Cuatro siglos de historia en Madrid La Venerable congregación de San Pedro apóstol, auxilio de sacerdotes en situación de desamparo
Cuando los naturales pusieron en marcha esta institución, las diócesis no tenían delegaciones del clero
También desde aquel lejano 1619 se preocupó de los sacerdotes que, por haber cometido delitos civiles, acababan en prisión
Esta congregación buscaba acomodo en hospitales públicos a los sacerdotes sin recursos que enfermaban
Esta congregación buscaba acomodo en hospitales públicos a los sacerdotes sin recursos que enfermaban
| Jesús López Sotillo
El 25 de junio de hace ahora justo cuatro siglos, ¡¡400 años!! , en la capilla que compartían entonces el Hospital de La latina y el Convento de las religiosas de la concepción franciscana celebró su primera Junta General la Venerable congregación de San Pedro apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid. El arzobispo de Toledo, Fernando de Austria, había aprobado sus constituciones tan sólo diez días antes.
En aquella jornada memorable se reunieron veintidós sacerdotes seculares nacidos en la ciudad que en 1561 Felipe II había convertido en la capital de sus inmensos dominios. La adquisición de dicho rango había convertido a la antigua villa, que hasta ese año albergaba a unas 14.000 personas, en una populoso conglomerado urbano al que no dejaban de llegar nuevas gentes, atraídas por el deseo de poder residir y medrar dentro de sus muros. Cuando, con Jerónimo de Quintana al frente, aquel grupo de curas dio comienzo a la historia de la Congregación, eran ya más de 100.000 hombres y mujeres los que pululaban por sus calles y se hacinaban en sus casas. Entre esa multitud había muchos curas en busca de un oficio y un beneficio mejores que los que les ofrecían sus diferentes lugares de origen. Pero no todos veían colmados sus sueños. Un alto porcentaje mal vivía, mal sufría, mal moría y era mal enterrado en la misma ciudad en la que era posible cruzarse con algunas de las más egregias figuras de la espiritualidad católica, de la novela, del teatro, de la pintura o del resto de las artes, como Lope de Vega o Calderón de la Barca. Ambos, además de literatos de renombre universal, fueron sacerdotes seculares naturales de Madrid, que en 1625 y en 1663, respectivamente, pidieron ingresar en la Congregación y fueron admitidos.
Mal moría y era mal enterrado en la misma ciudad en la que era posible cruzarse con algunas de las más egregias figuras de la espiritualidad católica, de la novela, del teatro, de la pintura o del resto de las artes, como Lope de Vega o Calderón
Los naturales pusieron en marcha la nueva institución con la firme determinación de prestar auxilio a todos esos sacerdotes que se veían inmersos en graves situaciones de desamparo. Las diócesis no tenían entonces, incluida la inmensa y rica sede toledana, a la que Madrid pertenecía, delegaciones del clero, como ahora, desde hace unos pocos años, existen. Los obispos, “pastores” al tiempo que, en muchos casos, señores de sus señoríos eclesiásticos, no tenían entre sus preocupaciones principales velar por el bienestar del clero, aunque la inmensa mayoría del mismo pertenecía al llamado “clero bajo”. En ese contexto el grupo fundador de la Congregación, cuyos miembros eran todos del clero alto o, al menos, del clero que, por tener oficios y beneficios eclesiales, vivía con holgura, decidió tender la mano a los sacerdotes dolientes. Y en ese empeño nos hemos mantenido quienes les hemos ido sucediendo año tras año, siglo tras siglo, en circunstancias favorables o adversas, hasta formar una cadena ininterrumpida de 1.627 congregantes.
Desde sus orígenes se preocupó, como queda dicho, de los sacerdotes sin recursos, pobres y harapientos, que pedían limosna como tantos otros mendigos. Apenas constituida buscó el modo de proporcionarles vestimentas dignas y algo de dinero para que pudieran ir subsistiendo sin mendigar ni robar. También desde aquel lejano 1619 se preocupó de los sacerdotes que, por haber cometido delitos civiles, acababan en prisión. Se enteraba de quiénes eran y de dónde estaban recluidos, e iba a visitarlos y asumía la defensa de sus causas y les proporcionada ayuda material y espiritual. Para ellos acabó consiguiendo que las autoridades civiles y eclesiásticas le permitieran crear y poner en funcionamiento la que dio en llamarse “Cárcel de la corona”, destinada recluir a esos sacerdotes condenados a penas de prisión, evitándoles dar con sus huesos, como ocurría hasta entonces, con el resto de los presos en la Cárcel de la Villa, mucho más mísera y peligrosa. De la segunda de estas cárceles, erigida en 1709, aún se conserva el edificio que estuvo en uso hasta 1838 en el número 14 de la Calle de la Cabeza. Y en nuestro archivo guardamos cuatro libros con las firmas de sacerdotes presos que atestiguan haber recibido la ayuda que en cada caso ellos mismos describen.
La Congregación, igualmente, se preocupó desde siempre de los sacerdotes que enfermaban y no tenían familiares o amigos que les atendieran ni dinero para cubrir los gastos que conllevaba el buscar remedio a sus dolencias. Para ellos al principio buscó acomodo en los hospitales públicos y privados que existían en el Madrid del siglo XVII y corría con los gastos de su alojamiento y cuidado. Pero años más tarde, en 1732, erigió y puso en uso su primer hospital, situado en la Calle de la Torrecilla del Leal, con entrada a la altura del actual número 9, que estuvo funcionando hasta 1902. Y cuando en las últimas décadas del siglo XIX Madrid comenzó a experimentar un nuevo y vertiginoso crecimiento, emprendió la aventura de dotarse de unas nuevas instalaciones, más amplias y mejor dotadas. Compró unos terrenos al final de la calle de San Bernardo, y en ellos alzó su segundo Hospital, con templo de grandes dimensiones. Fueron inaugurados y puestos en servicio en 1902. Pero les aguardaba un futuro inesperado.
Al inicio del levantamiento militar contra la República, el 20 julio de 1936, madrileños indignados con la situación, de la que en parte consideraban culpable a la Iglesia, prendieron fuego a las instalaciones, convirtiéndolas en ruinas. Pero no era el final. Concluida la contienda, el esfuerzo de los congregantes de entonces, con Vicente Mayor Gimeno dirigiéndolo todo, y la ayuda de muchas otras personas lograron rehacer y ampliar lo destruido, y lo pusieron de nuevo al servicio de los sacerdotes enfermos o ancianos y también, algo nuevo, de los transeúntes, inaugurando una nueva y muy distinta época de nuestra historia.
La Congregación, finalmente, incluso desde antes de su constitución formal, se preocupó de los sacerdotes que no tenían ni dónde caerse muertos ni quién pagara y celebrase en su honor unas exequias dignas. Para ello corrió al principio con los gastos de conseguirles en los cementerios de las parroquia de Madrid una sepultura que les librara de ir a parar a la fosa común, y con los de procurarles las exequias que el ritual litúrgico tenía dispuesto que se llevaran a cabo en favor de los sacerdotes difuntos. Pero a partir de 1669 tuvo su propio cementerio. El primero era una cripta en las dependencias que para la gestión de sus actividades construyó adosadas al ábside de la iglesia de San Pedro el Real, que todavía hoy, aunque ruinosas, se conservan, con el escudo de la Congregación en la portada. Luego habilitó otro dentro de la parcela que ocupaban el hospital y la capilla de la calle de la Torrecilla del Leal. Y finalmente, cuando las ordenanzas municipales prohibieron enterramientos dentro del casco urbano, construyó y todavía tiene y desde 1889 está en uso un panteón en el cementerio de la Almudena.
Las aportaciones de muchos sacerdotes miembros de la Congregación así como las de un muy nutrido número de personas que ha considerado un empleo digno de parte de sus dineros y de sus bienes donarlo a la Congregación, han hecho posible que ésta llevara a cabo sus obras. Y también hay que tener presentes y valorar a muchos hombres y mujeres, las Hermanas Mercedarias de la Caridad en este caso, que de modo generoso y abnegado han atendido a los sacerdotes necesitados en el día a día de su paso por nuestro hospital y nuestra residencia. Merece la pena recordar esta historia y darla a conocer y que se valore. Los que hoy somos congregantes queremos continuarla y buscamos el modo de seguir siendo en nuestro Madrid actual, como lo fueron nuestros predecesores en sus respectivos momentos históricos, auxilio de los sacerdotes en situación de desamparo.
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