"Los mansos son misericordiosos, fraternos, confiados y personas con esperanza" El Papa dvierte de que "en un momento de cólera, se puede destruir todo lo que se ha construido"

Bienaventuranzas
Bienaventuranzas Agustín de la Torre

"Cualquiera puede parecer manso cuando todo está en calma, pero ¿cómo reacciona "bajo presión", si es atacado, ofendido, agredido?"

"El manso no es un cobarde, un 'perezoso' que encuentra una moral del repliegue para no meterse en problemas"

"Un momento de ira puede destruir muchas cosas; uno pierde el control y no evalúa lo que es realmente importante, y puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin remedio"

"No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay tierra más hermosa que la paz reencontrada con un hermano. ¡Esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!"

En el repaso a las Bienaventuranzas, el Papa Francisco glosa la tercera: “Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra”. Asegura que los mansos no son cobardes ni perezosos, sino "misericordiosos, fraternos, confiados, amables", y no conquistarán la tierra, sino que la heredarán. Lo contrario de la mansedumbre es la ira y, por eso, Francisco pidió que los fieles intenten controlar ese pecado, porque "en un momento de cólera, se puede destruir todo lo que se ha construido".

Texto completo de la catequesis del Papa (Traducción propia)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy nos enfrentamos a la tercera de las ocho Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra" (Mt 5, 5).

El término "manso" usado aquí significa literalmente dulce, manso, gentil, amable, desprovisto de violencia. La mansedumbre se manifiesta en momentos de conflicto, se puede ver por la forma en que uno reacciona a una situación hostil. Cualquiera puede parecer manso cuando todo está en calma, pero ¿cómo reacciona "bajo presión", si es atacado, ofendido, agredido?

En un pasaje, San Pablo recuerda "la mansedumbre y la dulzura de Cristo" (2 Cor 10:1). Y San Pedro, a su vez, recuerda la actitud de Jesús en la Pasión: no respondió ni amenazó, porque "se confió al que juzga con justicia" (1 P 2, 23). La humildad de Jesús aparece abiertamente en la pasión.

El Papa, en la audiencia

En la Escritura la palabra "manso" también indica el que no tiene propiedad de la tierra; y por lo tanto nos llama la atención que la tercera bienaventuranza dice precisamente que los mansos "heredarán la tierra".

De hecho, esta bienaventuranza menciona el Salmo 37, que escuchamos al principio de la catequesis. Allí también la mansedumbre y la posesión de la tierra están relacionadas. Estas dos cosas, cuando lo piensas, parecen incompatibles. De hecho, la posesión de la tierra es la típica zona de conflicto: a menudo se lucha por un territorio, para ganar la hegemonía sobre una determinada zona. En las guerras, el más fuerte prevalece y conquista otras tierras.

Pero veamos el verbo utilizado para indicar la posesión de los mansos: no conquistan la tierra, la "heredan". En las Escrituras, el verbo "heredar" tiene un significado aún más profundo. El Pueblo de Dios llama "herencia" precisamente a la tierra de Israel, que es la Tierra Prometida, y el término se refiere a la división de la tierra en el libro de Josué (cf. 11:23; 13:7), en la que cada tribu de Israel recibió su parte de la herencia.

Esa tierra es una promesa y un regalo para el pueblo de Dios, y se convierte en un signo de algo mucho más grande y profundo que el mero territorio. Hay una "tierra" -permítase el juego de palabras- que es el Cielo, es decir, la tierra hacia la que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia la que vamos (cf. Is 65:17; 66:22; 2 P 3:13; Ap 21:1).

Papa, en la audiencia

Entonces el manso es el que "hereda" el más sublime de los territorios. No es un cobarde, un "perezoso" que encuentra una moral del repliegue para no meterse en problemas. No, en absoluto. Es una persona que ha recibido una herencia y no quiere malgastarla. El manso no es una persona complaciente, pero es el discípulo de Cristo que ha aprendido a defender otra tierra. Defiende su paz, defiende su relación con Dios y sus dones, guardando la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Porque los mansos son misericordiosos, fraternos, confiados y personas con esperanza.

Aquí debemos mencionar el pecado de la ira, un movimiento violento cuyo impulso todos conocemos. ¿Quién no se ha enfadado alguna vez? Todos. Debemos preguntarnos: ¿cuántas cosas hemos destruido con la ira? ¿Cuántas cosas hemos perdido? Un momento de ira puede destruir muchas cosas; uno pierde el control y no evalúa lo que es realmente importante, y puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin remedio.

Por la ira, tantos hermanos no se hablan y se alejan. Lo contrario de la mansedumbre. La mansedumbre une; la ira, separa.

La mansedumbre, por otro lado, conquista muchas cosas. La mansedumbre es capaz de ganar el corazón, salvar amistades y mucho más, porque la gente se enfada pero luego se calma, piensa de nuevo y vuelve sobre sus pasos, y puede ser reconstruida.

La "tierra" a conquistar es la salvación de aquel hermano de quien habla el mismo Evangelio de Mateo: "Si te escucha, te habrás ganado a tu hermano" (Mt 18, 15). No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay tierra más hermosa que la paz reencontrada con un hermano. ¡Esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!

El Papa saluda a un indio

Texto completo del saludo en español

Queridos hermanos y hermanas: En la catequesis de hoy abordamos la bienaventuranza que dice: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4). Cuando decimos que una persona es “mansa” nos referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su Pasión, con docilidad y mansedumbre.

Esta bienaventuranza afirma también que los mansos “heredarán la tierra”. No la poseen ni la conquistan, la heredan. Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.

También podemos considerar lo contrario de vivir esta bienaventuranza y preguntarnos acerca del pecado de la ira: En un momento de cólera se puede destruir todo lo que se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin remedio. En cambio, la mansedumbre conquista los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan los lazos que nos unen con los demás.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a ser mansos y humildes de corazón, y a reconocer los momentos en que perdemos la calma para que, con su gracia, podamos volver a encontrar y a construir la paz. Que el Señor los bendiga.

El Papa, en la audiencia

Volver arriba