Misa de doce a los pies de la Guadalupana El cardenal Aguiar reza por la paz: “Consuela el dolor de quienes sufren y da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan”
El cardenal denuncia “la actual lepra espiritual de ignorar o esconder con vergüenza nuestra convicción cristiana”
“¿Cómo podemos evitar la actitud de los nueve leprosos, y ser como el samaritano, que agradece la acción de Dios a través de Jesucristo?"
“Ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común”
“Ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común”
| José Manuel Vidal enviado especial a México
Hay sitios que huelen a Dios y contagian espiritualidad. Uno de ellos, quizás el más emblemático, es la Basílica de la Virgen de Guadalupe en Ciudad de México. Asistir a misa de 12, presidida por el cardenal Aguiar, rodeado de más de 6.000 personas es una gracia especial.
Es tanto el fervor de la gente hacia Nuestra Señora del Tepeyac que son contínuos los ramos de flores que le ofrecen, colocándolos a lo largo del muro que rodea la iglesia y llenándolo por completo. Al final del día, las flores se recogen, para adornar la Basílica y para regalarlas a las comunidades religiosas que no disponen de dinero para poder comprarlas.
También se recogen, al final del día, todo tipo de objeto que la gente en su devoción entrega a la Virgen, asi como grandes alcancías llenas de los que la gente llama 'milagros': historias escritas en distintos soportes, acompañadas a menudo de fotografías, en las que narran los favores obtenidos por intercesión de la Virgen.
La liturgia sencilla, pero cuidada y dirigida por un maestro de ceremonias laico, cosa poco habitual. Un buen coro y un pueblo fervoroso que participa, canta, reza y comulga masivamente de manos de decenas de ministras de la comunión debidamente identificadas.
Todo fluye con armonía, a la que también se unen la grandiosidad del lugar. A la izquierda del altar, todas las banderas de América que rinden homenaje a la Virgen. En el centro, una norme bandera de México, que rodea por la parta de abajo al cuadro de la Guadalupana, en una combinación perfecta de los tres colores de la bandera: verde,blanco y rojo.
Preside la celebración el cardenal Aguiar con su elegancia innata. Concelebran con él varios de sus vicarios episcopales, entre ellos Alfredo Quintero y Manuel Corral, junto al obispo auxiliar electo, Francisco Javier Acero Pérez, agustino recoleto, natural de Valladolid, pero que lleva más de 24 años en México.
En la homilía, el cardenal comenzó explicando la penosa situación en la que vivían los leprosos en tiempos de Jesús “fuera de la ciudad, en cuevas o en algún campamento”. Cuando se encuentran con Jesús y le suplican que les cure, éste les manda a los sacerdotes del templo. “Antes de llegar al templo quedaron limpios de la lepra; pero no tuvieron la sensibilidad para descubrir que Jesús los había curado”. Sólo un extranjero, un samaritano se dio cuenta y regresó a dar las graciuas al Señor.
Y el arzobispo de México se preguntó: “¿Cómo podemos evitar la actitud de los nueve leprosos, y ser como el samaritano, que agradece la acción de Dios a través de Jesucristo?
Es oportuno plantearnos esta pregunta, particularmente cuando experimentamos que Dios no escucha nuestra súplica, y por eso nos alejamos o distanciamos de la oración. Es entonces conveniente examinarnos y detectar si padezco de ceguera espiritual, que me impide descubrir la ayuda divina en mi vida ordinaria”.
Según el cardenal Aguiar, “la lepra de la ceguera espiritual está muy difundida actualmente en nuestra sociedad, altamente secularizada; ya que se ha extendido la tendencia constante de ignorar o esconder con vergüenza nuestra convicción cristiana, lo cual ha llevado a una fractura familiar y cultural de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, que lamentablemente desconocen cómo descubrir la presencia de la intervención de Dios en su vida, sus relaciones, y en sus actividades”. Es decir, “no existe así la sensibilidad para descubrir la mano de Dios en la cotidianidad de la vida”.
Por otro lado están los que mantienen “la actitud de Naamán que pretendió recompensar materialmente al Profeta Eliseo por haberle conducido para ser curado de la lepra”. Sin saber que “la intervención de Dios es siempre gratuita” y “nos ayuda sin límites”.
Y, de nuevo, el cardenal interpela: “¿Cuál es mi actitud en la oración? ¿Me dirijo a Dios presentando mi necesidad de ser auxiliado, porque confío en su amor misericordioso? ¿Y, cuando Dios me escucha y me responde favorablemente, reconozco esa ayuda y le agradezco su intervención, siguiendo el ejemplo del leproso samaritano?”
Y monseñor Aguiar concluyó su homilía en la Basílica invocando a la Virgen: “Nuestra madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para ayudarnos a descubrir mediante su ternura y amor, que su Hijo se encarnó en su seno para manifestar el inmenso amor de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven, y para lograrlo Jesucristo entregó su vida en obediencia plena, para señalarnos que la enfermedad, sufrimiento, tragedias, y muerte no es el destino final, sino el paso definitivo para llegar a la Casa del Padre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén”.
Al final de la misa, el cardenal Aguiar y los concelebrantes entonan una bella oración a la Virgen de Guadalupe, en la que pide aseguran que la “Patria está dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad” y, por eso, piden “consuelo para los que sufren” y “acierto en las decisiones de quienes nos gobiernan”.
ORACIÓN POR LA PAZ
Señor Jesús, tu eres nuestra paz,
mira nuestra Patria dañada por la violencia
y dispersa por el miedo y la inseguridad.
Consuela el dolor de quienes sufren.
Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan.
Toca el corazón de quienes olvidan
que somos hermanos
y provocan sufrimiento y muerte.
Dales el don de la conversión.
Protege a las familias,
a nuestros niños, adolescentes y jóvenes,
a nuestros pueblos y comunidades.
Que como discípulos misioneros tuyos,
ciudadanos responsables,
sepamos ser promotores de justicia y de paz,
para que en ti, nuestro pueblo tenga vida digna.
Amén.
Santa María de Guadalupe, Reina de la paz, ruega por nosotros.
Termina la eucaristía con un saludo franco y directo del señor cardenal: “Les deseo un feliz domingo”. Y con un aplauso agradecido de la gente que llena la basílica y que va saliendo, para dejar sitio a la siguiente celebración. Hay misas todas las horas y todas están llenas de fieles. Aquí se ve, se oye, se siente y se palpa la fe de un pueblo, que se mantiene viva gracias a la religiosidad popular. Como me decía un sacerdote, “la fe no puede desfallecer en México, porque vamos de la mano de la Virgen de Guadalupe y contamos con la protección de un ángel”.
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