El cardenal explicó en Ávila los retos de futuro del Sínodo de la Amazonía Porras: "El mundo tiene que cambiar con la escucha de los más pobres"
"Estamos hablando de un territorio, el de la Amazonía, de 9 millones de metros cuadrados. Es como si quisiéramos ir a pie todos los días de Madrid a Moscú. Sólo así podemos entender toda esa diversidad y todos esos problemas de comunicación, los ríos, el agua, los problemas para llegar"
"Esta experiencia sinodal a mí me ha abierto un panorama mucho más amplio: las cosas de la fe no son para vivirlas hacia adentro, sino que tienen que proyectarse hacia la sociedad; no sólo hacia los creyentes, sino a la sociedad entera"
| Auxi Rueda
(Ecclesia).- Ante un auditorio abulense repleto y muy interesado en conocer de primera mano cómo se ha desarrollado el Sínodo de la Amazonía, el cardenal venezolano Baltazar Porras compartió sus impresiones sobre lo vivido estos días en Roma. Una experiencia «muy enriquecedora», según sus palabras. «Las cosas de la fe no son para vivirlas hacia adentro: tienen que proyectarse hacia la sociedad».
Recién llegado de Roma, ¿cómo definiría su experiencia personal de lo que ha vivido?
Para mí ha sido una experiencia muy rica, muy bella y muy novedosa. Quizá por la experiencia que he tenido (ya son 36 años de obispo y 50 de sacerdote) de ver cómo va cambiando la Iglesia. Y va cambiando en muchos aspectos. Sobre todo en la sinodalidad, que es aprender a escuchar, aprender a tener un sentido de igualdad que nos otorga el Bautismo. He estado en 4 Sínodos, pero este plantea muchas originalidades. Y además plantea muchos retos que hay que asumir desde la realidad de cada uno, de nuestras Iglesias, de nuestros países. Esta experiencia sinodal a mí me ha abierto un panorama mucho más amplio: las cosas de la fe no son para vivirlas hacia adentro, sino que tienen que proyectarse hacia la sociedad; no sólo hacia los creyentes, sino a la sociedad entera, pues hay valores que son profundamente humanos y que precisamente por eso son profundamente cristianos.
Uno de los focos mediáticos que se han puesto en este Sínodo ha sido la atención y comprensión hacia el pueblo indígena. Sin embargo, usted ha explicado que se trata de contextualizarlos en un sentido mucho más amplio
Ya se habían dado muchos pasos en este sentido. Pero en una situación tan compleja, tan pluricultural y tan pluriétnica, es necesario verla en su mayor contexto. A nivel comunicativo es cierto que se ha insistido mucho en lo indígena, pero lo importante es ver cómo está inmerso en un mundo globalizado como el de hoy. Porque son más de 33 millones de personas que conforman la Amazonía, de los cuales sólo 2 millones y medio son indígena; el resto es población criolla, mestiza, campesina, los kilomba (como llaman los brasileños a los afrodescendientes). Y después lo que ha sido producto de las migraciones: migraciones como las que se dan en el mundo entero, y migraciones como estas últimas en las que entran los venezolanos, que son las forzadas por la situación política. Esto genera un cuadro muy complejo.
Y pensamos del pueblo indígena como si fueran pueblos muy aislados, pero resulta que en la Amazonía hay ciudades de millones de habitantes.
Entonces la cuestión es cómo insertar el respeto a las minorías, o la asunción a lo que las minorías valen, en una sociedad mucho más compleja, en la que siempre hay la tentación de ver cómo aprovecharse y explotar de muchísimas formas a las personas que no tienen las mismas características. Por eso, uno de los problemas contra los que tenemos que luchar para mejorar esa calidad de vida es el de la trata de personas. El de la esclavitud.
Algo asombroso en pleno siglo XXI
Sigue existiendo y es un problema brutal, porque lo que representa es un desprecio absoluto por la dignidad de la persona: si yo la puedo explotar, no me importa si se enferma o si se muere. Lamentablemente, en un siglo donde pareciera que nunca como ahora se proclaman tanto los derechos humanos, los derechos de la mujer, los derechos de las minorías, también es cierto que es el siglo en el que se han violado de manera impune estos derechos.
Usted ha hablado como una de las grandes novedades de este Sínodo el poner en valor una dimensión ecológica de la Evangelización. ¿En qué consiste?
Se piensa que la ecología es una especie de moda, reservada a los grupos llamados “verdes”, y se puede caer en el error de pensar que no es una dimensión que tenga que ver con la justicia y con la equidad. Debemos tomar conciencia de que el ambiente no solo es lo que nos rodea, las plantas, los animales, las posibilidades de un territorio, … sino que en ese ambiente estamos también nosotros, los seres humanos. Y que se debe lograr la armonía de todos ellos. Esto no es algo ajeno a lo religioso, a nuestra tradición judeocristiana. Lo podemos ver desde el mismo momento de la Creación: “Y vio Dios que era bueno”, nos dice el Génesis. Es una dimensión que quizá ahora, por la urgencia que hay por el cambio climático y las transformaciones que está viviendo el mundo, tiene que ser asumida.
¿Y cómo podemos asumirlo desde nuestra fe?
Eso tiene que cambiar con la escucha de los más pobres, de esas regiones que pareciera que son ajenas a nuestra vida, pero no lo son. Debemos de proyectar la necesidad de entender que el planeta es una casa común, y que no porque yo viva bien no me tienen que interesar los problemas del otro; porque esa vivencia de estar bien, si no se comparte, si no es equitativa, genera los problemas que estamos viendo con las migraciones, las guerras, las desigualdades. Es un gran desafío, un reto. Como nos pidió el Papa en su última intervención, que aprovechemos lo que son los diagnósticos para dialogar con los gobiernos, con las empresas, con las multinacionales.
Hablamos de la Amazonía, y puede haber a quien se le antoje complicado entender el sentido de la territorialidad, que es algo que han puesto también sobre la mesa en este Sínodo.
Estamos hablando de un territorio, el de la Amazonía, de 9 millones de metros cuadrados. Es como si quisiéramos ir a pie todos los días de Madrid a Moscú. Sólo así podemos entender toda esa diversidad y todos esos problemas de comunicación, los ríos, el agua, los problemas para llegar. Todo genera unas realidades que debemos entender y asumir, y ver qué es lo que podemos hacer conjuntamente todos los pueblos en la tierra para que haya futuro. Es uno de los elementos claves de este Sínodo: plantear la supervivencia, la calidad de vida, para las futuras generaciones.
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