Francisco recordó de nuevo "las torturas, las muertes y las destrucciones" en la "martirizada Ucrania" Papa: "Es el corazón quien nos habla de Dios, y nosotros debemos aprender a comprender su lenguaje"
"Hoy nos detenemos en otro ingrediente indispensable para el discernimiento: la propia historia de vida"
"Nuestra vida es el 'libro' más valioso que se nos ha entregado, un libro que muchos lamentablemente no leen, o lo hacen demasiado tarde, antes de morir"
"El bien está escondido, es silencioso, requiere una excavación lenta y continua. Porque el estilo de Dios es discreto, no se impone; es como el aire que respiramos"
"Acostumbrarse a releer la propia vida educa la mirada, la afina, consiente notar los pequeños milagros que el buen Dios realiza por nosotros cada día"
"El bien está escondido, es silencioso, requiere una excavación lenta y continua. Porque el estilo de Dios es discreto, no se impone; es como el aire que respiramos"
"Acostumbrarse a releer la propia vida educa la mirada, la afina, consiente notar los pequeños milagros que el buen Dios realiza por nosotros cada día"
El Papa Francisco continúa con su ciclo de catequesis sobre el discernimiento, deteniéndose hoy sobre otra de sus características: “la propia historia de vida”. Porque, según el Papa, “nuestra vida es el “libro” más valioso que se nos ha entregado, un libro que muchos lamentablemente no leen, o lo hacen demasiado tarde, antes de morir”. Y, como “el bien está escondido”, hay que “acostumbrarse a releer la propia vida”, porque “es el corazón quien nos habla de Dios, y nosotros debemos aprender a comprender su lenguaje”. Como dicen San Agustín, “entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad”.
En su saludo en italiano, el Papa, como viene siendo habitual desde el inicio de la guerra recordó "a la martirizada Ucrania. Y rezamos por ella. Por las cosas malas que están sucediendo allí: las torturas, las muertes y las destrucciones".
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis de estas semanas estamos insistiendo sobre las condiciones para hacer un buen discernimiento. Toda actividad importante tiene sus “instrucciones” a seguir, que deben ser conocidas para que puedan producir los efectos esperados. Hoy nos detenemos en otro ingrediente indispensable para el discernimiento: la propia historia de vida.
Nuestra vida es el “libro” más valioso que se nos ha entregado, un libro que muchos lamentablemente no leen, o lo hacen demasiado tarde, antes de morir. Y, sin embargo, precisamente en ese libro se encuentra lo que se busca inútilmente por otras vías. San Agustín, un gran buscador de la verdad, lo había comprendido precisamente releyendo su vida, notando en ella los pasos silenciosos y discretos, pero incisivos, de la presencia del Señor. Al finalizar este recorrido notará con estupor: «Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo» (Confesiones X, 27.38). De aquí su invitación a cultivar la vida interior para encontrar lo que se busca: «Entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad» (De la verdadera religión, XXXIX, 72).
Muchas veces también nosotros hemos tenido la misma experiencia que Agustín, encontrarnos presos de pensamientos que nos alejan de nosotros mismos, mensajes estereotipados que nos hacen daño: “yo no valgo nada”, “a mí todo me va mal”, “nunca realizaré nada bueno”, etc. Leer la propia historia significa también reconocer la presencia de estos elementos “tóxicos”, pero para ampliar después la trama de nuestra historia, aprendiendo a notar otras cosas, haciéndola más rica, más respetuosa con la complejidad, logrando también recoger las formas discretas en las que Dios actúa en nuestra vida. Conocí una persona del que decían que merecía el Premio Nobel a la negatividad. Una persona amargada, que tenái muchas cualidades. Una vez, encontró a otra persona que le ayudaba y, cuando se lamentaba, le decía que recordarse alguna cosa buena al mismo tiempo. Hay que ver las cosas buenas y no buenas que Dios siembra en nosotros.
Hemos visto que el discernimiento tiene un enfoque narrativo: no se detiene sobre la acción puntual, la incluye en un contexto: ¿de dónde viene este pensamiento? ¿Dónde me lleva? ¿Cuándo he tenido la posibilidad de encontrarlo antes? ¿Por qué es más insistente que otros?
El relato de los acontecimientos de nuestra vida consiente también captar matices y detalles importantes, que pueden revelarse ayudas valiosas que hasta ese momento estaban escondidos. Una lectura, un servicio, un encuentro, a primera vista considerados cosas de poca importancia, en el tiempo sucesivo transmiten una paz interior, transmiten la alegría de vivir y sugieren ulteriores iniciativas de bien. Detenerse y reconocer esto es indispensable para el discernimiento, es un trabajo de recogida de perlas preciosas y escondidas que el Señor ha sembrado en nuestro terreno.
El bien está escondido, porque el bien tiene pudor, es silencioso, requiere una excavación lenta y continua. Porque el estilo de Dios es discreto, no se impone; es como el aire que respiramos, no lo vemos nunca, pero nos hace vivir, y nos damos cuenta solo cuando nos falta.
Acostumbrarse a releer la propia vida educa la mirada, la afina, consiente notar los pequeños milagros que el buen Dios realiza por nosotros cada día. Cuando nos damos cuenta, notamos otras direcciones posibles que refuerzan el gusto interior, la paz y la creatividad. Sobre todo, nos hace más libres de los estereotipos tóxicos. Con sabiduría se ha dicho que el hombre que no conoce el propio pasado está condenado a repetirlo. Es curioso. Somos circulares.
Podemos preguntarnos: ¿he contado mi vida a alguien alguna vez? Se trata de una de las formas de comunicación más hermosas e íntimas. Esto permite descubrir cosas desconocidas hasta ese momento, pequeñas y sencillas, pero, como dice el Evangelio, es precisamente de las cosas pequeñas que nacen las grandes (cfr Lc 16,10).
También las vidas de los santos constituyen una ayuda preciosa para reconocer el estilo de Dios en la propia vida: consiente tomar familiaridad con su forma de actuar. Algunos comportamientos de los santos nos interpelan, nos muestran nuevos significados y nuevas oportunidades. Y es lo que le sucedió, por ejemplo, a San Ignacio de Loyola. Cuando describe el descubrimiento fundamental de su vida, añade una aclaración importante: «Cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban» (Autob., n. 8).
El discernimiento es la lectura narrativa de los consuelos y de las desolaciones que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Es el corazón quien nos habla de Dios, y nosotros debemos aprender a comprender su lenguaje. Pidamos al final de la jornada: ¿Qué pasó hoy en mi corazón? ¿Tuve alegrías, tristezas? Aprender a discernir qué pasa dentro de nosotros.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis anteriores hemos visto que la oración, el conocimiento de uno mismo y el deseo son elementos indispensables para el discernimiento. Hoy agregamos otro elemento importante: la historia de la propia vida. Podemos decir que nuestra vida es como un libro que vamos escribiendo cada día, y cuando nos detenemos a “releer” el camino que hemos recorrido —tanto los momentos de “consolación” como de “desolación”— descubrimos la acción de Dios, que obra discreta y silenciosamente en nuestra propia existencia.
Acostumbrarnos a hacer este ejercicio de lectura de la propia vida, y también contar nuestra historia a otras personas, son instrumentos muy valiosos para el discernimiento. Por un lado, nos ayudan a reconocer los “mensajes tóxicos” que nos hacen mal —como pensar que “no valgo nada”, que “todo me sale mal” o que “nunca haré nada bueno”— y, por otro, nos van afinando la mirada interior para poder percibir la presencia de Dios en nuestra vida.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. El próximo domingo celebramos la Jornada Mundial de las Misiones. Recemos especialmente por los misioneros y las misioneras que, enviados a distintas partes del mundo, escriben con sus propias vidas una historia de amor al servicio del Evangelio. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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