"No hay otra forma de vivir el Evangelio que no sea haciéndolo en comunidad" La Comunidad tinerfeña del Puerto celebra su 40 aniversario
La Comunidad del Puerto (Tenerife) celebra su 40 aniversario. Corría la primavera de 1981 cuando algunos andábamos en búsqueda de la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles, ante las muchas contradicciones que se daban en el seno de la Iglesia
El catecumenado nos habría de llevar a la tan ansiada comunidad, como meta y concreción de dicho proceso. Como semilla destinada a germinar, crecer y desarrollarse, la experiencia de la Palabra prendía con facilidad. Los primeros frutos no se hicieron esperar
Herederos del 'espíritu conciliar' llevamos a cabo la renovación comunitaria de la Iglesia puesta en marcha por el Concilio, que impulsó Juan XXIII para que la Iglesia volviese a sus orígenes, al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades
Hemos sufrido roturas y desgarros, abandonos junto a nuevas incorporaciones. Con persecuciones, quizás hoy más sutiles, algo inherente a la vida cristiana. A pesar de los posibles fallos e imperfecciones, no hay otra forma de vivir el Evangelio que no sea haciéndolo en comunidad
Herederos del 'espíritu conciliar' llevamos a cabo la renovación comunitaria de la Iglesia puesta en marcha por el Concilio, que impulsó Juan XXIII para que la Iglesia volviese a sus orígenes, al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades
Hemos sufrido roturas y desgarros, abandonos junto a nuevas incorporaciones. Con persecuciones, quizás hoy más sutiles, algo inherente a la vida cristiana. A pesar de los posibles fallos e imperfecciones, no hay otra forma de vivir el Evangelio que no sea haciéndolo en comunidad
| José Francisco Fariña González Presidente
La Comunidad del Puerto (Tenerife) celebra su 40 aniversario. Corría la primavera de 1981 cuando algunos andábamos en búsqueda de la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles, ante las muchas contradicciones que se daban en el seno de la Iglesia, muy especialmente el no poder vivir la fe en una comunidad viva o, más bien, la ausencia de comunidad.
Ese año asistíamos a un cursillo de “iniciación al catecumenado” convocado por la Diócesis. Se trataba de instaurar verdaderos procesos de iniciación cristiana, al no poder dar por supuesta la fe y la conversión en una Iglesia de cristiandad como la nuestra, donde el catecumenado aparecía como medio para pasar de la “cristiandad” a la “comunidad”. Lo cual revestía carácter de urgencia, en el contexto de una sociedad y de una Iglesia en cambio. Con el objetivo de ir creando pequeñas comunidades, en orden a construir un cristianismo más auténtico y comprometido. El catecumenado nos habría de llevar a la tan ansiada comunidad, como meta y concreción de dicho proceso.
Como semilla destinada a germinar, crecer y desarrollarse, la experiencia de la Palabra prendía con facilidad. Los primeros frutos no se hicieron esperar, multiplicándose los grupos, reuniéndose en parroquias y casas. En 1987 nos constituimos en asociación de fieles, con un ámbito diocesano: la Asociación Comunidad del Puerto. En 1998 se nos daría “la mano en señal de comunión”, mediante el reconocimiento canónico de la asociación. Supuso el asentamiento eclesial –y civil– de la comunidad. Vinculados a la Diócesis, inicialmente a través del Secretariado de Catequesis y posteriormente coordinados con la Delegación de Apostolado Seglar, en todo momento hemos intentado mantener viva la comunión eclesial. Pese a su dilatada historia, nuestra comunidad es todavía poco conocida en amplios sectores de la Iglesia diocesana o se tiene una visión distorsionada de la misma.
Desde la escucha de la Palabra emprendimos el camino hacia la comunidad, el nuevo templo de “piedras vivas”, contribuyendo a hacer de la Iglesia una “comunidad de comunidades”. Pero no una mera opción “reformista” que pretendiese animar la vieja estructura preconciliar masificada. El vino nuevo no puede echarse en odres viejos.
Construir la comunidad implica todo un proceso, es fruto de la evangelización, supone una opción personal por parte de cada uno de sus miembros, se requiere experiencia de fe madura, haber superado un periodo de iniciación integral en todas las dimensiones de la vida cristiana. La experiencia de fe es una realidad que vivimos en el día a día, el devenir de la vida y misión de la comunidad, como experiencia actual de la palabra de Dios. Pues la Escritura no es letra muerta, sino una Palabra que se cumple y se hace viva, en la cual nos encontramos con Jesús resucitado como Señor de la historia. Con el tiempo fuimos madurando, suscitando el espíritu de Dios carismas y ministerios al servicio de los hermanos y de la tarea evangelizadora.
Con aciertos y errores, éxitos y fracasos. La acción evangelizadora de la comunidad ha alcanzado a numerosas personas de toda clase y condición. Constituimos una comunidad adulta y madura, siguiendo el modelo de las primeras comunidades. En ella están presentes todas las dimensiones de la comunidad cristiana (Iglesia): escucha de la Palabra, conocimiento de Cristo, anuncio del Evangelio, catequesis (de adultos), oración, celebración, testimonio, compromiso misionero. Sin descuidar la formación y conversión permanente.
Participamos en la vida y misión de la Iglesia. Escuchando la palabra de Dios “dicha hoy” en medio de los acontecimientos (personales, sociales, eclesiales). Compartiendo la propia experiencia de fe. A través de celebraciones comunitarias vivas, abiertas y participadas, centradas en la Palabra. Celebrando las experiencias de fe y los frutos de conversión. Asumiendo la misión encomendada por Jesús: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios” (Mt 10,7-8). Confesando toda la fe de la Iglesia (Credo), en clave de experiencia actual. Revisando la tradición recibida a la luz de la Escritura. Acogiendo a quienes llegan por distintos caminos. Cuidando los procesos personales de maduración en la fe. Acompañando a los miembros de la comunidad en las dificultades y problemas, en las penas y alegrías, en la celebración de los sacramentos (nacimiento de hijos, matrimonios…). Manteniendo una relación de comunión, coordinación y acciones conjuntas junto con otras comunidades, asociaciones y grupos cristianos. Participando y colaborando dentro de las estructuras eclesiales. Respondiendo al amor de Dios mediante el testimonio, el compromiso, la solidaridad con los más necesitados y la entrega a los demás. En tareas de voluntariado y participación en diversos proyectos, en colaboración con otras entidades eclesiales y civiles. Viviendo las “bienaventuranzas” como don y un camino que recorremos llenos de esperanza, con la alegría de haber descubierto en la propia vida la acción de Dios. Denunciando proféticamente las injusticias, desigualdades y, en general, los males de la sociedad y de la Iglesia.
El compromiso por la paz, la justicia y la dignidad de la persona humana, son parte integrante de la vida de la comunidad. El amor, la vida, la verdad, la libertad, la igualdad, la solidaridad, el servicio, la acogida, el sentido último de la vida, etc., son valores cristianos que contribuyen a humanizar este mundo y construir una sociedad más justa.
La liberación que ofrece el cristianismo no es solamente de índole socioeconómico o sociopolítico. Jesús nos ofrece la gran liberación, de miedos, angustias, complejos, egoísmos, intereses, “demonios”, ley, de cuanto puede oprimir, marginar, anular al hombre por dentro y desde fuera. La comunidad se convierte en luz para decir al mundo que la verdadera felicidad no reside en el poder, el dinero, el prestigio o la fuerza, sino en la sencillez, el servicio, la generosidad, la mansedumbre, la misericordia, el perdón, la renuncia al poder, la lucha por la justicia, la causa de Jesús. Un camino distinto al que propone el mundo, una sociedad que se rige por el dinero, el consumir, la competitividad, las injusticias, la violencia, la corrupción y la mentira. No confundimos el pluralismo legítimo, irrenunciable, con el relativismo general, denunciable.
En medio de la presión de dos culturas, una decadente (que prohíbe, castiga y discrimina) y otra dominante (se imponen las leyes del pensamiento, junto a un relativismo moral), ser cristiano es algo contracultural. Se plantean nuevos problemas morales. Aborto, eutanasia, moral sexual, relación homosexual, ideología de género, unión entre personas de un mismo sexo, gestación y maternidad subrogada, nuevos modelos de familia, determinados aspectos del feminismo, etc. Todo ello ha de verse a la luz de la Palabra. Con razón se denuncia el liberalismo económico, pero también hay otros aspectos y no todo vale.
Herederos del “espíritu conciliar” llevamos a cabo la renovación comunitaria de la Iglesia puesta en marcha por el Concilio, que impulsó Juan XXIII para que la Iglesia volviese a sus orígenes, al Evangelio, a la experiencia de las primeras comunidades. Eso es, precisamente, lo que hemos hecho. Volviendo a las fuentes, por aproximaciones sucesivas hemos ido recuperando la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles y así han ido apareciendo los rasgos más simples y más puros de la Iglesia naciente. Es preciso volver a Jesús de Nazaret, a la comunidad de seguidores en torno a Jesús, creada por él. Es la misma Iglesia la que ha promovido este camino. Todo lo cual pareciera haberse disipado por mor de la situación de acusada involución eclesial que aún estamos padeciendo.
Sabemos que hablar de renovación comunitaria es entrar en un campo de tensión intraeclesial, pero lo importante es llegar a sentirse en comunión, en una misma fe y un mismo espíritu, respetando, eso sí, el pluralismo y la libertad de los hijos de Dios. A pesar de las dificultades y resistencias, que han sido muchas, la renovación no es una palabra vana, sino algo que ya está brotando, ya está en marcha, ya estamos viviendo. Sin esta renovación –aún pendiente a gran escala– la Iglesia aparece “como nada” a los ojos de muchos (Ag 2,3).
Han pasado cuarenta años. Aunque no ha sido un camino fácil. La comunidad es una “barca” que ha navegado en aguas muchas veces turbulentas. En medio de incomprensiones, reticencias y prejuicios; bloqueos. No han faltado las crisis internas y tensiones, superadas en la dinámica de la corrección fraterna. Ha sido fundamental la revisión permanente.
Hemos sufrido roturas y desgarros, abandonos junto a nuevas incorporaciones. Con persecuciones, quizás hoy más sutiles, algo inherente a la vida cristiana. A pesar de los posibles fallos e imperfecciones, no hay otra forma de vivir el Evangelio que no sea haciéndolo en comunidad. Se responde así al proyecto de Dios, la comunidad es su casa, el “cuerpo de Cristo”. Construida “sobre roca” (Mt 7,24-27), la comunidad ha podido resistir en medio de las pruebas. Se ha dicho que otra Iglesia es posible. En nuestro caso ha sido y está siendo posible. Una Iglesia vivida en comunidad, desde la cual nos sentimos participes de la misión de Jesús, comprometida con la causa del reino de Dios.
En todo caso, el fin a perseguir por la comunidad va más allá de ser promotora de la salvación terrena. La razón de nuestra esperanza es el don definitivo del “cielo nuevo” y la “tierra nueva” (Ap 21,1) que trasciende la historia humana. Damos gracias al Señor por todos estos años, por el regalo de una comunidad viva, por haber podido participar de la experiencia del Evangelio.
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