"La belleza cura (y atrae)" Josep Miquel Bausset: "El Papa exhorta a la vida consagrada a tener 'ojos que cautiven'"
"Como dijo el papa, 'una vida consagrada que no sea capaz de estar abierta a la sorpresa, es una vida que se ha quedado a mitad de camino'"
"Los contemplativos hemos de ser capaces de vivir y de mostrar a nuestro mundo la belleza de la esperanza, de la comunión fraterna, del perdón, de la confianza"
La primera parte del título de este artículo son las palabras del papa Francisco cuando el año pasado visitó e inauguró en Roma un nuevo centro de acogida nocturno y diurno en el Palazzo Migliori. En su estancia en este lugar, el papa vio primero la planta baja, destinada a la acogida de día, decorada con algunos frescos de época moderna. Después el Santo Padre visitó la capilla del centro, en el primer piso, dedicada a San Jorge. Contemplando estos espacios, el papa Francisco exclamó: “La belleza cura”. Y es cierto, porque la belleza, que nos habla de Dios y que es como un reflejo o una huella de Dios, tiene la capacidad de curar, de sanar, de restaurar lo que está roto o herido.
Pero la belleza también atrae, como nos recordó el papa en su encuentro con presbíteros, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas reunidos con el obispo de Roma en la parroquia de San Pedro, en Bangkok, el 22 de noviembre de 2019. El papa comentó unas palabras de una religiosa, Benedetta, que explicó a los que se encontraban reunidos con Francisco, cómo ella sintió la atracción por la vida consagrada. El papa, comentando las palabras de esta religiosa, decía: “Benedetta, tú nos has hablado de cómo el Señor te atrajo por medio de la belleza. Todo comenzó por una mirada, una mirada bella que te cautivó”. Por eso el papa exhortaba a los presbíteros, religiosos y religiosas, catequistas y seminaristas, a vivir despiertos “a la belleza, a la maravilla”, para ser capaces “de abrir nuevos horizontes”. Como dijo el papa, “una vida consagrada que no sea capaz de estar abierta a la sorpresa, es una vida que se ha quedado a mitad de camino”.
El papa repitió diversas veces la importancia de la belleza en la vida de los discípulos de Jesús: “Anunciar a Cristo es algo bello, hermoso, capaz de llenar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, a pesar de las pruebas”. Por eso los contemplativos (y también todos los cristianos), estamos llamados a vivir “la santa audacia de buscar nuevos caminos, para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga”. El papa exhortaba a tener “ojos que cautiven”, capaces “de ir más allá de las apariencias, de llegar y celebrar la belleza más autentica que vive en cada persona”. El papa también exhortaba a los que lo escuchaban, “a compartir una alegría, un horizonte bello, nuevo, sorprendente”, capaz de sembrar las semillas del Evangelio.
Los contemplativos, hoy que celebramos el día Pro orantibus, hemos de ser testigos de aquella belleza que cura y que atrae. Hemos de ser capaces de vivir y de mostrar a nuestro mundo la belleza de la esperanza, de la comunión fraterna, del perdón, de la confianza.
Hace falta que todos los que nos consideramos seguidores de Jesús, bien convencidos, seamos hombres y mujeres capaces de vivir y de transmitir la belleza del Evangelio. Y es que como dijo el papa Francisco a los artistas que organizaron el veintisiete concierto de Navidad en el Vaticano, el 14 de diciembre del año pasado, “el mundo necesita belleza para no hundirse en la desesperanza”.
En medio de las decepciones, de los fracasos, del cansancio y del desencanto, hace falta reencontrar el sentido de la vida en la belleza de la naturaleza y en la de los rostros de nuestros hermanos, muchas veces desfigurados por las heridas. Y también en la belleza del Evangelio, de la oración y de la vida comunitaria, que nos animan a asumir y a compartir la pasión por el Reino. La belleza del amor fraterno, de la comunión y de la esperanza, nos ayuda a vivir y a superar las dificultades de la vida. La belleza del Evangelio nos ayuda a trabajar por la justicia y a denunciar la mentira y la opresión que los poderosos hacen sobre la gente más vulnerable. Y también a proteger la naturaleza, para llegar a la harmonía con la creación.
La belleza del Evangelio nos da razones para vivir la alegría y así sembrar semillas de esperanza y de paz. La belleza del Evangelio nos hace descubrir la fuerza de la debilidad, como cuando los árboles rebrotan después del invierno o después de un incendio. Por eso el papa Francisco, en la homilía del 7 de mayo pasado, volvió a decirnos: “Sin la belleza, no se puede entender el Evangelio” (Flama, agència cristiana de notícies, 7 de mayo de 2020)
En nuestro mundo, a pesar de las heridas del pecado, podemos descubrir la luz resplandeciente del Señor Resucitado que todo lo renueva y todo lo recrea. La belleza del amor nos hace solidarios y compasivos, para de esta manera sufrir con los que sufren. Por eso hoy fiesta de la Santísima Trinidad, en este día Pro orantibus dedicado a la vida contemplativa, el Señor nos llama a los monjes y a las monjas a vivir atentos a los signos de los tiempos que nos abrir un horizonte de esperanza, para compartirlo con todos los que viven desesperanzados o incluso, desesperados.
"La belleza del amor fraterno, de la comunión y de la esperanza, nos ayuda a vivir y a superar las dificultades de la vida"
Por eso las carmelitas descalzas de Puçol, Jorba, Altea, Lleida, Serra, Tarragona y les Alqueries, los benedictinos de Silos, Montserrat o el Paular, los cartujos de Porta Coeli y de Miraflores, las clarisas de Pedralbes, Vila-real, Vilanova i la Geltrú, Canals y Reus, las agustinas de Sant Mateu y de Benicàssim, las dominicas de Esplugues de Llobregat, Xàtiva, Manresa, Paterna y Borriana, las cartujas de Benifaçà, les capuchinas de València y de Manresa, las cistercienses de Tulebras, Benaguasil, Carrizo, Burgos y Armenteira, los cistercienses de Huerta, la Oliva, Dueñas, Sobrado, Poblet o Solius, las benedictinas de Santiago, Zamora, Oviedo, la Fuensanta, Sant Pere de les Puel·les y Sant Daniel, son en medio del mundo de hoy, testigos de gratuidad, de consuelo, de esperanza y de gozo.