El Papa pide “precaución ante esta señora que se llama covid y que nos hace tanto daño” Francisco condena el asesinato de al menos 7 niños en Camerún y pide "que callen las armas"
Pide que "que callen las armas y que se pueda garantizar la seguridad de todos y el derecho de los jóvenes a la educación y al futuro"
"Jesús no es un Dios lejano, y no puede serlo. La encarnación lo reveló de una manera completa y humanamente impensable"
"Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre"
"Si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra"
"Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre"
"Si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra"
Sin mascarilla, pero guardando la distancia de seguridad y sin mezclarse con la gente, el Papa Francisco pide, al comienzo de la audiencia de los miércoles, ““precaución ante esta señora que se llama covid y que nos hace tanto daño”. En la catequesis habla de la oración de Jesús y pide que la hagamos nuestra. En los saludos, el Papa condena el asesinato de al menos 7 niños en Kumba (Camerún), pide diálogo y que "callen las armas" y se garantice el derecho a la seguridad y a la educación.
Lectura del evangelio de Lucas, en el pasaje del bautismo de Jesús
Antes de comenzar la catequesis, el Papa dice a los presentes:
“Me gustaría bajar y saludarles a todos, pero hay que mantener las distancias. Precaución ante esta señora que se llama covid y que nos hace tanto daño. Disculpad que no baje a saludaros, pero os llevo en el corazón. Gracias por la comprensión”.
Catequesis del Papa (Traducción no oficial)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En nuestro itinerario de catequesis sobre la oración, después de haber recorrido el Antiguo Testamento, llegamos ahora a Jesús. El inicio de su misión pública tiene lugar con el bautismo en el río Jordán. Los Evangelistas coinciden al atribuir importancia fundamental a este episodio. Narran que todo el pueblo se había recogido en oración, y especifican que este reunirse tuvo un claro carácter penitencial (cfr Mc 1, 5; Mt 3, 8).
El primer acto público de Jesús es por tanto la participación en una oración coral del pueblo, una oración penitencial, donde todos se reconocían pecadores. Por esto el Bautista quiso oponerse, y dice: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí» (Mt 3, 14). Pero Jesús insiste: el suyo es un acto que obedece a la voluntad del Padre (v. 15), un acto de solidaridad con nuestra condición humana. Él reza con los pecadores del pueblo de Dios. Jesús siempre reza con su pueblo, siempre. Nunca rezamos solos. No se queda en la orilla opuesta del río, para marcar su diversidad y distancia del pueblo desobediente, sino que sumerge sus pies en las mismas aguas de purificación. Se hace como unpecador. Ésta es la grandeza de Dios, que aparece como un pecador.
Jesús no es un Dios lejano, y no puede serlo. La encarnación lo reveló de una manera completa y humanamente impensable. Así, inaugurando su misión, Jesús se pone a la cabeza de un pueblo de penitentes, como encargándose de abrir una brecha a través de la cual todos nosotros, después de Él, debemos tener la valentía de pasar. Él abre camino. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que esta es la novedad de la plenitud de los tiempos. Dice: «La oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos» (n. 2599). Metámonoslo en la cabeza: Jesús reza con nosotros.
Ese día, a orillas del río Jordán, está por tanto toda la humanidad, con sus anhelos inexpresados de oración. Está sobre todo el pueblo de los pecadores: esos que pensaban que no podían ser amados por Dios, los que no osaban ir más allá del umbral del templo, los que no rezaban porque no se sentían dignos. Jesús ha venido por todos, también por ellos, y empieza precisamente uniéndose a ellos.
Sobre todo el Evangelio de Lucas destaca el clima de oración en el que tuvo lugar el bautismo de Jesús: «Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo» (3, 21). Rezando, Jesús abre la puerta de los cielos, y de esa brecha desciende el Espíritu Santo. Y desde lo alto una voz proclama la verdad maravillosa: «Tú eres mi Hijo; yo hoy te he engendrado» (v. 22). Esta sencilla frase encierra un inmenso tesoro: nos hace intuir algo del misterio de Jesús y de su corazón siempre dirigido al Padre. En el torbellino de la vida y el mundo que llegará a condenarlo, incluso en las experiencias más duras y tristes que tendrá que soportar, incluso cuando experimenta que no tiene dónde recostar la cabeza (cfr Mt 8, 20), también cuando el odio y la persecución se desatan a su alrededor, Jesús no se queda nunca sin el refugio de un hogar: habita eternamente en el Padre.
Esta es la grandeza única de la oración de Jesús: el Espíritu Santo toma posesión de su persona y la voz del Padre atestigua que Él es el amado, el Hijo en el que Él se refleja plenamente.
Esta oración de Jesús, que a orillas del río Jordán es totalmente personal – y así será durante toda su vida terrena –, en Pentecostés se convertirá por gracia en la oración de todos los bautizados en Cristo. Él mismo obtuvo este don para nosotros, y nos invita a rezar como Él rezaba.
Por esto, si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra. Que tu oración, Jesús, sea la mía. Él es el intercesor por nosotros. Escucharemos entonces una voz del cielo, más fuerte que la que sube de los bajos fondos de nosotros mismos, susurrando palabras de ternura: “Tú eres el amado de Dios, tú eres hijo, tú eres la alegría del Padre de los cielos”. Precisamente por nosotros, para cada uno de nosotros hace eco la palabra del Padre: aunque fuéramos rechazados por todos, pecadores de la peor especie. Jesús no bajó a las aguas del Jordán por sí mismo, sino por todos nosotros. Se acercaban al Jordán con el alma y los pies desnudos. Ha abierto los cielos, como Moisés había abierto las aguas del mar Rojo, para que todos pudiéramos pasar detrás de Él. Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre. Nos lo dio como semilla de la Trinidad, que quiere echar raíces en nuestro corazón. ¡Acojámoslo este don, el don de la oración!
Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas: En nuestras catequesis sobre la oración, después de haber recorrido los testimonios del Antiguo Testamento, fijamos hoy nuestra atención en Jesús, que quiso comenzar su misión pública en el río Jordán, donde el pueblo reunido en espíritu de oración recibía de Juan un bautismo de penitencia. Y aunque Jesús no lo necesitaba, quiso ser bautizado en obediencia a la voluntad del Padre y en solidaridad con nuestra condición humana.
Jesús no es un Dios lejano, no tomó distancia del pueblo pecador y desobediente, sino que se unió a su oración, y se sumergió en las mismas aguas de purificación, no por sí mismo, sino por todos nosotros, pecadores. Ya desde el inicio de su misión, quiso ponerse a la cabeza del pueblo penitente, para abrirle camino e invitarlo a seguirlo. Esta es la novedad de la plenitud de los tiempos: el Hijo de Dios bajó del cielo por todos nosotros, hombres y mujeres, haciéndose nuestro hermano, y continúa elevando su oración filial al Padre junto con la humanidad y por de toda la humanidad.
San Lucas evidencia el clima de oración en el que se dio el bautismo: mientras Jesús estaba en oración, se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo, y se oyó la voz del Padre, que proclamó la verdad sobre Él: «Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco». Por eso, en todos los momentos de la vida terrenal de Jesucristo, incluso en los más duros y amargos, Él no estaba sólo y sin refugio: Él vivía en el Padre, y su oración personal se transformará, en Pentecostés, en la oración de todos los bautizados en Cristo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que el Señor Jesús nos conceda la gracia de hacer que su oración, que es diálogo de amor con el Padre, se convierta también en nuestra, con la seguridad de que Dios nos ama, nos perdona y nos invita a vivir como hijos e hijas suyos en intimidad con Él. Que Dios los bendiga a todos.
Saludo en italiano
Durante el saludo en italiano, el Papa se une al dolor del pueblo camerunés, condena el asesinato de al menos 7 niños en Kumba y pide diálogo y "que callen las armas y que se pueda garantizar la seguridad de todos y el derecho de los jóvenes a la educación y al futuro"
"Me uno al dolor de las familias de los jóvenes estudiantes bárbaramente asesinados el sábado pasado en Kumba, Camerún. Siento gran perplejidad ante un acto tan cruel y sin sentido, que arrancó a los pequeños inocentes de la vida mientras tomaban lecciones en la escuela. Que Dios ilumine los corazones, que gestos similares no se repitan nunca más y que las regiones atormentadas del noroeste y suroeste del país puedan finalmente encontrar la paz! Espero que las armas permanezcan en silencio y que se pueda garantizar la seguridad de todos y el derecho de cada joven a la educación y al futuro. Expreso mi afecto a las familias, a la ciudad de Kumba y a todo el Camerún e invoco el consuelo que sólo Dios puede dar".