Fraternidad, unidad ecuménica e inter-religiosa en un mundo injusto
En este tiempo, se han sucedido varios acontecimientos de la fe que han tenido relevancia. Tales como la Semana por la Unidad de los Cristianos y el vídeo del Papa Francisco, sobre el dialogo y encuentro inter-religioso por la paz. Cada vez es más importante la formación y la conversión cristiana. Con una teología y educación en la fe cualificada, un sentir con el Evangelio e Iglesia. Y así evitar ideologizaciones, fundamentalismos e integrismos de todo tipo que deforman la fe, el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia. Siguiendo la tradición y enseñanza de la fe en el Evangelio e Iglesia, tal como nos enseña hoy la teología más valiosa, el Papa Francisco nos ha recordado y mostrado que todos los seres humanos somos hijos e hijas de Dios. La fe nos muestra como Dios Padre, en Cristo y su Espíritu, ha creado, salvado y vivificado a toda la humanidad de todos los tiempos. El Dios Padre en su Hijo Eterno, Jesús con su Vida y Pascua nos ha regalado a toda persona su Gracia, el Don del Espíritu, que nos libera de todo pecado, mal e injusticia.
Como nos enseña el Concilio Vaticano II, “Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra (Act 17,26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo” (GS 24). Todavía más, nos sigue enseñando el Concilio, “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre… lo ha asociado a su misterio pascual que configurados con la muerte de Cristo llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección. Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible.Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22).
Como nos muestra igualmente, tanto Juan Pablo II (Catequesis sobre Dios Padre, 11-10-1985) como Benedicto XVI (Fiesta del Bautismo del Señor, 8-01-12) que nos enseña que “con respecto a Dios todos somos hijos. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios. Todos somos hijos. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios”. Todo lo anterior, por supuesto, no minusvalora en absoluto que desde la fe en Cristo, nuestro Dios y Salvador con su iglesia, en el bautismo la gracia y su salvación liberadora que nos hace hijo de Dios: se expresa y visibiliza de forma más plena e intensa; la filiación Divina, el ser hijos de Dios por el Bautismo, en la fe de la iglesia, se explicita e intensifica aun con más plenitud.
Por lo que la Iglesia y la vocación bautismal de todo cristiano, llamados a la santidad por el bautismo- que nos consagra en profeta, sacerdotes y reyes-, está al servicio del anuncio, la celebración y testimonio de esta filiación divina que nos hace hijos y, por tanto, hermanos a toda la humanidad. Como nos sigue enseñando el Vaticano II (LG 1), como sacramento de comunión y de salvación, la iglesia está llamada a la misión evangelizadora. Por la cual expresa y visibiliza de forma más explícita, plena e intensa este ser hijos de Dios que, en la gracia salvadora y fraterna, todo ser humano ya es y, aun, está llamado a desarrollar. En esta misión evangelizadora, como nos enseña el Papa Juan Pablo II (UUS), el ecumenismo es una dimensión constitutiva. Ya que siguiendo la enseñanza del Señor Jesús, que todos seamos uno para que el mundo crea (Jn 17, 21), “la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica… La iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye”.
Como nos sigue enseñando la Iglesia y el Papa, las otras religiones e Iglesias nos “muestran elementos de santificación y de verdad presente de diversas formas”. Particularmente, en el ecumenismo, la unidad de las iglesias no es que solo sea una meta futura, fruto de un largo y arduo trabajo por parte de todas las mismas, que no debe cesar nunca. Esta unidad y ecumenismo, en Cristo y su bautismo, ya se ha dado y se está realizando, ya es una realidad, “tiene una base objetiva de la comunión existente, aunque imperfecta, entre las iglesias”. Tal como continua enseñando todo ello Juan Pablo II en la UUS, en donde nos muestra el Papa que “la fraternidad es universal y se ha convertido en una firme convicción ecuménica…La solidaridad, la paz y la justicia son elementos constitutivos de la misión cristiana”.
Pues bien, nos enseñan los estudios sociales, como los últimos publicados por Oxfam Intermón- por ejemplo su más reciente informe titulado "Una economía al servicio del 1 %"-, que actualmente el 1% acumula más riqueza que el resto de la población mundial. Hasta hace muy poco 85 ricos y acaudalados acaparaban la misma riqueza que compartían 3500 millones de personas, las más vulnerables. Hoy ya son solo 62 enriquecidos, y su riqueza se compara con el de 100 millones de personas más. El 50 % de la riqueza creada desde 2010 fueron a unos pocos enriquecidos, las del 1 %. A la inversa, el 50 % de la población más pobre, esos 3600 millones, apenas disfrutaron del 1 % de la riqueza creada estos últimos 5 años. Siguen en la pobreza. Como nos enseñan las Ciencias Sociales y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), por ejemplo el Papa Francisco, es “una economía que mata” de hambre, miseria y pobreza a miles de personas al día, entre ellos a miles de niños. Es “una auténtica dictadura económica, de la idolatría del mercado y de la riqueza”. Lo que crea, cada vez más, desigualdad e injusticia: en forma de un masivo y creciente empobrecimiento, hambrunas y exclusión social; paro y explotación laboral con un trabajo basura e indecente; guerras y destrucción ecológica.
Frente a toda esta realidad, las religiones e Iglesias deben anunciar y testimoniar al Dios de la vida, del amor y de la justicia con los pobres. El Dios Padre que, como creemos los cristianos que se nos ha revelado en el Evangelio de Jesús, nos llama a defender la dignidad, los derechos y la vida de todo ser humano que es hijo de Dios y nuestro hermano. Como nos enseña la iglesia (GS, EN, RM, EG), este testimonio de amor solidario, de paz y lucha por la justicia con los pobres de la tierra: es el primer medio y camino principal para la misión evangelizadora; para está misión existe la iglesia y está a su servicio. Las iglesias sirven al Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, que es el proyecto de Jesús. Jesús y el Don del Reino nos salva y libera de todo pecado mal e injusticia, de los ídolos del poder y la riqueza, del ser rico, que causan toda clase de opresión y violencia. Y junto a las otra religiones y personas de buena voluntad, que poseen ética con todos estos valores- donde está también presente el Espíritu y su gracia del amor liberador-, cada cristiano e iglesia debe comprometerse por la justicia contra toda esta desigualdad e injusticia.
Como nos enseña el Concilio Vaticano II, “Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para poblar toda la haz de la tierra (Act 17,26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo” (GS 24). Todavía más, nos sigue enseñando el Concilio, “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre… lo ha asociado a su misterio pascual que configurados con la muerte de Cristo llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección. Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible.Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22).
Como nos muestra igualmente, tanto Juan Pablo II (Catequesis sobre Dios Padre, 11-10-1985) como Benedicto XVI (Fiesta del Bautismo del Señor, 8-01-12) que nos enseña que “con respecto a Dios todos somos hijos. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios. Todos somos hijos. Dios está en el origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de nosotros es querido, es amado por Dios”. Todo lo anterior, por supuesto, no minusvalora en absoluto que desde la fe en Cristo, nuestro Dios y Salvador con su iglesia, en el bautismo la gracia y su salvación liberadora que nos hace hijo de Dios: se expresa y visibiliza de forma más plena e intensa; la filiación Divina, el ser hijos de Dios por el Bautismo, en la fe de la iglesia, se explicita e intensifica aun con más plenitud.
Por lo que la Iglesia y la vocación bautismal de todo cristiano, llamados a la santidad por el bautismo- que nos consagra en profeta, sacerdotes y reyes-, está al servicio del anuncio, la celebración y testimonio de esta filiación divina que nos hace hijos y, por tanto, hermanos a toda la humanidad. Como nos sigue enseñando el Vaticano II (LG 1), como sacramento de comunión y de salvación, la iglesia está llamada a la misión evangelizadora. Por la cual expresa y visibiliza de forma más explícita, plena e intensa este ser hijos de Dios que, en la gracia salvadora y fraterna, todo ser humano ya es y, aun, está llamado a desarrollar. En esta misión evangelizadora, como nos enseña el Papa Juan Pablo II (UUS), el ecumenismo es una dimensión constitutiva. Ya que siguiendo la enseñanza del Señor Jesús, que todos seamos uno para que el mundo crea (Jn 17, 21), “la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica… La iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye”.
Como nos sigue enseñando la Iglesia y el Papa, las otras religiones e Iglesias nos “muestran elementos de santificación y de verdad presente de diversas formas”. Particularmente, en el ecumenismo, la unidad de las iglesias no es que solo sea una meta futura, fruto de un largo y arduo trabajo por parte de todas las mismas, que no debe cesar nunca. Esta unidad y ecumenismo, en Cristo y su bautismo, ya se ha dado y se está realizando, ya es una realidad, “tiene una base objetiva de la comunión existente, aunque imperfecta, entre las iglesias”. Tal como continua enseñando todo ello Juan Pablo II en la UUS, en donde nos muestra el Papa que “la fraternidad es universal y se ha convertido en una firme convicción ecuménica…La solidaridad, la paz y la justicia son elementos constitutivos de la misión cristiana”.
Pues bien, nos enseñan los estudios sociales, como los últimos publicados por Oxfam Intermón- por ejemplo su más reciente informe titulado "Una economía al servicio del 1 %"-, que actualmente el 1% acumula más riqueza que el resto de la población mundial. Hasta hace muy poco 85 ricos y acaudalados acaparaban la misma riqueza que compartían 3500 millones de personas, las más vulnerables. Hoy ya son solo 62 enriquecidos, y su riqueza se compara con el de 100 millones de personas más. El 50 % de la riqueza creada desde 2010 fueron a unos pocos enriquecidos, las del 1 %. A la inversa, el 50 % de la población más pobre, esos 3600 millones, apenas disfrutaron del 1 % de la riqueza creada estos últimos 5 años. Siguen en la pobreza. Como nos enseñan las Ciencias Sociales y la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), por ejemplo el Papa Francisco, es “una economía que mata” de hambre, miseria y pobreza a miles de personas al día, entre ellos a miles de niños. Es “una auténtica dictadura económica, de la idolatría del mercado y de la riqueza”. Lo que crea, cada vez más, desigualdad e injusticia: en forma de un masivo y creciente empobrecimiento, hambrunas y exclusión social; paro y explotación laboral con un trabajo basura e indecente; guerras y destrucción ecológica.
Frente a toda esta realidad, las religiones e Iglesias deben anunciar y testimoniar al Dios de la vida, del amor y de la justicia con los pobres. El Dios Padre que, como creemos los cristianos que se nos ha revelado en el Evangelio de Jesús, nos llama a defender la dignidad, los derechos y la vida de todo ser humano que es hijo de Dios y nuestro hermano. Como nos enseña la iglesia (GS, EN, RM, EG), este testimonio de amor solidario, de paz y lucha por la justicia con los pobres de la tierra: es el primer medio y camino principal para la misión evangelizadora; para está misión existe la iglesia y está a su servicio. Las iglesias sirven al Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, que es el proyecto de Jesús. Jesús y el Don del Reino nos salva y libera de todo pecado mal e injusticia, de los ídolos del poder y la riqueza, del ser rico, que causan toda clase de opresión y violencia. Y junto a las otra religiones y personas de buena voluntad, que poseen ética con todos estos valores- donde está también presente el Espíritu y su gracia del amor liberador-, cada cristiano e iglesia debe comprometerse por la justicia contra toda esta desigualdad e injusticia.