"Abre tu corazón al anuncio de la Pascua: '¡No tengas miedo, resucitó! Te espera en Galilea'" El Papa, en la vigilia pascual: "En estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a no perder nunca la esperanza"
"Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque el Señor te precede, camina delante de ti"
"Siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos"
"La fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora"
"Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas"
"La fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora"
"Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas"
En la homilía de la vigilia pascual el Papa Francisco explica el significado del 'ir a Galilea', para volver a ver a Jesús. Primero significa “empezar de nuevo”, desde el “lugar del primer amor”. Porque siempre es posible “volver a empezar” y levantarse de los fracasos, incluso después de la pandemia. En segundo lugar, 'ir a Galilea' significa, según el Papa, “recorrer caminos nuevos”, porque la fe “no es vivir de los recuerdos” ni “un repertorio del pasado”, y “Jesús no es un personaje obsoleto”. Al contrario, ir a Galilea es “ir a los confines”, a las periferias existenciales.
Y, en tercer lugar, ir a Galilea significa redescubrir la gracia de la cotidianeidad. “Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y gobierna la historia”.
Vigilia especial, como es lógico por la pandemia, con la basílica de San Pedro totalmente a oscuras, que comienza con el lucernario, es decir la bendición del fuego, del que el Papa encenderá su cirio y comienza la procesión, presidida por el cirio pascual y seguida por el Papa y demás participantes en la ceremonia. El diácono canta por vez primera el 'Lumen Christi' y enciende la vela del Papa. Cuando lo canta la segunda vez, se encienden las velas de los asistentes. Y, a la tercera vez, las luces de la Basílica.
En el altar de las bendiciones, unos 200 fieles y el Papa, acompañado por cardenales y obispos, escuchan el pregón pascual, en el que se glosa la victoria de la luz sobre las tinieblas:
Exsultet iam angelica turba cælorum:
exsultent divina mysteria:
et pro tanti Regis victoria tuba insonet salutaris.
Gaudeat et tellus tantis irradiata fulgoribus:
et, æterni Regis splendore illustrata,
totius orbis se sentiat amisisse caliginem.
Lætetur et mater Ecclesia,
tanti luminis adornata fulgoribus:
et magnis populorum vocibus hæc aula resultet.
Tras el canto del pregón pascual, se apagan las velas y se inicia la liturgia de la palabra.
Primera lectura del Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...”
Segunda lectura del libro del Éxodo, el pasaje en el que Moisés separa las aguas del Mar rojo.
Tercera lectura del libro del profeta Ezequiel.
La epístola de San Pablo a los Romanos: “Lo sabemos: el hombre viejo que habita en nosotros fue crucificado con él...Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él...”
El diácono se acerca al Papa y le dice: “Annuntio vobis gaudium magnum, quod es Alleluia". Y la asamblea canta el Aleluya.
A continuación, la lectura del evangelio de Marcos, en el pasaje de la Resurrección, seguida de la homilía del Papa.
Homilía completa del Papa
Las mujeres pensaron que iban a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontraron una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, pero en su lugar escucharon un anuncio de vida. Por eso, dice el Evangelio que aquellas mujeres estaban «asustadas y desconcertadas» (Mc 16,8). Desconcierto: en este caso es miedo mezclado con alegría lo que sorprende sus corazones, cuando ven la gran piedra del sepulcro removida y dentro un joven con una túnica blanca. Es la maravilla de escuchar esas palabras: «¡No se asusten! Aquel al que buscan, Jesús, el de Nazaret, el crucificado, resucitó» (v. 6). Y después esa invitación: «Él irá delante de ustedes a Galilea y allí lo verán» (v. 7). Acojamos también nosotros esta invitación, la invitación de Pascua: vayamos a Galilea, donde el Señor resucitado nos precede. Pero, ¿qué significa “ir a Galilea”?
Ir a Galilea significa, ante todo, empezar de nuevo. Para los discípulos fue regresar al lugar donde el Señor los buscó por primera vez y los llamó a seguirlo. Es el lugar del primer encuentro y del primer amor. Desde aquel momento, habiendo dejado las redes, siguieron a Jesús, escuchando su predicación y siendo testigos de los prodigios que realizaba. Sin embargo, aunque estaban siempre con Él, no lo entendieron del todo, muchas veces malinterpretaron sus palabras y ante la cruz huyeron, dejándolo solo.
A pesar de este fracaso, el Señor resucitado se presenta como Aquel que, una vez más, los precede en Galilea; los precede, es decir, va delante de ellos. Los llama y los invita a seguirlo, sin cansarse nunca. El Resucitado les dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas.
Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza.
Ir a Galilea, en segundo lugar, significa recorrer nuevos caminos. Es moverse en la dirección opuesta al sepulcro. Las mujeres buscaban a Jesús en la tumba, es decir, iban a hacer memoria de lo que habían vivido con Él y que ahora habían perdido para siempre. Van a refugiarse en su tristeza. Es la imagen de una fe que se ha convertido en conmemoración de un hecho hermoso pero terminado, sólo para recordar. Muchos viven la “fe de los recuerdos”, como si Jesús fuera un personaje del pasado, un amigo de la juventud ya lejano, un hecho ocurrido hace mucho tiempo, cuando de niño asistía al catecismo. Una fe hecha de costumbres, de cosas del pasado, de hermosos recuerdos de la infancia, que ya no me conmueve, que ya no me interpela.
Ir a Galilea, en cambio, significa aprender que la fe, para que esté viva, debe ponerse de nuevo en camino. Debe reavivar cada día el comienzo del viaje, el asombro del primer encuentro. Y después confiar, sin la presunción de saberlo ya todo, sino con la humildad de quien se deja sorprender por los caminos de Dios. Vayamos a Galilea para descubrir que Dios no puede ser depositado entre los recuerdos de la infancia, sino que está vivo, siempre sorprende. Resucitado, no deja nunca de asombrarnos.
Luego, el segundo anuncio de Pascua: la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay, te impulsa a ir contracorriente con respecto al remordimiento y a lo “ya visto”. Aunque todo te parezca perdido, déjate alcanzar con asombro por su novedad: te sorprenderá.
Ir a Galilea significa, además, ir a los confines. Porque Galilea es el lugar más lejano, en esa región compleja y variopinta viven los que están más alejados de la pureza ritual de Jerusalén. Y, sin embargo, fue desde allí que Jesús comenzó su misión, dirigiendo su anuncio a los que bregan por la vida de cada día, a los excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser rostro y presencia de Dios, que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza hasta los mismos límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último, nadie está excluido. Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que vayan, también hoy.
Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas. En Galilea aprendemos que podemos encontrar a Cristo resucitado en los rostros de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que sueñan y en la resignación de los que están desanimados, en las sonrisas de los que se alegran y en las lágrimas de los que sufren, sobre todo en los pobres y en los marginados. Nos asombraremos de cómo la grandeza de Dios se revela en la pequeñez, de cómo su belleza brilla en los sencillos y en los pobres.
Por último, el tercer anuncio de Pascua: Jesús, el Resucitado, nos ama sin límites y visita todas las situaciones de nuestra vida. Él ha establecido su presencia en el corazón del mundo y nos invita también a nosotros a sobrepasar las barreras, a superar los prejuicios, a acercarnos a quienes están junto a nosotros cada día, para redescubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y gobierna la historia.
Hermano, hermana, si en esta noche tu corazón atraviesa una hora oscura, un día que aún no ha amanecido, una luz sepultada, un sueño destrozado, abre tu corazón con asombro al anuncio de la Pascua: “¡No tengas miedo, resucitó! Te espera en Galilea”. Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque el Señor te precede, camina delante de ti. Y, con Él, la vida comienza de nuevo.