(Vatican News).- "No hemos negado nuestro pasado, hemos mirado a la bestia a los ojos". Así hablaba el arzobispo Desmond Tutu, uno de los símbolos de la lucha contra el apartheid, fallecido el 26 de diciembre a los 90 años, de su compromiso al frente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, creada en 1994 a instancias del Presidente Nelson Mandela y que fue presidida por el propio arzobispo a instancias del Jefe de Estado sudafricano.
Un hombre de paz
El 16 de octubre de 1984, Monseñor Tutu recibió el Premio Nobel de la Paz. El comité del premio internacional más famoso del mundo citó su "papel como figura unificadora en la campaña para resolver el problema del apartheid en Sudáfrica". Dos años más tarde, se convirtió en la primera persona de piel negra en dirigir la Iglesia Anglicana en Sudáfrica: fue el 7 de septiembre de 1986.
El Arzobispo era un hombre de paz, un servidor de Cristo y también se inspiraba en el concepto africano de "ubuntu", que indica una visión de la sociedad en la que cada persona está llamada a desempeñar un papel importante, con una preocupación natural por los demás y, en consecuencia, por la promoción y el mantenimiento de la paz.
"No hay futuro sin perdón"
Entre los muchos que lo conocieron, la Comunidad de Sant'Egidio también recuerda al clérigo sudafricano, identificando la "fuerza de la paz" como su legado.
Numerosos miembros de la Comunidad coincidieron con él a lo largo de los años. Entre ellos está Leone Gianturco, de la Sección Internacional de San Egidio, que en una entrevista con Radio Vaticano - Vatican News recuerda su encuentro cuando fue a Roma, el 26 de mayo de 1988, a inaugurar la "Tienda de Abraham", la primera casa de la Comunidad dedicada a los refugiados.
- Gianturco, partamos de su recuerdo personal del arzobispo Tutu:
Su fuerza moral es inolvidable, al igual que su fe cristiana. Recuerdo que cuando vino a Trastevere a inaugurar la "Tierra de Abraham", me di cuenta inmediatamente de que estaba ante alguien que hablaba con la Palabra de Dios. Tutu había encarnado su vocación, su servicio al Evangelio en la acción contra toda injusticia. Era una personalidad que te hacía temblar un poco el pulso, pero también te tranquilizaba porque era muy humano.
- Una humanidad que también afloró cuando, al frente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, dijo que el mero hecho de escuchar los atroces relatos de lo ocurrido durante los años del apartheid le causaba un gran sufrimiento. A pesar de ello, fue capaz de continuar su búsqueda de la verdad, de promover la reconciliación...
Sí, de alguna manera enraizó esa humanidad en una fe profunda. Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz, era conocido por su lucha contra el apartheid, y en cierto modo también se convirtió en una figura incómoda porque estaba en contra del asesinato de colaboradores negros por los propios negros. Había superado todas las barreras también gracias a su profunda fe en una vida diferente, con un pueblo en conflicto que debía ser conducido a la reconciliación.
Al frente de esa Comisión se embarcó en un viaje difícil, repitiendo que no hay futuro sin perdón. Para perdonar, había que pasar por el sufrimiento de esas terribles historias. Cuando fue a Ruanda se puso a llorar ante aquel genocidio, era una persona que vivía los dramas de su tiempo de forma directa, incluso atrevida. En su fe encontró la fuerza para enfrentar todo esto.
- Una de sus lecciones fue que es mucho más fácil juzgar que promover la reconciliación. ¿Sigue siendo válida esta lección hoy en día?
Ciertamente, lo que nos llamó la atención como Comunidad de Sant'Egidio fue precisamente esta empatía, este rechazo a banalizar el perdón. No se puede perdonar a "bajo precio", hay que pasar de la indignación que cada uno siente cuando le hieren, al relato, a la búsqueda de la verdad.
Todos estos son pasos que no son fáciles, pero que permiten llegar a una verdadera reconciliación. Tutu, en su profunda humanidad, también comprendió el problema de la pena de muerte y siempre estuvo en primera línea para condenarla. Acostumbraba a visitar a los condenados a muerte, precisamente porque para él era paradójica la idea de que una justicia hiciera morir a alguien por un acto violento. El perdón, en cambio, era el camino que permitía a los esclavizados por el odio admitir sus faltas y luego superarlas.
- En su telegrama de condolencia, el Papa habló de la contribución de Tutu a la promoción de la igualdad racial. ¿Este aspecto también es de gran actualidad?
Sí, su lección es fuerte porque, viviendo la desigualdad racial, luchó por la superación del racismo a todos los niveles. Nos enseñó que todas las formas de discriminación son erróneas; considerar al otro como diferente de uno mismo es perjudicial, es estúpido, va contra toda lógica cristiana y humana.
En el funeral de Mandela, Tutu se indignó porque había pocos de esos blancos que habían trabajado junto al presidente. Quería que participaran, porque Tutu estaba realmente en contra de todo tipo de racismo. Esa es la fuerza de su testimonio. Adoptó una posición, pero no fue partidista, en el sentido de que su único bando era un mundo de igualdad.
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