Francisco implora "nuevamente de Dios el don de la paz por la amada tierra de Myammar" El Papa reza por los muertos de los motines carcelarios de Guayaquil: "Dios nos ayude a sanar la plaga del crimen que esclaviza a los más pobres"
"Saberse pequeños, saberse necesitados de salvación, es indispensable para acoger al Señor"
"En la vida, reconocerse pequeño es el punto de partida para llegar a ser grande"
"Crecemos no tanto gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los momentos de lucha y de fragilidad"
"Con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades"
"Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor"
"Crecemos no tanto gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los momentos de lucha y de fragilidad"
"Con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades"
"Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor"
"Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor"
Desde su cátedra de la ventana, en una mañana nublada y encapotada y con la plaza ya a rebosar como antes de la pandemia, el Papa Francisco glosa el Evangelio del domingo y subraya el poder de la pequeñez y de la fragilidad. Porque no sólo “en los pequeños se encuentra Dios”, sino que, para acoger al Señor en nuestras vidas “es indispensable saberse pequeños y necesitados”. Además, las necesidades y las fragilidades “son oportunidades con Dios” y “ocasiones privilegiadas para experimentar su amor”
En los saludos tras el ángelus y la bendición, Francisco recuerda a los más de cien muertos de los motines de las cárceles ecuatorianas de Guayaquil y pide que "Dios nos ayude a sanar la plaga del crimen que esclaviza a los más pobres" y a "hacer más humana la vida en la cárcel".
Por otra parte, Francisco pidio un aplauso para las nuevas beatas italianas, asi como el "don de la paz la amada tierra de Myammar", para que dejen de llorar a más muertos y comiencen a caminar juntos por el camino de la reconciliación.
Catequesis del Papa en el ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos una reacción de Jesús más bien insólita: se indigna. Y lo que más sorprende es que su indignación no es causada por los fariseos que lo ponen a prueba con preguntas sobre la licitud del divorcio, sino por sus discípulos que, para protegerlo de la aglomeración de gente, riñen a algunos niños que habían sido llevados a Jesús. En otras palabras, el Señor no se indigna con quienes discuten con Él, sino con quienes, para aliviarle el cansancio, alejan de Él a los niños. ¿Por qué?
Recordemos -era el Evangelio de hace dos domingos- que Jesús, realizando el gesto de abrazar a un niño, se había identificado con los pequeños: había enseñado que precisamente los pequeños, es decir, los que dependen de los demás, los que tienen necesidad y no pueden restituir, han de ser servidos los primeros (cfr. Mc 9,35-37).
Quien busca a Dios lo encuentra allí, en los pequeños, en los necesitados no solo de bienes, sino también de cuidados y de consuelo, como los enfermos, los humillados, los prisioneros, los inmigrantes, los presos. Allí está Él. He aquí por qué Jesús se indigna: cada afrenta hecha a un pequeño, a un pobre, a un indefenso, se le hace a Él.
Hoy el Señor retoma esta enseñanza y la completa.
De hecho, añade: «El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Esta es la novedad: el discípulo no solo debe servir a los pequeños, sino que también ha de reconocerse pequeño él mismo.¿Nos reconocemos pequeños ante Dios? Saberse pequeños, saberse necesitados de salvación, es indispensable para acoger al Señor. Es el primer paso para abrirnos a Él. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de esto. En la prosperidad, en el bienestar, vivimos la ilusión de ser autosuficientes, de bastarnos a nosotros mismos, de no tener necesidad de Dios. Es un engaño, porque cada uno de nosotros es un ser necesitado, pequeño. Tenemos que reconocerlo.
En la vida, reconocerse pequeño es el punto de partida para llegar a ser grande. Si lo pensamos bien, crecemos no tanto gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los momentos de lucha y de fragilidad. Ahí, en la necesidad, maduramos; ahí abrimos el corazón a Dios, a los demás, al sentido de la vida. Cuando nos sintamos pequeños ante un problema, una cruz, una enfermedad, cuando experimentemos fatiga y soledad, no nos desanimemos. Está cayendo la máscara de la superficialidad y está resurgiendo nuestra radical fragilidad: es nuestra base común, nuestro tesoro, porque con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades. Señor, mira mis fragilidades. Ésta es una buena actitud ante Dios.
De hecho, precisamente en la fragilidad descubrimos cuánto nos cuida Dios. El Evangelio de hoy dice que Jesús es muy tierno con los pequeños: «Los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos» (v. 16). Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor. Lo sabe bien quien reza con perseverancia: en los momentos oscuros o de soledad, la ternura de Dios hacia nosotros se hace -por así decir- aún más presente. Nos da paz, nos hace crecer. Cuando nos sentimos poca cosa, el Señor se acerca más. En la oración, el Señor nos abraza como un papá a su niño. Así nos hacemos grandes: no con la ilusoria pretensión de nuestra autosuficiencia, sino con la fortaleza de depositar en el Padre toda esperanza. Justo como hacen los pequeños.
Pidamos hoy a la Virgen María una gracia grande, la de la pequeñez: ser niños que se fían del Padre, seguros de que Él nunca deja de cuidarnos.
Saludos tras el ángelus
“Me ha hecho sufrir mucho todo lo que sucedió en días pasados en las cárceles de Guayaquil (Ecuador). Una terrible explosión de violencia entre los detenidos pertenecientes a bandas rivales ha provocado más de cien muertos y numerosos heridos. Rezo por ellos y por sus familias. Dios nos ayude a sanar la plaga del crimen que esclaviza a los más pobres y ayude a los que trabajan a diario por hacer más humana la vida en la cárcel.
Deseo implorar nuevamente de Dios el don de la paz por la amada tierra de Myammar, para que las manos de los que la habitan no tengan que secar más lágrimas de dolor ni de muerte, sino que puedan abrazarse para superar las dificultades y trabajar juntos por la llegada de la paz”
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