Paseo guiado por la 'sala de máquinas' de la Iglesia Visita al corazón de la Curia romana
"Con un excelente guía: Miguel Ángel Ruiz Espínola, un salesiano sencillo pero brillante, que acaba de pasar de párroco en Algeciras y, anteriormente, misionero en Pakistán durante más de 10 años, a la oficina de asuntos jurídicos de la Secretaría de Estado"
"¡Qué esplendor el de la sala regia y el de la contigua sala ducal. Y para nosotros solos!"
"En la capilla paulina, que reconocí por haberla visto por la tele en diversos actos del Papa, los dos últimos y grandiosos frescos de Miguel Ángel: la caída de San Pablo y la crucifixión de San Pedro"
"Me detengo especialmente en la magnifica logia de los mapas del mundo"
"Nos despedimos en la puerta Santa Ana y el padre Ruiz regresa a su despacho, justo encima encima de la imagen de la Virgen que preside la Plaza De San Pedro. Contento y satisfecho. Como cuando estaba en Pakistán: sirviendo. Porque, como dice, “ aquí he venido a servir, no a medrar”
"En la capilla paulina, que reconocí por haberla visto por la tele en diversos actos del Papa, los dos últimos y grandiosos frescos de Miguel Ángel: la caída de San Pablo y la crucifixión de San Pedro"
"Me detengo especialmente en la magnifica logia de los mapas del mundo"
"Nos despedimos en la puerta Santa Ana y el padre Ruiz regresa a su despacho, justo encima encima de la imagen de la Virgen que preside la Plaza De San Pedro. Contento y satisfecho. Como cuando estaba en Pakistán: sirviendo. Porque, como dice, “ aquí he venido a servir, no a medrar”
"Nos despedimos en la puerta Santa Ana y el padre Ruiz regresa a su despacho, justo encima encima de la imagen de la Virgen que preside la Plaza De San Pedro. Contento y satisfecho. Como cuando estaba en Pakistán: sirviendo. Porque, como dice, “ aquí he venido a servir, no a medrar”
Mi reciente estancia en Roma me ofreció una oportunidad única para un informador religioso: visitar a fondo la Secretaría de Estado, el Santa Sanctorum de la sala de máquinas de la Iglesia. Y poder hacerlo con un excelente guía: Miguel Ángel Ruiz Espínola, un salesiano sencillo pero brillante, que acaba de pasar de párroco en Algeciras y, anteriormente, misionero en Pakistán durante más de 10 años, a la oficina de asuntos jurídicos de la Secretaría de Estado.
Atento y servicial, dedicó más de dos horas a mostrarme las interioridades del corazón curial, a donde acaba de llegar y donde ya se desenvuelve como pez en el agua. Quizás porque vino a servir y no a medrar. Quizás porque tiene muy claro que, después de su periplo Vaticano, volverá a su congregación, para ir “de simple peón” a donde los salesianos le necesiten.
Entramos en la Curia por la puerta de Santa Ana, pasamos por delante del IOR, justo por debajo de la ventana de los ángelus del Papa y salimos a la gran escalinata. Enorme y majestuosa. “Parece hecha aposta para cansar a reyes y emperadores y, cuando llegaban a la sala regia, estaban tan cansados que concedían todo lo que el Papa les pedía”, dice Ruiz con su típica gracia extremeña. Con esa misma gracia con la que sonríe a los guardias suizos, cuando se le cuadran al verlo, con taconazo incluido.
Entramos en la Sixtina, repleta de turistas, la admiramos un rato, pero nos dirigimos a la sala de las lágrimas, la estancia donde se recogen los Papas después de ser elegidos, para colocarse una de las tres sotanas blancas...y llorar por el peso que se les viene encima. Pero estaba cerrada. “La dejamos pendiente para la próxima visita”, dijo siempre positivo el padre Ruiz.
Qué esplendor el de la sala regia y el de la contigua sala ducal. Y para nosotros solos. En la sala regia me hizo admirar el excelente cuadro de la batalla de Lepanto, con la inscripción nada laudatoria contra los musulmanes, como correspondía a la época, y que ahora se tapa con flores cada vez que se recibe una visita procedente del mundo del Islam. Un detalle que sin mi guía, me hubiese pasado inadvertido. Al igual que el otro detalle del restaurador, que se pintó en una esquina con su típico gorro inglés que no encaja con la época.
En la capilla paulina, que reconocí por haberla visto por la tele en diversos actos del Papa, los dos últimos y grandiosos frescos de Miguel Ángel: la caída de San Pablo y la crucifixión de San Pedro. Me llama la atención que el caballo se aleja para cruzar un arroyo, tras tirar a San Pablo. Y, en el de San Pedro, la cara del apóstol y su mirada amenazadora.El Padre Ruiz me explica: "Es como un desafio. Primero, al Papa Paulo III, que le comisionó para sus últimos trabajos y con quien siempre tuvo una relacion muy turbulenta. Y en segundo lugar, es la cara de quien recrimina a todos los cristianos la falta de testimonio, cuando él ha aceptado la muerte de esa manera humillante por amor a Cristo".
En la capilla, también me encanta el magnífico Cristo de marfil y el cuadro de la Virgen con El Niño, que despide una inmensa ternura.
Buen conocedor del arte y de la historia, el padre Ruiz me hace caer en la cuenta de que el recorrido por el palacio apostólico desde el principio hasta el final es una gran catequesis, especialmente en el que transcurre por las tres bellísimas Loggias o plantas. La primera, donde tiene sus oficinas el secretario de Estado, cardenal Parolin, con motivos florales; la segunda, bíblicos, y la tercera geográficos.
Llama la atención la sala de las antiguas armaduras y, a medida que seguimos subiendo, la catequesis pictórica iniciada con el jardín del Edén concluye con la Trinidad. Y cierra todo el ciclo de las Loggias.
Me detengo especialmente en la magnifica logia de los mapas del mundo. Cuanto más subimos, más bellas son las vistas. Y ya el colmo de las panorámicas es cuando el padre Ruiz me hace salir a la terraza más alta del palacio apostólico. Espléndida vista de la plaza, de la basílica, de Roma y hasta del tejado de la Sixtina, sin su famosa chimenea hasta el próximo cónclave, que Dios quiera que tarde en llegar lo máximo posible.
Tras tomar un café en el balcón que da al patio del Belvedere, con la torre Borgia al fondo, bajamos en un sencillo ascensor de madera hasta el 'cortile' San Dámaso, por donde entran embajadores, presidentes, ministros y jefes deEstado. Desde el centro del patio admiramos el bello edificio de Maderno. A la izquierda, al fondo se ven los jardines vaticanos. “De cuatro a seis no se pueden visitar, porque es cuando sale a pasear el Papa emérito”, se disculpa Ruiz. Y salimos a la zona donde se encuentra la farmacia vaticana y la casa de los salesianos.
Nos despedimos en la puerta Santa Ana y el padre Ruiz regresa a su despacho, justo encima encima de la imagen de la Virgen que preside la Plaza De San Pedro. Contento y satisfecho. Como cuando estaba en Pakistán: sirviendo. Porque, como dice, “ aquí he venido a servir, no a medrar”.
Le doy las gracias, como corresponde. Y el padre Ruiz replica: “Muchas gracias a ti, José Manuel. Ha sido una tarde muy agradable y espero haber podido transmitir una parte de la pasión por la Iglesia, que me ha llevado en la vida de un sitio a otro, a medida que el Espíritu la va guiando”.