Ecología humana e integral con el buen vivir en el III Aniversario de Laudato si'
Hemos estado celebrando los tres años de la publicación de la encíclica Laudato si' (LS), sobre el cuidado de la casa común, del Papa Francisco. En donde destaca el evento realizado recientemente en Roma con la participación de diversos grupos, comunidades eclesiales e indígenas para seguir profundizando sobre este bello e imprescindible documento de LS. Tal como estamos experimentado en Ecuador-América Latina con dichas comunidades, en LS se nos muestra una ecología humana e integral que manifiesta el auténtico buen vivir, como nos transmiten dichas comunidades. Es esa inter-relación recíproca y solidaria entre el ser humano, el ambiente y Dios mismo (LS 138-155) con una espiritualidad ecológica y ética del cuidado, que escucha el grito de los pobres de la tierra junto al clamor de la naturaleza.
LS nos presentan una ecología humana e integral que transmite una verdadera antropología y bioética global, por la que se visibilizan las inherentes fases y dimensiones que constituyen la vida de la persona. El hombre (varón y mujer) está conformado por esta ecología y naturaleza humana en su diversidad y complementariedad de aspectos bio-físicos, corporales, sociales, históricos, culturales, espirituales y trascendentes. Es una antropología del don que acoge el regalo de la vida humana (LS 91, 119-120), del cuerpo e identidad personal que, como seres humanos, es preciso respetar y cuidar en todas sus fases, desde el inicio con la fecundación, o dimensiones para realizarnos y desarrollarnos integralmente. “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (LS 117).
En otro histórico e imprescindible mensaje, esta vez en la XXIV Reunión General de la Academia Pontificia para la Vida, el Papa Francisco nos muestra esta “antropología global con una conversión a la centralidad actual de la ecología humana integral, es decir, de una comprensión armoniosa y completa de la condición humana”. Es “una visión integral de la persona, que trata de articular con creciente claridad todos los vínculos y las diferencias concretas en las que habita la condición humana universal y que nos involucran a partir de nuestro cuerpo. En efecto, nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (LS 155).
La diversidad, dualidad y complementariedad de la naturaleza humana que a nivel antropológico, físico, biológico, corporal y afectivo-sexual: se efectúa en la entrega y amor fiel de un hombre con una mujer; y que va conformando la institución básica del matrimonio con la familia abierta a la vida, a los hijos, a la solidaridad, al bien común y al compromiso por la justicia. Esta ecología humana que responde a la verdad de la persona, frente a toda ideología e individualismo relativista, hay que afirmarla en este don que nos hace la naturaleza de la persona con su condición humana, física, biológica, corporal, social y ambiental. Francisco nos enseña que “la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»…De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).
Toda esta naturaleza humana, social y ecológica se co-relaciona en la fecundidad de la vida con el amor, el cuidado y la justicia en la familia, con los pobres de la tierra y con esa casa común que es nuestro planeta tierra. Esta comunión de vida en el amor del varón con la mujer, con el matrimonio, la familia, la solidaridad y la justicia socio-ambiental: da lugar al buen vivir que presenta este equilibrio y armonía de la vida humana, del cosmos e historia. Romper toda esta cosmovisión antropológica, espiritual e indígena del buen vivir lleva a la colonización cultural e ideológica, a la destrucción del ecosistema humano, social y ambiental que niega la vida en sus diversas formas.
De esta forma, en el prólogo que hizo a un libro que recoge diversos textos de Benedicto XVI, Francisco afirma que “se vuelve a presentar la misma tentación del rechazo de cualquier dependencia del amor que no sea el amor del hombre por el propio ego, por ‘el yo y sus deseos’. Y, como consecuencia, el peligro de la ‘colonización’ de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza profunda según la cual el hombre existe como varón y hembra, a quienes ha sido asignada la tarea de la transmisión de la vida; esa ideología que llega a la producción planificada y racional de seres humanos y que –tal vez por algún fin considerado ‘bueno’– llega a considerar lógico y lícito cancelar lo que ya no se considera creado, donado, concebido y generado, sino hecho por nosotros mismos”.
Las diversas ciencias como la física, la biología, la medicina, las neurociencia y las ambientales están mostrando toda esta verdad de la naturaleza humana y ecológica. Tal como estamos viendo que nos enseña, asimismo, la fe e iglesia con los Papas como el querido Francisco en LS y en Amoris laetitia (AL 56, 285, 292, 307). Sin el respeto a dicha ecología humana, social y ambiental afloran los grandes y graves problemas que padecemos hoy en la humanidad con las agresiones a la vida del ser humano, a la familia e infancia, a los pobres y al hábitat planetario.
“En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»…Es la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados…” (LS 122-123). La vida y dignidad del ser humano, de los pobres y trabajadores, con sus derechos como es un salario justo, está por encima del capital y del mercado (LS 124-129). El destino universal de los bienes, con la equidad en la distribución de los recursos, tiene prioridad sobre la propiedad que posee siempre un inherente carácter social (LS 93-95). Es una vida de pobreza solidaria en comunión de vida, de bienes y de compromiso por la justicia con los pobres frente a los ídolos de la riqueza-ser rico y del tener que se imponen sobre el ser fraterno (LS 222-225).
La razón y el sentido común, como indicamos, nos llevan al convencimiento de que nada más bello, verdadero y bueno que acoger esta antropología y ecología humana e integral con el buen vivir. Así nos lo muestran, como ya apuntamos, todas estas comunidades indígenas e igualmente africanas y diversas espiritualidades como la judía, cristiana, católica y el islam. La antropología y ciencias, en sus diversas ramas, nos transmiten esta unidad psico-humana. Cada uno de los seres humanos, en todo el mundo, compartimos de forma universal estas características humanas y valores comunes, una cosmovisión antropológica y ecológica en la diversidad de culturas. Un mismo código antropológico y normatividad humana que, como nos muestra toda esta ecología integral y buen vivir, posibilita desarrollarnos y encontrarnos de forma inter-cultual, ética, ecuménica e inter-religiosa. En la búsqueda de la civilización del amor, de la globalización de la solidaridad y de la paz frente a todo guerra, violencia e injusticia.
LS nos presentan una ecología humana e integral que transmite una verdadera antropología y bioética global, por la que se visibilizan las inherentes fases y dimensiones que constituyen la vida de la persona. El hombre (varón y mujer) está conformado por esta ecología y naturaleza humana en su diversidad y complementariedad de aspectos bio-físicos, corporales, sociales, históricos, culturales, espirituales y trascendentes. Es una antropología del don que acoge el regalo de la vida humana (LS 91, 119-120), del cuerpo e identidad personal que, como seres humanos, es preciso respetar y cuidar en todas sus fases, desde el inicio con la fecundación, o dimensiones para realizarnos y desarrollarnos integralmente. “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (LS 117).
En otro histórico e imprescindible mensaje, esta vez en la XXIV Reunión General de la Academia Pontificia para la Vida, el Papa Francisco nos muestra esta “antropología global con una conversión a la centralidad actual de la ecología humana integral, es decir, de una comprensión armoniosa y completa de la condición humana”. Es “una visión integral de la persona, que trata de articular con creciente claridad todos los vínculos y las diferencias concretas en las que habita la condición humana universal y que nos involucran a partir de nuestro cuerpo. En efecto, nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (LS 155).
La diversidad, dualidad y complementariedad de la naturaleza humana que a nivel antropológico, físico, biológico, corporal y afectivo-sexual: se efectúa en la entrega y amor fiel de un hombre con una mujer; y que va conformando la institución básica del matrimonio con la familia abierta a la vida, a los hijos, a la solidaridad, al bien común y al compromiso por la justicia. Esta ecología humana que responde a la verdad de la persona, frente a toda ideología e individualismo relativista, hay que afirmarla en este don que nos hace la naturaleza de la persona con su condición humana, física, biológica, corporal, social y ambiental. Francisco nos enseña que “la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»…De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (LS 155).
Toda esta naturaleza humana, social y ecológica se co-relaciona en la fecundidad de la vida con el amor, el cuidado y la justicia en la familia, con los pobres de la tierra y con esa casa común que es nuestro planeta tierra. Esta comunión de vida en el amor del varón con la mujer, con el matrimonio, la familia, la solidaridad y la justicia socio-ambiental: da lugar al buen vivir que presenta este equilibrio y armonía de la vida humana, del cosmos e historia. Romper toda esta cosmovisión antropológica, espiritual e indígena del buen vivir lleva a la colonización cultural e ideológica, a la destrucción del ecosistema humano, social y ambiental que niega la vida en sus diversas formas.
De esta forma, en el prólogo que hizo a un libro que recoge diversos textos de Benedicto XVI, Francisco afirma que “se vuelve a presentar la misma tentación del rechazo de cualquier dependencia del amor que no sea el amor del hombre por el propio ego, por ‘el yo y sus deseos’. Y, como consecuencia, el peligro de la ‘colonización’ de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza profunda según la cual el hombre existe como varón y hembra, a quienes ha sido asignada la tarea de la transmisión de la vida; esa ideología que llega a la producción planificada y racional de seres humanos y que –tal vez por algún fin considerado ‘bueno’– llega a considerar lógico y lícito cancelar lo que ya no se considera creado, donado, concebido y generado, sino hecho por nosotros mismos”.
Las diversas ciencias como la física, la biología, la medicina, las neurociencia y las ambientales están mostrando toda esta verdad de la naturaleza humana y ecológica. Tal como estamos viendo que nos enseña, asimismo, la fe e iglesia con los Papas como el querido Francisco en LS y en Amoris laetitia (AL 56, 285, 292, 307). Sin el respeto a dicha ecología humana, social y ambiental afloran los grandes y graves problemas que padecemos hoy en la humanidad con las agresiones a la vida del ser humano, a la familia e infancia, a los pobres y al hábitat planetario.
“En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el doctrinal»…Es la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados…” (LS 122-123). La vida y dignidad del ser humano, de los pobres y trabajadores, con sus derechos como es un salario justo, está por encima del capital y del mercado (LS 124-129). El destino universal de los bienes, con la equidad en la distribución de los recursos, tiene prioridad sobre la propiedad que posee siempre un inherente carácter social (LS 93-95). Es una vida de pobreza solidaria en comunión de vida, de bienes y de compromiso por la justicia con los pobres frente a los ídolos de la riqueza-ser rico y del tener que se imponen sobre el ser fraterno (LS 222-225).
La razón y el sentido común, como indicamos, nos llevan al convencimiento de que nada más bello, verdadero y bueno que acoger esta antropología y ecología humana e integral con el buen vivir. Así nos lo muestran, como ya apuntamos, todas estas comunidades indígenas e igualmente africanas y diversas espiritualidades como la judía, cristiana, católica y el islam. La antropología y ciencias, en sus diversas ramas, nos transmiten esta unidad psico-humana. Cada uno de los seres humanos, en todo el mundo, compartimos de forma universal estas características humanas y valores comunes, una cosmovisión antropológica y ecológica en la diversidad de culturas. Un mismo código antropológico y normatividad humana que, como nos muestra toda esta ecología integral y buen vivir, posibilita desarrollarnos y encontrarnos de forma inter-cultual, ética, ecuménica e inter-religiosa. En la búsqueda de la civilización del amor, de la globalización de la solidaridad y de la paz frente a todo guerra, violencia e injusticia.