El Papa trasmite la alegría de los acogidos en la parroquia de Gaza por el inicio de la tregua con Israel Francisco: "¿Quién gana con las guerras? Los fabricantes de armas. Por favor, recemos por la paz"

Francisco, en la audiencia general
Francisco, en la audiencia general RD/Captura

"Dejarnos abrir los oídos a la Palabra divina, a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros corazones en tabernáculos de su presencia, en hogares acogedores para los que están cansados y necesitados de esperanza"

A la hora de los saludos a los peregrinos que llenaban el Aula Pablo VI, donde se desarrolló la audiencia, recordó la celebración de la Semana de la Unidad de los Cristianos, señalando que "esta unidad no es fruto de nuestros esfuerzos, sino un don que debemos pedir al padre para que el mundo crea en Cristo Salvador"

"Ayer llamé, lo hago todos los días, a la parroquia de Gaza -añadió-. Estaban contentos. Allí hay 600 personas, y me dijeron 'hoy hemos comido lentejas con pollo'. Eso es algo que en estos tiempos no estaban acostumbrados, hasta ahora comían solo alguna verdura... Y estaban contentos"

"Dejarnos abrir los oídos a la Palabra divina, a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros corazones en tabernáculos de su presencia, en hogares acogedores para los que están cansados y necesitados de esperanza". Esta es la petición que ha hecho esta mañana, durante la catequesis de la audiencia general de los miércoles, el papa Francisco al glosar la misión de la Virgen María.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

"María acoge al Verbo en su propia carne y se lanza así a la mayor misión jamás confiada a una criatura humana", remarcó el Papa. "Se pone al servicio, no como esclava, sino como colaboradora de Dios Padre, llena de dignidad y autoridad para administrar, como hará en Caná, los dones del tesoro divino, para que muchos puedan sacar de él abundantemente", añadió.

Esta es la lección que Francisco invitó a acoger en la audiencia general, la de buscar dentro de cada uno "la invitación a confiar totalmente en Dios" y, como la madre de Jesús, "abandonarse, obedecer y hacer espacio" al anuncio que ha recibido del ángel. 

Fieles en la audiencia general en el Aula Pablo VI
Fieles en la audiencia general en el Aula Pablo VI RD/Captura

A la hora de los saludos a los peregrinos que llenaban el Aula Pablo VI, donde se desarrolló la audiencia, recordó la celebración de la Semana de la Unidad de los Cristianos, señalando que "esta unidad no es fruto de nuestros esfuerzos, sino un don que debemos pedir al padre para que el mundo crea en Cristo Salvador".

A los peregrinos de lengua china, los animó "a manifestar siempre con alegría su fe en Cristo", y a los polacos, les pidió no olvidar a los ucranianos, que están sufriendo la guerra, señaló, instando a tener de manera especialmente presentes "a los abuelos y abuelas".

Francisco, en la catequesis de los miércoles
Francisco, en la catequesis de los miércoles RD/Captura

Tras mostrar su dolor por las víctimas de la tragedia de los incendios de Los Ángeles, el Papa reiteró su petición de no olvidar "a la martirizada Ucrania, no olvidemos a Palestina, a Israel, Myanmar... Recemos por la paz, la guerra siempre es una derrota", señaló.

"Ayer llamé, lo hago todos los días, a la parroquia de Gaza -añadió-. Estaban contentos. Allí hay 600 personas, y me dijeron 'hoy hemos comido lentejas con pollo'. Eso es algo que en estos tiempos no estaban acostumbrados, hasta ahora comían solo alguna verdura... Y estaban contentos", remarcó, antes de volver a insistir en su ruego: "Recemos por la paz, no lo olviden, la guerra siempre es una derrota. ¿Quién gana con las guerras? Los fabricantes de armas. Por favor, recemos por al paz".

Texto de la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy retomamos la catequesis del ciclo jubilar sobre Jesucristo nuestra esperanza. Al comienzo de su Evangelio, Lucas muestra los efectos de la potencia transformadora de la Palabra de Dios que llega no sólo a los atrios del Templo, sino también a la pobre casa de una joven, María, que, desposada con José, todavía vive con su propia familia.

Después de Jerusalén, el mensajero de los grandes anuncios divinos, Gabriel, que en su nombre celebra el poder de Dios, es enviado a una aldea que la Biblia hebrea nunca menciona: Nazaret. En aquella época era una pequeña aldea de Galilea, en la periferia de Israel, una zona de frontera con los paganos y sus contaminaciones.

Precisamente allí, el ángel lleva un mensaje de forma y contenido totalmente inauditos, tanto que el corazón de María se estremece, se turba. En lugar del clásico saludo “la paz sea contigo”, Gabriel se dirige a la Virgen con la invitación “¡alégrate!”, “¡regocíjate!”, un llamamiento muy querido en la historia sagrada, porque los profetas lo utilizan cuando anuncian la venida del Mesías a la Hija de Sión (cfr. Sof 3,14; Gl 2,21-23; Zc 9,9). Es la invitación a la alegría que Dios dirige a su pueblo cuando termina el exilio y el Señor hace sentir su presencia viva y operante.

Una de las lectoras en la audiencia general del Papa
Una de las lectoras en la audiencia general del Papa RD/Captura

Además, Dios llama a María con un nombre de amor desconocido en la historia bíblica: kecharitoméne, que significa «llena de la gracia divina». Este nombre dice que el amor de Dios ha habitado desde hace tiempo y sigue habitando en el corazón de María. Dice que ella está 'llena de gracia' y, sobre todo, que la gracia de Dios ha realizado en ella un “cincelado” interior, convirtiéndola en su obra maestra.

Este cariñoso sobrenombre, que Dios da sólo a María, va acompañado inmediatamente de una tranquilización: «¡No temas!», que Él dirige a todos sus siervos a los que confía misiones importantes. «No temas», dice Dios a Abraham, a Isaac, a Moisés, a Josué (cf. Gn 15,1; 26,24; Dt 31,8; Stg 8,1). El «Todopoderoso», el Dios de lo «imposible» (Lc 1,37) está con María, está con ella y junto a ella, es su compañero, su principal aliado, el eterno «Yo-contigo» (cf. Gn 28,15; Ex 3,12; Jdg 6,12).

Luego, Gabriel anuncia a la Virgen su misión, haciendo resonar en su corazón numerosos pasajes bíblicos que hacen referencia a la realeza y mesiazgo del Niño que va a nacer de ella, presentado como cumplimiento de las antiguas profecías. La Palabra que viene de lo Alto llama a María a ser la madre del tan esperado Mesías davídico. Él será rey, no a la manera humana y carnal, sino a la manera divina, espiritual. Su nombre será «Jesús», que significa «Dios salva» (cf. Lc 1,31; Mt 1,21); recuerda así a todos y para siempre que no es el hombre quien salva, sino sólo Dios. Jesús, de hecho, es Aquel que cumple estas palabras del profeta Isaías: «No un enviado ni un ángel, sino Él mismo los salvó; con amor y compasión los redimió, los levantó y los tomó sobre sí» (Is 63,9).

Esta maternidad absolutamente única estremece a María profundamente. Y como mujer inteligente que es, es decir, capaz de leer dentro de los acontecimientos (cf. Lc 2,19.51), busca comprender, discernir lo que le está sucediendo. María no busca fuera, sino dentro, porque, como enseña san Agustín, «ininteriore homine habitat veritas» (De vera religione 39,72). Y allí, en lo más profundo de su corazón abierto y sensible, escucha la invitación a confiar totalmente en Dios, que ha preparado para ella un «Pentecostés» especial. Como al principio de la Creación (cf. Gn 1,2), Dios quiere «empollar» a María con su Espíritu, un poder capaz de abrir lo cerrado sin violarlo, sin menoscabar la libertad humana; quiere envolverla en la «nube» de su presencia (cf. 1Cor 10,1-2) para que el Hijo viva en ella y ella en Él.

Y María se enciende de confianza: es «una lámpara con muchas luces», como dice Teófanes en su Canon de la Anunciación. Se abandona, obedece, hace espacio: es «una cámara nupcial hecha por Dios» (ibid.). María acoge al Verbo en su propia carne y se lanza así a la mayor misión jamás confiada a una criatura humana. Se pone al servicio, no como esclava, sino como colaboradora de Dios Padre, llena de dignidad y autoridad para administrar, como hará en Caná, los dones del tesoro divino, para que muchos puedan sacar de él abundantemente.

Hermanas y hermanos, aprendamos de María, Madre del Salvador y Madre nuestra, a dejarnos abrir los oídos a la Palabra divina, a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros corazones en tabernáculos de su presencia, en hogares acogedores para los que están cansados y necesitados de esperanza.

Traducción no oficial

Volver arriba