“Nunca hagáis callar un niño en la iglesia, nunca” Papa: “Nos saludamos de lejos, pero sabed que estoy cerca de vosotros de corazón”
“Los que van a misa sólo para hacerse ver o mostrar el último modelo que han comprado están haciendo una oración falsa”
“La oración no es un calmante para aliviar las ansiedades de la vida”
“Las puertas de las iglesias no son barreras, sino 'membranas' permeables, listas para recoger el grito de todos”
“No reconocer la imagen divina impresa en toda persona es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar”
“Ser impío es vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran”
“Las puertas de las iglesias no son barreras, sino 'membranas' permeables, listas para recoger el grito de todos”
“No reconocer la imagen divina impresa en toda persona es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar”
“Ser impío es vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran”
“Ser impío es vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran”
Al Papa-párroco le cuesta no mezclarse con su gente. Por eso, le duele que, por la pandemia, se vea obligado a mantenerse alejado de la gente. “Nos saludamos de lejos, pero sabed que estoy cerca de vosotros de corazón”, dice Francisco. Eso sí, sin la mascarilla que puso ayer públicamente por vez primera. En la catequesis, denuncia la oración falsa, que es la de los impíos, que rezan como si Dios o los pobre son existieran. Porque “los que van a misa sólo para hacerse ver o mostrar el último modelo que han comprado están haciendo una oración falsa”.
Lectura del libro de los Salmos: “El malvado no tiene temor de Dios”
Antes de comenzar su catequesis, el Papa explica que, con motivo del coronavirus, “estoy aquí, un poco distante y no hago lo que hago siempre: acercarme a ustedes. Hay peligro de contagio. No me gusta hacer esto, pero es por su seguridad. Nos saludamos de lejos, pero sabed que estoy cerca de vosotros de corazón. Espero que entendáis por qué hago esto”.
También tuvo unas palabras para una madre que, en plena audiencia, calmaba y amamantaba a su bebé: “Me llamó la atención que, mientras leían la lectura, escuchábamos a un niño que lloraba y veía a la mamá que lo confortaba y le daba de mamar. Son imágenes bellísimas. Y, cuando en la iglesia, sucede eso, escuchar eso es escuchar la ternura de una madre que es la de Dios con nosotros. Nunca hagáis callar un niño en la iglesia, nunca”.
Catequesis del Papa (Traducción no oficial)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Completamos hoy la catequesis sobre la oración de los Salmos. Ante todo notamos que en los Salmos aparece a menudo una figura negativa, la del “impío”, es decir aquel o aquella que vive como si Dios no existiera. Es la persona sin ninguna referencia al trascendente, sin ningún freno a su arrogancia, que no teme juicios sobre lo que piensa y lo que hace.
Por esta razón el Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia al absoluto y al trascendente - que los maestros de ascética llaman el “sagrado temor de Dios” - es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de forma rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano.
Cierto, existe también una oración falsa, una oración hecha solo para ser admirados por los otros. Los que van a misa sólo para hacerse ver o mostrar el último modelo que han comprado están haciendo una oración falsa. Jesús ha advertido fuertemente sobre esto (cfr Mt 6, 5-6; Lc 9, 14). Pero cuando el verdadero espíritu de la oración es acogido con sinceridad y desciende al corazón, entonces esta nos hace contemplar la realidad con los ojos mismos de Dios.
Cuando se reza, todo adquiere “espesor”. El peor servicio que se puede prestar, a Dios y también al hombre, es rezar con cansancio, como si fuera un hábito. No. La oración es el centro de la vida. Si hay oración, también el hermano, la hermana, se vuelve importante. Un antiguo dicho de los primeros monjes cristianos dice así: «Beato el monje que, después de Dios, considera a todos los hombres como Dios» (Evagrio Pontico, Tratado sobre la oración, n. 123). Quien adora a Dios, ama a sus hijos. Quien respeta a Dios, respeta a los seres humanos.
Por esto, la oración no es un calmante para aliviar las ansiedades de la vida; o, de todos modos, una oración de este tipo no es seguramente cristiana. Más bien la oración responsabiliza. Lo vemos claramente en el “Padre nuestro”, que Jesús ha enseñado a sus discípulos.
Para aprender esta forma de rezar, el Salterio es una gran escuela. Hemos visto cómo los salmos no usan siempre palabras refinadas y amables, y a menudo llevan marcadas las cicatrices de la existencia. Sin embargo, todas estas oraciones han sido usadas antes en el Templo y después en las sinagogas; también las más íntimas y personales. Así se expresa el Catecismo de la Iglesia católica: «Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad viva tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre» (n. 2588). Y así la oración personal toma y se alimenta de la del pueblo de Israel, primero, y de la del pueblo de la Iglesia, después.
También los salmos en primera persona singular, que confían los pensamientos y los problemas más íntimos de un individuo, son patrimonio colectivo, hasta ser rezados por todos y para todos. La oración de los cristianos tiene esta “respiración”, esta “tensión” espiritual que mantiene unidos el templo y el mundo. La oración puede comenzar en la tenue luz de una nave, pero luego termina su recorrido por las calles de la ciudad. Y viceversa, puede brotar durante las ocupaciones diarias y encontrar cumplimiento en la liturgia. Las puertas de las iglesias no son barreras, sino “membranas” permeables, listas para recoger el grito de todos.
En la oración del Salterio el mundo está siempre presente. Los salmos, por ejemplo, dan voz a la promesa divina de salvación de los más débiles: «Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahveh: auxilio traigo a quien por él suspira» (12, 6). O advierten sobre el peligro de las riquezas mundanas, porque «el hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja» (48, 21). O, también, abren el horizonte a la mirada de Dios sobre la historia: «Yahveh frustra el plan de las naciones, hace vanos los proyectos de los pueblos; mas el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades» (33,10-11).
En resumen, donde está Dios, también debe estar el hombre. La Sagrada Escritura es categórica: «Nosotros amemos, porque él nos amó primero. Si alguno dice “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 19-21). El siempre va primero, nos espera siempre. La Escritura admite el caso de una persona que, incluso buscando sinceramente a Dios, nunca logra encontrarlo; pero admite también que las lágrimas de los pobres no se pueden negar nunca, so pena de no encontrarse con Dios. Dios no sostiene el “ateísmo” de quien niega la imagen divina que está impresa en todo ser humano. Esto es ateísmo práctico. No reconocerlo es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar.
Queridos hermanos y hermanas, que la oración de los salmos nos ayude a no caer en la tentación de la “impiedad”, es decir de vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran.
Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas: Hoy completamos nuestra catequesis sobre la oración en los salmos, con una figura que presentan a menudo: el impío. Es aquél que vive como si Dios no existiese y cerrado a la trascendencia. Por el contrario, los salmos nos muestran la oración como algo fundamental, que nos abre al absoluto, evitando que nos dejemos llevar por la voracidad predadora y poder así llegar a ser plenamente humanos.
Existe por desgracia una oración falsa, en la que se busca ser admirados, cubrir las propias necesidades o encontrar consuelo. Esa oración, en la que el hermano no está presente, no es una oración cristiana. Como vemos en el Padrenuestro, el otro se hace importante y nosotros responsables. Por eso, hallamos en los salmos tanto oraciones íntimas, como comunitarias, de modo que la plegaria personal se alimenta de la litúrgica y viceversa. Ambas se convierten en patrimonio de todos.
En definitiva, donde está Dios debe estar el prójimo. Quien dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso, y por eso los salmos nos los presentan continuamente, para que veamos en ellos la imagen que Dios ha impreso de sí mismo en cada uno de nosotros. Nos recuerdan que Dios escucha el grito de los pobres, nos amonestan sobre el peligro de poner nuestra confianza en las riquezas y abren nuestra mente a su diseño de salvación que está por encima de los planes de las naciones.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que, a través de la oración de los salmos, nos veamos libres de la tentación de la impiedad, de vivir —e incluso rezar— como si Dios no existiera, como si el hermano no existiera. La oración es el antídoto a toda indiferencia. Que el Señor los bendiga.
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