"El Espíritu de Dios no puede ser encerrado en esquemas, sino acogido con el corazón" El Papa invita a los jesuitas a "estar en los cruces más intrincados, en las fronteras, en los desiertos de la Humanidad"
(J. B./Vatican News).- Se cumple medio siglo de la inauguración del Colegio del Gesù, una obra que debe su origen a la intuición de Pedro Arrupe. Con este motivo, el Papa recibió a los miembros de esta comunidad, donde se forman jesuitas de todo el mundo, a quienes Francisco pidió "estar en los desiertos de la Humanidad".
"Mirándolos, veo una comunidad internacional, llamada a crecer y madurar juntos. El Colegio del Gesù es y debe ser un gimnasio activo en el arte de vivir, incluyendo el otro. No se trata sólo de comprenderse y quererse unos a otros, tal vez a veces de soportarse, sino de llevar las cargas de los demás. Y no sólo las cargas de la fragilidad mutua, sino también las de las diferentes historias, culturas y recuerdos de los pueblos", señaló Francisco.
Durante su encuentro, el Pontífice invitó a los jóvenes a reflexionar sobre tres verbos: "fundar, crecer y madurar". Fundarse, dijo el Pontífice, es el primer verbo que quisiera dejarles. Lo escribía San Francisco Javier, a quien hoy festejamos: "les pido que en todas sus cosas, se funden totalmente en Dios". De este modo, agregaba, no existe adversidad a la cual no se pueda estar preparado. Ustedes - precisó el Pontífice - viven en la casa donde vivió San Ignacio, escribió las Constituciones y envió a los primeros compañeros en misión por el mundo. Se fundan en los orígenes. Es la gracia de estos años romanos: la gracia del fundamento, la gracia de los orígenes. Y ustedes son un vivero que trae el mundo a Roma y Roma al mundo, la Compañía en el corazón de la Iglesia y la Iglesia en el corazón de la Compañía.
El segundo verbo sobre el cual reflexionó el Papa Francisco fue el de crecer. "En estos años están llamados a crecer, hundiendo sus raíces. La planta crece desde las raíces, que no se ven pero que sostienen todo. Y deja de dar fruto no cuando tiene pocas ramas, sino cuando se secan sus raíces. Tener raíces - precisó el Santo Padre - es tener un corazón bien insertado, que en Dios es capaz de dilatarse. A Dios, semper maior, se responde con el magis de la vida, con entusiasmo claro y ardiente, con el fuego que arde por dentro, con esa tensión positiva, siempre creciente, que dice ‘no' a todo acomodamiento. Es el ‘ay de mí si no anuncio el Evangelio' del Apóstol Pablo, es el ‘no me detuve ni un momento' de San Francisco Javier, es lo que impulsó a San Alberto Hurtado a ser una flecha puntiaguda en los miembros dormidos de la Iglesia. El corazón si no se expande, se atrofia. Si no crece, se marchita".
Continuando su reflexión sobre el segundo verbo, crecer, el Papa Francisco dijo que, no hay crecimiento sin crisis, así como no hay fruto sin poda o victoria sin lucha. "Crecer, echar raíces significa luchar sin tregua contra toda mundanidad espiritual, que es el peor mal que nos puede pasar, como decía el Padre de Lubac. Si la mundanidad afecta a las raíces, adiós a los frutos y adiós a las plantas. Si, en cambio, el crecimiento es un constante actuar contra el propio ego, - precisó el Papa - habrá mucho fruto. Y mientras el espíritu enemigo no se rendirá en el tentarles en buscar sus ‘consolaciones', insinuando que se vive mejor si se tiene lo que se quiere, el Espíritu amigo los animará suavemente en la bondad, a crecer en una docilidad humilde, yendo adelante, sin lágrimas y sin insatisfacción, con esa serenidad que sólo viene de Dios".
Asimismo, el Papa Francisco destacó dos signos positivos del crecimiento, la libertad y la obediencia: dos virtudes que avanzan si caminan juntas. "La libertad es esencial, porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. El Espíritu de Dios habla libremente a cada uno de nosotros a través de sentimientos y pensamientos; no puede ser encerrado en esquemas, sino que debe ser acogido con el corazón, en el camino, como hijos libres, no como siervos. Deseo - señaló el Papa - que sean hijos libres que, unidos en su diversidad, luchen cada día por conquistar la mayor libertad: la de sí mismos. La oración les será de gran ayuda, la oración nunca debe ser descuidada: es la herencia que el Padre Arrupe nos dejó al final". Y hablando sobre la obediencia y poniendo como ejemplo a San Ignacio cuando esperaba pacientemente en Villa d'Este, el Santo Padre dijo que, como para Jesús, también para nosotros el alimento de la vida es hacer la voluntad del Padre, y de los padres que la Iglesia nos da. Debe ser una libertad y obediencia en el modo de actuar con los superiores, "creativa".
Finalmente, el Papa Francisco después de reflexionar sobre el fundarse y crecer, reflexionó sobre el madurar. "No se madura en las raíces y en el tronco, sino sacando los frutos, que fecundan la tierra con nuevas semillas. Aquí es donde entra en juego la misión, el estar cara a cara con las situaciones de hoy, el cuidar del mundo que Dios ama. San Pablo VI decía: ‘Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y de punta, en la encrucijada de las ideologías, en las trincheras sociales, ha habido y hay una confrontación entre las necesidades ardientes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, ahí ha habido y hay jesuitas'. En los cruces más intrincados, en las fronteras, en los desiertos de la humanidad: aquí el jesuita está llamado a estar. Se puede encontrar como un cordero en medio de los lobos, pero no debe luchar contra los lobos, sólo debe permanecer como cordero. Así el Pastor lo alcanzará allí, donde está su cordero".
Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco destacó que, la pasión y la disciplina en los estudios contribuyen a esta misión. Y siempre será bueno relacionar al ministerio de la Palabra el ministerio de la consolación. "Allí, tocan la carne que el Verbo ha asumido: acariciando a los miembros sufrientes de Cristo, aumenta la familiaridad con el Verbo encarnado. El sufrimiento que ven no los asuste. Llévenlo ante al Crucifijo. Son llevados allí y a la Eucaristía, donde se atrae el amor paciente, que sabe abrazar a los crucificados de todos los tiempos. La paciencia también madura así, como la esperanza, porque son gemelos: crecen juntos. No tengan miedo de llorar en contacto con situaciones difíciles: son gotas que irrigan la vida, la hacen dócil. Las lágrimas de compasión purifican el corazón y los afectos".