"¡El nombre que nos dieron en el Bautismo no es una etiqueta ni una decoración!" El Papa recuerda que "nuestros seres queridos fallecidos continúan cuidándonos desde el Cielo"

Oración por los difuntos
Oración por los difuntos

"Cuando rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no lo pensemos, estamos inmersos en un majestuoso río de invocaciones que nos precede y continúa después de nosotros"

"En la Iglesia no hay duelo que se quede solo, no hay lágrima que se derrame en el olvido, porque todo respira y participa de una gracia común"

"Un santo que no te remite a Cristo no es un santo. El santo te hace recordar a Cristo"

"Rezar por los demás es la primera forma de amarlos y nos empuja a una cercanía concreta"

"En la tierra, hay gente santa, que vive en santidad. Ellos no lo saben ni nosotros, tampoco, pero son santos de todos los días, santos ocultos, santos de la puerta de al lado, que conviven con nosotros y llevan una vida de santidad"

Regina coeli del Papa Francisco en la semana de la octava de Pascua, para incidir en la relación estrechísima entre la oración y la comunión de los santos, “un rió majestuoso que nos precede y continúa después de nosotros”. Por eso, el Papa invita a invocar a los santos muertos y canonizados y a los vivos y que nadie llama santos, pero son santos “de la puerta de al lado”. Y por eso, Francisco invita a tener presente a esos santos, a los santos que llevamos en nuestro nombre y a nuestros familiares difuntos. Porque “nuestros seres queridos fallecidos continúan cuidándonos desde el Cielo”. Y porque "rezar por los demás es la primera forma de amarlos y nos empuja a una cercanía concreta".

En el saludo posterior al regina coeli, Francisco tuvo presentes a las victimas de las inundaciones de Indonesia y de Timor Este, al tiempo que pedía un deporte "como evento de equipo, para favorecer el diálogo solidario entre culturas y pueblos diversos" y, en concreto, animaba al equipo del Vaticano a "difundir la cultura de la fraternidad" y convertirse en "testigos de la paz".

Lectura de la Carta a los Hebreos: “También nosotros rodeados de esta nube de testigos...”

Todos los santos

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera reflexionar sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos. De hecho, cuando rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no lo pensemos, estamos inmersos en un majestuoso río de invocaciones que nos precede y continúa después de nosotros. Un río majestuoso.

En las oraciones que encontramos en la Biblia, y que a menudo resuenan en la liturgia, vemos la huella de historias antiguas, de liberaciones prodigiosas, de deportaciones y tristes exilios, de regresos conmovidos, de alabanzas derramadas ante las maravillas de creación... Y así estas voces se difunden de generación en generación, en una relación continua entre la experiencia personal y la del pueblo y la humanidad a la que pertenecemos. Nadide puede separarse de su propia historia, de la historia de su pueblo. Llevamos esta herencia, también en la oración.

En la oración de alabanza, especialmente en la que brota del corazón de los pequeños y los humildes, resuena algo del cántico del Magnificat que María elevó a Dios ante su pariente Isabel; o de la exclamación del anciano Simeón que, tomando al Niño Jesús en sus brazos, dijo así: «Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc2,29).

Difuntos

Las oraciones —las buenas—son “difusivas”, se propagan continuamente, con o sin mensajes en las “redes sociales”: desde las salas del hospital, desde las reuniones festivas y hasta desde los momentos en que se sufre en silencio... El dolor de cada uno es el dolor de todos, y la felicidad de uno se derrama sobre el alma de los demás. Historias que se hacen historia en la propia vida.

Las oraciones siempre renacen: cada vez que juntamos las manos y abrimos nuestro corazón a Dios, nos encontramos en compañía de santos anónimos y santos reconocidos que rezan con nosotros, y que interceden por nosotros, como hermanos y hermanas mayores que han pasado por nuestra misma aventura humana.

En la Iglesia no hay duelo que se quede solo, no hay lágrima que se derrame en el olvido, porque todo respira y participa de una gracia común. No es una casualidad que en las iglesias antiguas las sepulturas estuvieran en el jardín alrededor del edificio sagrado, como para decir que la multitud de los que nos precedieron participa de alguna manera en cada Eucaristía. Están nuestros padres y abuelos, nuestros padrinos y madrinas, los catequistas y otros educadores...Es la fe transmitida, que hemos recibido y que, con ella, se nos transmitió la forma de rezar.

Los santos todavía están aquí, no lejos de nosotros; y sus representaciones en las iglesias evocan esa “nube de testigos” que siempre nos rodea (cf. Hb12, 1). Son testigos que no adoramos —por supuesto—, pero que veneramos y que de mil maneras diferentes nos remiten a Jesucristo, único Señor y Mediador entre Dios y el hombre. Un santo que no te remite a Cristo no es un santo. El santo te hace recordar a Cristo. Nos recuerdan que también en nuestra vida, aunque débil y marcada por el pecado, la santidad puede florecer. Incluso en el último momento. No en vano en el Evangelio leemos que el primer santo canonizado por el mismo Jesús es un ladrón. Un santo es un testigo. Nunca es tarde para convertirse al Señor, bueno y grande en el amor (cf. Sal102, 8).

Todos los santos

El Catecismo explica que los santos «contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquéllos que han quedado en la tierra. [...] Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero» (CCE, 2683). En Cristo hay una solidaridad misteriosa entre los que han pasado a la otra vida y nosotros los peregrinos en esta: nuestros seres queridos fallecidos continúan cuidándonos desde el Cielo. Rezan por nosotros y nosotros rezamos con ellos.

Este vínculo de oración lo experimentamos ya aquí, en la vida terrena: oramos los unos por los otros, pedimos y ofrecemos oraciones... La primera forma de rezar por alguien es hablar con Dios de él o de ella. Si lo hacemos con frecuencia, todos los días, nuestro corazón no se cierra, permanece abierto a los hermanos. Rezar por los demás es la primera forma de amarlos y nos empuja a una cercanía concreta. Incluso en los momentos de conflicto: rezar por las personas con las que estoy en conflicto. Y algo cambia. Lo primero, mi corazón, mi actitud, y evitar que el conflicto se convierta en una guerra sin fin.

La primera forma de afrontar un momento de angustia es pedir a los hermanos, a los santos sobre todo, que recen por nosotros. ¡El nombre que nos dieron en el Bautismo no es una etiqueta ni una decoración! Suele ser el nombre de la Virgen, de un santo o de una santa, que no desean más que “echarnos una mano” para obtener de Dios las gracias que más necesitamos.

Santa enfermera

Si en nuestra vida las pruebas no han superado el colmo, si todavía somos capaces de perseverar, si a pesar de todo seguimos adelante con confianza, quizás todo esto, más que a nuestros méritos, se lo debemos a la intercesión de tantos santos, unos en el Cielo, otros peregrinos como nosotros en la tierra, que nos han protegido y acompañado. Porque todos sabemos que aquí, en la tierra, hay gente santa, que vive en santidad. Ellos no lo saben ni nosotros, tampoco, pero son santos de todos los días, santos ocultos, santos de la puerta de al lado, que conviven con nosotros y llevan una vida de santidad.

Bendito sea Jesucristo, único Salvador del mundo, junto con este inmenso florecimiento de santos y santas, que pueblan la tierra y que han hecho de su vida una alabanza a Dios. Porque —como afirmaba san Basilio—«el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado templo suyo» (Liber de Spiritu Sancto, 26, 62: PG 32, 184A; cf. CCE, 2684).

San voluntario

Saludo en español

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos. Cuando rezamos nunca estamos solos, sino en compañía de otros hermanos y hermanas en la fe, tanto de los que nos han precedido como de los que aún peregrinan a nuestro lado. En esta comunión, los santos —sean reconocidos o anónimos, “de la puerta de al lado”—rezan e interceden por y con nosotros. Junto a ellos, estamos inmersos en un mar de invocaciones y súplicas que se elevan al Padre.

En las oraciones que encontramos en la Biblia, y que a menudo resuenan en la liturgia, podemos reconocer las voces de muchas personas que han vivido la misma aventura humana. Estas oraciones, que pueden ser de petición, de acción de gracias o de alabanza —como el Magníficat o el Benedictus—se difunden de generación en generación. Así, cada vez que juntamos las manos y abrimos el corazón para rezar, nos unimos a la oración del único santo Pueblo fiel de Dios.

San emigrante

Vivimos la comunión en la oración cuando rezamos unos por otros, cuando pedimos y ofrecemos plegarias por diversas necesidades. El primer modo de rezar por alguien es hablarle a Dios de esa persona. Si lo hacemos con frecuencia, cada día, nuestro corazón no se cierra, sino que permanece abierto a los demás. Rezar por otras personas es el primer modo de amarlas y de estarles cerca de manera concreta.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En esta octava de Pascua pidamos a Cristo resucitado, por intercesión de todos los santos y santas del Señor, que nos conceda las gracias que más necesitamos para superar los momentos difíciles y hacer de nuestra vida, en comunión con toda la Iglesia, una alabanza agradable a Él. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Pascua
Pascua

Saludos tras el regina coeli

Deseo asegurar mi oración a las víctimas de las inundaciones que recientemente han golpeado Indonesia y Timor Este. Que el Señor acoja a los difuntos, conforte a los familiares y sostenga a todos los que han perdido su vivienda.

Ayer se celebró la jornada internacional del deporte para el desarrollo y la paz, auspiciada por Naciones Unidas. Deseo que pueda relanzar la experiencia del deporte como evento de equipo, para favorecer el diálogo solidario entre culturas y pueblos diversos.

En esta perspectiva, me alegra animar al equipo vaticano, para proseguir en el intento de difundir la cultura de la fraternidad en el ámbito deportivo, poniendo la atención en las personas más frágiles y convirtiéndose así, en testigos de paz

Clericus cup

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