Misión, formación y testimonio
Por el tan significativo día del DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones), seguimos tratando de transmitir nuestra experiencia misionera, que ya se acerca a los 4 años en América Latina. En todo este tiempo, como misionero laico, hemos pretendido servir a la fe, a la cultura y a la justicia con los pobres de la tierra. Tal como nos enseña esa fe e iglesia, es la misión desde el seguimiento de Jesús en el Espíritu, al servicio del Reino de Dios y su justicia. El Reino de vida, de paz y de amor fraterno en solidaridad con los pobres, que nos va salvando liberadoramente del pecado del egoísmo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia.
En la misión, se hace cada vez más necesario y urgente este anunció del Evangelio (Buena Noticia) del Reino, que nos trae la salvación y liberación integral con los pobres como sujetos de esta actividad misionera y promoción liberadora; con procesos de formación sólida, madura y militante. La madurez y protagonismo del pueblo de Dios, con un laicado que viva una militancia católica seria y adulta, supone esta misión y formación integral. Posibilitando el conocimiento y la experiencia de la Palabra de Dios con la Sagrada Escritura, la Tradición y Magisterio de la iglesia.
En particular, para un vital apostolado seglar, los diversos carismas y ministerios, como los ordenados al servicio del pueblo de Dios, han de impulsar la vocación y formación en la misión e identidad más específica del laico que es la caridad política. Esto es, si lo propio del ministerio ordenado es la caridad pastoral y lo singular de la vida religiosa es la vivencia del carisma particular con los votos o promesas, el laicado adquiere su vocación característica en la caridad política con la transformación del mundo. Es decir, mediante la caridad política, el laico está llamado a gestionar y renovar más directa e inmediatamente la realidad social e histórica. En la búsqueda de la civilización del amor, del bien común más universal y la justicia con los pobres de la tierra.
Se efectúa así esa vocación y responsabilidad bautismal, que nos consagra como: profetas en el anuncio del Reino y la denuncia profética de todo lo que vaya contra de esos valores del Reino como la vida, dignidad y justicia con los pobres; sacerdotes en la celebración del Reino con sus símbolos reales, los sacramentos como es la eucaristía, que nos lleva a la entrega existencial para la consagración del mundo al Plan de Dios; reyes en el servicio de la caridad, del amor y la justicia con los pobres en la gestión y transformación de las realidades humanas e históricas, para que se vayan ajustando el Reino.
Y todo ello en la comunión de fe y con nuestra madre la iglesia, maestra y experta en humanidad, con la espiritualidad y misión comunitaria. En comunidades espirituales, misioneras y militantes con la santidad y comunión eclesial de vida, de bienes y de acción en la lucha por la justicia con los pobres, como iglesia pobre con los pobres. En oposición a las idolatrías de la codicia, del tener y de la posesión, de la dominación y de la fuerza. Comunidades e iglesias que, desde la Gracia de Dios, asumen toda esta conversión misionera y pastoral como iglesia en salida hacia las periferias. Esos márgenes y reverso de la historia, que produce la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia.
En toda esta actividad misionera y formativa, al servicio de la fe desde el Evangelio del Reino, es indispensable la formación moral, social y ética-política; con el conocimiento de la doctrina social de la iglesia (DSI) que es parte esencial de la misión evangelizadora y, en esta línea, nos comunica una antropología solidaria e integral. La enseñanza moral y social de la fe e iglesia es guía de todo el pueblo de Dios, con el laicado, para ejercer la diakonía. Ese servicio del amor-caridad, la paz y la justicia con los pobres como protagonistas del bien común, del desarrollo humano y la ecología integral. Más allá de una sola teoría, la DSI es motivación y sentido para el testimonio, el compromiso y la militancia en las virtudes espirituales, morales y sociales. Tales como el amor, de la caridad socio-política y la justicia con los pobres que promueve la solidaridad, la equidad y el bien común más universal.
Este testimonio coherente y creíble del amor, que con la promoción de la justicia con los pobres defiende toda vida y dignidad del ser humano, es el primer y principal camino de la misión. Así nos enseña todo ello el Concilio Vaticano II (GS 21), San Pablo VI (EN 21, 41) y San Juan Pablo II (RM 42-43) que nos transmiten este camino más significativo de la misión, que da credibilidad al anuncio con dicho testimonio coherente de vida. De ahí que son elementos constitutivos de la misión todo este compromiso por la justicia, el desarrollo humano, la liberación integral, los derechos humanos, la transformación de las relaciones y estructuras sociales perversas e injustas.
La moral y DSI como la enseñan los Papas, con su puesta en práctica en la lucha por la justicia, comunican una bioética global y ecología integral coherente. En la defensa de la vida y dignidad de cada persona en todas sus fases, desde el momento de la concepción, dimensiones y aspectos. Defiende la vida del embrión humano, del niño por nacer y del adulto o mayor, la justicia con los pobres frente a toda desigualdad e injusticia. La paz en contra del mal de las guerras y de las armas, el desarrollo sostenible en oposición a la destrucción ambiental.
Promueve los principios del destino universal de los bienes, con la justa distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. El trabajo, con la dignidad del trabajador y sus derechos como es el salario justo, que está antes que el capital. La socialización de los medios de producción, en una economía social y cooperativa, con una empresa ética como comunidad humana que se antepone a la privatización economicista. El desarrollo solidario e integral con la justicia y equidad con los pobres como camino para la paz que, en esta línea, impulsa el desarme mundial y, de esta forma, que su inversión económica se destine a erradicar la pobreza y el subdesarrollo.
La misión y la fe asimismo se incultura, con la práctica la interculturalidad y el diálogo inter-religioso, en el encuentro fraterno con las otras culturas y religiones que acoge todo lo bello, bueno y verdadero que nos transmite esta diversidad cultural. Por ejemplo, todo lo valioso y hermoso que nos comunican las culturas andinas e indígenas. Y promociona la alegría y belleza de la familia, en el amor fiel del hombre con la mujer abierto a la vida con los hijos, la solidaridad y el servicio al bien común. Una familia misionera, solidaria y militante en la lucha por la justicia con los pobres frente a la familia burguesa e individualista.
Para terminar, damos a gracias a Dios y a todos los misioneros que entregan su vida al servicio de los otros en este testimonio de amor fraterno, solidaridad y justicia con los pobres. La iglesia con su infinidad de misioneros y militantes, como nos muestran los datos o hechos, sigue siendo pulmón espiritual, moral y solidario que tanto bien hace a la humanidad y al mundo.
En la misión, se hace cada vez más necesario y urgente este anunció del Evangelio (Buena Noticia) del Reino, que nos trae la salvación y liberación integral con los pobres como sujetos de esta actividad misionera y promoción liberadora; con procesos de formación sólida, madura y militante. La madurez y protagonismo del pueblo de Dios, con un laicado que viva una militancia católica seria y adulta, supone esta misión y formación integral. Posibilitando el conocimiento y la experiencia de la Palabra de Dios con la Sagrada Escritura, la Tradición y Magisterio de la iglesia.
En particular, para un vital apostolado seglar, los diversos carismas y ministerios, como los ordenados al servicio del pueblo de Dios, han de impulsar la vocación y formación en la misión e identidad más específica del laico que es la caridad política. Esto es, si lo propio del ministerio ordenado es la caridad pastoral y lo singular de la vida religiosa es la vivencia del carisma particular con los votos o promesas, el laicado adquiere su vocación característica en la caridad política con la transformación del mundo. Es decir, mediante la caridad política, el laico está llamado a gestionar y renovar más directa e inmediatamente la realidad social e histórica. En la búsqueda de la civilización del amor, del bien común más universal y la justicia con los pobres de la tierra.
Se efectúa así esa vocación y responsabilidad bautismal, que nos consagra como: profetas en el anuncio del Reino y la denuncia profética de todo lo que vaya contra de esos valores del Reino como la vida, dignidad y justicia con los pobres; sacerdotes en la celebración del Reino con sus símbolos reales, los sacramentos como es la eucaristía, que nos lleva a la entrega existencial para la consagración del mundo al Plan de Dios; reyes en el servicio de la caridad, del amor y la justicia con los pobres en la gestión y transformación de las realidades humanas e históricas, para que se vayan ajustando el Reino.
Y todo ello en la comunión de fe y con nuestra madre la iglesia, maestra y experta en humanidad, con la espiritualidad y misión comunitaria. En comunidades espirituales, misioneras y militantes con la santidad y comunión eclesial de vida, de bienes y de acción en la lucha por la justicia con los pobres, como iglesia pobre con los pobres. En oposición a las idolatrías de la codicia, del tener y de la posesión, de la dominación y de la fuerza. Comunidades e iglesias que, desde la Gracia de Dios, asumen toda esta conversión misionera y pastoral como iglesia en salida hacia las periferias. Esos márgenes y reverso de la historia, que produce la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia.
En toda esta actividad misionera y formativa, al servicio de la fe desde el Evangelio del Reino, es indispensable la formación moral, social y ética-política; con el conocimiento de la doctrina social de la iglesia (DSI) que es parte esencial de la misión evangelizadora y, en esta línea, nos comunica una antropología solidaria e integral. La enseñanza moral y social de la fe e iglesia es guía de todo el pueblo de Dios, con el laicado, para ejercer la diakonía. Ese servicio del amor-caridad, la paz y la justicia con los pobres como protagonistas del bien común, del desarrollo humano y la ecología integral. Más allá de una sola teoría, la DSI es motivación y sentido para el testimonio, el compromiso y la militancia en las virtudes espirituales, morales y sociales. Tales como el amor, de la caridad socio-política y la justicia con los pobres que promueve la solidaridad, la equidad y el bien común más universal.
Este testimonio coherente y creíble del amor, que con la promoción de la justicia con los pobres defiende toda vida y dignidad del ser humano, es el primer y principal camino de la misión. Así nos enseña todo ello el Concilio Vaticano II (GS 21), San Pablo VI (EN 21, 41) y San Juan Pablo II (RM 42-43) que nos transmiten este camino más significativo de la misión, que da credibilidad al anuncio con dicho testimonio coherente de vida. De ahí que son elementos constitutivos de la misión todo este compromiso por la justicia, el desarrollo humano, la liberación integral, los derechos humanos, la transformación de las relaciones y estructuras sociales perversas e injustas.
La moral y DSI como la enseñan los Papas, con su puesta en práctica en la lucha por la justicia, comunican una bioética global y ecología integral coherente. En la defensa de la vida y dignidad de cada persona en todas sus fases, desde el momento de la concepción, dimensiones y aspectos. Defiende la vida del embrión humano, del niño por nacer y del adulto o mayor, la justicia con los pobres frente a toda desigualdad e injusticia. La paz en contra del mal de las guerras y de las armas, el desarrollo sostenible en oposición a la destrucción ambiental.
Promueve los principios del destino universal de los bienes, con la justa distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. El trabajo, con la dignidad del trabajador y sus derechos como es el salario justo, que está antes que el capital. La socialización de los medios de producción, en una economía social y cooperativa, con una empresa ética como comunidad humana que se antepone a la privatización economicista. El desarrollo solidario e integral con la justicia y equidad con los pobres como camino para la paz que, en esta línea, impulsa el desarme mundial y, de esta forma, que su inversión económica se destine a erradicar la pobreza y el subdesarrollo.
La misión y la fe asimismo se incultura, con la práctica la interculturalidad y el diálogo inter-religioso, en el encuentro fraterno con las otras culturas y religiones que acoge todo lo bello, bueno y verdadero que nos transmite esta diversidad cultural. Por ejemplo, todo lo valioso y hermoso que nos comunican las culturas andinas e indígenas. Y promociona la alegría y belleza de la familia, en el amor fiel del hombre con la mujer abierto a la vida con los hijos, la solidaridad y el servicio al bien común. Una familia misionera, solidaria y militante en la lucha por la justicia con los pobres frente a la familia burguesa e individualista.
Para terminar, damos a gracias a Dios y a todos los misioneros que entregan su vida al servicio de los otros en este testimonio de amor fraterno, solidaridad y justicia con los pobres. La iglesia con su infinidad de misioneros y militantes, como nos muestran los datos o hechos, sigue siendo pulmón espiritual, moral y solidario que tanto bien hace a la humanidad y al mundo.