San Pablo VI, testimonio de la fe, misión y ética
El Concilio Vaticano II nos mostró que la iglesia siempre se encuentra en estado de reforma. En el sentido que constantemente se tiene que estar actualizando y renovando, conforme a la fidelidad del Evangelio de Jesús que se encarna en los signos de los tiempos e historia. Eso mismo pretendió el Concilio que inició San Juan XXIII y llevó a buen puerto San Pablo VI, ese “aggiornamento” que se pone en sintonía con las llamadas y presencia de Dios por su Espíritu en el mundo, actuante en la realidad histórica. Debemos seguir conociendo, valorando y poniendo en práctica el acontecimiento conciliar con el legado de estos dos Papas Santos. En esta línea, creemos que no se conoce y valora como es debido a Pablo VI, que pronto será canonizado junto a otro testigo de la santidad como es Mons. Romero. Gracias a Dios, con motivo de esta canonización, se está profundizando en su figura y ministerio con diversas actividades, publicaciones, etc.
En el camino que abrió el Vaticano II, San Pablo VI nos legó todo un pozo de sabiduría y santidad con la misión evangelizadora que desarrolló, con su magisterio y testimonio de caridad. Tal como nos está recordando Francisco, San Pablo VI fue a la entraña de la fe con la espiritualidad samaritana, que marcó el Concilio. Tal como se nos revela en el Dios de la misericordia, acogiendo y asumiendo el sufrimiento, mal e injusticia que padecemos para darnos su salvación y liberación integral de todo este dolor, maldad y pecado. Así se nos ha manifestado en Jesús, el Dios encarnado en la historia salvífica, y su Evangelio (Buena Noticia) del Reino de Dios con su amor, fraternidad solidaria y justicia liberadora con los pobres de la tierra.
Sólo el Reino de Dios y su justicia es absoluto, nos muestra San Pablo VI en "Evangelii nuntiandi" (EN 8-9), y todo lo demás hace referencia a este Reino al que la iglesia, como quiso Jesús, deber servir en su misión evangelizadora (EN 14-15). La iglesia nace y existe para la evangelización con el anuncio, celebración y servicio del Reino de Dios que nos trae esta salvación liberadora de todo mal e injusticia. Desde la Gracia de Dios, como principal camino para realizar la misión (EN 21,41), la iglesia debe dar testimonio de este Reino de amor con la pobreza fraterna en la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres como, asimismo, enfatiza el Papa en "Ecclesiam Suam" (ES 21-22). Frente al pecado del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. La misión transmite la fe que ha de dialogar y encontrarse con la cultura, para que las creencias, los valores, las relaciones y modelos de vida sean inspirados y transformados por el Evangelio del Reino. Es la conversión de la humanidad nueva y la transformación del mundo, según el Plan de Dios (EN 18-20).
Pablo VI nos muestra así una fe e iglesia que con la misión se incultura (EN 20). Dialogando y asumiendo todo lo bello, verdadero y bueno de los otros (ES 30-31), de las culturas, de las ciencias, conocimientos y verdaderas acciones liberadoras del ser humano que son enraizadas y culminadas en el Evangelio del Reino. La salvación y misión evangelizadora tienen como clave esta antropología integral, que libera al ser humano en cuerpo y alma, que lleva la redención del Evangelio de Jesús a la creación con el amor y la justicia a instaurar, frente a todo mal e injusticia (EN 30-31). La misión del Evangelio del Reino nos trae todo este desarrollo y liberación integral del ser humano, que ya se va realizando en el mundo e historia y es trascendente, escatológico con la vida plena y eterna, con la comunión de Dios en todo.
De esta forma, San Pablo VI hace frente a las ideologías e ideologizaciones de la fe y de la moral. Como es ese fundamentalismo e integrismo, que no valora lo bueno o verdadero de los otros, y ese relativismo individualista que rechaza los principios y valores firmes e irrenunciables, no negociables. Él nos muestra esa búsqueda apasionada por la verdad a la que hemos de ser dóciles, fieles, coherentes y valientes para dar testimonio de esa honradez con lo real, ser testigos de la verdad real. San Pablo VI (HV) nos transmite pues esta verdad del amor fiel, entregado y fecundo del hombre con la mujer que conforma la vida, el matrimonio y la familia con los hijos que sirven al bien común y a la justicia (PP 36).
La enseñanza moral y social de Pablo VI, por ejemplo "Populorum progressio"(PP) u "Octogesima adveniens" (OA) es magistral, profunda y transformadora. Ya que nos comunica de forma pionera todo este desarrollo integral (PP 15) al servicio de todas las necesidades (dimensiones) del ser humano (PP 21), y solidario que incluye a toda la humanidad con relaciones de paz y justicia. San Pablo VI ejerce una crítica ética-profética a todas estas ideologías, que anteponen las idolatrías del dinero y del poder al desarrollo humano y liberador de las personas (PP 19-20). La doctrina social de San Pablo VI hace una crítica profunda al materialismo economicista y al capitalismo, yendo a la raíz antropológica perversa de estas ideologías y del sistema capitalista: el liberalismo económico (PP 26, 58). El cual separa el mercado y la economía de la ética, ya que falsea la libertad con su individualismo posesivo que niega los valores morales como el bien común, la solidaridad y la justicia social que han de orientar a los sistemas económicos y políticos.
La economía y el mercado con el comercio o las finanzas, para un progreso auténtico, deben regularse por la ética con estos valores como la equidad. Siguiendo a la tradición con los Padres y Santos de la Iglesia, como ya había hecho el Vaticano II, San Pablo VI muestra la prioridad del destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, sobre la propiedad. La riqueza-ser rico niega la justicia y el amor ya que todo lo que poseemos de más, lo superfluo que por definición es ser rico, se lo debemos a los pobres (PP 49). En este principio del uso común de los bienes, que Dios ha creado y destinado para toda la humanidad. Pablo VI no recuerda y transmite la “firmeza de los Padres de la Iglesia, para precisar cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad. «No es parte de tus bienes — dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos»” (PP 23).
De ahí la legitimidad moral de las expropiaciones (PP 24), para este reparto justo de los bienes y de la propiedad, cuando no se cumple con su inherente destino común y finalidad social. Acabando asimismo con toda especulación económica, financiera y comercial. Los gobiernos y pueblos han de velar por este respeto a la justicia social, y que los bienes sean universalmente comunes. Pablo VI afirma igual y claramente la dignidad del trabajo , los derechos del trabajador con una empresa ética (PP 27-28, OA 14), que está antes que el capital, el beneficio, la ganancia y la productividad. Este desarrollo humano e integral con la justicia social y la liberación global de todo mal, desigualdad e injusticia: es el camino de la paz que previene los conflictos, las guerras y todo tipo de violencias (PP 76).
Tal como se observa, frente a las ideologías dominantes como la liberal, capitalista y comunista colectivista (colectivismo), Pablo VI enseña que se ha de anteponer siempre la fe y la ética (OA 26); con los valores como el bien común, la libertad y la justicia, la igualdad y la participación democrática, la paz y el desarrollo integral. Para lograr todo este desarrollo humano e integral con la paz y la justicia, que haga frente a todas estas cuestiones sociales que hoy tienen un alcance planetario (PP 9), necesariamente hace falta una auténtica autoridad mundial (PP 78). Unos organismos internacionales que controlen y regulen las relaciones sociales, económicas y políticas con leyes o todo tipo de medidas solidarias, justas y fraternas. Por todo este legado y servicio al pueblo de Dios, sean dadas las gracias a Dios y al querido San Pablo VI.
En el camino que abrió el Vaticano II, San Pablo VI nos legó todo un pozo de sabiduría y santidad con la misión evangelizadora que desarrolló, con su magisterio y testimonio de caridad. Tal como nos está recordando Francisco, San Pablo VI fue a la entraña de la fe con la espiritualidad samaritana, que marcó el Concilio. Tal como se nos revela en el Dios de la misericordia, acogiendo y asumiendo el sufrimiento, mal e injusticia que padecemos para darnos su salvación y liberación integral de todo este dolor, maldad y pecado. Así se nos ha manifestado en Jesús, el Dios encarnado en la historia salvífica, y su Evangelio (Buena Noticia) del Reino de Dios con su amor, fraternidad solidaria y justicia liberadora con los pobres de la tierra.
Sólo el Reino de Dios y su justicia es absoluto, nos muestra San Pablo VI en "Evangelii nuntiandi" (EN 8-9), y todo lo demás hace referencia a este Reino al que la iglesia, como quiso Jesús, deber servir en su misión evangelizadora (EN 14-15). La iglesia nace y existe para la evangelización con el anuncio, celebración y servicio del Reino de Dios que nos trae esta salvación liberadora de todo mal e injusticia. Desde la Gracia de Dios, como principal camino para realizar la misión (EN 21,41), la iglesia debe dar testimonio de este Reino de amor con la pobreza fraterna en la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres como, asimismo, enfatiza el Papa en "Ecclesiam Suam" (ES 21-22). Frente al pecado del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. La misión transmite la fe que ha de dialogar y encontrarse con la cultura, para que las creencias, los valores, las relaciones y modelos de vida sean inspirados y transformados por el Evangelio del Reino. Es la conversión de la humanidad nueva y la transformación del mundo, según el Plan de Dios (EN 18-20).
Pablo VI nos muestra así una fe e iglesia que con la misión se incultura (EN 20). Dialogando y asumiendo todo lo bello, verdadero y bueno de los otros (ES 30-31), de las culturas, de las ciencias, conocimientos y verdaderas acciones liberadoras del ser humano que son enraizadas y culminadas en el Evangelio del Reino. La salvación y misión evangelizadora tienen como clave esta antropología integral, que libera al ser humano en cuerpo y alma, que lleva la redención del Evangelio de Jesús a la creación con el amor y la justicia a instaurar, frente a todo mal e injusticia (EN 30-31). La misión del Evangelio del Reino nos trae todo este desarrollo y liberación integral del ser humano, que ya se va realizando en el mundo e historia y es trascendente, escatológico con la vida plena y eterna, con la comunión de Dios en todo.
De esta forma, San Pablo VI hace frente a las ideologías e ideologizaciones de la fe y de la moral. Como es ese fundamentalismo e integrismo, que no valora lo bueno o verdadero de los otros, y ese relativismo individualista que rechaza los principios y valores firmes e irrenunciables, no negociables. Él nos muestra esa búsqueda apasionada por la verdad a la que hemos de ser dóciles, fieles, coherentes y valientes para dar testimonio de esa honradez con lo real, ser testigos de la verdad real. San Pablo VI (HV) nos transmite pues esta verdad del amor fiel, entregado y fecundo del hombre con la mujer que conforma la vida, el matrimonio y la familia con los hijos que sirven al bien común y a la justicia (PP 36).
La enseñanza moral y social de Pablo VI, por ejemplo "Populorum progressio"(PP) u "Octogesima adveniens" (OA) es magistral, profunda y transformadora. Ya que nos comunica de forma pionera todo este desarrollo integral (PP 15) al servicio de todas las necesidades (dimensiones) del ser humano (PP 21), y solidario que incluye a toda la humanidad con relaciones de paz y justicia. San Pablo VI ejerce una crítica ética-profética a todas estas ideologías, que anteponen las idolatrías del dinero y del poder al desarrollo humano y liberador de las personas (PP 19-20). La doctrina social de San Pablo VI hace una crítica profunda al materialismo economicista y al capitalismo, yendo a la raíz antropológica perversa de estas ideologías y del sistema capitalista: el liberalismo económico (PP 26, 58). El cual separa el mercado y la economía de la ética, ya que falsea la libertad con su individualismo posesivo que niega los valores morales como el bien común, la solidaridad y la justicia social que han de orientar a los sistemas económicos y políticos.
La economía y el mercado con el comercio o las finanzas, para un progreso auténtico, deben regularse por la ética con estos valores como la equidad. Siguiendo a la tradición con los Padres y Santos de la Iglesia, como ya había hecho el Vaticano II, San Pablo VI muestra la prioridad del destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, sobre la propiedad. La riqueza-ser rico niega la justicia y el amor ya que todo lo que poseemos de más, lo superfluo que por definición es ser rico, se lo debemos a los pobres (PP 49). En este principio del uso común de los bienes, que Dios ha creado y destinado para toda la humanidad. Pablo VI no recuerda y transmite la “firmeza de los Padres de la Iglesia, para precisar cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad. «No es parte de tus bienes — dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos»” (PP 23).
De ahí la legitimidad moral de las expropiaciones (PP 24), para este reparto justo de los bienes y de la propiedad, cuando no se cumple con su inherente destino común y finalidad social. Acabando asimismo con toda especulación económica, financiera y comercial. Los gobiernos y pueblos han de velar por este respeto a la justicia social, y que los bienes sean universalmente comunes. Pablo VI afirma igual y claramente la dignidad del trabajo , los derechos del trabajador con una empresa ética (PP 27-28, OA 14), que está antes que el capital, el beneficio, la ganancia y la productividad. Este desarrollo humano e integral con la justicia social y la liberación global de todo mal, desigualdad e injusticia: es el camino de la paz que previene los conflictos, las guerras y todo tipo de violencias (PP 76).
Tal como se observa, frente a las ideologías dominantes como la liberal, capitalista y comunista colectivista (colectivismo), Pablo VI enseña que se ha de anteponer siempre la fe y la ética (OA 26); con los valores como el bien común, la libertad y la justicia, la igualdad y la participación democrática, la paz y el desarrollo integral. Para lograr todo este desarrollo humano e integral con la paz y la justicia, que haga frente a todas estas cuestiones sociales que hoy tienen un alcance planetario (PP 9), necesariamente hace falta una auténtica autoridad mundial (PP 78). Unos organismos internacionales que controlen y regulen las relaciones sociales, económicas y políticas con leyes o todo tipo de medidas solidarias, justas y fraternas. Por todo este legado y servicio al pueblo de Dios, sean dadas las gracias a Dios y al querido San Pablo VI.