Pero Ratzinger se dejó utilizar y rompió su promesa de 'no bajar del monte' La renuncia de Benedicto, partera y contrapeso de la primavera de Francisco
Su gesto no sólo desacralizó el papado y le puso fecha de caducidad, sino que, además, se convirtió en una llamada profundamente evangélica
Y, como siempre pasa en la vida multisecular de esta institución, del grano de trigo papal que muere nace una nueva era, una nueva época, una nueva primavera
En la carta que el mismo Ratzinger escribió por aquellas fechas al teólogo rebelde Hans Küng, le confesaba: "Mi última y única tarea es ayudar a Francisco". Todo un "recado" a los que quieren enfrentarlo con su sucesor. Todo un testamento
Benedicto comenzó a bajar de la montaña a intervenir en los asuntos eclesiales
Por las indiscreciones publicadas, parece que las presiones del Papa emérito han surtido efecto y Francisco no se va a atrever a abrir la vía de los 'viri probati'
En la carta que el mismo Ratzinger escribió por aquellas fechas al teólogo rebelde Hans Küng, le confesaba: "Mi última y única tarea es ayudar a Francisco". Todo un "recado" a los que quieren enfrentarlo con su sucesor. Todo un testamento
Benedicto comenzó a bajar de la montaña a intervenir en los asuntos eclesiales
Por las indiscreciones publicadas, parece que las presiones del Papa emérito han surtido efecto y Francisco no se va a atrever a abrir la vía de los 'viri probati'
Por las indiscreciones publicadas, parece que las presiones del Papa emérito han surtido efecto y Francisco no se va a atrever a abrir la vía de los 'viri probati'
Hace hoy 7 años, la Iglesia había tocado fondo. Arrastrada por los escándalos de la pederastia del clero y por el Vatileaks, era objeto de escarnio casi permanente en las portadas de los medios de comunicación de medio mundo. Perdía credibilidad y autoridad moral a raudales. Y, por mucho que Benedicto XVI se empleaba a fondo y se convertía en "barrendero de Dios" y en chivo expiatorio de los crímenes de las manzanas podridas del clero, no conseguía detener la hemorragia. Por eso, decidió parar su reloj y, por ende el de la Iglesia, con su gesto de la gran renuncia.
Todo un bofetón a los que habían convertido el Vaticano en un patio de lavanderas y la Casa de la Iglesia, en un mercado donde las cordadas cardenalicias luchaban descaradamente por el poder. El Papa se esforzaba por predicar con el ejemplo y con las palabras el Evangelio, pero sus curiales (sus supuestamente servidores) le dejaban continuamente en evidencia ante los ojos del mundo y de la propia Iglesia. Benedicto decía una cosa en sus encíclicas y la Curia hacía otra con el IOR, el banco vaticano. Una disonancia insufrible.
Pero, de pronto, el Papa anciano lanzó un órdago que les dejó fuera de juego a todos. Sin resuello. Sin posibilidad de maquinar. La gran "venganza religiosa" del Papa humilde que, al renunciar, dejó a todos los curiales descolocados, desnortados y suspendidos de sus cargos.
La decisión de Benedicto, profundamente religiosa y tomada en conciencia ante Dios, remece los entresijos de la jerarquía y de todo el pueblo de Dios. Su gesto no sólo desacraliza el papado y le pone fecha de caducidad, sino que, además, se convierte en una llamada profundamente evangélica. Un no al poder, la gran tentación de los altos eclesiásticos. Un sí al servicio, la virtud de los que quieren ser buenos.
Fue la renuncia de un hombre humilde y libre, que consagra la libertad de los hijos de Dios como gran principio teórico y práxico en la Iglesia. Y, como siempre pasa en la vida multisecular de esta institución, del grano de trigo papal que muere nace una nueva era, una nueva época, una nueva primavera.
Benedicto fue la gran "partera" de la primavera de Francisco. Su gesto, como el del profeta Jeremías, que rompe el jarrón de barro ante el pueblo, despertó las conciencias y puso en marcha la revolución del Papa del fin del mundo. Con mucho de continuidad (la Iglesia nunca procede por saltos) y mucho de ruptura.
Por eso, después de la renuncia, decía su secretario, monseñor Gaenswein, que el Papa emérito estaba sereno y feliz. Y por eso, en la carta que el mismo Ratzinger escribió por aquellas fechas al teólogo rebelde Hans Küng, le confesaba: "Mi última y única tarea es ayudar a Francisco". Todo un "recado" a los que quieren enfrentarlo con su sucesor. Todo un testamento que, con el paso del tiempo, se fue diluyendo.
Y mal gestionada su presencia pública, precisamente por su secretario personal, monseñor Gaenswein, al que algunos en la Curia llaman “el tercer Papa”, Benedicto comenzó a bajar de la montaña a intervenir en los asuntos eclesiales. Con dos rupturas de su propio testamento muy comentadas. La primera, posicionándose contra la comunión a los divorciados, aprobada por el Papa Francisco. La segunda, más reciente, sumándose con un no-libro, a la campaña de los sectores más rigoristas de la Iglesia, capitaneada por el cardenal Sarah, para impedir que el Papa apruebe alguna excepción a la ley del celibato.
La Exhortación papal postsinodal sale mañana, pero por las indiscreciones publicadas, parece que las presiones del Papa emérito han surtido efecto y Francisco no se va a atrever a abrir la vía de los 'viri probati'.
En la Iglesia no puede haber dos Papas. Y, de hecho, sólo hay uno. Pero el papel y las funciones del otro, el emérito, están sin definir. Nunca antes había pasado algo así. Parece haber llegado el momento de hacerlo. Y que el Papa emérito (el que sea) deje de ser 'Papa emérito', para ser obispo emérito de Roma. Y deje de llevar los símbolos papales (incluida la sotana blanca). De lo contrario, puede dejarse utilizar o ser utilizado. Como está pasando.