El Papa reivindica los votos de "pobreza, castidad y obediencia" en las Vísperas del Día de la Vida Consagrada Francisco reclama a los religiosos una castidad bien formada para evitar "las dobles vidas"
"Es la luz de la Palabra que se hace don y respuesta de amor, signo profético para nuestra sociedad, que tiene la tendencia de hablar mucho y escuchar poco, en la familia, en el trabajo y especialmente en las redes sociales, donde nos podemos intercambiar cantidad de palabras y de imágenes, sin llegar nunca a conocernos realmente, porque no nos interesamos los unos por los otros"
El Papa advirtió de "un mundo frecuentemente marcado por formas distorsionadas de afectividad, en el que el principio de 'lo que a mí me gusta' impulsa a buscar en el otro más la satisfacción de las propias necesidades que la alegría de un encuentro fecundo"
Vísperas del Papa con la comunidad religiosa de Roma, antes de la celebración del Día de la Vida Consagrada. En la primera gran celebración que contó con la presencia del protodiácono Artime, y de la prefecta Brambilla, Francisco reflexionó acderca de cómo "por medio de los votos de pobreza, castidad y obediencia que profesaron", los religiosos y religiosas "también pueden ser portadores de luz para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo".
El primer aspecto, la luz de la pobreza, en virtud de la cual "la persona consagrada se hace portadora de bendición" por su búsqueda y el rechazo de "todo lo que puede ofuscar su belleza ―el egoísmo, la codicia, la dependencia, el uso violento y con objetivos de muerte― mientras abraza, en cambio, todo lo que la puede enaltecer: la sobriedad, la generosidad, el compartir, la solidaridad".
En segundo lugar, el Papa reivindicó la luz de la castidad, en "un mundo frecuentemente marcado por formas distorsionadas de afectividad, en el que el principio de 'lo que a mí me gusta' impulsa a buscar en el otro más la satisfacción de las propias necesidades que la alegría de un encuentro fecundo".
Esto genera en las relaciones "actitudes de superficialidad y precariedad, egocentrismo y hedonismo, inmadurez e irresponsabilidad moral, por lo que el esposo y la esposa de toda la vida se sustituyen con el compañero o compañera del momento; los hijos, en vez de ser acogidos como un don, se pretenden como un “derecho”, o se eliminan como un “estorbo”".
En dicho contexto, añadió el Papa, "la castidad consagrada muestra al hombre y a la mujer del siglo veintiuno un camino de sanación del mal del aislamiento, en el ejercicio de una manera de amar libre y liberadora, que acoge y respeta a todos y no obliga ni rechaza a ninguno".
Avinagramiento del corazón
Pero, para ello, advirtió Francisco, "es importante que en nuestras comunidades nos preocupemos por el crecimiento espiritual y afectivo de las personas, tanto en la formación inicial como en la permanente, para que la castidad revele verdaderamente la belleza del amor que se da, y no ganen terreno fenómenos destructivos como el avinagramiento del corazón o la ambigüedad de las elecciones, fuente de tristeza e insatisfacción que provoca, a veces, en los sujetos más frágiles, el desarrollo de verdaderas “dobles vidas”".
Finalmente, Bergoglio incidió en la luz de la obediencia, "rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca". "Es la luz de la Palabra que se hace don y respuesta de amor, signo profético para nuestra sociedad, que tiene la tendencia de hablar mucho y escuchar poco, en la familia, en el trabajo y especialmente en las redes sociales, donde nos podemos intercambiar cantidad de palabras y de imágenes, sin llegar nunca a conocernos realmente, porque no nos interesamos los unos por los otros", lamentó.
Individualismo solitario y regreso a los orígenes
Frente a ello, "la obediencia consagrada es un antídoto a tal individualismo solitario", promoviendo, en su lugar, "un modelo de relación basado en la escucha efectiva, en la que al “decir” y al “oír” sigue la concretización del “actuar”, aun a costa de renunciar a los propios gustos, programas y preferencias", para así "derrotar a la soledad".
El Papa concluyó reivindicando "el regreso a los orígenes", del que se habla tanto en la vida consagrada de hoy. "Hemos perdido el sentido de la adoración", señaló. Unos orígenes que, en el caso de los consagrados, "es el regreso a Cristo y a su “sí” al Padre". "Nos recuerda que la renovación, antes que con las reuniones y las “mesas redondas” –―aunque sean muy útiles―, se realiza ante el Sagrario, en adoración, redescubriendo a las propias fundadoras y a los propios fundadores principalmente como mujeres y hombres de fe, y repitiendo con ellos, en la oración y en la entrega de sí: «Aquí estoy, yo vengo […] para hacer, Dios, tu voluntad»".