aunque no leyó él la catequesis que tenía preparada -"todavía estoy un poco resfriado", señaló un Francisco con la voz debilitada-, debido a los efectos de la gripe que le obligó en los últimos días a cancelar algunas actividades
Finalmente, Francisco tomó unas cuartillas para leer personalmente unos saludos, en donde recordó que el 1 de marzo se cumple el 25º aniversario de la convención que puso fin al uso de las minas antipersona, "lo que nos recuerda el precio que las poblaciones civiles tiene que pagar por los conflictos"
A los peregrinos de lengua española, les indicó que para esta Cuaresma, vendría bien "meditar las letanías del cardenal Merry del Val"
A los peregrinos de lengua española, les indicó que para esta Cuaresma, vendría bien "meditar las letanías del cardenal Merry del Val"
La envidia y la vanagloria. Esos fueron los dos "vicios capitales" a los que dedicó el Papa su audiencia general de este miércoles, 28 de febrero, aunque no leyó él la catequesis que tenía preparada -"todavía estoy un poco resfriado", señaló un Francisco con la voz debilitada-, debido a los efectos de la gripe que le obligó en los últimos días a cancelar algunas actividades previstas en su siempre apretada agenda de actividades.
"El rostro del envidioso es siempre triste: tiene su mirada baja, parece estar constantemente investigando el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad", leyó en nombre del Papa monseñor Ciampanelli, oficial de la Secretaría de Estado, al incidir sobre la envidia, que ejemplificó con la figura de Caín.
En la raíz de este vicio -que, "si no se controla, conduce al odio del otro"- está una "falsa idea de Dios", porque "quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que Él nos da están destinados a ser compartidos".
En cuanto a la vanagloria, "va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, el objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin fundamentos", señala el texto.
"Para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios. Porque, después de todo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: la alabanza que el vanidoso esperaba cosechar del mundo pronto se volverá contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, han caído más tarde en pecados de los que pronto se avergonzarían!".
En cuanto al remedio para superar la vanagloria, "se encuentra en el testimonio de San Pablo", destacó. "El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero al final Jesús le respondió: 'Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad'. Desde ese día Pablo fue liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: 'Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo'".
A la hora de los saludos, dirigiéndose a los de lengua española, les indicó que para esta Cuaresma, vendría bien "meditar las letanías del cardenal Merry del Val".
Finalmente, Francisco tomó unas cuartillas para leer personalmente unos saludos, en donde recordó que el 1 de marzo se cumple el 25º aniversario de la convención que puso fin al uso de las minas antipersona, "lo que nos recuerda el precio que las poblaciones civiles tiene que pagar por los conflictos".
En este sentido, el Papa pidió que "no olvidemos a los pueblos que sufren a causa de la guerra: Ucrania, Palestina, Israel y tantos otros y recemos por las víctimas de los recientes atentados contra lugares de culto en Burkina Faso, así como por el pueblo de Haití, donde continúan los crimenes y secuestros por parte de bandas armadas".
Tras la bendición final, a la hora del 'besamanos', Francisco saludó al arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, quien se encontraba en Roma con la comisión que impulsa, desde esa sede castellana, la beatificación de Isabel la Católica.
Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Examinemos hoy, dos vicios capitales que encontramos en las grandes listas que nos ha legado la tradición espiritual: la envidia y la vanagloria.
Comencemos por la envidia. Si leemos la Sagrada Escritura (cfr Gen 4), esta se nos presenta como uno de los vicios más antiguos: el odio de Caín hacia Abel se desata cuando se da cuenta de que los sacrificios del hermano le agradan a Dios. Caín era el primogénito de Adán y Eva, se había llevado la parte más considerable de la herencia paterna; sin embargo, es suficiente que Abel, el hermano menor, tenga éxito en una pequeña hazaña, que Caín se torna sombrío. El rostro del envidioso es siempre triste: tiene su mirada baja, parece estar constantemente investigando el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá por manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano.
La envidia es un mal investigado no sólo en el ámbito cristiano: ha atraído la atención de filósofos y estudiosos de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la epifanía de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su suerte nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros habríamos merecido mucho más sus éxitos o su buena suerte!
En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no se acepta que Dios tenga sus propias "matemáticas", distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús acerca de los obreros llamados por el amo para ir a la viña a distintas horas del día, los de la primera hora creen que tienen derecho a un salario más alto que los que llegaron últimos; pero el amo les da a todos la misma paga, y dice: «¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?» (Mt 20,15). Quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor. Los bienes que Él nos da están destinados a ser compartidos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: «Ámense cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10). ¡He aquí el remedio contra la envidia!
Y llegamos al segundo vicio que examinamos hoy: la vanagloria. Ésta va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, el objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin fundamentos. El vanaglorioso posee un "yo" dominante: carece de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia del otro. Su persona, sus logros, sus éxitos deben ser exhibidos a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son injustos, no comprenden, no están a la altura. En sus escritos, Evagrio Póntico describe el amargo asunto de algunos monjes afectados por la vanagloria. Sucede que, tras sus primeros éxitos en la vida espiritual, ya siente que ha llegado, y por eso se lanza al mundo para recibir sus alabanzas. Pero no se apercibe de que sólo está al principio del camino espiritual, y de que está al acecho una tentación que pronto le hará caer.
Para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios. Porque, después de todo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: la alabanza que el vanidoso esperaba cosechar del mundo pronto se volverá contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, han caído más tarde en pecados de los que pronto se avergonzarían!
La instrucción más hermosa para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero al final Jesús le respondió: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad». Desde ese día Pablo fue liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: «Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9).
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