Pide ser "ser artesanos de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz" El Papa denuncia que el mundo desarrollado muestra graves síntomas de crisis de humanidad

Misionera
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El pontífice explica en su mensaje que para esta Jornada se ha elegido el tema ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’, que «recuerda a cada cristiano y a la Iglesia, comunidad de bautizados, la vocación fundamental a ser mensajeros y constructores de la esperanza»

Francisco denunció que «en las naciones más avanzadas tecnológicamente, está decayendo la proximidad; estamos todos interconectados, pero no estamos en relación»

«La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo»

 El papa Francisco denunció que las zonas más «desarrolladas» del mundo muestran «síntomas graves de crisis de lo humano» y consideró que «las comunidades cristianas pueden ser signos de una nueva humanidad», en su mensaje publicado este jueves para la Jornada Mundial de las Misiones.

El pontífice explica en su mensaje que para esta Jornada se ha elegido el tema ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’, que «recuerda a cada cristiano y a la Iglesia, comunidad de bautizados, la vocación fundamental a ser mensajeros y constructores de la esperanza».

«Animadas por una esperanza tan grande, las comunidades cristianas pueden ser signos de una nueva humanidad en un mundo que, en las zonas más ‘desarrolladas’, muestra síntomas graves de crisis de lo humano: un sentimiento generalizado de desorientación, soledad y abandono de los ancianos; dificultad para estar disponibles a ayudar a quienes nos rodean», señaló el papa.

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Misiones

Francisco denunció que «en las naciones más avanzadas tecnológicamente, está decayendo la proximidad; estamos todos interconectados, pero no estamos en relación».

«La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo», por lo que » el Evangelio, vivido en la comunidad, puede restituirnos una humanidad íntegra, sana, redimida», subrayó.

Y renovó su llamamiento para poner una «particular atención a los más pobres y débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los excluidos de la sociedad materialista y consumista».

«Ante la urgencia de la misión de la esperanza, los discípulos de Cristo están llamados en primer lugar a formarse, para ser artesanos de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz», animó el papa

Misioneros

Misioneros de esperanza entre los pueblos 

Queridos hermanos y hermanas: 

Para la Jornada Mundial de las Misiones del Año jubilar 2025, cuyo mensaje central es la  esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 1), he elegido este lema: “Misioneros de esperanza entre los  pueblos”, que recuerda a cada cristiano y a la Iglesia, comunidad de bautizados, la vocación  fundamental a ser mensajeros y constructores de la esperanza, siguiendo las huellas de Cristo. Les  deseo a todos que vivan un tiempo de gracia con el Dios fiel que nos ha regenerado en Cristo  resucitado «para una esperanza viva» (cf. 1 P 1,3-4); a la vez que quisiera recordarles algunos  aspectos relevantes de la identidad misionera cristiana, a fin de que podamos dejarnos guiar por el  Espíritu de Dios y arder de santo celo para iniciar una nueva etapa evangelizadora de la Iglesia,  enviada a reavivar la esperanza en un mundo abrumado por densas sombras (cf. Carta enc. Fratelli  tutti, 9-55). 

1. Tras las huellas de Cristo nuestra esperanza 

Celebrando el primer Jubileo ordinario del Tercer milenio, después del Jubileo del año dos  mil, mantengamos la mirada orientada hacia Cristo, el centro de la historia, que «es el mismo ayer y  hoy, y lo será para siempre» (Hb 13,8). Él, en la sinagoga de Nazaret, declaró el cumplimiento de la  Escritura en el “hoy” de su presencia histórica. De ese modo, se reveló como el enviado del Padre  con la unción del Espíritu Santo para llevar la Buena Noticia del Reino de Dios e inaugurar «un año  de gracia del Señor» para toda la humanidad (cf. Lc 4,16-21).

En este místico “hoy”, que perdura hasta el fin del mundo, Cristo es el cumplimiento de la  salvación para todos, particularmente para aquellos cuya esperanza es Dios. Él, en su vida terrena,  «pasó haciendo el bien y curando a todos» del mal y del Maligno (cf. Hch 10,38), devolviendo la  esperanza en Dios a los necesitados y al pueblo. Además, experimentó todas las fragilidades humanas,  excepto la del pecado, pasando también momentos críticos, que podían conducir a la desesperación,  como en la agonía del Getsemaní y en la cruz. Pero Jesús encomendaba todo a Dios Padre,  obedeciendo con plena confianza a su plan salvífico para la humanidad, plan de paz para un futuro  lleno de esperanza (cf. Jr 29,11). De esa manera, se convirtió en el divino Misionero de la esperanza,  modelo supremo de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, llevan adelante la misión recibida de  Dios, incluso en las pruebas extremas.  

Misioneros

El Señor Jesús continúa su ministerio de esperanza para la humanidad por medio de sus  discípulos, enviados a todos los pueblos y acompañados místicamente por Él; también hoy sigue  inclinándose ante cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida por el mal, para derramar  sobre sus heridas «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza» (Prefacio “Jesús, buen  samaritano”). Obediente a su Señor y Maestro, y con su mismo espíritu de servicio, la Iglesia,  comunidad de los discípulos-misioneros de Cristo, prolonga esa misión ofreciendo la vida por todos  en medio de las gentes.

La Iglesia, aun teniendo que afrontar, por un lado, persecuciones,  tribulaciones y dificultades, y, por otro lado, sus propias imperfecciones y caídas, a causa de las  fragilidades de sus miembros, está impulsada constantemente por el amor de Cristo a avanzar unida  a Él en este camino misionero y a acoger, como Él y con Él, el clamor de la humanidad; más aún, el  gemido de toda criatura, en espera de la redención definitiva. Esta es la Iglesia que el Señor llama  desde siempre y para siempre a seguir sus huellas; «no una Iglesia estática, [sino] una Iglesia  misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo» (Homilía en la Santa Misa al finalizar  la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, 27 octubre 2024). 

Por eso, también nosotros sintámonos inspirados a ponernos en camino tras las huellas del  Señor Jesús para ser, con Él y en Él, signos y mensajeros de esperanza para todos, en cada lugar y  circunstancia que Dios nos concede vivir. ¡Que todos los bautizados, discípulos-misioneros de Cristo,  hagan resplandecer la propia esperanza en cada rincón de la tierra!  

2. Los cristianos, portadores y constructores de esperanza entre los pueblos Siguiendo a Cristo el Señor, los cristianos están llamados a transmitir la Buena Noticia  compartiendo las condiciones de vida concretas de las personas que encuentran, siendo así portadores  y constructores de esperanza. Porque, en efecto, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las  angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la  vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente  humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et spes, 1). 

Esta célebre afirmación del Concilio Vaticano II, que expresa el sentir y el estilo de las  comunidades cristianas de todos los tiempos, sigue inspirando a sus miembros y los ayuda a caminar  con sus hermanos y hermanas en el mundo. Pienso particularmente en ustedes, misioneros y  misioneras ad gentes, que, siguiendo la llamada divina, han ido a otras naciones para dar a conocer  el amor de Dios en Cristo. ¡Gracias de corazón! Sus vidas son una respuesta concreta al mandato de  Cristo resucitado, que ha enviado a sus discípulos a evangelizar a todos los pueblos (cf. Mt 28,18- 20). De ese modo, ustedes señalan la vocación universal de los bautizados a ser, con la fuerza del  Espíritu Santo y el compromiso cotidiano, entre los pueblos, misioneros de esa inmensa esperanza  que nos concede Jesús, el Señor. 

El horizonte de esta esperanza va más allá de las realidades mundanas pasajeras y se abre a  las divinas, que ya pregustamos en el presente. En efecto, como recordaba san Pablo VI, la salvación  en Cristo, que la Iglesia ofrece a todos como don de la misericordia de Dios, no es sólo «inmanente,  a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que […] se identifican totalmente con  los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos  estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad»  (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 27). 

Papa y monjas

Animadas por una esperanza tan grande, las comunidades cristianas pueden ser signos de una  nueva humanidad en un mundo que, en las zonas más “desarrolladas”, muestra síntomas graves de  crisis de lo humano: un sentimiento generalizado de desorientación, soledad y abandono de los  ancianos; dificultad para estar disponibles a ayudar a quienes nos rodean. En las naciones más  avanzadas tecnológicamente, está decayendo la proximidad; estamos todos interconectados, pero no  estamos en relación. La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos  centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo. El Evangelio, vivido en la  comunidad, puede restituirnos una humanidad íntegra, sana, redimida.  

Por lo tanto, renuevo la invitación a realizar las obras indicadas en la Bula de convocación del  Jubileo (nn. 7-15), con particular atención a los más pobres y débiles, a los enfermos, a los ancianos,  a los excluidos de la sociedad materialista y consumista. Y a hacerlo con el estilo de Dios: con  cercanía, compasión y ternura, cuidando la relación personal con los hermanos y las hermanas en su  situación concreta (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 127-128). Muchas veces, serán ellos quienes  nos enseñarán a vivir con esperanza. Y a través del contacto personal podremos transmitir el amor  del Corazón compasivo del Señor. Experimentaremos que «el Corazón de Cristo […] es el núcleo  viviente del primer anuncio» (Carta enc. Dilexit nos, 32).

Bebiendo de esta fuente, la esperanza  recibida de Dios se puede ofrecer con sencillez (cf. 1 P 1,21), llevando a los demás el mismo consuelo  con el que nosotros hemos sido consolados por Dios (cf. 2 Co 1,3-4). En el Corazón humano y divino  de Jesús, Dios quiere hablar al corazón de cada persona, atrayendo a todos con su amor. «Nosotros  hemos sido enviados para continuar esta misión: ser signo del Corazón de Cristo y del amor del Padre,  abrazando al mundo entero» (Discurso a los participantes en la Asamblea General de las Obras  Misionales Pontificias, 3 junio 2023). 

3. Renovar la misión de la esperanza 

Hoy, ante la urgencia de la misión de la esperanza, los discípulos de Cristo están llamados en  primer lugar a formarse, para ser “artesanos” de esperanza y restauradores de una humanidad con  frecuencia distraída e infeliz. 

Para ello, es necesario renovar en nosotros la espiritualidad pascual, que vivimos en cada  celebración eucarística y sobre todo en el Triduo Pascual, centro y culmen del año litúrgico. Hemos  sido bautizados en la muerte y resurrección redentora de Cristo, en la Pascua del Señor, que marca la  eterna primavera de la historia. Somos entonces “gente de primavera”, con una mirada siempre llena  de esperanza para compartir con todos, porque en Cristo «creemos y sabemos que la muerte y el odio  no son las últimas palabras» sobre la existencia humana (cf. Catequesis, 23 agosto 2017).

Por eso, de  los misterios pascuales, que se actualizan en las celebraciones litúrgicas y en los sacramentos,  recibimos continuamente la fuerza del Espíritu Santo con el celo, la determinación y la paciencia para  trabajar en el vasto campo de la evangelización del mundo. «Cristo resucitado y glorioso es la fuente  profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda»  (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275). En Él vivimos y testimoniamos esa santa esperanza que es “un  don y una tarea para cada cristiano” (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano  2024, 7). 

Papa

Los misioneros de esperanza son hombres y mujeres de oración, porque “la persona que espera  es una persona que reza”, como decía el venerable cardenal Van Thuan, que mantuvo viva la  esperanza en la larga tribulación de la cárcel gracias a la fuerza que recibía de la oración perseverante  y de la Eucaristía (cf. F.X. Nguyen Van Thuan, Il cammino della speranza, Roma 2001, n. 963). No  olvidemos que rezar es la primera acción misionera y, al mismo tiempo, «la primera fuerza de la  esperanza» (Catequesis, 20 mayo 2020).  

Por eso, renovemos la misión de la esperanza empezando por la oración, sobre todo la que se  hace con la Palabra de Dios y particularmente con los Salmos, que son una gran sinfonía de oración  cuyo compositor es el Espíritu Santo (cf. Catequesis, 19 junio 2024). Los Salmos nos educan para  esperar en las adversidades, para discernir los signos de esperanza y tener el constante deseo “misionero” de que Dios sea alabado por todos los pueblos (cf. Sal 41,12; 67,4). Rezando  mantenemos encendida la llama de la esperanza que Dios encendió en nosotros, para que se convierta  en una gran hoguera, que ilumine y dé calor a todos los que están alrededor, también con acciones y  gestos concretos inspirados por esa misma oración.  

Finalmente, la evangelización es siempre un proceso comunitario, como el carácter de la  esperanza cristiana (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 14). Dicho proceso no termina con el  primer anuncio y el bautismo, sino que continúa con la construcción de las comunidades cristianas a  través del acompañamiento de cada bautizado por el camino del Evangelio. En la sociedad moderna,  la pertenencia a la Iglesia no es nunca una realidad adquirida de una vez por todas. Por eso, la acción  misionera de transmitir y formar una fe madura en Cristo es «el paradigma de toda obra de la Iglesia»  (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 15), una obra que requiere comunión de oración y de acción. Sigo  insistiendo sobre esta sinodalidad misionera de la Iglesia, como también sobre el servicio de las Obras  Misionales Pontificias en promover la responsabilidad misionera de los bautizados y sostener a las  nuevas Iglesias particulares. Y los exhorto a todos ustedes —niños, jóvenes, adultos, ancianos—, a  participar activamente en la común misión evangelizadora con el testimonio de sus vidas y con la  oración, con sus sacrificios y su generosidad. Por esto, ¡gracias de corazón! 

Queridas hermanas y queridos hermanos, acudamos a María, Madre de Jesucristo, nuestra  esperanza. A Ella le confiamos este deseo para el Jubileo y para los años futuros: «Que la luz de la  esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a  todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo» (Bula Spes non  confundit, 6). 

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2025, fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo. 

FRANCISCO 

Madre Teresa

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