El cardenal critica duramente a 'Traditionis custodes en ‘Le fïgaro’ Robert Sarah, contra el Papa: "Un padre no puede introducir la desconfianza y la división entre sus hijos fieles"
El cardenal guineano sostiene que la Iglesia debería poder seguir desempeñando su papel de guardiana y transmisora de la civilización, como ya hiciera durante el ocaso del Imperio Romano
Para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe encontrar el camino de vuelta a sí misma y dejar de verse como sustituta del humanismo o de la ecología. "Estas realidades, aunque buenas y justas, no son para ella más que consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo”, asegura el cardenal
“Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin rupturas ni contradicciones, una cadena de oración y liturgia sin rupturas ni desmentidos"
Para Sarah, lo que está en juego es, pues, mucho más grave que una simple cuestión de disciplina. “Si pretendiera dar marcha atrás en su fe o en su liturgia, ¿en qué nombre se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es la coherencia de su continuidad”, remarca
“Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin rupturas ni contradicciones, una cadena de oración y liturgia sin rupturas ni desmentidos"
Para Sarah, lo que está en juego es, pues, mucho más grave que una simple cuestión de disciplina. “Si pretendiera dar marcha atrás en su fe o en su liturgia, ¿en qué nombre se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es la coherencia de su continuidad”, remarca
El cardenal guineano Robert Sarah está convencido de que la duda se ha apoderado del pensamiento occidental. Tanto los intelectuales como los políticos, sostiene, describen la misma impresión de colapso. “Ante la ruptura de la solidaridad y la desintegración de las identidades, algunos se dirigen a la Iglesia católica. Le piden que dé una razón para vivir juntos a unos individuos que han olvidado lo que les une como pueblo. Le ruegan que les proporcione un poco más de alma para hacer soportable la fría dureza de la sociedad de consumo”, afirma en un artículo publicado recientemente en el diario francés Le Figaro.
“Pero, ¿es la Iglesia capaz de responder a estas llamadas?”, se pregunta el purpurado. Si bien considera que la institución ya ha desempeñado un papel como “guardiana y transmisora de la civilización” y que en el ocaso del Imperio Romano “supo transmitir la llama que los bárbaros amenazaban con apagar”, Sarah mantiene serias dudas de que hoy la Iglesia siga teniendo “los medios y la voluntad” de seguir obrando del mismo modo.
“Sin un fundamento sagrado, se suprimen los límites protectores e insuperables. Un mundo totalmente profano se convierte en una vasta extensión de arenas movedizas. Todo queda tristemente abierto a los vientos de la arbitrariedad. En ausencia de la estabilidad de un fundamento que escapa al hombre, la paz y la alegría son constantemente engullidas por una sensación de precariedad. Sin un fundamento sagrado, todo vínculo se vuelve frágil y voluble”, asegura Sarah.
Para el cardenal, que presentó su renuncia como prefecto para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a inicios de 2021, la Iglesia católica es la que debería desempeñar este “papel de fundamento sólido”. “A muchos les gustaría que asumiera una función social, es decir, que fuera un sistema coherente de valores, una matriz cultural y estética. Pero la Iglesia no tiene otra realidad sagrada que ofrecer su fe en Jesús, Dios hecho hombre. Su único objetivo es hacer posible el encuentro de los hombres con la persona de Jesús”.
“Para responder a las expectativas del mundo, la Iglesia debe, por tanto, encontrar el camino de vuelta a sí misma y retomar las palabras de San Pablo: ‘Porque no he querido saber nada mientras estuve con vosotros, sino a Jesucristo, y a Jesús crucificado’. Debe dejar de pensar en sí misma como sustituta del humanismo o de la ecología. Estas realidades, aunque buenas y justas, no son para ella más que consecuencias de su único tesoro: la fe en Jesucristo”, asegura el cardenal.
“Lo sagrado para la Iglesia es, pues, la cadena ininterrumpida que la une con certeza a Jesús. Una cadena de fe sin rupturas ni contradicciones, una cadena de oración y liturgia sin rupturas ni desmentidos. Sin esta continuidad radical, ¿qué credibilidad podría seguir reclamando la Iglesia?”, se pregunta de nuevo Burke.
Para el guineano, uno de los cardenales más críticos con el papa Francisco, la Iglesia se encuentra en un momento en el que “algunos teólogos pretenden reabrir las guerras litúrgicas enfrentando el misal revisado por el Concilio de Trento con el que se utiliza desde 1970”, afirma, advirtiendo de la necesidad que tiene la Iglesia de “preservar la continuidad pacífica de su vínculo con Cristo”.
“Más allá de la disputa por los ritos, está en juego la credibilidad de la Iglesia”, asevera, en clara alusión a la carta apostólica en forma de Motu Proprio publicada por el papa Francisco a mediados de julio. “Si afirma la continuidad entre lo que comúnmente se llama la Misa de San Pío V y la Misa de Pablo VI, entonces la Iglesia debe ser capaz de organizar su cohabitación pacífica y su enriquecimiento mutuo. Si se excluyera radicalmente una en favor de la otra, si se declararan irreconciliables, se reconocería implícitamente una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia ya no podría ofrecer al mundo esa continuidad sagrada, que es la única que puede darle la paz”, asegura el purpurado, que opina que de mantener “viva una guerra litúrgica” en su interior, “la Iglesia pierde su credibilidad y se vuelve sorda a la llamada de los hombres”.
Para Sarah, lo que está en juego es, pues, mucho más grave que una simple cuestión de disciplina. “Si pretendiera dar marcha atrás en su fe o en su liturgia, ¿en qué nombre se atrevería la Iglesia a dirigirse al mundo? Su única legitimidad es la coherencia de su continuidad”, remarca el cardenal.
Y un último dardo dirigido al obispo de Roma y a otros prelados que “no ejercen su autoridad en este sentido”. “Un padre no puede introducir la desconfianza y la división entre sus hijos fieles. No puede humillar a unos enfrentándolos a otros. No puede condenar al ostracismo a algunos de sus sacerdotes. La paz y la unidad que la Iglesia pretende ofrecer al mundo deben vivirse primero dentro de la Iglesia”, concluye Sarah.
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