Las intervenciones de los Pontífices guían la labor de la Iglesia
Fue en 1967 cuando Pablo VI instituyó la Jornada de la Paz comentando que "dedicar el primer día del año a la paz no debía ser exclusivo de la Iglesia católica, sino que debía contar con la adhesión de todos los verdaderos amigos de la paz", y Monseñor Gallagher afirma cómo la voluntad de "actuar diariamente por la reconciliación", sigue inspirando la labor de la Iglesia en el mundo y ha inspirado, aunque con acentos diferentes, las palabras de los Pontífices que nos ofrecen "una síntesis de los criterios que animan el papel de la Iglesia en este ámbito". En primer lugar, el "rechazo radical de la guerra", luego la promoción del desarme y el instrumento del diálogo y la negociación.
Paz y derechos humanos, paz y solidaridad entre los pueblos
"La paz no es sólo la ausencia de conflictos", recordó Juan Pablo II, subrayando la importancia de "salvaguardar los derechos humanos y también los derechos de los pueblos", y especialmente el derecho fundamental a la libertad de conciencia y de religión. En otras palabras", dice Gallagher, "cada vez que el hombre es olvidado o manipulado, la paz es herida". Otra cuestión central es la relación entre los miembros de la comunidad internacional, que debe caracterizarse por la solidaridad y en la que ningún pueblo debe ser tratado como subordinado.
Gallaguer: "cada vez que el hombre es olvidado o manipulado, la paz es herida"
Del compromiso de la Santa Sede, monseñor Gallagher destaca a continuación el esfuerzo "por la formación de un 'hombre integral', abierto a los valores del espíritu y solidario con sus hermanos", porque "promover una pedagogía de la paz requiere una rica vida interior, referencias morales claras y válidas, actitudes y estilos de vida adecuados". De hecho, se trata de crear "una mentalidad y una cultura de paz". Entre las herramientas "para mejorar la colaboración internacional", señala la diplomacia, que requiere en quienes la practican "la apertura a los problemas reales del otro", la confianza y la elección de apoyarse sólo en medios pacíficos, la búsqueda del interés general, que debe garantizarse a través de "pactos, acuerdos, instituciones a nivel del país, de la región, para evitar, en la medida de lo posible, que los más débiles sean víctimas de la mala voluntad, la fuerza o la manipulación de los demás".
Entre la política y la Iglesia autonomía y colaboración
"Es sobre todo la Constitución conciliar Gaudium et Spes la que indica los principios rectores de la misión de la Iglesia en el mundo", prosigue el secretario para las Relaciones con los Estados, citando algunos pasajes que reconocen la responsabilidad de la Iglesia de proteger la dignidad humana y de apoyar el desarrollo de sociedades orientadas al bien común. En todo ello, la Iglesia actúa en colaboración con las instituciones. "La comunidad política y la Iglesia -se lee en la Gaudium et Spes- son independientes y autónomas entre sí en su propio ámbito. Pero ambos, aunque en diferentes capacidades, están al servicio de la vocación personal y social de la propia humanidad".
La verdadera paz, dice Monseñor Gallagher, "encuentra sus entrañas en el corazón y la conciencia humana" y, como ya recordaba Pablo VI, no puede separarse de la justicia, la misericordia y la caridad. Esto introduce un paso más al abrirse al importante papel de las religiones para la paz mundial. El Papa Francisco destacó la "profunda conexión entre la identidad de Dios y la búsqueda de la paz", dirigiéndose a los líderes religiosos el 14 de septiembre.
La lógica de Dios no es una lógica de opresión
"La lógica de Dios que nos ha señalado el Papa no es una lógica de poder, sino de ocultamiento, de fermento, una lógica que trabaja silenciosamente por el bien de los demás. Lo mismo puede decirse de la Iglesia", observa Monseñor Gallagher, y la Iglesia tratará por tanto de "expresar, especialmente con respecto a la otra parte, una fuerza positiva, que cree nuevas posibilidades de relación y no empeore las que aún existen". La elección de los medios es fundamental: "desde este punto de vista la Iglesia, y la diplomacia pontificia en particular, está animada por la peculiaridad cristiana, donde ya no es la regla del ojo por ojo, diente por diente, la que regula las relaciones, sino la comprensión y la escucha, según las reglas de una justicia superior que vence el mal con el bien".
La paz se construye cada día
La paz no es sólo una palabra que hay que gritar", subraya Gallagher, "sino una actitud que hay que construir a diario (...) mediante gestos cotidianos de escucha y reconciliación". Y es necesario que "el servicio prestado por la Iglesia en favor de la paz, esté cualificado y animado interiormente por el estilo inconfundible de la caridad", según la enseñanza de Jesús en la parábola del buen samaritano.
"Una política que se propone como "una forma moderna y exigente de caridad" no puede conciliarse con la prisa, enemiga de la democracia, y con el miedo en quienes asumen responsabilidades públicas, especialmente si son cristianos, que los lleva a transigir"
"La paz evangélica, traída por Jesús, produce también consecuencias en el ámbito de la paz civil y política, así como en los corazones y en las familias", sostiene el Secretario para las Relaciones entre los Estados. La combinación de política y caridad puede "contribuir a iluminar y sostener las responsabilidades de cada hombre en favor de la paz" y provocar una "respuesta institucional concreta" en este sentido. Una política que se propone como "una forma moderna y exigente de caridad" no puede conciliarse con la prisa, enemiga de la democracia, y con el miedo en quienes asumen responsabilidades públicas, especialmente si son cristianos, que los lleva a transigir.
La esperanza cristiana nunca defrauda
Acercándose a la conclusión de su discurso, Monseñor Gallagher reconoció que "una esperanza de paz a escala humana es insuficiente para sostener a largo plazo una acción política previsora y honesta", lo que se necesita es "la presencia de una levadura capaz de adherirse a la masa, de una sal que no sea en polvo". Y ésta es la "esperanza cristiana", que nunca defrauda porque se basa en la confianza en la presencia del Señor.
"Todo cristiano", dice Gallagher, "necesita esa esperanza, sobre todo si trabaja en campos difíciles, especialmente en la vida social y política". "La esperanza cristiana -continúa- nos dice que vale la pena luchar por objetivos buenos, como la paz", incluso en ausencia de resultados inmediatos, en la confianza de que "todos los poderes del mal no podrán extinguir el valor que todo objetivo honestamente perseguido representa en última instancia". Las consecuencias destructivas que la guerra conlleva para las personas y los pueblos, los abusos, el odio y la violencia que genera nos exigen, concluye el arzobispo, "seguir dando testimonio como Iglesia de la necesidad de la paz".