Crónica de la visita de Padre Ángel al poeta y sacerdote trapense Ernesto Cardenal: “El Papa Francisco es un milagro para la Iglesia”
Dos símbolos de la lucha contra la injusticia social, reunidos en Managua.
“Yo les bendigo. Quiero que ustedes también me den su bendición y que se bendiga también todo lo que hacemos, y lo que podemos hacer”, nos despide Ernesto.
Israel González Espinoza, corresponsal en Centroamérica
El padre Ángel es reconocido, no sólo por su extensa obra social sino por llevar la misma aún a costa del riesgo que pueda representar hacer el bien en cualquier parte del orbe. Ya sea África, Medio Oriente o la crucificada Nicaragua.
Una Managua ocupada manu militari recibía la visita del padre Ángel el pasado fin de semana, con un objetivo poco convencional. Visitar a “un profeta y un mártir” tal y cómo nos hizo saber de entrada a quiénes le acompañamos. Precisamente, era la visita al más grande bardo que dio la revolución nicaragüense al mundo: Ernesto Cardenal, el poeta de la inconfundible boina negra, letra reflexiva (subversiva) y voz profunda.
Salvadora Navas, gran amiga del poeta y sacerdote Cardenal –recién reincorporado plenamente al sacerdocio por el Papa Francisco, el pasado febrero- nos advertía (mientras manejaba el coche por las calles adoquinadas de la capital nicaragüense) que para conocerle de verdad, había que leerle primero, tanto su extensa obra poética, como sus memorias.
“Un profeta y un mártir”
Enclavada en una calle del colonial Los Robles, está la casa del autor del Cántico Cósmico. Las paredes, de un impecable color blanco, y de entrada, varias esculturas realizadas por Ernesto a lo largo de los años. Una, particularmente, se parece a una bandera de Nicaragua. Esa bandera que ha sido proscrita alzar en las calles por el régimen autoritario de Daniel Ortega.
Las paredes están tapizadas de fotos y símbolos entrañables para Ernesto Cardenal: Fotografías de sus muchachos de Solentiname, asesinados por la guardia del dictador Anastasio Somoza Debayle en 1978, un afiche de la Cruzada Nacional de Alfabetización de 1980 –que coordinó su hermano, el jesuita Fernando-, y pinturas primitivas –esas que enseñó a dibujar a los campesinos de las islas de Solentiname.
Esta casa, ciertamente, no parece la casa de un poeta laureado. No están los premios. Ni las fotos con personalidades. Son fotos de otros, vivencias compartidas, memorias colectivas. Si hay algo que la revolución de 1979 quiso impregnar en la sociedad, era pasar del verbo personalista “yo” al colectivo “nosotros”.
Pasando la sala, compuesto por muebles sencillos de madera, llegamos al fondo de la casa –que está rodeada de frondosísimos árboles, que le dan un frescor extraordinario-, dónde se encuentran los aposentos del poeta. Camino hacia su cuarto, no podía faltar un ícono de un mártir de la Iglesia latinoamericana, San Óscar Arnulfo Romero.
“Buenos días, me honra mucho su visita”, dice Ernesto al padre Ángel. El poeta nos estaba esperando y se nos adelantó al saludo. Nos recibe con su cotona blanca de siempre, meciéndose levemente en una hamaca color azul. Inmediatamente, otro recuerdo al Solentiname.
“Cuánto gusto nos da poder verle”, le dice padre Ángel y Ernesto asiente con la cabeza. El poeta, a quién le afectó gravemente una infección renal, que lo obligó a estar dentro de un hospital durante casi todo el mes de febrero. Tras el levantamiento de la sanción canónica –dirá Salvadora después de la visita-, a Cardenal se le ve mucho más relajado, en total tranquilidad.
El padre Ángel, tras los saludos, saca de su chaqueta un sobre. Es un saludo del arzobispo de Madrid, Don Carlos Osoro Sierra. “Rezo por ti y te doy un abrazo fuerte, con mi bendición”, reza un fragmento de la carta que lee emocionado el padre Ángel.
El poeta agradece el gesto del arzobispo madrileño, al que califica de simpático y cariñoso. “Muchas gracias también de mi parte, y me honra mucho también todo lo que ahí ha leído”, dice el autor del Evangelio en Solentiname. “Se lo diremos, se lo diremos”, complementa emocionado el padre Ángel.
Papa Francisco es un milagro
“¿Estará contento con este Papa, eh?”, le pregunta padre Ángel. “Él está haciendo una revolución en el Vaticano”, contesta inmediatamente Ernesto Cardenal. Lo que une a ambos con el Papa es el profundo amor que le han tenido a los pobres, cada uno en su trinchera: El argentino, siendo pastor de las villas miserias argentinas y salvando gente durante la última dictadura militar argentina. El español, siendo un auténtico Robin Hood, quitándole con los ricos para dárselo a los pobres. El tercero, siendo profeta y un entusiasta de las causas más nobles del valiente pueblo de Nicaragua.
“Él es un milagro. La revolución que está haciendo en el Vaticano, en la Iglesia, y en el mundo se puede decir”, dice Ernesto, mientras señala con el dedo índice hacia el cielo. Y para complementar sus afirmaciones, una anécdota de cuando fue electo.
“Cuando fue electo él, yo no lo sabía. Cuando llego a Buenos Aires, me entrevistan unos periodistas preguntándome que pienso del Papa. Yo pensé que era del otro Papa (Ratzinger). No sabía que contestar y tres veces me preguntaron y no entendía la pregunta hasta que me di cuenta que había un Papa nuevo (risas), el Papa argentino ¡Una maravilla de Papa, muy simpático!”, cuenta Ernesto, quién puntualiza que Francisco para la Iglesia “es una bendición, es una nueva Iglesia”.
Ernesto reveló que tras el levantamiento de la suspensión a divinis el Nuncio Apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag le pidió que escribiera una carta para agradecer al Papa. El poeta escribió la carta y recibió respuesta del mismísimo Papa, quién le envió un libro sobre su vida que reposa en el escritorio dónde Cardenal trabaja y escribe sus poemas con máquina de escribir.
Sobre el sencillo librero que está en su cuarto, reposan unas tres imágenes de la Virgen María, esculpidas por el padre Cardenal. Dos son grises y una es de color café. “Esa la esculpí con el barro de cuando estaba en el monasterio”. La vida monacal en Getsemany Ky marcó su vida, tanto en la poesía como en lo religioso.
Al lado de las imágenes, una foto de su mentor y gran amigo en Getsemany Ky, el monje estadounidense Thomas Merton. “Casi no me gusta tener fotos aquí –revela Ernesto-, pero esta me la trajo un amigo y aquí la puse”, dice.
La nueva revolución de Nicaragua
A sus 94 años, y tras superar el grave cuadro clínico que presentó en febrero, Ernesto Cardenal sigue teniendo un pensamiento muy lúcido de lo que sucede a su alrededor, en Nicaragua, la Iglesia y el mundo.
El estallido social nicaragüense de abril de 2018 no le dejó indiferente. Para él, no cabe duda. Es una revolución, una palabra de hondo calado entre los hijos de la tierra de Darío y Sandino. “Esta revolución, es de los jóvenes, muy bella y sin armas”, puntualiza el autor de Oración por Marylin Moroe.
Ernesto afirma que se cumplieron las palabras de su hermano, el jesuita Fernando, quién siempre dijo que los jóvenes saldrían a las calles de Nicaragua para hacer historia.
En efecto, las protestas contra un paquetazo neoliberal que intentó poner el régimen de Ortega contra la seguridad social encendió la llama, y tras la represión sangrienta –los órganos policiales y de seguridad de Estado respondieron con balas a carteles, banderas y consignas que llevaban los jóvenes-, hizo levantar a la población que prácticamente ha arrinconado al Ejecutivo de Ortega, y le ha provocado la crisis institucional más fuerte en doce años de deriva autoritaria y corrupta.
Una llamada desde Madrid
Es casi mediodía en Managua, y tras un encuentro de casi una hora, es hora de despedirnos de Ernesto Cardenal. El padre Ángel ha logrado conectar una llamada. Al otro lado de la línea, está don Carlos Osoro.
Ernesto Cardenal se emociona, y le agradece el gesto que tuvo de enviarle una carta. “Querido cardenal. ¡Verdadero cardenal, no cardenal de nombre como yo; pero le saludo también, muy solidario con usted y con su obra. Muchas gracias y encantado de poder dirigirle estas palabras”.
“Muchas gracias, un abrazo, rezo por usted y por vosotros en Nicaragua”, se escucha desde el otro lado del móvil.
Epílogo: "Bendígame a mí"
Nos despedimos de Ernesto. El padre Ángel sigue emocionado. Le aprieta fuerte la mano y todos los presentes nos disponemos a pedir su bendición. El padre Ángel le pide su bendición, para él, para Mensajeros de la Paz, para los sin techo que atiende en Madrid.
“Yo les bendigo. Quiero que ustedes también me den su bendición y que se bendiga también todo lo que hacemos, y lo que podemos hacer”, nos despide Ernesto.
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