"En el ADN de los consagrados está la vida en comunión", señala el claretiano a RD Luis A. Gonzalo: "La vida consagrada recibe la reflexión sinodal para ser lo que tiene que ser: un puñado de mujeres y hombres libres"
"Lo que ha ocurrido es que hemos perdido praxis de comunión porque quizá algunos nos hemos creído en posesión de la verdad"
"Ninguna forma de seguimiento de Jesús, tampoco la vida consagrada, se debe erigir o proponer como modelo para el resto del pueblo de Dios"
"Cuando caemos en la tentación de señalar primacías, modelos… volvemos al terrible error del clericalismo"
"Fruto del momento cultural y de la crisis de las instituciones se hacen palpables estilos de liderazgo terriblemente peligrosos. Es muy paradójico cómo hablamos de erradicar cualquier «abuso», en ocasiones, desde unas praxis realmente abusadoras"
"Cuando caemos en la tentación de señalar primacías, modelos… volvemos al terrible error del clericalismo"
"Fruto del momento cultural y de la crisis de las instituciones se hacen palpables estilos de liderazgo terriblemente peligrosos. Es muy paradójico cómo hablamos de erradicar cualquier «abuso», en ocasiones, desde unas praxis realmente abusadoras"
Profundo conocedor de la vida consagrada, el claretiano Luis Alberto Gonzalo Díez lleva décadas tomando el pulso al devenir de esa forma de seguimiento en España, pero no solo. Exdirector de la revista Vida Religiosa y profesor en el Instituto Teológico de Vida Religiosa, en Madrid, no es de lo que se aferran a los laureles del pasado, sino que se empeña en auscultar el presente de la vida religiosa para que el eco no retumbe mañana en las grandes casas semivacías.
Por eso valora de manera positiva el momento en el que está embarcada la Iglesia de la mano del papa Francisco, "con el actual funcionamiento sinodal que ha dinamizado a toda la Iglesia" y en el que la vida religiosa tiene, en su opinión, mucho que aportar: "En el ADN de la vida consagrada está la vida en comunión, que es un ejercicio constante de sinodalidad: personas diferentes que, sin renunciar a su originalidad, buscan el bien común y la inspiración evangélica en un proyecto de vida que las apasiona. En ese sentido, el clima sinodal es un respaldo de este estilo de vida y de lo que queremos significar en medio del Pueblo de Dios", señala en entrevista con Religión Digital.
A la vista de la asamblea sinodal celebrada a lo largo de octubre en el Vaticano, de su metodología y funcionamiento, que puede recordar al de algunas congregaciones religiosas, ¿considera que la Vida Religiosa servir como modelo de funcionamiento sinodal?
Considero que el actual funcionamiento sinodal en el que nos encontramos ha dinamizado a toda la Iglesia. Nos ha «obligado» a pensarnos desde la comunión y participación y este es el gran logro de la impronta que se ha marcado.
Por otro lado, como sabemos, la Iglesia es originalmente sinodal. Siempre lo ha sido. Lo que ha ocurrido es que hemos perdido praxis de comunión porque quizá algunos nos hemos creído en posesión de la verdad. En este sentido, ninguna forma de seguimiento de Jesús, tampoco la vida consagrada, se debe erigir o proponer como modelo para el resto del pueblo de Dios. Es otra vivencia la que adquiere fuerza en este tiempo, es el camino de la horizontalidad y circularidad el que expresa ese rostro real de la Iglesia como cuerpo de Cristo.
Cuando caemos en la tentación de señalar primacías, modelos… volvemos al terrible error del clericalismo que, en su raíz, te lleva a pensarte como propietario y mejor; como capacitado para exigir una virtud (y unas formas) aunque tú no las vivas. Aspectos muy muy peligrosos que han provocado la delicadísima situación que vive la comunidad eclesial con el cáncer de los abusos, sean espirituales, sexuales, psicológicos… de todo tipo.
Por tanto, la vida consagrada no se erige en modelo sino que, como todo el Pueblo de Dios, recibe aliento en la reflexión sinodal para ser lo que tiene que ser en el cuerpo de la Iglesia: un puñado de mujeres y hombres tremendamente libres; separados y separadas de toda búsqueda de poder y vedetismo; con una presencia clara en medio de los pobres y ofreciendo espacios comunitarios reales porque saben quererse.
¿Qué pueden aportar a este momento concreto de la historia de la Iglesia, embarcada en un sínodo de gran trascendencia, las seculares formas de gobierno de algunas congregaciones religiosas?
La vida consagrada está haciendo una profunda reflexión sobre el liderazgo. Es una de sus urgencias más evidentes. Está cobrando fuerza la búsqueda de mujeres y hombres que, en verdad, quieran gastar su energía a favor de sus hermanas y hermanos y no en sí mismos. Fruto del momento cultural y de la crisis de las instituciones se hacen palpables estilos de liderazgo terriblemente peligrosos. Es muy paradójico cómo hablamos de erradicar cualquier «abuso», en ocasiones, desde unas praxis realmente abusadoras. No es fácil la cuestión. Hay profundas carencias en los itinerarios formativos y no se ha fortalecido adecuadamente el liderazgo interior, el que capacita para responder y actuar desde la plena conciencia de formar parte de un proyecto evangélico de comunión.
En los orígenes de la vida consagrada ha habido gestas luminosas de donación, libertad y transparencia. También ha habido, como en el resto de la comunidad eclesial, personas que han confundido el liderazgo evangélico con el poder; la mediocridad con la autoridad y el servicio con el abuso.
La reflexión sinodal está provocando, a mi modo de ver, algunas cuestiones clarificadoras. La primera, que el camino válido es el discernimiento; la segunda, que no todo vale; la tercera, que nadie vale más que nadie, ni menos que nadie; la cuarta, que siempre y en todo lugar ha de salvarse la conciencia y libertad; la quinta, que el «El Espíritu gobierna sabiamente la nave de la Iglesia» y, a pesar de los pesares, aunque haya personas que no se sepan situar y confundan la Iglesia con el «carrerismo», «el tiempo termina por poner a cada uno en su sitio», y se hace fuerte el aire suave y libre del Espíritu.
¿Es pionera la Vida Religiosa en la práctica sinodal?
En el ADN de la vida consagrada está la vida en comunión, que es un ejercicio constante de sinodalidad: personas diferentes que, sin renunciar a su originalidad, buscan el bien común y la inspiración evangélica en un proyecto de vida que las apasiona. En ese sentido, el clima sinodal es un respaldo de este estilo de vida y de lo que queremos significar en medio del Pueblo de Dios. La vida consagrada es además una confluencia de carismas y ministerios diversos en la que constantemente estamos desarrollando y ofreciendo nuestra identidad. Una buena interpretación de la vida consagrada subraya la complementariedad y el enriquecimiento mutuo, nunca la primacía de un ministerio…
Lo «nuestro» no son ya las grandes obras de ayer, sino la participación en pequeñas parábolas de hoy, con otros y otras
Habría que añadir dos aspectos que en nuestro tiempo adquieren particular relevancia; uno es la consolidación de la misión compartida como el estilo de misión en el que todos los consagrados estamos hoy comprometidos y que, de manera muy significativa, nos está enseñando a «ser con otros y hacer con otros» y, por ello, nos está devolviendo al valor original de nuestra debilidad institucional.
Y una segunda cuestión y es, por un lado, la que nos proporciona el desplazamiento de la vida (movimientos migratorios, grupos humanos vejados en los contextos de las grandes ciudades del primer mundo), y la disminución sociológica, que nos están convirtiendo en una forma de seguimiento de Jesús, con menos fuerza institucional, pero con una imprescindible fuerza testimonial. Lo «nuestro» no son ya las grandes obras de ayer, sino la participación en pequeñas parábolas de hoy, con otros y otras.
Desde mi punto de vista, son indicadores de cómo la sinodalidad nos marca como una transversal en el hacer y significar de la vida consagrada en medio del Pueblo de Dios.